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martes, 7 de mayo de 2019

Alex Honnold y Carlos Soria, lo titánico y lo humano

De entrada, una aclaración: Los adjetivos del título de este post no están referidos respectivamente a cada uno de los protagonistas, sino que los dos se refieren a ambos, porque en ambos casos hay un aspecto grandioso en lo que hacen, y en ambos casos hay una parte humana, por cierto muy diferente -pero vagamente relacionada- en cada uno.

En el caso del canadiense Alex Honnold, protagonista del documental ganador del premio Óscar en su última edición, no hace falta aclarar mucho lo épico de su gesta; escalar sin cuerda una pared como la de El Capitán en Yosemite es, sencillamente, algo del todo excepcional, algo al alcance de prácticamente nadie. Para entenderlo ni siquiera vale con ver la película, Free Solo; salvo para otros escaladores libres, calibrar la dificultad -técnica, física y sobre todo psicológica- de la gesta es imposible, independientemente de valoraciones éticas.

A lo que me ayudó más ver el documental fue a sufrir la parte humana de la historia. Y esta se refiere, sobre todo, a las personas que rodean al escalador en su vida personal. Y tampoco me parece que sea fácil vivir con algo así. No puedes -en principio- negar a alguien la libertad de elegir hacer aquello que en la vida le da sentido e impulso para seguir adelante, pero claro, cuando es la propia vida la que está en juego, el sufrimiento anímico que conlleva alrededor es difícil. Es complicado empatizar, y no hablo aquí precisamente de las típicas frases cuñadiles de “esa gente está loca”, “son unos insensatos”, “no vale la pena jugarse la vida por eso”, etc., etc. Es mejor ver el documental para que cada uno saque sus conclusiones. Eso sí, la sencillez con la que Honnold afronta su elección es, al mismo tiempo, sorprendente y comprensible: Es su vida, y además su actividad deportiva está profesionalmente estudiadísima y cuidadísima al milímetro: no es precisamente alguien que no sepa lo que hace. Lo más alejado de un loco, vaya. Y aun así, cuesta entenderlo.

Por similares fechas al día que vi el documental, asistí a una conferencia del alpinista natural de Ávila, Carlos Soria, el más veterano del mundo en ascender a la mayoría de las montañas de más de ocho mil metros. De nuevo la gesta titánica vuelve a estar aclarada, sin necesitar explicación alguna. Pero de nuevo pasa algo similar a lo último que decía sobre Alex Honnold: la sencillez con la que Soria explicó su vida alpinista podría ser similar, o incluso más humilde en muchos casos, que las batallitas de cualquier montañero aficionado de cordilleras ibéricas y nivel de dificultad más bien bajo. Es cierto que no hay un aspecto psicológico tan extremo como en el caso del canadiense; ahí está la gran diferencia. Soria es alguien que transmite amor por la montaña, cariño por sus experiencias vividas, e ilusión por lo que pueda deparar el futuro. Y ojo que a veces también escala sin cuerda (cosas de mucha menor dificutad). Sin duda resultó una charla muy agradable, el tipo de sentimiento del que uno querría estar siempre impregnado; Y a él le ha durado -de momento- hasta los 80 años... y luego otros tenemos baches muchas décadas antes...

viernes, 12 de abril de 2019

Dersú Uzalá (Vladímir Arséniev)

Cuando vi la película Dersu Uazala de Akira Kurosawa hace unos años, comentaba en una entrada de este blog que, habiéndome gustado, no llegó a entusiasmarme emocionalmente, pensando entonces que tal vez me faltaba más costumbre hacia un tipo de cine menos occidental, o quizá los valores que transmitía ya me habían llegado previamente en muchos otros referentes, personales o culturales / artísticos, y ya era un tema que no me resultaba novedoso.

Más o menos por aquella época, el regreso al sentimiento de la relación con la naturaleza seguramente ya había dejado de resultarme un descubrimiento emocionante, para pasar a convertirse paulatinamente en algo dado por hecho y que, pese a seguir siendo básico en mi manera de ser y sobre todo de sentir, ya no me llevaba a maravillarme con la sensación de identificación con quienes realmente exploraron la terra incognita que todavía quedaba hasta finales del siglo XIX – principios del XX, y que sí había disfrutado hasta pocos años antes cuando leía a los Henry Russell y compañía.

Ahora, el sentimiento está todavía más sumergido entre otras muchas impresiones personales provocadas por experiencias que al final acaban sepultando el interrogante que da título a este blog, casi haciéndolo parecer una preocupación trivial o incluso frívola, filosofía innecesaria: Llega un punto en que esto es vivir y punto, “tirar para adelante, que no hay otra”. Eso no quita que precisamente el obligarme a seguir saliendo al campo (entre otras distracciones) me siga sirviendo para no pensar en otras cosas. Pero eso ya casi suena más a terapia que a evasión. En este nuevo marco, haberme puesto a leer el libro de Vladímir Arséniev en que se basa la película de Kurosawa quizá no haya sido la mejor manera (o el mejor momento) de tratar de captar lo que hace unos años no capté. Pero tampoco sé si habría sido muy distinto hace unos años. Y, en cualquier caso, he ido cogiéndole apego a la obra según iba avanzando, muy lenta y pausadamente por cierto, a lo largo de sus páginas.

Así las cosas, empecé a leer Dersu Uzala cuando la oscuridad aludida directa o indirectamente en los títulos de entradas anteriores del blog todavía resultaba intensa y frecuente (aún sigue apareciendo, pero menos), tras uno de los momentos más duros (si no el más) de mi vida. En ese estado, esos capítulos rebosantes de descripción naturalista que a un amante de la naturaleza y titulado en Forestales como yo le deberían como mínimo haber llamado la atención, de pronto me parecían rutinarios, incluso tediosos, con esa estructura meticulosa basada en la geografía de los afluentes y subafluentes del Río Ussuri, sus kilómetros, sus orientaciones y montones y montones de topónimos, seguidos de la descripción de la geología, la flora y la fauna. De repente me veía trasladado a las insulsas lecciones de geografía del colegio, cuando había que aprender datos con esfuerzo y por obligación en vez de aprehenderse por gusto sin esfuerzo alguno (la diferencia entre aprender las cordilleras en un libro de Naturales o impregnarse de ellas cuando se recorren con los pies, al natural). También yo me veía intentando acabar cada capítulo por obligación. Y todo ello sin apenas disfrutar de los escasos momentos que los primeros capítulos dedican a anécdotas y aspectos más humanos.

Todo lo cual me llevó , sin pretenderlo, a llegar a pasar varias semanas sin ojear siquiera el libro. Pero el tiempo fue pasando y, también como he ido aludiendo en esos títulos de las últimas entradas, la luz fue regresando. Nunca (o al menos todavía) como antes, pero sí recordando sentimientos aparentemente olvidados. El “viviendo” se fue haciendo más llevadero con los días, y al recuperar la lectura del libro lo fui encontrando paulatinamente más entrañable. Incluso la rutina geográfica se había convertido en una especie de música reconocible, que hacía más entretenido el lapso entre una aventura y otra en esta historia de exploración en varios sentidos, donde el hombre civilizado se encuentra con el nativo de la taiga y aprende a entender el entorno salvaje de otra forma. Y sobre todo, aprende a valorar el humanismo desde otra profundidad, la que aporta el hombre que no ha sido contaminado por las miserias del desarrollo rapaz, y que cuando trata de adaptarse a las comodidades del mundo moderno se siente más incómodo.

Ahora supongo que me quedaría esperar a otro momento aún más propicio, y volver a ver la película que hace unos años no acabé de captar en todo su significado emocional. Lo dejo pendiente, como cuando en este blog me marcaba planes (qué tiempos aquellos...)

sábado, 1 de julio de 2017

La historia de tu vida (Ted Chiang)

Lo intenté con Fundación y, aunque me pareció un buen libro (seguro que mucho mejor de lo que pude apreciar), no era lo que buscaba. Lo intenté con Dune, en parte por la recomendación que recibí en un comentario de aquella entrada, y aunque también me pareció bueno y me gustó algo más, tampoco me entusiasmó del todo, sobre todo por algunas partes que se me hicieron algo cansinas. Al final, el libro de ciencia ficción con el que llevaba tiempo queriendo volver a disfrutar del género resultó ser esta recopilación de relatos cortos.

