La primera trata sobre esa especie de poder espiritual o trascendente del arte, pero que a efectos prácticos no hace que la vida física se convierta en trascendente:
“(…) el arte es la religión de los intelectuales. Algunos artistas creen que el arte va a salvarlos, que su arte les va a hacer inmortales, que seguirán viviendo a través de su arte (…) Es un nivel que aporta una gran emoción, estímulo y satisfacción a las personas sensibles y cultas. Pero no salva al artista”.
Precisamente respecto a su propia fe religiosa, responde lo siguiente en otro momento del libro, cuando Björkman le pregunta si aquella es como la del ciudadano medio:
“¡Peor! Como mucho, creo que el universo es indiferente. ¡Como mucho!
(…) el universo es banal. Y porque es banal, es malvado. No es diabólicamente malvado. Es malvado en su banalidad. (…) Si vas por la calle y ves gente sin hogar, hambrientos, y te muestras indiferente ante ellos, de algún modo estás siendo malvado. Para mí la indiferencia equivale a la maldad”.
Sobre el éxito y la riqueza. Es quizá algo obvia, pero no por ello sobra; eso sí, aclarando –si es que hace falta- que en el contexto del libro lo expresa como una queja:
“No es suficiente tener un buen corazón y grandes aspiraciones. En la sociedad el éxito se cotiza. (…) Son los triunfadores los que se cotizan. Y los triunfadores significan fama, dinero y éxito material”.
Una sobre lo irreal de los mundos falsos creados, también en relación a las creencias religiosas:
“(…) nos creamos un mundo falso y nosotros existimos dentro de ese mundo. A un nivel inferior se puede ver en el deporte. Por ejemplo, crean un mundo de fútbol. Te pierdes en ese mundo y te preocupan cosas sin sentido. Quién marca más tantos, etcétera. Y la gente se queda atrapada. Y otros sacan un montón de dinero, miles de personas lo ven, pensando que es muy importante quién gane. Pero, la verdad es que si te paras a pensarlo un momento, carece completamente de importancia quién gane. No significa nada”.
Resulta llamativo pararse a pensar en la cantidad de esos mundos falsos que se crean, y en todos pasa eso mismo que dice Allen: Carece de importancia para nuestras vidas qué le pase a los personajes de una serie de TV a la que estemos enganchados, quién gane este o aquel concurso, cuántas pantallas pasemos de cierto videojuego, cuántas montañas o de qué altura subamos, qué publiquemos o dejemos de publicar en nuestros blogs (y más con una temática como la de éste), etc. Pero todo ello procura satisfacción, como el arte a los intelectuales, o la fe a los creyentes (y salvando las distancias).
Y por último, y en relación a lo anterior, también ocurre que a veces la propia realidad se manifiesta como mera convención, lo que la hace parecer tan irreal como los mundos falsos, o al menos resulta difícil distinguir lo auténtico de lo inventado:
“ (…) una vez que sales a la calle a la noche tienes la sensación de que se ha acabado la civilización. Las tiendas están cerradas, todo está oscuro y la sensación es distinta. Comienzas a darte cuenta de que la ciudad es tan sólo una convención del hombre y que te viene dada, y que en donde realmente vives es en el planeta. Eres algo salvaje en la naturaleza y toda la civilización que te protege y que te permite comprender algo la vida es obra del hombre y te viene dada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario