sábado, 7 de febrero de 2009

Cumplido plan 12, con cambios y frustraciones: Senderismo al sur de Guadarrama.

De Guadarrama Sur



La de hoy ha sido una de las excursiones más raras y -para qué negarlo- decepcionantes que recuerdo. Aunque el sabor de boca final sea el de "mejor esto que haberme quedado en casa", es significativo que apenas una hora después de comenzar tuviera ganas e incluso casi decidido volver a Cercedilla para coger un tren y regresar a comer en casa.

Llegando a Cercedilla, desde el tren compruebo que toda la parte de la sierra que pretendía contemplar y fotografiar está, no ya culminada por nubes, sino completamente tapada por las mismas hasta su base. ¿Qué sentido tiene el plan con esas condiciones? Bajón de ánimo: Tantas ganas de poder contemplar la sierra nevada (segundo intento ya), tantas comprobaciones a través de los medios de cuánto ha nevado y de qué tiempo va a hacer, tantas ojeadas desde la capital (hay un punto en mi lugar de trabajo desde el que se puede ver La Maliciosa), tan pocas oportunidades de poder ver algo así, tan pocos días libres que coincidan con el tiempo adecuado y que además no se haya ido ya la nieve (como pasó con la excursión al Cerro del Castillo), tan pocos inviernos tan buenos como éste, sin saber cuándo va a ser la última oportunidad para lograr el objetivo, y al final, desde el primer tren de la mañana, que para cogerlo has tenido que levantarte media hora antes de un día de trabajo (que ya es), ves tu plan echado a perder antes de llegar al lugar en el que empieza la ruta. Aún habiéndome hecho a la idea de que podía pasar (véase la anterior entrada), no puedo evitar sentirme decepcionado.

Pero hay que pensar. Estamos aquí, y hay que buscar una alternativa que no sólo justifique el día, sino que además lo haga disfrutable. Veo que hacia La Peñota hay menos nubes. Decido que voy hacia allá, y si veo que luego mejora por Siete Picos y La Maliciosa, vuelvo (doy por hecho que ya no me dará tiempo a llegar a La Pedriza con luz). Recorro la pista que se dirige hacia la falda sur de La Peñota. Todo está muy nevado, como hacia muchos años que no lo veía por aquí. No me da tiempo a disfrutarlo: pronto unas ráfagas de viento frías y desagradables, acompañadas de polvo de nieve, me empiezan a fastidiar, a lo que se une la incomodidad de andar por la nieve blanda (incluso a ésta poca altura ha caído un buen espesor), más el hecho de ver que las nubes empiezan a tapar también La Peñota. Es aquí donde llego a la conclusión de que esta excursión no merece la pena, y que tras llegar hasta el pie de La Peñota mejor me vuelvo al primer tren que pueda coger en Cercedilla.; Me siento decepcionado de tomar una decisión que hacía mucho tiempo que no tomaba en una escapada montañera. Más adelante, tras los muy cansinos (por la nieve) tramos de subida de la pista hacia la base de La Peñota (sudo pero tengo frío), parece que las nubes darán una tregua e irán despejando la montaña buscada. Saco la cámara. Le doy al "on". No se enciende. Abro el compartimento de la batería: Me la he dejado en casa, puesta en el cargador, dada mi preocupación de ayer de que no se me gastara... otra vez otra jugarreta de mi desordenada cabeza. Bajonazo y cabreo. Frente a mí, la cara sur de La Peñota, como nunca antes la había visto de nevada, y como no sé cuánto tardaré en volver a verla (si es que vuelve a haber un invierno así).

Es una pena que por culpa de la suma de decepciones no pueda valorar el hecho de estar viendo algo tan hermoso y privilegiado. Pero eso me ha ocurrido.

Cuando años atrás hacía excursiones sin cámara de fotos, no me importaba el no poder registrar lo que veía; lo valoraba in situ. Cuando después tuve una analógica, el poder hacer las 24 ó 36 fotos por carrete que se podían me parecía un lujo (aun teniendo que medir las que iba haciendo, y de hecho a veces me quedaba sin espacio para lo mejor). Ahora en la era digital, me resulta un fastidio, en algún viaje, quedarme sin espacio en la tarjeta de memoria ¡después de llevar cientos de fotos hechas! Y hoy resulta que me vengo abajo por no poder hacer ninguna. A mi favor debo valorar el hecho de haberme vuelto tan aficionado a la fotografía, lo cual no es malo, y es lógico que me provoque ésta decepción si no puedo hacer fotos. Pero la conclusión parece que vuelve a ser que el materialismo me esclaviza, psicológicamente. Al final, tuve que tirar del teléfono móvil, con el que saqué la foto de arriba de La Peñota.

Pero hay otro análisis de ésta decepción: tanta ilusión y tanto agobio por lograr el dificil momento adecuado para esta excursión, y al final es esa espectativa tan buscada la que hace que la escapada no sea tal; Ya lo expresé en la subida al Cerro del Castillo (ver enlace más arriba), pero ahora lo he visto más claro y lo he sufrido más.

