domingo, 4 de septiembre de 2016

Sierras Bernera y de Aísa: El cuadro perfecto




Ha sido un gran verano; un mes de agosto muy intenso. Llamarlo vacaciones sabe a poco, suena demasiado convencional; sólo sirve para darle una definición perteneciente a categorías propias del sistema laboral, o como mucho al estilo de vida de un estado de derecho occidental. No es que eso esté necesariamente mal, pero se queda corto con lo vivido y con lo sentido. Yo lo llamaría, ni más ni menos, un período de tiempo lleno de vida, y de sueños cumplidos.




Todos los pequeños viajes dentro de ese período de tiempo han valido mucho la pena. Han estado decorados por pinceladas de belleza natural, de paisajes, de montañas y de experiencias. Sin embargo, alguna que otra brocha gorda (por poner un ejemplo, la rigidez de horarios de los refugios, enemiga de la libertad), o simplemente una cierta falta de emoción o de dificultad para encontrar los sentimientos montañeros que en otras ocasiones anteriores sí afloraron (como el año pasado en el Valle de Estós), no acababan de completar un obra pictórica concluida. Eran bonitas pinceladas, pero pinceladas sueltas.




Finalmente, fue en la zona occidental del Pirineo Oscense, donde la cordillera empieza a declinar y los picos ya siempre están por debajo de los 3.000 metros, en las Sierras de Bernera y Aísa, inmediatamente al oeste del Río Aragón, donde se acabó dibujando ante mis ojos el cuadro perfecto: La libertad de una travesía de cinco días en la que improvisar los lugares de vivac, la sensación de tener por delante todo un mundo y un tiempo que no valía la pena contar, el conocer un nuevo paisaje espectacular con parajes anteriormente anhelados y al fin materializados frente a mí, y el ver cómo las ideas planificadas iban fluyendo a la perfección, me acabaron devolviendo esas sensaciones emocionadas que no se olvidan, que hacen que la vida valga la pena, y que convierten a la palabra vacaciones en un término vulgar.



Conocer rincones paradisíacos como el hayedo del Bois de Sansanet, los meandros de la cabecera del Río Aragón – Subordán en el Naval de Aguas Tuertas, o el Valle de los Sarrios, supuso el caldo de cultivo para la emoción que vendría después. Ésta llegaría cuando, debido a lo temprano que empezaba la marcha por las mañanas, subí en solitario a las cimas de picos como el Bisaurín, el Aspe o el Pico de la Garganta de Borau, disfrutando durante un buen rato de la cumbre sin más compañía que la de unos horizontes dentados habitualmente presididos por el Midi d`Ossau (montaña amiga, que he vuelto a contemplar, ahora por primera vez tras haber subido a su cima, después de años de admiración y deseo). Y la obra quedaba completada cuando otros montañeros de diversa índole llegaban a la cumbre y compartíamos los mismos sentimientos: Se podría decir que hice amigos en cada montaña, además de en el refugio no guardado en el que pasé la última noche: aquí sí se puede hablar del encanto de pernoctar en un refugio, y quizá sea la ocasión en la que tal cosa me ha resultado más agradable en toda mi vida.






Pocas veces me llevo un recuerdo tan grato de la gente a la que he conocido andando por el monte; conversaciones sobre tiempos pasados, pero no lejanos, en los que en zonas rurales era habitual que a los niños se les abrieran las puertas de la naturaleza de par en par, pasando noches observando las estrellas; preferencias ahora sustituidas por otras, con nuevas generaciones que no sienten el más mínimo deseo por tener que subir a un sitio donde no hay cobertura ni WiFi. “Y siempre vamos con prisas”, como decía en el porche del refugio Miguel, el pastor, mientras el sonido de las esquilas de sus ovejas, además de poner banda sonora a la escena, le recordaban que si no deja su trabajo –actualmente en retroceso- es más por pena que por necesidad.



En definitiva, vivencias aglomeradas y sintetizadas en un período relativamente pequeño de tiempo, pero que se hace grande e incluso eterno –por inolvidable- en el corazón. Pura vida, no vacaciones. Un lienzo que podría haberse quedado en blanco de no haber sido realizado, o con apenas algunos retazos de óleo sin definir una imagen concreta, de no haber salido todo de manera tan afortunada. Ahora es un cuadro espléndido que nunca podrá ser descolgado de la galería de los recuerdos (si la memoria lo permite…).





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