Pero no fue por ello la razón por la que acudí a La historia de tu vida de Ted Chiang, sino que, supongo que al igual que para no pocos aficionados al cine de un tiempo a esta parte, me vi impulsado por el hecho de que su relato homónimo es en el que se basa la película La llegada de Dennis Villeneuve, la cual reconozco que me llegó a fascinar. En ese sentido, me alegro de haber visto primero la película, porque creo que ésta hace menos sombra sobre el relato que el que intuyo que hace éste sobre el disfrute de la narrativa de la película y alguno de sus giros de guión. En cualquier caso, en ambos formatos el mensaje es similar e igualmente lúcido (tanto en el fondo como sobre todo en la forma), y se agradece la oportunidad del mismo en una época (quizá como todas) en la que parece tan necesario mejorar nuestro entendimiento. Me gustaría volver a ver ahora la película por segunda vez (dejo abierta la posibilidad de dedicarle entonces otra entrada, tal vez contrastándola más en profundidad con el relato).

Aparte de ese relato, que es uno de los que más me han gustado, pero tampoco sabría decir hasta qué punto influye en eso la propia película, me han encantado sobre todo el primero, La torre de Babilonia, y el último, ¿Te gusta lo que ves?. El primero me iba pareciendo, ya de choque para empezar a leer el libro, un continuo y sucesivo derroche de imaginación deslumbrante, además con posibilidades de ser interpretado metafóricamente de diversas maneras, hasta como el meollo mismo del viaje de la vida o de la historia de la humanidad en su afán de búsqueda; aunque quizá el final no llegue a estar a la altura (esa última palabra quizá no sea la más adecuada, pero bueno…). En cuanto al falso documental futurista que cierra el libro, se trata de una reflexión sociológica sobre la psicología de la apariencia física y sus implicaciones, y me encanta que, aunque el autor acabe posicionándose, en ningún momento del desarrollo resulte maniqueísta en absoluto, exponiendo en profundidad varios puntos de vista, no rehuyendo ninguna de las ventajas ni inconvenientes tanto de la cultura de la estética como de la filosofía “anti – aspectista”.

En el resto de los relatos también hay momentos muy buenos, pero ya no me llegan a resultar tan rotundos como en los tres comentados. En algunos casos porque llega a volverse algo farragoso en cuanto a tecnicismos científicos o pseudo-científicos, como ocurre por ejemplo a medida que avanza el relato Comprende, que sin embargo había empezado muy bien, con la narración en primera persona de alguien sometido a un experimento de aumento continuo de la inteligencia, y que hasta la mitad me iba atrapando y sorprendiendo cada vez más, pero llega un momento que se vuelve excesivo por lo ya dicho, aunque quizá no hubiera otra forma de contarlo. Quizá por eso acierta uno de los comentarios de la solapa del libro, al decir que “si estos relatos fueran mucho más largos, la cabeza de los lectores podría estallar”. Y aunque me quedo con las ganas de leer alguna novela más o menos larga de Ted Chiang (que era el tipo de libro de ciencia ficción que buscaba años atrás), reconozco que es verdad: Estos relatos no pueden tener más intensidad. Eso, y que realmente me han creado la sensación de haber leído algo diferente a todo lo que conocía hasta ahora.

viernes, 21 de abril de 2017

Cantábrico (Joaquín Gutiérrez Acha)

Acerca de este documental naturalista he leído opiniones exageradas en ambos sentidos; o bien un exceso de grandilocuencia al querer ensalzar la película como algo nunca visto cinematográficamente hablando, o bien la reacción contraria consecuencia de la decepción derivada de lo anterior, lo que hoy en día se da en llamar “hype”, pero que tampoco debería llevar a infravalorar un trabajo que, desde donde yo soy capaz de juzgar, me parece encomiable y al que difícilmente se le pueden poner muchas objeciones.

“Cantábrico” es sobre todo un retrato cuidadoso y paciente de la vida salvaje en el territorio que su nombre indica. Una recopilación de documentos de considerable valor didáctico, que al mismo tiempo deja espacio para la belleza y la espectacularidad en muchas de las imágenes, desde lo más minúsculo a lo más grandioso, desde la transformación de una crisálida en mariposa hasta las panorámicas aéreas de macizos como los Picos de Europa por cuyos neveros corretean los rebecos. Una armoniosa combinación de ciencia y poesía, casi siempre bajo el tono de la serenidad, de la mirada atenta e inmersiva, pero sin fuegos de artificio.

Tampoco tiene por qué ser más. En efecto, no es algo nunca visto en el cine, no ofrece una perspectiva original como por ejemplo hicieron películas como “Nómadas del viento” o “El viaje del emperador”. Posiblemente, para muchos pasaría desapercibida entre otros muchos documentales de naturaleza. Pero con frecuencia se olvida que el valor de estos trabajos no tiene por qué estar necesariamente en unas formas más creativas de lo habitual, sino que sobre todo debe estar en el contenido, en el reflejo de lo que se quiere retratar. Qué más se puede pedir que ver el parto de una víbora de Seoane, o el cortejo de hasta cuatro machos de urogallo. El resto, y sin olvidar el mencionado esplendor estético y emotivo de muchas de las secuencias, lo debe poner el espectador, al tratar de comprender, por un lado, la minuciosidad del trabajo de campo a que obliga el buscar escenas como las rodadas, y por otro, y más importante aún, el meollo de la cuestión: que el mayor valor es la propia naturaleza mostrada; lo contrario de esto último sería como fijarnos en el cristal de la botella de vino más que en el propio vino.

Por lo tanto, después de mucho hablar del cómo, me quedo con el qué: La naturaleza de la Cordillera Cantábrica, especialmente en su vertiente norte bañada por el mar homónimo, es un verdadero paraíso de vida, una de las joyas (por no decir la joya) de la geografía ibérica, donde hayedos y robledales albergan todo tipo de especies de fauna, donde agrestes laderas en las que el aparente caos se convierte en armonía de vegetación y roquedos sirven de escenario para tiernas escenas de osas cuidando de sus oseznos. Un lugar que provoca un cambio de sensación en cuanto se cruza de la vertiente sur a la norte, y que a pocos puede dejar indiferente cuando se visita de verdad, en persona, y al que el celuloide difícilmente puede hacer mejor honor que un documental de este tipo.

Por ello, el simple hecho de poder contemplar en pantalla grande algo que estamos habituados a tener que ver por la tele (lo cual tampoco está mal, por mucho que quieran menospreciarlo quienes a su vez menosprecian esta película diciendo que parece “un documental de la 2 como otro cualquiera”, como si eso fuera poca cosa), es algo que creo que merece la pena aprovechar: En el cine hay más posibilidades de sentirse dentro de la imagen, de dejarse llevar por el paisaje. Y sin espectáculos innecesarios. Mientras tanto, otros muchos, para no aburrirse, preferirán programas de animales con algún presentador impresentable con afán de protagonismo, presuntuoso, con nula educación y que se crea muy gracioso, y lo que es peor, que muestre cero respeto por la fauna que muestra en pantalla; inevitable esclavo, en cualquier caso, de los índices de audiencia. Yo, desde luego, no lo prefiero.

jueves, 30 de junio de 2016

2001: Una odisea espacial (Arthur C. Clarke, 1968)

Cuando escribí el post sobre la película 2001, Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, con motivo de su reestreno en salas de cine el año pasado, mencioné que tenía pendiente leer la novela elaborada paralelamente por Arthur C. Clarke. Estos días he cumplido con el objetivo.

En aquella entrada hablaba, entre otras cosas, de la dificultad del film para hacerse entender a la primera, y de la posibilidad -más bien alta probabilidad- de que el libro lo explicase todo mejor. Al mismo tiempo, alababa la capacidad de la obra de Kubrick para transmitir sensaciones que, tal vez gracias a su falta de concreción (efecto nebulosa), permitían una mejor emoción y evasión en el espectador, como pude disfrutar aquella inolvidable tarde del reestreno.

