“…quien nunca hace nada sin preguntarse `por qué´ o `para qué´, quien nunca ha sido capaz de soportar incomodidades o afrontar riesgos por algo que simplemente le atrae… de verdad: no sabe lo que se pierde”.
Supongo que como le habrá ocurrido a más aficionados a la literatura de montaña, la principal razón para hacerme con este libro fue que su autor es el mismo que años más tarde escribiría “Cita con la cumbre”, obra que en su momento me causó una honda impresión. Al margen de lo que ya he comentado en entradas anteriores de la etiqueta “literatura”, acerca del relativo decaimiento en mi interés por este género, está claro que ambos títulos no se pueden comparar.
“Cuando la luna cambie” es el primer libro del alpinista de Bilbao, y en ese sentido supongo que se nota que se trata de una primera experiencia, ya que, a pesar de su estilo cercano, directo, y en cualquier caso bien elaborado, todavía no logra transmitir con tanta pegada como en su libro más famoso. Pero, sobre todo, la experiencia narrada no es tan potente como en su posterior expedición al K2, donde sin embargo la épica y la tragedia no llegan a imponerse a lo humano o intimista. En esta ocasión, Juanjo San Sebastián no ha logrado ponerme nudos en la garganta (apenas algún atisbo de emoción en algún momento culminante), ni tampoco me provoca la carcajada (más allá de algún que otro detalle gracioso). Lo que no impide que sea un libro interesante, entretenido y agradable, y por momentos brillante. Y, hombre, como son menos de 150 páginas, intentarlo no duele.
En cuanto al contenido alpinista, sus páginas narran una expedición española al Karakorum, en el Himalaya pakistaní, con el objetivo de hacer cumbre en el Chogolisa Noreste (7.654 m.) y en el Broad Peak (8.047), además de efectuar sendos vuelos en ala delta desde sus cimas para alcanzar el récord de altitud de dicha disciplina. Como bien explica su autor, la renovación de objetivos es fundamental para que el mundo de la montaña no se quede estancado, una vez que todas las cimas han sido ya alcanzadas, y aunque las nuevas modalidades puedan resultar a simple vista un tanto sui géneris, al final ese “tener un objetivo” vuelve a ser la clave o la excusa para seguir afrontando proyectos con ilusión. Algo que a nivel muchísimo más aficionado y humilde ya he comentado por aquí hace poco. Sin embargo, lo que para los alpinistas que viven la experiencia es una motivación y una aventura ambiciosa, para el lector puede quedarse en algo un tanto más vacío que las viejas y románticas historias del montañismo exploratorio, más natural, más esencial. Si la clave es el objetivo pero en el camino al mismo aparecen los verdaderos encantos y descubrimientos (como explicaba es ese último post enlazado), en esta ocasión no he visto mucho más allá del propio proyecto (sin que eso sea poco). Es más, San Sebastián reconoce, más bien explícitamente, que la carga del ala delta por momentos se convierte en un impedimento para lo que verdaderamente les pide el cuerpo, que es poder llegar todos a la cima, reconociendo por tanto (aunque esto menos explícitamente) que la experiencia adquiere en un determinado momento un carácter algo forzado. Eso en el Chogolisa, porque en el Broad Peak, donde están dispuestos a subir una segunda vez para que esa segunda sea con el ala delta, el trabajo se acaba haciendo (textualmente) “indescriptiblemente duro”, máxime “cuando la motivación para alcanzar la cumbre (…) ha desaparecido”.
