viernes, 19 de diciembre de 2008

Cumplido plan de escapada 1: "Tubular Bells" (Mike Oldfield)




Son innumerables las veces que he escuchado esta obra clásica de la historia del rock; puedo tararearlo de principio a fin, esperando de antemano cada nueva parte de la obra según va transcurriendo. Y sin embargo, me ocurre con él lo que a Gandalf con los Hobbits: sigue sorprendiéndome. En esta nueva escucha (y hacía ya mucho que no lo saboreaba de manera tan exclusiva y entregada, sin hacer ninguna otra cosa -véase, dos entradas más abajo, en qué consistía el plan-), me ha transportado a sensaciones nuevas, sin dejar de resultarme familiar el viaje que supone su audición.

Comienza mi escapada con la mítica melodía de piano -en seguida reforzada por el xilófono-, que me coge de la mano con mi beneplácito, pues no quiero otra cosa que dejarme llevar por ella, no sólo porque ese era mi plan, sino sobre todo porque desde su primer segundo de escucha me porduce una sensación muy agradable de realax y emoción, que no quiero perder. Puede ser la familiaridad de las ya muchas escuchas anteriores, pero tiene que ser algo más que eso. Melodía simple pero poderosamente atractiva y enigmática. Un halo de misterio que justifica su aprovechamiento más popular, el cinematográfico ("El Exorcista"), y que me atrapa desde el inicio, incluso cuando aún no ha aparecido el bajo para sacar provecho de la base incial (porque aquí es el bajo el que se basa en la estructura melódica previa). Cuando al fin aparecen el bajo y demás instrumentos (todos interpretados por don Mike), el obstinato se convierte en envolvente, y empiezo a flotar. Me imagino un paisaje que va ganando en espectacularidad, sin dejar de ser apacible. La melodía inicial no cesa ni varía durante cuatro minutos, pero los instrumentos a su alrededor van modificando su forma aparente, jugando con diferentes acordes, alternando el protagonismo entre aquellos (ahora el piano, ahora el xilófono, ahora las guitarras...), e incluso creando una estructura similar a la de estrofas/estribillos. Es sorprendente lo que da de si una melodía tan sencilla.

Pero lo mejor es que cuando, tras unas frases repetidas por dos sutiles guitarras eléctricas en punteo doblado, a los cuatro minutos, se produce al fin un cambio notable, quedando atrás la parte más famosa de la obra, llega en relidad lo bueno del disco. La insistente melodía queda sustituída por una serie de tres breves pasajes diferentes y de sonido relajado y preciosista, el primero de los cuales me transporta a un paisaje bucólico, como de verdes lomas empradizadas, merced al sonido tradicional de la mandolina. Los otros dos pasajes, de menor intensidad sonora, pero igual de optimistas (acordes mayores), preparan el contraste con lo que está por llegar.

Y llega. Finalizada la introducción, poco antes de los seis minutos, aparece con energía y soberbia el pasaje conocido como "Fast Guitars". Sin ser una parte de ritmo muy veloz, el sonido poderoso del bajo y la guitarra eléctrica, ejecutando una melodía rockera y desafiante de acordes menores, me crea la sensación de haber acelererado la intensidad de este particular viaje. Espectacular.

Seguidamente, entro en una breve parte de sonido siniestro, casi terrorífico, dominada por los sonidos graves (de ahí el nombre de "Basses"), que, a decir verdad, es la que siempre me ha gustado menos de todo el disco, quizá por el mal sonido de la grabación, quizá por hacerse demasiado insistente o pesada por no ir acompañada de mayor variedad sonora... o quizá porque su intención es crear ese desasosiego que precisamente siento; este viaje musical tiene una importante componente de creación de sensaciones intencionadas, probablemente para llegar a otras más positivas con mayor fuerza aún...

...Lo que no deja de ser curioso es que la siguiente parte es más extraña aún, además de tener cierta relación con la anterior (un teclado vuelve a introducir, en un momento dado, aquella melodía, y parece asombroso que resulte coherente en medio de lo demás). El caso es que esta nueva parte "Latin" tiene una clara influencia psicodélica - jazz, que en mis primeras escuchas del disco hace unos quince años no tragaba, y actualmente adoro. Los paisajes has sido sustituidos por una amalgama de colores en forma caleidoscópica. Y más brillante aún es su fusión final con el regreso de la preciosa melodía bucólica de la mandolina, anteriormente citada. Ésta vuelve a ser, como antes, la primera de tres breves secuencias relajadas (y relajantes), apareciendo en algún momento una variación del famoso arpegio de piano inicial de la introducción, lo que me ayuda a seguir sintiendo la mano que me llevó en los primeros segundos del disco.