Pues bien, no sé si atreverme a decir la recurrente frase de que el libro me ha gustado más, pero sí que me ha impresionado el hecho de tener tanta capacidad para explicar mucho mejor la historia y su trasfondo como para ser una auténtica escapada para el lector, prácticamente al nivel de como  consigue la película lo segundo.

Toda la trama de la novela resulta brillante en los dos aspectos, pero ello se hace especialmente poderoso en la parte final, donde el viaje definitivo del astronauta Bowman se convierte en una impresionante evocación de travesía por el espacio: Un auténtico meta-viaje. Aquí si creo que supera enormemente a la sustitución que Kubrick hace en la película mediante unas imágenes meramente psicodélicas, que aunque resultan efectivas ni explican ni transmiten la enésima parte que Clarke.

La descripción del paso de la nave Descubrimiento (mejor nombre imposible) por los últimos planetas de Sistema Solar es tan detallada que casi es posible imaginarla con realismo, a pesar de (e incluyéndolo) las inimaginables dimensiones de planetas como Júpiter o Saturno. Las maravillas y bellezas cósmicas que son descritas ante el asombro de Bowman en otras localizaciones del espacio aún más exterior me resultaban sorprendentes, embriagadoras. Y sólo estaba leyéndolo.

A todo lo anterior se suman tres aspectos que aportan una trascendencia especial al viaje de Bowman: Uno, la soledad, enfatizada de forma mega-dimensionada por el hecho de que el astronauta se encuentra a millones de kilómetros de distancia del humano más cercano. Dos, la percepción de la probabilidad, casi certeza, de que no sólo es un viaje sin retorno, sino que su vida apenas podría tener las horas contadas, condicionadas a la disponibilidad de oxígeno de su exigua cápsula. Y tres, el hecho de que las dos desoladoras cuestiones anteriores quedan eclipsadas no sólo por las maravillas que está viendo, sino por la idea de ser la única persona en haber contemplado jamás esos rincones del universo, y más aún la de estar posiblemente dirigiéndose al mayor y más trascendental descubrimiento de la historia de la humanidad.

Aparte de las interesantes reflexiones y estudios psicológicos que propician también todo lo anterior, el caldo de cultivo creado da lugar a que broten sensaciones anímicas asimilables a un cierto estado de embeleso mientras se recorren los renglones del libro. Hasta el punto de que es casi la única vez que he leído una novela en los viajes diarios de tren (entre otras situaciones), y no me he distraído como suele pasarme con la lectura en esos breves lapsos de tiempo.

También he leído algunas partes de esos capítulos finales en mis últimos viajes de montaña, y al tiempo que me dirigía a una excursión solitaria (de hecho, en parajes que prácticamente nadie recorre), posiblemente lograba mejor conexión con la situación de Bowman para ambientarme en ella, aunque obviamente salvando las ridículamente incomparables distancias.

Por último, me gustaría incidir en un tema que ya toqué en la entrada sobre la película. La habitual discusión sobre si el famoso monolito podría representar, más allá de una inteligencia superior del espacio exterior, la idea de dios, y que tanto Clarke como Kubrick negaron. Y leyendo el libro, vuelvo a insistir sobre el paralelismo entre ambos conceptos: El del ser superior de otro mundo y eso a lo que llamamos dios. Ya no se trata únicamente de hasta qué punto el monolito parece ser el creador de la historia de la humanidad a partir de su influencia en los primeros homínidos, y que la película describe casi metafóricamente pero el libro no deja lugar a dudas. Ahora es precisamente ese viaje al encuentro con el paso definitivo para la historia del hombre lo que también me parece, a su manera, una transición al más allá: Bowman cree que está abocado a morir, y luego se encuentra con una forma de vida evolucionada que supone la vida eterna. Incluso hay un paso por una especie de infierno metafórico. De alguna manera, parece refrendar la idea de que detrás de lo que trata de explicar la religión podría haber una explicación totalmente científica. Sería sólo una cuestión del punto de vista, dividido en dos perspectivas: fe o conocimiento.

jueves, 10 de marzo de 2016

Otras reflexiones interesantes de Woody por Allen

Me refiero al libro así titulado, con entrevistas al cineasta norteamericano por el también director sueco Stig Björkman, del que ya saqué algún extracto en una entrada anterior. Ya aviso que no son reflexiones precisamente optimistas.

La primera trata sobre esa especie de poder espiritual o trascendente del arte, pero que a efectos prácticos no hace que la vida física se convierta en trascendente:

“(…) el arte es la religión de los intelectuales. Algunos artistas creen que el arte va a salvarlos, que su arte les va a hacer inmortales, que seguirán viviendo a través de su arte (…) Es un nivel que aporta una gran emoción, estímulo y satisfacción a las personas sensibles y cultas. Pero no salva al artista”.

Precisamente respecto a su propia fe religiosa, responde lo siguiente en otro momento del libro, cuando Björkman le pregunta si aquella es como la del ciudadano medio:

¡Peor! Como mucho, creo que el universo es indiferente. ¡Como mucho!

(…) el universo es banal. Y porque es banal, es malvado. No es diabólicamente malvado. Es malvado en su banalidad. (…) Si vas por la calle y ves gente sin hogar, hambrientos, y te muestras indiferente ante ellos, de algún modo estás siendo malvado. Para mí la indiferencia equivale a la maldad”.

Sobre el éxito y la riqueza. Es quizá algo obvia, pero no por ello sobra; eso sí, aclarando –si es que hace falta- que en el contexto del libro lo expresa como una queja:

No es suficiente tener un buen corazón y grandes aspiraciones. En la sociedad el éxito se cotiza. (…) Son los triunfadores los que se cotizan. Y los triunfadores significan fama, dinero y éxito material”.

Una sobre lo irreal de los mundos falsos creados, también en relación a las creencias religiosas:

“(…) nos creamos un mundo falso y nosotros existimos dentro de ese mundo. A un nivel inferior se puede ver en el deporte. Por ejemplo, crean un mundo de fútbol. Te pierdes en ese mundo y te preocupan cosas sin sentido. Quién marca más tantos, etcétera. Y la gente se queda atrapada. Y otros sacan un montón de dinero, miles de personas lo ven, pensando que es muy importante quién gane. Pero, la verdad es que si te paras a pensarlo un momento, carece completamente de importancia quién gane. No significa nada”.

Resulta llamativo pararse a pensar en la cantidad de esos mundos falsos que se crean, y en todos pasa eso mismo que dice Allen: Carece de importancia para nuestras vidas qué le pase a los personajes de una serie de TV a la que estemos enganchados, quién gane este o aquel concurso, cuántas pantallas pasemos de cierto videojuego, cuántas montañas o de qué altura subamos, qué publiquemos o dejemos de publicar en nuestros blogs (y más con una temática como la de éste), etc. Pero todo ello procura satisfacción, como el arte a los intelectuales, o la fe a los creyentes (y salvando las distancias).

Y por último, y en relación a lo anterior, también ocurre que a veces la propia realidad se manifiesta como mera convención, lo que la hace parecer tan irreal como los mundos falsos, o al menos resulta difícil distinguir lo auténtico de lo inventado:

“ (…) una vez que sales a la calle a la noche tienes la sensación de que se ha acabado la civilización. Las tiendas están cerradas, todo está oscuro y la sensación es distinta. Comienzas a darte cuenta de que la ciudad es tan sólo una convención del hombre y que te viene dada, y que en donde realmente vives es en el planeta. Eres algo salvaje en la naturaleza y toda la civilización que te protege y que te permite comprender algo la vida es obra del hombre y te viene dada”.

sábado, 13 de febrero de 2016

Star Wars, Iron Maiden, y la nostalgia

Se dice desde hace tiempo (desde hace tanto que ya es una doble paradoja) que lo retro está de moda. Pero si hay algo que está en plena actualización es todo aquello de lo que disfrutamos quienes fuimos niños y/o adolescentes en los años 80 y parte de los 90.

