sábado, 19 de febrero de 2011

Montañas descaracterizadas y recuerdos borrados

En el amplio y acertado prólogo que Eduardo Martínez de Pison hace al libro de fotografía "La Sierra de Guadarrama" de Javier Sánchez Martínez, hay un par de fragmentos que sintetizan muy bien por qué el respeto al paisaje de montaña tiene una importancia moral real para el ser humano, superior a la de sus intereses codiciosos. No es que un ecologista tenga que amar menos al ser humano que al resto de la naturaleza, es que precisamente desea que el ser humano pueda seguir obteniendo en el futuro el beneficio moral que la naturaleza le aporta, más aún sin el auto-perjuicio inmoral de su propia respuesta irrespetuosa:

"El más profundo provecho que se obtiene del contacto con la naturaleza, del internamiento en los paisajes de montaña, es el que procede del sentimiento benefactor de la vuelta a la naturaleza, el que proviene de la adaptación atenta y respetuosa a sus dominios y a sus componentes: de nuestra acomodación a sus paisajes.

Y ese es el bien que también se pierde cuando no existe en nosotros tal actitud o cuando esos paisajes naturales son transformados hasta el punto de quedar descaracterizados.

El bien de que hablamos procede del ritmo de los viejos caminos, del compás del viento y de la lluvia, de la permanencia del perfil de la roca, del ciclo de las hojas, de la calma de los panoramas serenos y pacientes en el horizonte.

No es frecuente, sin embargo, ese temple; o lo es menos que el que proviene de una mirada pragmática a los recursos naturales o de la que prefiere adaptar las montañas a un objetivo ajeno e interpone pantallas que eviten el contacto directo con la naturaleza.

El bien del que hablamos es el que surge del poderoso valor de lo lejano, de la seguridad del silencio, de la armonía de los elementos exclusivamente naturales, de la posibilidad de la soledad, del ritmo y el ambiente de las cosas salvajes, de esos paisajes fabricados con lentitud, cuya forma es demasiado magnífica como para ser dañada.

Sólo en relación con los hondos contenidos propios del paisaje, el visitante de la montaña podrá obtener un significado moral de su visita
."

El segundo fragmento, más profundo y melancólico, asemeja los efectos secundarios del progreso humano con el envejecimiento, porque mientras nosotros creemos obtener un beneficio global de la transformación del entorno, lo que queda a nuestro paso es un rastro fúnebre, en el que no se reconocen ni los recuerdos:

"Al cabo de los años mi vida es una sucesión de paisajes perdidos, de jardines cortados, de escenarios que parecían eternos y sólo estaban prestados por un tiempo. He visto morir riberas en su infancia, lagos en su adolescencia, cumbres jóvenes. La vejez está compuesta de renuncias. Tristes son los reencuentros con los lugares irreconocibles, sin el rostro de la memoria. Hay paisajes que sólo existen ya en mis difusos recuerdos personales y que desparecerán definitivamente conmigo. Hay tantos paisajes asociados a las vidas, a las idas y retornos, que es preciso mantener su sustancia. Nosotros, los errantes, no somos de tierra quemada, gente sin espalda, perdedores de arraigos. Lo seremos si al retorno no están allí los horizontes que nos permiten que el mundo tenga significados. Al cabo de los años, tantos paisajes maltratados, tantos lugares que se han vaciado de alma en una busca ciega para ser competitivos. El paso del tiempo es como un viaje, porque la vida recorre un camino, porque las cosas se transforman y los paisajes mudan y a veces tanto que, sin movernos de ellos, parece que hubiéramos ido a otras regiones."

Eduardo Martínez de Pisón, "Imágenes de una montaña".

1 comentario:

  1. Precioso, Alberto. Me siento muy identificada con lo que dice Martínez de Pisón.

    Uno de los sentimientos que me alberga cuando estoy en la montaña y en la naturaleza en general es esa fresca y solemne sensación de hallarme ante una realidad que ha sido fabricada por el tiempo con lentitud.

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