De vuelta a Cercedilla (seguir andando por esa pista nevada hacia el Puerto del León era tedioso), veo que La Maliciosa parece despejarse. Me llega otra absurda discusión psicológica: por supuesto, ahora que sé que no puedo hacer fotos en condiciones, llega Murphy y me quita las impertinentes nubes. Pero lo absurdo del tema es que se me pase por la cabeza la idea de que ver Siete Picos y La Maliciosa nevados como nunca y no poder fotografiarlos es decepcionante; pues sí, puede dar rabia pero, ¿no será más importante poder verlo, aunque no pueda hacer las fotos? ¡Hasta se me llega a ocurrir que mejor no verlo para no sentir esa rabia! La manera de animarme a seguir es casi igual de tonta: trataré de buscar, en alguna tienda de Cercedilla, una batería para mi cámara (cosa practicamente imposible en este pueblo dada la exclusividad de la cámara y su batería), y en su defecto hasta podría comprar ¡otra cámara! Con ésta tontería en la cabeza, parece que me vuelvo a animar (junto a la aparente reducción de la nubosidad), y decido volver con el plan.

Efectivamente, en ninguna de las cuatro tiendas (dos ferreterías, una relojería y una de informática) encuentro la batería especial mega guay de la leche. Como veo que las nubes no llegan a dejar ver del todo Siete Picos, tampoco cometo la chorrada de comprar una cámara (menos mal, vaya tela). Pero al menos la infantil de mi mente está distraída y casi medio ilusionada con la idea de seguir el plan...

Efectivamente, poco se ve de Siete Picos, difusos entre las nubes, aunque lo suficiente para comprobar que están hasta arriba de nieve, blancos incluso sus roquedos cimeros. Una lástima, de nuevo, no ser capaz de valorarlo. Decido seguir hasta el pueblo de Navacerrada.

Llegando a Navacerrada, la ilusión es otra: Hace frío, tengo los pies calados (me he traído las botas viejas), y por tanto no es día para comer al aire libre: Peguémonos un "homenaje" en algún restaurante. Tantas son las decepciones sendersitico - paisajísticas del día que creo que debo distraerme con otro tipo de disfute: Menú del día, revuelto de setas y chuletón (pero grande, grande), 20 euros. Y luego a casita, tranquilamente.

Pero no. Al salir del restaurante y moverme un poco por el pueblo, veo que La Maliciosa parece dejarse ver tímidamente. Está espectacular, como esperaba, como todo lo demás que he visto antes. Decido darle tiempo a ver si se despeja del todo. Me doy una vuelta junto al embalse, cosa que no había hecho nunca. Disfruto de las orillas nevadas, del sedante movimiento y sonido del pequeño oleaje (hace mucho que no voy a la playa), de las anátidas, gaviotas y lavanderas, y, en definitiva, de la inesperada escapada dentro de la ¿escapada?. Hago la foto de abajo, con una difusa, casi fantasmal Maliciosa. No se dejó ver más (aunque sí se veía mejor al natural que en esa foto, doy fe). Luego llego al trazado del GR 10, que va en paralelo a la carretera -pero por camino alternativo-, en la dirección inicial del plan (hacia Manzanares el Real). Veo la Cuerda de los Porrones también muy nevada, y -ésta sí- despejada y nítida, y pienso en La Pedriza. ¿Llegaré a tiempo? Son las cuatro. Nada pierdo por probar, pues en los pueblos intermedios también paran autobuses a Madrid. Sigue pues la improvisación (la mejor parte de toda la escapada).

Sigo el GR 10, que es también el Camino de Santiago de Madrid (aunque en sentido inverso). Continúa evitando la carretera por caminos paralelos; esto me agrada, parece seguir similares pautas que por León y Galicia: siempre que puede, evita carreteras; además, son sendas de Guadarrama que no conocía.

Llego a una rotonda aún muy lejana a Matalpino, y al ver la hora (casi las cinco) me convenzo de que probablemente se me hará de noche queriendo llegar al Collado de Quebrantaherraduras. En la rotonda tomo la dirección a Becerril. En este tramo, vislumbro El Yelmo asomando por encima de Los Porrones. Saco los prismáticos: ¡Está espectacularmente nevado en sus caras norte y oeste! Hacía tiempo (desde los Alpes) que no veía nieve en paredes tan inclinadas. De nuevo, una pena no haber podido verlo más de cerca y haberlo fotografiado. ¿Tendría que haber ido directamente a Manzanares en vez de a Cercedilla...? Pero, también de nuevo, una pena la sensación general frustrada del día, que una vez más me impide valorar lo que estoy viendo. ¡Con lo que suelo fliparme yo con cualquier cosa que vea en la montaña! Finalmente, cojo el autobus de vuelta en Becerril.

Creo que debería revisar seriamente el concepto de escapada montañera, por lo que pueda pasar en el futuro en cuanto a acumulación de desencantos...

...Y espero que no me carcoma la rabia cuando la semana que viene, desde el lugar de trabajo, vea la imágen nevada y despejada de La Maliciosa, en el que debería ser el día perfecto para haber hecho ésta escapada, pero que no podrá serlo porque así lo exige el estricto calendario humano.

De Guadarrama Sur

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