Mi objeto de deseo no era un almanaque deportivo, sino una auténtica caja de música, la que toma el título de una de las composiciones fundamentales de los verdaderos Genesis (los de Peter Gabriel, por supuesto) para nombrar a la considerada como mejor banda tributo al mítico grupo de rock progresivo. Este objeto de deseo no recopilaba los resultados de los partidos de la segunda mitad del siglo 20, sino un conjunto de temas inolvidables creados desde la más brillante imaginación en los primeros años de mi década favorita, musicalmente hablando.
Y es que los canadienses The Musical Box, aparte de ser unos músicos de sobresaliente nivel técnico, encabezados por un Denis Gagné que ofrece una interpretación increíblemente creíble de Peter Gabriel tanto en lo vocal como en lo visual, llevan a cabo una réplica tan exacta de los Genesis de aquella época, que inevitablemente te trasladan hasta la misma. A ello ayudaban los decorados, las luces, la escenografía, el vestuario y disfraces, las proyecciones de diapositivas, e incluso los propios instrumentos y amplificadores o al menos su estética (salvo alguna licencia como las pedaleras de los clones de Steve Hackett y Mike Rutherford), todo ello extraído directamente de la gira de “Seiling England By the Pound”, de 1973, que es la que reproducen en su actual gira.
El viaje no sólo es en el tiempo, claro, porque viajar al prog de los 70, máxime en el caso de una de las bandas más evasivas de entonces, es hacerlo en todas las dimensiones a la vez, incluidas las no registradas por la ciencia. Ver al ¿falso? Peter Gabriel con sus marcianas caracterizaciones, representando el surrealismo de manera tan asombrosa, mientras los acordes oníricos se funden con las todavía lisérgicas luces de la bola de espejos girando, es adentrarse en algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados ahora, incluso aunque se sea seguidor habitual del rock progresivo actual.
Y eso también hay que decirlo, el estar sentado en una localidad relativamente alejada del escenario (aun siendo muy bien visible), viendo a The Musical Box casi haciendo honor a su nombre, como metidos en la caja del escenario, con esas características tan alejadas de lo actualmente convencional, casi me daba la sensación de estar viendo una especie de ventana al pasado, como en el cine, sin mucho de eso que ahora se da en llamar “experiencia inmersiva”, y que suena tan “guay” como todo en la tecnología actual (vaticinada o no por la película de Robert Zemeckis). Disfruté del concierto, pero la calidad incontestable con la que estaban tocado piezas tan monumentales como “Firth of Fifth”, “Cinema Show” (qué bien traído el nombre en este punto de la entrada), “Supper´s Ready”, o la homónima del grupo, no llegaba a mis emociones con la misma fuerza que, sin ir más lejos, el concierto de la banda tributo a Genesis española, Harold and the Barrels de hace un año. En otras palabras, y sin irme por las ramas (espacio - temporales), no me acabé de meter del todo en el concierto, o no al menos todo lo que estaba mereciendo la ocasión, objetivamente. También puede ser cosa de cómo me pillara el día, que con Genesis me ocurre que cuando quiero prestarles atención me impresionan menos, pero cuando los tengo puestos de fondo mientras hago algo me acabo distrayendo de la actividad principal con sus genialidades coloristas (con los teclados de Peter Banks normalmente a la cabeza en ese sentido).
En cualquier caso, como quiera que ver en directo a The Musical Box es prácticamente como estar viendo a Genesis en si mismos, sin exagerar, para lo que sí me sirvió la experiencia es para darme cuenta de lo difícil (casi imposible) que es hacerse a la idea de lo que tuvo que ser presenciar algo así hace más de 40 años, incluso aunque entonces se pudiera estar más acostumbrado al estilo. Si ahora impresiona, entonces tenía que alucinarse en todos los colores. En palabras de Ian Anderson, líder de los también míticos Jethro Tull, “nos dieron una lección a todos los que entonces creíamos que hacíamos algo original sobre el escenario”.
Así pues, cuando salí del Teatro Nuevo Apolo de Madrid, aunque me dirigiera a una muy cercana y visible estación del metro, casi necesité cerciorarme de que no tenía que buscar el DeLorean que podía haberme llevado hasta las dos anteriores horas de mi vida...
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