Y sobre ese familiar tono de piano comienza a sonar un insistente bajo que introduce con poderío la parte "Blues", que evoca lo que su propio nombre indica, con una sencilla pero muy atractiva melodía llevada con maestría por un punteo doblado de guitarras, que además se reparten los dos canales del estéreo haciendo unos juegos sutiles y al tiempo realmente vistosos. Tras dos estrofas de esta melodía, llega una apoteósica puntilla con una evolución hardrockera, casi heavy, del mismo ritmo, que me produce un inevitable subidón de adrenalina. ¡El viaje se empieza a volver salvaje!

Pero no acaba aquí la cosa, porque tras una breve parte más suavizada y melódica que sirve de contraste, llega uno de los momentos más explosivos del disco, "Thrash", y aquí los niveles de adrenalina llegan al tope en toda la obra, en el mometno más enérgico y poderoso del álbum (¡el viaje se ha descontrolado, pero es una gozada!): Guitarras eléctricas y acústicas combinan sus rasgueos para ofrecer un rítmico y tremendamente atractivo pasaje rockero, bastante bien trazado y elaborado, con bastantes más acordes de lo inicialmente imaginable en este tipo de estilos, lo que crea un apego hacia el desarrollo de su estructura que va más allá de la ya de por sí potente sugestión rítmica.

Y se fusiona lo anterior, sin cambiar de tempo, con otra parte bastante diferente melódica e instrumentalmente, denominada "Jazz" (no totalmente relacionada con su nombre), menos rockera y más técnica, y cuya sensación no me impresiona tanto como la anterior, pero sigue transportándome con rapidez por paisajes espectaculares. Vista toda la sucesión anterior de múltiples partes muy diferenciadas, y todas espectaculares, queda clara la enorme variedad musical de la obra, la brillantez de ideas de Mike cuando apenas era un púber, y, sobre todo, la increíble cohesión de todo ello en una sóla estructura conceptual. Sencillamente, magia.

Aparece el brutal contraste de la parada en seco de "Ghost Bells", en la que unas campanas abren camino a un bonito punteo lento de guitarra acústica. Parece una parada en el camino, pero es sólo la introducción para uno de los momentos estrelares del disco.

De hecho, "The Bell" podría considerarse como la esencia de Tubular Bells, no sólo porque al fin aparecen las famosas campanas tubulares, sino porque es una especie de auto - homenaje al propio estilo instrumental de Mike; es como la exaltación de su multi - instrumentismo. El viaje me ha transportado definitivamente a un enorme y lujoso salón de fiesta, en el que un maestro de ceremonia va introduciendo a los diferentes intrumentos invitados; el maestro está en el canal izquierdo de los auriculares, y por dicho auricular comienza a sonar cada uno de los intrumentos, que según entran para unirse a los demás en la fiesta sonora, van desplazándose por mi cabeza (salón) hacia la derecha. No veo a músicos entrar con instrumentos, veo sólo a los propios instrumentos, con personalidad propia, como en una fábula surealista. De fondo, un riff poderoso e insistente, atractivo, sobre el cual se va consumando la, podría decirse, orgía musical, merced a una repetitiva melodía de carácter entre épico y enigmático, que es la misma que van tocando todos los instrumentos. Uno tras otro, se van sumando, en un conjunto cada vez más apoteósico. El piano, el bajo, los diferentes tipos de guitarras, la mandolina, el xilófono, los coros (única entidad humana invitada a la fiesta)... y, finalmente, las campanas tubulares. Pero, como no podía ser menos, éstas no comienzan sonando por la izquierda, sino directamente centradas, puesto que ya estaban en el salón, ya que, evidentemente, eran las anfitrionas de la celebración. Luego, la intensidad se revierte y baja hasta un relajado punto final. Impresionante espectáculo al que nos ha llevado este viaje... en contra de lo que pudiera parecer más adecuado, esta apoteósis no es el final del disco, sino sólo de su primera mitad...