Cuántas veces hemos debatido, en mi grupo de amigos montañeros, si llegar a lo más alto de la cima es importante o no. Pues bien (y esto no es spoiler porque ya está previamente aclarado en los prólogos), en realidad San Sebastián, Ramón Portilla y Abdul Karim no llegaron a la cima del Broad Peak sino a la antecima, 17 metros inferior a la verdadera. En el momento, sin saberlo, saborearon la emoción y se abrazaron en medio de lloros. Durante un tiempo estuvieron en las listas oficiales de ascensionistas, pero tras saberse, fueron borrados de dichas listas, y el propio San Sebastián reconoce que le supuso una amargura que le dejó con ganas de “sacarse la espina” (más por el hecho en sí que por lo de la lista, que reconoce justo). Importante moralmente o no, desde el punto de vista objetivo es ínfimo pero indiscutible, y puede marcar la historia, como el balón que se queda a unos centímetros de traspasar la línea de gol, o como las Copas de Europa que se le escapan al pupas breves momentos antes del pitido final… Aunque tal vez sea sólo una cuestión de rigidez y carácter cuadriculado por parte del ser humano… o quizás no, porque en la vida misma, sin nuestra voluntad, también pasan esas cosas, como las llaves lanzadas al final de “Match point” de Woody Allen, o las casuales y milimétricas circunstancias que a veces hacen que lleguemos a acabar en tal o cual trabajo, o que lleguemos a conocer a tal o cual persona, o incluso que lleguemos a nacer, biológicamente hablando… igual no es tan baladí ni tan artificial lo de los 17 metros de la antecima…
Un aspecto interesante del libro es la información que aporta acerca del entorno natural, el marco geográfico humano, y la historia de la conquista de esas montañas. No es que se trate de algo ni mucho menos nuevo, (con mucho más detalle lo trató Lionel Terray en “Los conquistadores de lo inútil”), pero a mí me ha llamado la atención al encontrar cierto paralelismo (con infinito contraste) entre el viaje de esta expedición española al Himalaya en tiempos relativamente recientes y el épico viaje que acababa de leer en “El médico” de Noah Gordon, salvando (insisto) las muchas y enorme diferencias: Lo que llevaba a alguien a emprender un periplo como aquel desde occidente a oriente hace mil años, y las pasiones que pueden desencadenar un traslado comparable (sólo sobre el mapa) en nuestros días. Por otro lado, me ha llamado la atención (una vez más) lo que están dispuestos a sacrificar los porteadores por sacarse algunas rupias más, rehusando utilizar el material de montaña y de seguridad que les proporcionan, para poder venderlo luego en perfecto estado, andando descalzos si hace falta: El contraste entre los privilegiados occidentales que van allí a gastar su dinero en conquistar lo inútil, y los desfavorecidos nativos que se conforman con sobrevivir gracias al trabajo que aquellos les dan. Cuando a veces hago discursitos sobre lo absurdo de los sueldos millonarios de los futbolistas a costa de millones de hinchas emocionados por algo igualmente inútil, quizás debería mirarme esto también… El ser humano, vaya.
Hay una reflexión al principio del libro, en las introducciones antes de la narración de la aventura, en la que el autor se siente reflejado en un viejo cuento que leyó, sobre un picapedrero agobiado por el sol, que quiso ser el sol, y cuando lo fue se vio tapado por la nubes y entonces prefirió ser nube, y cuando se convirtió en nube vio caer la lluvia y deseó ser lluvia, y cuando fue lluvia vio que todo se modificaba con el agua salvo las rocas, y entonces quiso ser roca, y al serlo acabó herido por el cincel de otro picapedrero, con lo que terminó deseando volver a ser lo que en un principio había sido. San Sebastián se debatía, como muchos otros, a la hora de escapar de la rutina para, mediante excedencias, poder estar una larga temporada haciendo lo que realmente deseaba, esas largas expediciones a las más altas montañas del mundo, y lo sentía como si fuera una “falsa espiral”. Pero también aclaraba que, tras las experiencias vividas, aunque al final acabase siendo aquello de lo que al principio huía, se sentía feliz por la lección aprendida, por no haberse quedado con las ganas de hacerlo. Esta es una parte que me interesa porque, echando la vista atrás en la historia de este blog, también hay un cierto paralelismo: ¿Viviendo o escapando? nació una semana de vacaciones que me sobraban un diciembre de 2008, en la que quería haberme ido al Pirineo, pero el mal tiempo me impidió finalmente cualquier tipo de viaje al lugar que fuese, y me quedé en casa aburrido y amargado, preguntándome por qué desperdiciaba mi tiempo en días de meteorología perfecta en los que tenía que ir a currar a un trabajo que no me gustaba nada. Esos primeros años del blog, también era como el picapedrero que quería ser otra cosa de lo que era, y desahogaba mi sensación de de estar en una cárcel de barrotes anímicos escribiendo entradas sobre las excursiones que podía hacer. Luego, algunas de mis entradas favoritas surgieron de viajes de varios días que hice (y sigo haciendo) en solitario a Pirineos, Cordillera Cantábrica, etc., cuando el común de los mortales usa sus vacaciones para llevar a sus familias a la playa, etc. El blog convirtió, o al menos alentó como excusa a convertirse, a este picapedrero, en lo que quería ser… Y pasado el tiempo, ya no me importa tanto si los viajes se tuercen por la meteorología o por la razón que sea. Salí de la “espiral”, y aunque siga saliendo a la montaña en cuanto puedo, me alegro de seguir siendo quien soy, con mayores o menores cambios, pero yo (aunque las “piedras que me toca picar” ahora se parezcan muy poco a las de entonces, e igual eso también influye, la verdad…)
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