Posiblemente la razón sea que la mayoría de los actuales creadores son tan niños grandes como lo somos la mayoría de la sociedad; entre eso y la apología del friquismo, la nostalgia y el remake de lo infantil están servidos. Eso sí, a los superhéroes hay que tratarlos en serio y con realismo, que para eso somos adultos: No queremos creer en los Reyes Magos, pero Batman no puede por menos que merecer un profundo estudio sociológico.

Hay dos ejemplos en los últimos meses (digamos el último medio año) que tocan especialmente mi fibra sensible: La última película de Star Wars y el último disco de Iron Maiden.

Con respecto a la película de Star Wars, son muchos los que la están despedazando por su gran similitud con la trilogía original, pero esto a mí me parece un sinsentido: la razón de ser de que se sigan haciendo películas de Star Wars es la nostalgia, y sin similitud con las originales no hay nostalgia que funcione. La cosa resulta más sangrante después de años de enfurecidas críticas hacia las precuelas (Episodios I, II y III) precisamente por sus defectos de fidelidad a las antiguas. ¿En qué quedamos?

Yo iría más allá: Creo que las posibles copias del Episodio VII a los episodios IV, V y VI son más de tipo estético o superficial. Lo que más puede dar el cante (esto es, el plano digital escondido por un robot y la enésima Estrella de la Muerte), no dejan de ser los habituales Macguffin de la trama, es decir, aquellos elementos que hacen avanzar la historia sin ser lo trascendental de la misma.

Y todavía voy más allá: Si hay algo verdaderamente importante en el argumento que me recuerda a películas anteriores de Star Wars, no es a los antiguas, sino a la más actual de las precuelas: El personaje de Kylo Ren al Anakin de “La Venganza de los Sith” (2005).

Finn es un soldado imperial con dilema moral y que acaba desertando: Idea original y novedosa dentro de la saga, que funciona muy bien. Por otro lado han comparado a Rey con Luke, pero Rey no vive con sus tíos en una granja, sino que es una superviviente solitaria, que de hecho ya se la puede considerar aventurera antes de entrar en acción en la trama (al contrario que Luke), a pesar del poco reputado oficio de chatarrera. Es verdad que desconoce inicialmente (como Luke) su sensibilidad a La Fuerza, pero es que además ya sabe usarla sin saberlo previamente, y tiene una personalidad mucho más decidida que la de Luke, aún sintiendo miedos más intensos que él hacia lo desconocido.

Finn y Rey son dos personajazos, frescos e interesantes, que no veo en absoluto copiados a nadie anterior de la saga. Los cambios en los personajes antiguos son igual de interesantes y coherentes, demostrativos de madurez, lo cual pone la imprescindible pincelada de color otoñal: La nostalgia también es amarga, ya que aunque se conserve el carisma (caso de Han Solo) nada sigue siendo exactamente igual: El propio Solo ya no tiene la socarronería del escepticismo burlón hacia La Fuerza.

Y a partir de ahí, es una película de Star Wars en toda regla, que es lo que cabría esperar cuando vas a ver una película de Star Wars. Funciona estupendamente no sólo porque esté muy bien hecha y por su ritmo trepidante, sino porque recupera la esencia, lo genuino, al contrario que las pretensiones de las precuelas: Es cine de entretenimiento, no es Tolstoi. Pero tampoco me resulta un remake, porque ya he probado a ver los episodios IV al VI después del VII, y luego he repetido el VII, y lo siento pero no me parece igual, no es la misma película. Es el mismo universo, la misma saga, es lógico y coherente que haya similitudes, es inevitable que las haya. Se comprende que para muchos pueda resultar más de lo mismo, pero es que sólo podía ser así, o no ser. Mucho mayores habrían sido las críticas si se hubiera alejado de lo que se esperaba. Es como si vas a ver a Iron Maiden en directo y te quejas de que siempre toquen las mismas, aunque no haya dos conciertos iguales…

Y precisamente con el último disco de Iron Maiden pasa algo parecido: “The Book of Souls” es el trabajo otoñal de los británicos que más se parece a su época dorada de los 80, y sería poco comprensible que a quienes más les gusta este grupo pudiera desagradarles ese planteamiento. Yo reconozco que veo mayor mérito, creatividad y elaboración en discos anteriores como “Dance of Death” (2003) o “A Matter of Death and Life” (2006) (al contrario que en el precedente “The Final Frontier”, 2010, algo más flojo), y en líneas generales aquellos me parecen discos objetivamente mejores que el último, pero para animarme, para sentir ese subidón de adrenalina Heavy Metal que hace 20 años era frecuente en mi vida, cada vez me apetece más escuchar éste.

Y si, también hay copias o autoplagios por doquier; si me pongo a escuchar “Phantom of the Opera” (1980), de repente me arranco a tararear un solo de “The Red and the Black” de este nuevo álbum, por poner un ejemplo. Y no me importa, al contrario, encantado. Otra cosa es que todos sus discos desde aquella época hubieran sido así, más o menos como AC/DC, que no es el caso (a pesar de que siempre han mantenido un sello de identidad).

Y tres cuartos de lo mismo con respecto a la portada: ¿Ha copiado Mark Wilkinson a Derek Riggs? Bueno, sencillamente ha dibujado al mismo personaje que aquel hiciera famoso (porque no podía ser de otra manera), le ha aportado una estética propia y fresca a pesar de los idénticos rasgos, y ha logrado el Eddie más auténtico, convincente y sobrecogedor que se ha visto en una carátula de Iron Maiden desde hace unos 30 años. De hecho, una de las 3 ó 4 mejores portadas de la historia del grupo, para mi gusto. Nuevamente, funciona por su sencillez, por ir a la esencia, a lo genuino, por no tratar de inventar pretenciosamente.

No obstante, tanto en el caso de Star Wars como en el de Iron Maiden, como en el de cualquier revisión de viejas glorias, hay un punto común, que es la definición misma de la nostalgia: Nada vuelve a ser exactamente igual, porque no es lo mismo rememorar que revivir (lo segundo en realidad es imposible): se saborea pero no alimenta igual, no deja el mismo poso, porque de hecho el poso ya estaba.

Lo anterior ocurre incluso viendo ahora las viejas películas, como “El Imperio Contraataca” (1980) o escuchando los viejos discos, como “Peace of Mind” (1983) o “Powerslave” (1984): Ya nunca será igual que las primeras veces. No es mejor ni peor, es distinto. O, como mínimo, es distinto al recuerdo que se tiene de lo que fue. Como jugando con el emulador del viejo ordenador, o como volviendo al lugar en el que se vivió el primer campamento de verano.

viernes, 15 de enero de 2016

El escapismo según Woody Allen

Del libro “Woody por Allen”, con entrevistas realizadas al cineasta por el crítico y realizador de cine Stig Björkman.

Se ha dicho que si hay un gran tema central en mis películas, tiene que ver con la diferencia entre la realidad y la fantasía. Aparece en mis películas con mucha frecuencia. Y creo que en realidad, esto se reduce a que odio la realidad. Y, ya sabe, por desgracia la realidad es el único lugar en el que podemos conseguir un buen filete para la cena.

Creo que esto viene de mi infancia, cuando siempre me evadía en el cine. Era un chico muy impresionable y crecí durante la llamada “edad de oro del cine”, cuando se hacían todas esas películas maravillosas. Me acuerdo del estreno de Casablanca y de Yankee Dandy, todas esas películas americanas, las películas de Preston Sturges, las películas de Capra

Siempre me estaba evadiendo con esas películas. Dejabas atrás tu casa modesta y todos tus problemas con el colegio y la familia y todo eso y te ibas al cine, y allí la gente tenía áticos y teléfonos blancos y las mujeres eran encantadoras y a los hombres siempre se les ocurría una observación ingeniosa en el momento oportuno y pasaban cosas extrañas pero siempre acababan por resolverse y los héroes eran auténticos héroes, y era simplemente estupendo. Así que creo que eso tuvo una influencia tremenda, me produjo una impresión abrumadora.

Y conozco a muchas personas de mi edad que no han sido capaces de liberarse de esta influencia, que han tenido problemas en su vida a causa de ella, porque siguen sin poder comprender –en etapas muy avanzadas de su vida, cuando ya tienen cincuenta o sesenta años- porqué todo aquello en lo que creían, sentían, todo aquello que anhelaban y pensaban, resultó no ser cierto; y porqué la realidad es mucho más dura y mucho más fea.