... porque eran los tiempos del vinilo, y lo que pretendía ser una única obra compacta no tenía más remedio que sufrir una división en dos partes. La segunda tiene una estructura menos complicada, al ser menor el número de pasajes, y éstos consecuentemente más largos. El viaje me resulta ahora quizás menos increíble, menos milagroso, pero me sigue transportando por parajes de ensueño. Como los dos primeros, "Harmonics" y "Peace", dos preciosos y relajantes temas de evocación idílica o romántica.

Pero la espectacularidad y los contrastes no van a echarse en falta, y pronto el final del segundo de los temas anteriores introduce, en un luminoso in crescendo (con maravillosa madolina), el impresionante "Bagpipe Guitars", una poderosa marcha de guitarras simulando (con gran efectividad) una banda de gaitas; el viaje alcanza, de nuevo, cotas épicas.

Pero la nueva apoteósis no ha finalizado, y aún va ir a más. Aunque parezca imposible, se logra añadir otro grandioso in crescendo al final de "Bagpipe" (icreíble poder icrementar su intensidad -lástima que mi padre interrumpa en este punto mi escapada; única interrupción del plan-), para introducir "Caveman", un tema rockero y espectacular. En esencia, es un tema cómico, pues sirve de presentación al personaje del cavernícola, que se tira todo el rato dando gruñidos (por cierto demasiado exagerados y sonoros, otro de los defectos del disco). Pero el resultado, merced a los enérgicos riffs de guitarra y la diversidad melódica del pasaje, es una de las partes más poderosas y atractivas del álbum.

Pero otro enorme contraste me lleva a la sensación diametralmente opuesta, la paz absoluta, con "Ambient Guitars", donde me sumerjo en una atmósfera infinita, cósmica, mientras numerosas guitarras ejecutan vistosísimos y virtuosísimos punteos (de las mejores exhibiciones técnicas de Mike en toda su carrera).

Y el milagro final se produce cuando aparece la última de las fusiones imposibles, al lograr encadenar, a la perfección, lo anterior con la alegre conclusión folk de "The Sailor´s Hornpipe", un tema que propicia que mi viaje por Tubular Bells finalice con una gran dosis de optimismo, y que tenga unas irreprimibles ganas de agradecer infinitamente a Mike Oldfield el hecho mismo de haber existido

De Imágenes de Blogger


Supongo que más de uno (si es que más de uno ha leído esto) se habrá preguntado con qué me drogo. En este caso, con Tubular Bells, un medio de evasión en si mismo. Musica sensacional técnicamente, y técnicamente creadora de sensaciones. Y música inclasificable, sin etiquetas. Podría ser una especie de puente entre el Rock Progresivo y la New Age, pero ni se parece a ninguno de sus contemporáneos progresivos (quizá se asemejaron lejanamente a él, dos años después, Camel con su "Snow Goose"), ni la New Age tiene esa energía y potencia rockera, ni suele tener tanta variedad dentro de un mismo disco.

Sé que éste es un disco de esos que se podrían considerar evidentes, o que podrían darse por hecho. Lo normal es que los fans de Oldfield estén cansados de que los profanos crean que el músico británico no ha hecho mucho más aparte de éste disco y sus secuelas, y de algunas canciones rock - pop de éxito, y normalmente aquellos cogen más apego a otra gran obra como "Ommadawn", menos conocida. Sin entrar a hacer comparaciones, creo que "Tubular Bells" es una maravilla, un milagro, y nunca estará suficientemente examinada ni completamente disfrutada, y quizá parte de la culpa sea su propio nombre, su propia evidencia, que hace que se le de por hecho, o que se le tenga menos apego, por parte de los fans, que a discos menos reconocidos popularmente. Cierto es que puede tener fallos de grabación debido a los medios disponibles, u otro tipo de errores de novato, pero eso le confiere una autenticidad que hace que su belleza esté desprovista de maquillaje, y su fuerza no se deba a anabolizantes. Es música de verdad, y es una escapada de gran entidad para quien se deje llevar por su camino.

P.D.: Mi intención es escapar, próximamente, con, al menos, los dos siguientes discos de Oldfield: "Hergest Ride" (1974) y "Ommadawn" (1975)...

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