domingo, 16 de diciembre de 2018

martes, 4 de diciembre de 2018

Los recuerdos que siempre me acompañarán

Ser buena persona no consiste en aparentarlo. Tú lo eras, y eso fue mucho más que suficiente.



Te agradezco toda mi vida contigo, papá. Espero que los últimos años, y todos, te haya aportado tanto como tú a mí.



Igual que dije cuando mamá, no me alegra, pero si me consuela (ahora menos que entonces), que hayas podido escapar.

 



Nunca podré llegar a agradeceros todo lo que me disteis, e incluso me seguís dando. Os echo mucho de menos. Os recordaré siempre.


viernes, 7 de septiembre de 2018

viernes, 3 de agosto de 2018

Walden o la vida en los bosques (Henry D. Thoreau, 1854)

Cuando inicié este blog hace ya cerca de 10 años, no sabía en absoluto hacia dónde me llevaría. Al margen de aquella intención inicial, seguramente más lúdica que filosófica, de impulsar y dar sentido a mi deseo de salir a la montaña y de desarrollar todas aquellas actividades que sentía que me alejaban de la rutina que parecía pintar de gris mi vida, poco a poco me vi investigando en diversas fuentes sobre el anhelo de escapismo buscado por muchos en diferentes épocas de la historia (en general más bien recientes).

Plasmé así lo que distintos “aventureros” de variopinta índole dejaron reflejado en libros, bien de su propio puño, bien a través de otros investigadores de sus andanzas. Muchos de ellos revelaban a través de sus experiencias ese afán por la huida de la vida convencional, que más allá del nivel físico, llevaba a otro más conceptual o esencial. Y poco a poco iba empapándome de esa filosofía, aunque sin acabar de abrazarla del todo (ya estaba la duda planteada en el título del blog).

Luego, con los años, y con las experiencias aquí mostradas, todas esas ideas no acabaron de cristalizar en una ideología clara, porque al mismo tiempo seguía viviendo la vida real, la convencional, y ésta me iba dando lecciones cada vez más difíciles de contestar, por mucho blog y mucho libro y mucho escapismo que me chutara en vena. Llegó un punto en que las alternativas y las evasiones me resultaban manidas; habían dejado de conmoverme. Tal vez porque había acabado pensando como vivía, y no al revés.

Y en todo ese lapso, me había dejado sin leer lo que podría considerarse como una de las principales piedras filosofales de todo este asunto de la rebeldía naturalista contra la civilización y la sociedad, el Walden de Thoreau: El que podría haber sido el libro iniciático o la Biblia de este blog, si bien lo fue indirectamente, a través de otros influidos por el mismo como Hacia rutas salvajes, la película Dersu Uzala (tengo pendiente el libro), o –tal vez- Recuerdos de un montañero, por poner tres ejemplos.

No esperaba, por lo tanto, que a estas alturas el libro de Thoreau me volviera a “volar la cabeza” como en su día lo habían hecho aquellas obras en las que me veía gratamente sorprendido por sentir tal afinidad con los sentimientos de escapismo de sus autores o protagonistas. Y efectivamente, no lo ha hecho; ha llegado tarde. No porque ya no crea en la esencia de esas ideas plasmadas, o en la razón de su inspiración (la libertad natural perdida frente a la obligación social), sino porque ahora sí lo siento como utópico, como inalcanzable, y sólo disfrutable eventualmente y en muy pequeñas fracciones del ideal. Esas fracciones son todos esos viajes a la montaña reflejados estos años del blog, y que apenas suponen minúsculos islotes de libertad en un inmenso océano de sumisión. Lo que no quita que sean islotes muy disfrutables y reconfortantes, tanto en ellos mismos como en el recuerdo, y que uno se sienta privilegiado de poder apreciarlos sabiendo que mucha gente los desconoce (aunque otros tendrán otro tipos de “islotes”).

Pero tenía que leerlo, era una referencia inevitable que me debía a mí mismo, y que le debía al blog. Una vez que me hice con el libro, todavía tardé bastante en ser capaz de empezarlo, tal vez porque el primer capítulo es con diferencia el más largo (sus cerca de 100 páginas suponen casi la cuarta parte de la obra) y encima se titula “Economía”; luego resulta ser ese capítulo de los más amenos, además de una elaborada síntesis de la filosofía de Thoreau; hay capítulos posteriores bastante más densos, demasiado descriptivos, incluyendo aspectos naturalistas, pero sin excesiva gracia para mi gusto, salvo excepciones.