Cuando nos sentábamos en esas salas de cine, creíamos que era real. No pensabas: bueno, así son las cosas en las películas. Pensabas: bueno, yo no vivo así. Vivo en Brooklyn y en una casa modesta, pero hay mucha gente en el mundo que tiene una casa como ésa, y que monta a caballo y conoce a mujeres hermosas y toma cócteles por la noche. Es simplemente otro estilo de vida. Luego eso se va corroborando por el hecho de que lees los periódicos y ves que hay personas que llevan una vida diferente, y crees que sus vidas son distintas de una manera absolutamente positiva, que sus vidas son distintas y fáciles como en las películas. Es algo tan abrumador; yo no lo he superado nunca. Y conozco a mucha gente que no lo ha superado nunca.

Y aparece continuamente en mi obra. La sensación de querer controlar la realidad, de ser capaz de escribir un argumento para la realidad y hacer que las cosas salgan como tú quieres. Por que lo que hace el escritor –el cineasta o el escritor- es crear un mundo en el que te gustaría vivir. Te gustan las personas que creas. Te gusta la ropa que llevan, las casas en las que viven, su manera de hablar, y eso te da la oportunidad de vivir en ese mundo durante algunos meses. Y esas personas se mueven al compás de una hermosa música, y tú estás en ese mundo. Así que tengo la impresión de que en mis películas hay siempre un sentimiento que lo impregna todo de la vida idealizada, de la fantasía, en contraposición a lo desagradable de la realidad”.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Regreso al pasado con The Musical Box

Mientras la muchachada friqui mundial, espoleada por unos medios de comunicación hechos a imagen y semejanza de nuestra eterna adolescencia (el opio del siglo XXI, el más efectivo por venir incluido sin necesidad de administrarse) celebra una fecha presuntamente fundamental para la historia de la ciencia ficción (como si la primera vez que vimos “Regreso al futuro II” -o incluso la segunda, o la tercera, o...- nos hubiéramos fijado en el día exacto y lo hubiéramos apuntado inmediatamente como algo crucial), yo aún saboreo lo que la noche anterior ha sido para mí un auténtico viaje al pasado, en concreto a los irrepetibles años 70.

Mi objeto de deseo no era un almanaque deportivo, sino una auténtica caja de música, la que toma el título de una de las composiciones fundamentales de los verdaderos Genesis (los de Peter Gabriel, por supuesto) para nombrar a la considerada como mejor banda tributo al mítico grupo de rock progresivo. Este objeto de deseo no recopilaba los resultados de los partidos de la segunda mitad del siglo 20, sino un conjunto de temas inolvidables creados desde la más brillante imaginación en los primeros años de mi década favorita, musicalmente hablando.

Y es que los canadienses The Musical Box, aparte de ser unos músicos de sobresaliente nivel técnico, encabezados por un Denis Gagné que ofrece una interpretación increíblemente creíble de Peter Gabriel tanto en lo vocal como en lo visual, llevan a cabo una réplica tan exacta de los Genesis de aquella época, que inevitablemente te trasladan hasta la misma. A ello ayudaban los decorados, las luces, la escenografía, el vestuario y disfraces, las proyecciones de diapositivas, e incluso los propios instrumentos y amplificadores o al menos su estética (salvo alguna licencia como las pedaleras de los clones de Steve Hackett y Mike Rutherford), todo ello extraído directamente de la gira de “Seiling England By the Pound”, de 1973, que es la que reproducen en su actual gira.

El viaje no sólo es en el tiempo, claro, porque viajar al prog de los 70, máxime en el caso de una de las bandas más evasivas de entonces, es hacerlo en todas las dimensiones a la vez, incluidas las no registradas por la ciencia. Ver al ¿falso? Peter Gabriel con sus marcianas caracterizaciones, representando el surrealismo de manera tan asombrosa, mientras los acordes oníricos se funden con las todavía lisérgicas luces de la bola de espejos girando, es adentrarse en algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados ahora, incluso aunque se sea seguidor habitual del rock progresivo actual.

Y eso también hay que decirlo, el estar sentado en una localidad relativamente alejada del escenario (aun siendo muy bien visible), viendo a The Musical Box casi haciendo honor a su nombre, como metidos en la caja del escenario, con esas características tan alejadas de lo actualmente convencional, casi me daba la sensación de estar viendo una especie de ventana al pasado, como en el cine, sin mucho de eso que ahora se da en llamar “experiencia inmersiva”, y que suena tan “guay” como todo en la tecnología actual (vaticinada o no por la película de Robert Zemeckis). Disfruté del concierto, pero la calidad incontestable con la que estaban tocado piezas tan monumentales como “Firth of Fifth”, “Cinema Show” (qué bien traído el nombre en este punto de la entrada), “Supper´s Ready”, o la homónima del grupo, no llegaba a mis emociones con la misma fuerza que, sin ir más lejos, el concierto de la banda tributo a Genesis española, Harold and the Barrels de hace un año. En otras palabras, y sin irme por las ramas (espacio - temporales), no me acabé de meter del todo en el concierto, o no al menos todo lo que estaba mereciendo la ocasión, objetivamente. También puede ser cosa de cómo me pillara el día, que con Genesis me ocurre que cuando quiero prestarles atención me impresionan menos, pero cuando los tengo puestos de fondo mientras hago algo me acabo distrayendo de la actividad principal con sus genialidades coloristas (con los teclados de Peter Banks normalmente a la cabeza en ese sentido).

En cualquier caso, como quiera que ver en directo a The Musical Box es prácticamente como estar viendo a Genesis en si mismos, sin exagerar, para lo que sí me sirvió la experiencia es para darme cuenta de lo difícil (casi imposible) que es hacerse a la idea de lo que tuvo que ser presenciar algo así hace más de 40 años, incluso aunque entonces se pudiera estar más acostumbrado al estilo. Si ahora impresiona, entonces tenía que alucinarse en todos los colores. En palabras de Ian Anderson, líder de los también míticos Jethro Tull, “nos dieron una lección a todos los que entonces creíamos que hacíamos algo original sobre el escenario”.

Así pues, cuando salí del Teatro Nuevo Apolo de Madrid, aunque me dirigiera a una muy cercana y visible estación del metro, casi necesité cerciorarme de que no tenía que buscar el DeLorean que podía haberme llevado hasta las dos anteriores horas de mi vida...

martes, 29 de septiembre de 2015

Sierra Nevada, Valle de Estós y El Cancho: Reconstruida la isla del montañismo



A riesgo de resultar repetitivo en la temática “Inside Out”, me veo obligado a revisar las conclusiones a las que llegué tras en la entrada sobre el Midi d`Ossau, ya que las experiencias montañeras vividas durante el pasado mes de agosto me han llevado a otro punto de vista, bastante más positivo si cabe que el reflejado entonces. Dije que las emociones parecían estar más contenidas… ¡pues toma ración de nuevos recuerdos, no sé si esenciales, pero sí imborrables!


Sierra Nevada




En Sierra Nevada me reencontré con las viejas excursiones tipo travesía de gran desnivel y kilometraje, de varios días, con macutón a la espalda, y paisajes montañosos verdaderamente imponentes, a un nivel que diría que no experimentaba desde hacia tres años, cuando conocí los circos de Oulettes de Gaube y Gavarnie. No es que las emociones se manifestaran a lo grande, pero por un lado me sentí con ganas de andar, de ascender, de alcanzar nuevos tresmiles; y por otro me volvió a absorber y evadir la grandeza de un paraje de dimensiones impresionantes como las caras norte de La Alcazaba y El Mulhacén, cuando están tan cerca que parece que se te van a caer encima. Era algo que también llevaba tiempo sin percibir como en esta ocasión, pero de momento sin alcanzar el éxtasis contemplativo.





