martes, 7 de julio de 2020

El Guadarrama al final del túnel



Objetivo enfocado, diafragma bien abierto... Esta es la luz que anhelaba.




Era el paseo más largo en tres meses. La distancia más lejana de casa en todo ese tiempo. Curiosamente, no parecía una liberación, o que hubiera sido el mayor período en un área tan restringida en toda la vida, ni había una banda sonora épica sonando en el interior. Parecía otro paseo más, como si no hubiera habido una pausa, como si no hubiera pasado nada. Pero la puesta de sol desde ese parque famoso por sus vistas de la capital y de la sierra sí me pareció la mejor que había visto nunca; “objetivamente” era la mejor, pero posiblemente me lo habría parecido aunque hubiera sido mucho más anodina o rutinaria, como en ocasiones anteriores.





Ese mismo fin de semana volvió el montañismo. El sábado iba con prisa, quería recorrer toda la cuerda de ambas Machotas, y tenía que hacerlo relativamente rápido porque luego iba a comer con los amigos en La Herrería. Pero sólo el paseo de aproximación de la mañana por la Calzada de las Merinas, en medio de una preciosa primavera tardía, me embargó de tal emoción por las sensaciones recuperadas, que preferí saborear aquello a costa de recortar parte de la ruta planeada: Hacía años que no me sentía así de pleno en una excursión de montaña. Luego, la impagable recuperación del contacto (a distancia de seguridad) con los amigos.






El fin de semana perfecto se completó el domingo con una nueva ascensión a mi montaña más conocida, La Maliciosa.



Y dos fines de semana después, explorando por la cara sur de Siete Picos,  pude confirmar que la luz estaba expuesta de manera perfecta, con la apertura de diafragma que no había sabido encontrar durante el año pasado, aunque antes pareciera que iba por el buen camino, antes de que el obturador se quedase temporalmente cerrado.





Al otro lado del túnel hay otro paisaje, pero sobre todo otro observador. O el mismo pero con otra perspectiva. La panorámica resulta fascinante y atractiva, sobre todo porque parece haber desaparecido el peor de los obstáculos: el miedo. Con esa premisa, son muchas más las posibles fotografías futuras, y todavía muchísimas más las ganas de hacerlas. Vale la pena seguir.