En general, y al margen de que echo en falta tener un mayor bagaje cultural para captar todo lo que cuenta el autor (ya que recurre con frecuencia a los clásicos, a Homero por ejemplo), el libro se me hace muy interesante en extractos concretos sacados de aquí y allá a lo largo de la obra. De hecho, cuando he repasado las partes que había subrayado para sacar algo interesante para esta entrada, el resumen logrado con esos renglones seleccionados me ha resultado mucho más impactante que la lectura completa del libro. Y, al mismo tiempo, son muchas ideas como para seleccionar las mejores, o como para hacer un interminable “copia – pega”. Pero no puedo dejar de mencionar algunas.

Sin llegar todavía al ingenuo pero revitalizante radicalismo de Alexandra David Neal, Thoreau retrotrae a una época en la que el anarquismo era más culto que la norma institucional, en la que habría sido él desde su cabaña en el bosque el que habría llamado “perroflautas” a los burgueses de la ciudad (tampoco digo con ello que lo contrario sea actualmente lo único). Y cuenta con la misma sencillez que Miriam García Pascual o que Julio Villar un siglo y pico más tarde unas experiencias que el progreso industrial ha ido borrando de nuestras vidas, y ya a mediados de aquel siglo XIX empezaba a dejar las huellas nostálgicas de un pasado irrecuperable (utópico).

Pero hay mensajes que siguen vigentes, y que incluso se hacen más vigentes con cada nuevo y “esplendoroso” impulso del progreso, como ocurre en este siglo XXI con la “revolución digital”, para la que valdría esta frase de Thoreau: “Nuestros inventos suelen ser juguetes bonitos que distraen nuestra atención de cosas más serias. No son sino medios mejores para llegar a un fin que no ha mejorado y que nunca ha dejado de ser de logro demasiado fácil”. Las citas elocuentes extraíbles se suceden a lo largo de la obra:

Las oportunidades de vivir disminuyen en proporción directa al aumento de los llamados “medios””.

El hombre cuyo caballo corre una milla por minuto no siempre es portador del mensaje más importante”.

Dadme la verdad antes que el amor, el dinero y la fama”.

La humildad, como la oscuridad, revela las luces del cielo”.

El hombre civilizado es un salvaje con más conocimientos y experiencias”.

Los hombres se han convertido en herramientas de sus herramientas. Aquel que con toda libertad tomaba el fruto del árbol para calmar su hambre se ha vuelto agricultor”.

Aunque haya pasado siglo y medio, muchos de los argumentos de Thoreau me siguen resultando igual de convincentes o, al menos, difíciles de contestar, aun sabiendo que la mayoría de la gente común los rebatiría sin dudarlo, e incluso aun sabiendo que ni yo mismo me atrevo a vivir acorde a ellos. Pero es que en la actualidad me resulta tan evidente y constantemente reflejada ante mis ojos esa idea de que nos hemos cargado de productos espurios del progreso a los que nos hemos acostumbrado a considerar necesarios, y a creer de forma falaz que sin ellos ya no podemos vivir, que no me resulta nada difícil entender el grado en que podía percibir eso mismo un “anticivilización” del siglo XIX desde su ascetismo en medio del bosque. Thoreau quería regresar a lo esencial, “no deseaba vivir lo que no es vida”.

¿Y por qué aun entendiéndolo con parecida claridad a él he acabado sin embargo volviéndome escéptico ante ello? Bueno, tal vez sea una vuelta de tuerca: Es posible que a estas alturas, el tratar de regresar a estilos de vida ancestrales resulte en su concepción tan artificial como obsesionarse con seguir la corriente y estar a la última en cada adelanto que vaya surgiendo, porque de hecho parece una intencionada huida de lo segundo, lo cual puede que sea otra forma de mostrar obsesión hacia ello. Era natural cuando era natural, cuando no había otra opción (o pocas más) dado el desarrollo humano; ahora es forzado, como ser “anti”, o como votar a un partido no porque te guste sino por que odias a su opuesto.

Quizá me he quedado en un conformista punto intermedio o estancado. Pero quizá eso sea más natural que forzar la marcha en un sentido o en el opuesto. Ni contigo ni contra ti. El islote de los agnósticos, de los nihilistas, de los peyorativamente denominados ahora “equidistantes”. Pero es que esa actitud es la que me pide ahora el cuerpo. Quizá sea inmovilista, quizá no vaya a ninguna parte, pero y los demás, los de una y otra opción, ¿saben hacia dónde van, cuál es el destino, y si se parecerá a lo que realmente desean?