Era una ruta añorada desde hacía muchos años, tantos como los que pasaron desde la primera vez que subí a la cima de la Península Ibérica en 2003, y quise recorrer aquel valle que se veía desde arriba hasta la idílica Laguna de la Mosca. Sin duda ha formado parte esencial  de este final del proceso de reconstrucción de la isla del montañismo, y es curioso que la última vez que estuve en Sierra Nevada fue la que dio lugar al famoso replanteo o paréntesis, del que tanto he hablado por aquí, y cuyos efectos sobre mi afición a la montaña, aunque con altibajos, podrían parecerse lejanamente a la paralización de las islas y confusión de las emociones en la película de Pixar.






Descripción en Pirineos 3000



Valle de Estós




En este nuevo viaje al Pirineo es donde mejor se ha manifestado la metáfora con Inside Out. Nuevamente ha sido un periplo montañero con ganas de esfuerzo deportivo y resultados satisfactorios, acompañados del disfrute de un paisaje embriagador, tan bonito y bucólico por su vida y color como espectacular por sus altivos desniveles.






Pero sobre todo ha sido, como decía, el lugar donde he recibido otra verdadera lección emocional, saboreando un momento inolvidable. Esto tuvo lugar durante el objetivo principal del viaje, quitarme la espina del intento fallido de ascensión al Perdiguero, cuatro años antes. Al llegar al Collado Ubago, donde conecté con la ruta que hice entonces, y reconocer de nuevo el maravilloso paisaje del Valle de Literola, registrado en mi memoria en aquel día de tanto esfuerzo aparentemente infructuoso, el recuerdo (tal vez esencial) activó mis emociones de una manera que no sentía en la montaña desde la Ascensión al Mont Blanc, pero además con una intensidad multiplicada, y una posibilidad de desahogo absoluta, sin ningún tipo de pudor, al estar completamente solo en ese momento. Felicidad de la de verdad, de la que hace llorar a moco tendido mientras te es imposible borrar la sonrisa que tienes dibujada en la cara. Ya sabía que esta vez sí iba a llegar a la cima del Perdiguero, pero eso era lo de menos, pues también sabía que el momento culminante era ese, aunque aún me quedaran 500 metros de ascensión, que en cualquier caso hice, para comprobar que efectivamente la cumbre fue más anecdótica que emocionante. No siempre la recompensa está arriba del todo, pero hay que tener el objetivo de alcanzar la cima para poder pasar por todos los lugares que te pueden hacer sentir algo especial. En cualquier caso, eso de que Alegría estaba como agazapada últimamente, como dije en la entrada del Midi d´Ossau, se borró de un plumazo en ese momento del Collado Ubago.






Los dos días restantes del viaje, ya con la mencionada isla del montañismo conscientemente reactivada, me llevaron a sensaciones más relajadas pero en cualquier caso más entusiastas que la mayoría de las de los últimos meses (y años) en la montaña. De nuevo como en Sierra Nevada, estaba con ganas de conquistar, no cimas ni trofeos, sino recuerdos, imágenes, satisfacciones por ver que sigo teniendo capacidad para lograr lo que me propongo y disfrutar lo que la naturaleza nos ofrece. El día de los Picos de Clarabide y Gías en plan deportivo, sumando más tresmiles que nunca en un solo día, y el del regreso a Benasque necesitando parar cada dos por tres a empaparme de las bellezas del Valle de Estós, porque el cuerpo me pedía, como un niño, disfrutar de cada salto de agua que iba encontrando en el tramo de las Gorges Galantes. Una sensación de perder la noción del tiempo, alcanzando el mencionado éxtasis contemplativo, que hacía mucho que no me ocurría.






Descripciones en Pirineos 3000:

Perdiguero.

Clarabide y Gías.


El Cancho




En comparación con todo lo vivido durante el mes previo, desde el Midi d`Ossau, El Cancho parecía a priori un objetivo de menor relevancia, pero al mismo tiempo tenía su motivación en el hecho de ser mi tercer intento a esta montaña más o menos olvidada de Gredos. Posiblemente la ilusión previa habría sido mayor sin los éxitos inmediatamente anteriores haciendo sombra, aunque también estaba el hecho de sentirme, ahora sí, nuevamente “on fire” en el ánimo montañero, el cual no habría sido el mismo sin el Midi, Sierra Nevada y el Valle de Estós (paradoja). Por otro lado, el recuerdo (esencial o no) en este caso del primer intento me retrotraía a vivencias personales que sí son, seguro, básicas de aquella época de mi vida y para el resto de la misma, en lo que se refiere a mi familia.




El desarrollo de esta ascensión estuvo nuevamente caracterizado por una estrategia montañera basada en un ritmo de marcha perseverante, deportivo, huyendo de la pachorra, tomando el objetivo de hacer cima como un reto que había que cumplir sí o sí, aunque por la marcha pudieran surgir apetencias más contemplativas. Ya en la bajada me lo pude plantear de otra manera. Y aunque a la tercera fue la vencida, tampoco me lo tomé en plan triunfal ni mucho menos. Disfruté más de lo vistoso y salvaje del entorno, más de lo que esperaba, y de la sobrecogedora soledad en mucha distancia a la redonda.




En la cima, quise buscar la emoción esta vez con la ayuda de la música; tras varias canciones que no surtieron efecto, la encontré cuando mis pensamientos, de nuevo centrados en cuestiones familiares y en etapas de mi pasado, quedaron fundidos con la preciosa balada “Dante´s Prayer” de Loreena McKennit, haciendo que en este caso apareciera Tristeza manejando los resortes de mi mente. Y mientras Loreena insistía con la frase final “Please remember me”, yo pensaba ¿cómo voy a olvidarte, si eres mi pasado, y sin ti no puedo explicarme lo que soy? Sin ti no estaría ahora aquí arriba, contemplando este último paisaje de mi agosto de 2015.



Y sí, como en la película, necesitaba también esas lágrimas de Tristeza, tanto como las de Alegría en el Collado Ubago.

Descripción en Pirineos 3000.



¿Y ahora…?

Porque claro, por muy reconstruida que parezca que está de nuevo la isla, con sus nuevas y actuales características, de la misma manera que se ha vuelto a levantar puede volver a caer. También parecía que tras el Mont Blanc estaba de nuevo motivado, pero precisamente la dificultad de superar algo así volvía todo lo posterior demasiado modesto. Y nunca falta el riesgo de una mala experiencia psicológica puntual, muy de Inside Out, como fue algún momento de Semana Santa de 2005 en Aigüestortes…

De momento, mi idea es agarrarme a lo que creo que ha impulsado silenciosamente que estos viajes de este verano hayan dado tantos frutos anímicos, y que no es otra cosa que la constancia. La constancia en la búsqueda de la exigencia física en excursiones, que ya tuvo un primer capítulo en diciembre de 2012, germen de la motivación para el Mont Blanc, y que más tarde ha dado lugar a esas ascensiones “contra el cronómetro” que, en contra de lo que nunca habría pensado, me están resultando muy entretenidas, y caldo de cultivo para proponerme proyectos un tanto firquis, pero en cualquier caso atractivos y activadores del ánimo (posiblemente hablaré de ello por aquí en algún momento). De momento ya he disfrutado de dos excursiones en septiembre siguiendo esa dinámica, en La Maliciosa y La Covacha, y el cumplir con lo planeado y sentirme tan bien físicamente me sigue impulsando a ir a por más. Paralelamente, lo experimentado en cuanto a crecimiento y aprendizaje con la escalada en los últimos tres años es otra metáfora de esa misma constancia (también tengo pendiente hablar de ello).



Al final, partido a partido, se acaban logrando cosas. Y eso vale para todo, para la vida misma. Pero nunca si no hay algo más que la simple anécdota de “tocar el hito de la cima”. Hay que subir, pero con el objetivo de sentir.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Everest (Baltasar Kormákur)

Desde que leí “Mal de altura” de John Krakauer tengo pendiente dedicarle una entrada, pero también es verdad que lo quise dejar pospuesto a la lectura del otro libro que se escribió acerca de los hecho acaecidos en el Everest en Mayo de 1996, “Everest 1996” de Anatoli Bukreev. Ahora que iba a estrenarse la película basada en la misma historia real, había pensado incluso que la entrada podría haber conjugado las tres obras en un mismo post, pero vista la película, creo que esta va a aportar poco o nada, argumentalmente, a lo que seguramente ofrecen los libros (desde luego ya lo sé en el caso del de Krakauer), así que haré un no muy extenso comentario acerca del film, una vez visto.

