viernes, 1 de mayo de 2020

Vivir es escapar. Escapar es vivir


…Pero sin confundir escapar con huir.

Porque huir me parece más un gerundio. Y escapar me suena mejor en participio:

Si huyes siempre estás huyendo. Si has escapado has vivido.

Se huye de. Se escapa hacia.

Malo cuando “de” es la parte de la vida que no te gusta, que te aprisiona, que no te hace sentir vivo, los “medios” o “herramientas” para vivir cuya cantidad según Thoreau reducían en proporción directa las oportunidades de vivir. Porque sin embargo hay que aceptar que hay que vivir esa parte de la vida, porque es inevitable en mayor o menor medida, porque es un peaje que toca pagar para poder seguir viviendo el viaje. Mejor no sentir que hay que huir de ello.

Peor cuando “de” es uno mismo, sus miedos, sus inseguridades, sus pérdidas, sus duelos, su desorientación en escenarios no vividos antes, su hastío, su sensación de fracaso, su falta de amor propio, su sentimiento de culpa, sus arrepentimientos, su autocompasión… Estar encerrado en uno mismo es mucho peor que estarlo físicamente. No hay peor confinamiento que el de la mente… Pero ni se puede ni se debe huir de ella, tampoco.

La solución es escapar hacia la vida. La solución es encontrarse con el interior de uno mismo que nos ha permitido recorrer la parte del viaje que sí nos gustó (o que recordamos que nos gustó).

La solución es permitir a la mente encontrar su libertad. Porque es en la mente donde empieza y termina la libertad de una persona. Si la mente no ha escapado, no hay diferencia entre ser físicamente libre o estar confinado. Si la mente por fin ha logrado escapar, el fin del encierro (o la desescalada) es un nuevo deseo, y ese deseo es sinónimo de vivir, se cumpla cuando se cumpla de forma efectiva, sea cual sea el tiempo o la distancia que quedan.

No es verdad que sea en los peores momentos cuando surge la creatividad; no al menos para mí. El peor momento de mi vida ha sido mi mayor laguna, mi mayor espacio vacío. Todo este tiempo sin entradas en este blog es un espejo de esa laguna. La mente embotada, la mente confinada. No reconocerse a uno mismo. No reconocer los escenarios de mi vida. Convertir los buenos recuerdos en recuerdos amargos. Destruir todas las islas de “Inside Out”. No poder decir si quiera aquello de “que me quiten lo bailao”, porque “lo bailao” ha perdido su valor y su sentido, no ha servido para nada si al final me ha llevado a ese pozo en el que me he hundido. “Lo bailao” es incluso la razón, el culpable, de mi caída. Confundí un camino por desorientación, y me perdí, llegué a un callejón sin salida. Me enrisqué, me metí en un brete.

La diferencia entre la tristeza y la depresión es que la segunda parece que no se va a acabar nunca. Que ya siempre va a ser así. Que ya siempre voy a ser así. No se ve ningún atisbo de luz al final del túnel si el túnel no tiene final. Más bien parece que va a ir a peor, cada vez más oscuro, cada vez más estrecho, cada vez más confinado…

…Y sin embargo se acaba. Se sale del túnel. No sabes cómo, pero se sale. Se encuentra el camino, u otro camino, una “nueva normalidad”. O muchos otros caminos. Y ya no hay miedo a volver a perderse, no hay miedo a la confusión. Porque lo que en el túnel parecía haber sido una confusión de nuevo parece que fue un posible camino acertado, uno de tantos, pero sobre todo el que te dijo el corazón en aquel momento. Porque los buenos recuerdos vuelven a ser buenos. Porque las islas vuelven a estar ahí. Se ha escapado.  Y se sigue viviendo. Y escapando… aunque sea un gerundio




… Qué fácil es decirlo (escribirlo) a toro pasado…