Una última analogía sobre este desencanto del escapismo podría encontrarse también en esa lectura final que tiene la película “Up” de la factoría Pixar: Ese viaje anhelado durante toda una vida al final no resulta llevar al lugar espiritual que el protagonista esperaba alcanzar. Tengo que volver a verla, porque creo que merece un análisis por aquí - que además hace mucho que no escribo sobre cine (sobre cine y sobre muchas otras cosas, la verdad) - .

...O puede que, simplemente, lo que nos ocurre a los escapistas frustrados sea lo que explica el propio Thoreau en el subtexto que actualmente tengo puesto debajo del título de este blog. Así pues, seguiremos disfrutando de las microescapadas momentáneas para hacer más llevadero el resto de la vida. Viviendo Y escapando.

jueves, 28 de junio de 2018

Noche de San Juan en el Yelmo de la Pedriza





88 fotos de entre 1:30 y 2:00 minutos cada una (total 2 h 38 m)
7,5 mm micro (equivalente a 15 mm); f/3.5; ISO 100

martes, 1 de mayo de 2018

viernes, 13 de abril de 2018

Noche estrellada (Isabel Suppé, 2011)

Es curioso que haya vuelto a recuperar, al menos puntualmente, el interés por un libro que narra una experiencia extrema real en alta montaña, tras el paréntesis con las novelas catalogadas de ficción de David Torres (Nanga Parbat) y de Pati Blasco (Andando la vida) mediante esta obra de Isabel Suppé, porque en la misma hay una introducción con reflexiones de la autora acerca de la ambigüedad de la separación entre los géneros o etiquetas “ficción” e “historia real”, al menos en la literatura alpina. Y un buen ejemplo está en que el mencionado libro de Pati Blasco, que en teoría está en la otra catalogación, resulta igualmente palpable como real, merced a lo mucho que tomó también ella de autobiográfico. Y es que, salvo excepciones (admirables y meritorias) como la del propio David Torres, me parece que debe ser muy difícil y extraño ser capaz de escribir un buen texto de montaña si no se ha vivido la experiencia montañera; ya lo explica el verso de Lamartine en la cabecera de este mismo blog. El cómo se plasme o se exprese, cómo se modifique o “adorne” para dar lugar a la obra, ya es cuestión de estilo y de género, supongo.

Lo segundo que me ha parecido curiosamente casual, además de agradable,  es que una de las personas presentes en la experiencia narrada por Suppé, que de hecho es quien prologa con brillo y afecto el texto, es Eider Elizegui, autora del último libro que había leído sobre montaña, Mi montaña, en este caso también “real” (aunque sin el mismo tipo de experiencia “aventurera” o “al límite” de una escalada) y también cargado de poética y lírica “novelesca”. Eso me ha hecho sentir más cercana y palpable la historia leída, casi como si fuera una especie de “continuación” o “spin-off” pero de vidas y experiencias verdaderas, en la que a uno de los personajes ya lo conocía.

La verdad es que Noche estrellada es uno de los libros (de cualquier género literario) que más he llegado a disfrutar - en su mayor parte - últimamente. Me ha encantado ese entrañable primer capítulo biográfico sobre –entre otras cosas- la influencia de los abuelos de Isabel en su amor por la montaña. Me han sobrecogido los dos siguientes capítulos, los propiamente centrados en la dramática aventura de la lucha por la supervivencia tras el accidente en el Ala Izquierda del Condoriri, en los Andes, donde la autora logra transmitir además su rechazo a captar la atención morbosa sobre este tipo de sucesos y se centra en algo más delicado y humano que no por ello resta dureza a los hechos. Y en el resto he seguido viendo meritorios momentos a la hora de tratar sin censura las sensaciones anímicamente claustrofóbicas de hospital, aderezadas con algo de ironía hacia ciertas situaciones surrealistas o hipócritamente incómodas, pero ya es una parte del libro que he recibido con menos intensidad, con cierta sensación de “final alargado”, a pesar de la enseñanza de lucha por parte de la protagonista, que por otra parte no es mostrada con el más mínimo atisbo de “modo autoayuda” ni mucho menos “auto homenaje heroico”. Sobre todo, se nota la misma pasión por escribir de la que también habla en el propio libro como otra fuerza motivadora, ya que en su poético y reflexivo estilo se muestra su interés por plasmar algo que va mucho más allá de lo ocurrido. De ahí la confusión de géneros (“ficción” o “historia real”).

miércoles, 17 de enero de 2018

¿Mi montaña?


La Maliciosa desde el Alto del Hilo, junto a Becerril de la Sierra (Madrid).