En resumidas cuentas ya lo he dicho: Los hechos narrados en “Everest” de Baltasar Kormákur no dicen nada que no se supiera ya. La película es visualmente espectacular, más o menos emotiva, y no cae en excesos sensacionalistas, que es lo que aparentaba el tráiler, y todo eso se agradece. Pero el trasfondo de la historia reclamaba algo más de “chicha”. Entiendo que, dada la polémica que generaron en su día tanto los sucesos como el propio libro de Krakauer, tal vez los realizadores no se han atrevido a afrontar más de cara el drama y sus interpretaciones, limitándose a una exposición bastante aséptica. Pero eso último tal vez también habría sido posible sin dejar de lado una visión algo más profunda, más humana y racional de los hechos. A mi juicio queda un tanto plana en cuanto al guión, casi tipo documental, exceptuando algunos detalles.

Junto a todo ello, las frases sobre enfrentarse a la montaña y no a los otros montañeros, o sobre las razones emocionales que llevan a una pasión tan arriesgada, resultan estar más que repetidas a estas alturas. Para el aficionado al alpinismo que acuda al cine no habrá ninguna aportación que no haya leído antes en muchos libros (o mejor, sentido por sí mismo), y para el aficionado al cine pero neófito en montañismo, más allá de ver una decente película de acción, probablemente la sensación será la que ya tiene gracias al tratamiento mediático de este mundo: Que todo lo que tiene que ver con el alpinismo parece estar única y exclusivamente relacionado con los accidentes mortales. No me imagino cuánta gente iría a las playas si sólo se hablara de los que se ahogan en las mismas (este verano es la primera vez que se recoge el dato, y han sido unos 150 en España), o qué pasaría si en vez de anuncios de coches se pusieran imágenes de accidentes mortales en carretera…

Al final, los montañeros siempre echaremos en falta películas que traten la parte amable de la montaña, y que realmente trasladen el sentimiento que lleva a explorarlas, junto con las sensaciones que se viven arriba, y que más allá del logro de su conquista (que tampoco difiere en exceso de otras historias típicas sobre el éxito), conlleva una interiorización que pocos directores de cine deben ser capaces de plasmar, y sobre todo muy pocos estudios deben estar dispuestos a financiar. Si no hay muerte, no hay de lo que hablar.

Sobre el trasfondo de la historia real, espero poder escribir por aquí alguna vez, cuando como he dicho haya leído el libro de Bukreev, pero puede que para entonces también tenga que revisar el de Krakauer…

sábado, 19 de septiembre de 2015

Inside Out: ¿escapar de la nostalgia o hacia ella?

Dije que dedicaría un post al último título de la factoría Pixar, ya que es una de las películas que más me han tocado la fibra en muchos años, pero que antes la vería por segunda vez. Ahora que ya había cumplido con esto, no sabía qué expresar exactamente ni cómo, sobre todo sin repetir lo obvio o lo que ya se ha dicho en múltiples medios, pero en el fondo había una manera interesante y sincera –por mi parte- de tratarlo, en la que además el título de la entrada quedaba niquelado con el del blog (y no es postureo, salió así de forma natural, lo juro).

Tras el primer visionado de Inside Out, la sensación es que prevalece el asombro ante el poder narrativo de la cinta; cómo consigue tratar un tema tan complejo como la psicología de manera que resulte liviano, didáctico, divertido, emocionante, fantástico e incluso épico, mezclando tantos conceptos y sin decaer jamás en el ritmo, a pesar de sus muy diferentes facetas y tempos. Por supuesto que los detalles más intimistas también calan, y mucho, pero como una más de todas esas características.

Sin embargo, la segunda vez la película me pareció menos complicada; en contra de lo que esperaba, no encontré muchos más detalles de los que percibí mes y medio antes. Volvió a parecerme una genialidad narrativa, porque volví a disfrutarla de principio a fin sin que decayera la emoción, pero ya sin el asombro ante lo aparentemente increíble que resulta el desarrollo del planteamiento la primera vez. Sin embargo, esto no fue una decepción, porque abrió paso a lo que creo que convierte a esta película en una obra maestra, y que esta segunda vez se manifestó con mayor poderío si cabe que la primera: Su capacidad incomparable para definir el sentimiento de la nostalgia.

Y es precisamente en este aspecto donde encuentro la materia para conectar el sentimiento de la película con el del blog. El planteamiento de Inside Out lleva a la necesidad de afrontar esa nostalgia, de no huir de ella, para poder pasar la página de nuestra vida anterior e irrecuperable y seguir adelante, lo que de entrada es contrario a lo mucho que nos han hablado siempre acerca de sonreír siempre y sin más ante los malos momentos. Y sin negar en absoluto esa valiosa auto – terapia de asumir la tristeza (válida a cualquier edad, por cierto), se produce aquí la (otra) paradoja: la de la posibilidad amarga pero reconfortante de quedarse anclado a ese pasado, a esa nostalgia que nos da pena pero que sigue pareciéndonos preferible a posibles presentes más vacíos o decepcionantes, insuficientes para tener ganas de seguir. Porque en definitiva hace falta sentir para seguir, ya sea esa emoción positiva o negativa.

De ahí que a veces se pueda llegar a dudar si es del presente de lo que queremos o necesitamos escapar, o bien del pasado. No siempre estamos satisfechos de ser lo que somos, o de en qué se ha convertido nuestra vida con el paso de los años (sobre todo si teníamos otras expectativas), pero tampoco sabemos hacia dónde regresar, ni cómo volver a un estado del que nuestros recuerdos se han convertido en difusos, grises, e incluso se desvanecen como ceniza amontonados en el fondo del almacén de la memoria borrada. Todo lo que se desmorona hacia ese pozo a lo largo de la película me produce un poderosísimo sentimiento de pérdida de la inocencia, de demolición de la infancia, que todos hemos vivido, y que es representado en pantalla y transmitido con una convicción increíble. Inevitable, pero siempre triste.

Al final, la salida a este dilema anímico creo que está en una idea tan cierta como lo dicho hasta ahora, y además muy simple: Lo que nos producirá nostalgia en el futuro será lo que vivamos en el presente, así que mejor aprovecharlo ahora que cuando ya sea inalcanzable más adelante (y sin pensar tampoco mucho en ello, porque podría llevar a otro tipo de nostalgia peor: la que se proyecta hacia el futuro…)

Conclusión: En este caso, mejor vivir que escapar (pero sin olvidar del todo, ojo).

sábado, 1 de agosto de 2015

Midi d`Ossau, una experiencia Inside Out





En el montañismo, son Atracción y Deseo las emociones con las que arranca toda futura ascensión, las chispas que activan los motores del compromiso y el esfuerzo que hay que hacer para llegar a la cima. En el caso del Midi d`Ossau, es el ejemplo perfecto de montaña que por su belleza y altivez pone automáticamente en marcha esos sentimientos a cualquier amante de lo inhóspito.



Luego, durante la ascensión, pueden entrar en juego otras emociones. Alegría llega a estar presente a veces, pero en mi caso más bien he experimentado casi siempre un tipo de sentimiento más sereno; quizá éxtasis contemplativo suene demasiado rimbombante, así que lo dejaré en el nombre de la emoción protagonista. Y es curioso, porque muchas veces esa serenidad contemplativa en una mezcla muy bien avenida de Alegría y Tristeza: Al mismo tiempo que se siente felicidad ante tanta belleza, también se siente melancolía al percibir que hemos renunciado a vivir en esos ambientes naturales para cambiarlos por otros, que normalmente nos resultan más fríos e incluso llegan a activar con frecuencia a Ira.



Y sobre todo está Miedo. En cuántas ocasiones habrá hecho difícil esta emoción la propia activación de la chispa que decía en el primer párrafo, como si los motores estuvieran gripados, y la misma preparación previa de una actividad montañera ha estado condicionada e incluso en algún caso echada a perder. Por no hablar de cuando Miedo aparece en la propia realización de la ascensión. Entonces sí que te puedes olvidar de Alegría y del éxtasis contemplativo; lo único que quieres es salir cuanto antes de ahí. Eso sí, cuando sales, si además haces cima, puedes llegar a sentir un tipo de felicidad o satisfacción que roza la euforia.




Pero, como vengo comentando desde hace tiempo en el blog, mis emociones en la montaña –y seguramente en la vida en general- no parecen las mismas que hasta hace algunos años. La ascensión al Midi d`Ossau ha venido a confirmarme y aclararme esto un poco mejor. Y con la ayuda de esa maravillosa lección emocional que es la película Inside Out (y a la que me gustaría dedicar una entrada completa cuando la haya visto al menos por segunda vez), creo que me resulta especialmente fácil explicarlo (si es que lo he entendido bien).




La conclusión es que, en mi caso, Alegría y Miedo han aprendido a llevarse bien, para lo cual ambas han tenido que ceder un poco. Ni la alegría es tan intensa como antes, ni el miedo tampoco. Supongo que además habría que sumar a ello Atracción y Deseo, que se lo toman también con más calma. Y la consecuencia es que, en caso de que el motor no se active, o no me lleve a la cima, no hay tanta decepción, y por lo tanto Tristeza o Ira son bastante más soportables, o incluso apenas se notan.





Traducción: Hace años seguramente me habría asustado más durante las trepadas de las chimeneas del Midi (ahora sólo me ha ocurrido en la noche previa). Pero también me habría emocionado mucho más ante el extraordinario mar de nubes que contemplamos a sus pies, o al hacer cima.




Por supuesto, es verdad que los recuerdos de muchas ascensiones del pasado tienen un carácter emocional modificado. Ahora recuerdo con cariño o con humor ocasiones en las que lo pasé mal, como en los primeros intentos fracasados al Almanzor por la Garganta de Chilla, en Aigüestortes con nieve en pésimas condiciones, antes de vivaquear en pleno canchal junto al glaciar del Aneto, o bajando en plena niebla por las palas de nieve del Moncayo con el susto en el cuerpo de haber visto resbalar a unos amigos. Pero por otro lado también me produce melancolía saber que la emoción exultante de hacer primeras cimas en Guadarrama me resulta ya casi irrecuperable.




Volviendo al Midi d`Ossau, algo me dice que el mayor recuerdo durante el futuro lo voy a tener desde la perspectiva en la que antes se activaban Atracción y Deseo, o sea desde abajo y desde cierta distancia, que es desde donde más destaca esta montaña de belleza imponente, carácter aislado y arrogancia vertical. Si vuelvo a nuevos rincones y cimas del Valle de Tena, desde donde tantas veces contemplé la inconfundible figura del Midi, cogiéndole cariño y ganas en la misma proporción durante varios años, supongo que a partir de ahora me transmitirá otras emociones, lo miraré de otra forma, será un recuerdo modificado por el hecho –y el trance psicológico- de haberme atrevido a hacer cima (y haberla hecho).






Eso sí, como cierre añadiré, respecto de aquello que suelen decirnos quienes no entienden nuestra afición por el montañismo y las alturas (“¿No os importa el peligro?”, etc.). A mí sí me importa el peligro. Y sobre todo, el peligro de dejar de hacer lo que me gusta por Miedo.



Descripción en Pirineos 3000.

viernes, 1 de mayo de 2015

El último lobo (Jean-Jacques Annaud)

Me da algo de rabia pensarlo, pero es posible que el visionado de esta película me haya pillado no del todo receptivo, porque no he acabado de disfrutarla todo lo que esperaba, al mismo tiempo que, mientras la veía, comprobaba que tiene muchos de los elementos de contenido y de forma que me suelen agradar en el cine (e incluso en la vida misma), y no exentos de calidad, cosa que en cualquier caso era previsible, teniendo el cuenta la temática y el director.

Tal vez sea ese aspecto previsible lo que esta vez me ha pesado más en la receptividad, como me viene pasando en general en la montaña desde hace tiempo: De tan visto como lo tengo, ya no me sorprende tanto.

Aunque también podría ser, al mismo tiempo, algo perteneciente a la propia película. No exclusivamente por culpa de ésta, sino por la relación entre su estilo y mi costumbre cultural (o falta de ella) en lo que a cine se refiere. Algo que ya me pasó con una película de estilo y ambiente más o menos similares, de la que hablé por aquí: El clásico de Akira Kurosawa Dersu Uzala: Director japonés, escenario entre China y Rusia. En el caso de El último lobo, estamos hablando de un film producido y rodado en China, con actores chinos, dirigido por un realizador francés, que para más inri mezcla con frecuencia su estilo natural con formas y técnicas del cine comercial estadounidense, como ya mostró por ejemplo en Siete años en el Tíbet. Esto último queda de manifiesto en la épica subrayada por la –por otro lado brillante- banda sonora de James Horner, así como en las espectaculares y muy meritorias escenas de acción, con potentes planos aéreos y retoques digitales prácticamente imperceptibles; pasa lo mismo con el 3D, pero no lo voy a tratar porque la vimos en 2D (y tampoco me la imagino especialmente idónea para la tercera dimensión, la verdad).

Quizá esa mezcla de espectacularidad hollywoodiense con la narrativa típicamente delicada del cine francés y la cultura y diálogos de una China rural me dejó un tanto desconcertado en lo que a transmisión de emociones se refiere. A partir de aquí (o de mi, insisto, tal vez poco receptivo ánimo de aquel día, o bien de ambas cosas), me parece que ni la crítica que podría hacer sería del todo justa, ni los aspectos más positivos e importantes –en relación a la temática de este blog, que tiene bastante- quedarían reflejados como me habría gustado. Dicho esto, no se trata de que la película no me haya gustado, sino de que lo ha hecho en menor medida de lo que esperaba. Así pues, en cualquier caso me queda mencionar esos elementos que hacen a El último lobo especialmente apta para salir en una entrada de este blog, y que desde luego creo que en general merecen una valoración favorable.

Por un lado, el mensaje: Otra muestra más de cómo la naturaleza tiene una lógica inquebrantable que el ser humano se empeña en cambiar con su propia “lógica” caprichosa, lo que provoca una respuesta de aquella que le perjudica a él mismo. Es una idea parecida, y con la misma temática-metáfora, que en otra película que me gustó mas y de la que ya hablé, la española Entre lobos. En ambos casos se agradece, además, que no caigan en el error del exceso ecologista, tan manido a estas alturas, y que tanto daño ha hecho a la credibilidad del propio mensaje, si bien en la de Jean-Jacques Annaud se moja algo más, lo que hace que me quede con la naturalidad de la rodada por Gerardo Olivares (que por otro lado se centraba más en el aspecto humano). Hay mensajes que hablan mejor por sí solos. En cualquier caso, El último lobo no cruza la raya hacia lo maniqueo, ni mucho menos.

Por otro lado, la estética del film. Poco que decir ante los preciosos y apacibles paisajes de la estepa china, maravillosamente trasladados a la pantalla en estupendos planos panorámicos, repletos de luz, de belleza y de color, y de nuevo sin perder el tono de naturalidad propia del ambiente, sin caer en retoques superfluos. Esa traslación al cine de los ambientes naturales y rurales, que sin duda son los que me suele pedir el cuerpo y el ánimo –aunque ahora no tanto como antes, como dije al principio-, y que suele dar lugar a obras muy estimables (dos de ellas mencionadas aquí), porque creo que cine y naturaleza casan muy bien, es posiblemente lo que más me gustó de la película…

…Pues sí, otra vez más preferí la “música” antes que la “letra”, como en la anterior entrada sobre cine (y que de hecho es el post inmediatamente anterior a éste): 2001:Odisea del espacio. Aunque es cierto que, en este caso, el no apreciar por igual la letra me ha dejado un poco contrariado, de la misma manera que en la película de Stanley Kubrick es probable que el disfrute del argumento haya reforzado al de la estética.

P.D.: También estoy pensando que es posible que en lo de la “música” vaya incluido el estilo narrativo, que en el caso de El último lobo ya he dicho que no me ha convencido del todo, así que igual me estoy haciendo la picha un lío…