Según pasan los años, los lugares anhelados tiempo atrás van siendo trasladados de la lista de “objetivos” a la lista de “cumplidos”. Poco a poco, los sueños y deseos pasan a ser recuerdos, bagaje de la mochila de las experiencias. Y eso, en mi cercano Sistema Central, va dejando cada vez menos lugar para la sorpresa.
El circo de origen glaciar en el que nace el Río Cuerpo de Hombre, afluente del Alagón, en la cuenca del Tajo, conocido como Hoyamoros, era uno de los últimos grandes paisajes que me quedaban por conocer de la cordillera que divide en dos la meseta peninsular ibérica. Ahora ya ha pasado a esa lista de los “cumplidos”, y aunque supongo que años atrás la sensación era otra cuando presenciaba por primera vez Cinco Lagunas, o Los Galayos, o el Circo de Galín Gómez (cara norte de La Covacha), o sin ir más lejos las cercanas Lagunas del Trampal, no ha faltado otra vez ese momento emocionante al sentirme dentro de ese escenario antes sólo imaginado. Sin embargo, no es lo mismo cuando sabes que te queda mucho por conocer, que cuando sabes que cada vez te queda menos.
Pero no es menos cierto que acudir de nuevo a paisajes ya conocidos para recorrer nuevas sendas, explorar nuevos rincones concretos, o subir nuevas cimas -o las mismas por vías o medios distintos- también tiene su encanto: el encanto de sentirte formar parte de ese lugar conocido. De otra manera, llevaría muchos años sin disfrutar en Guadarrama, donde desde hace mucho tiempo tengo la sensación de “haber estado allí siempre”, salvo en lugares muy concretos como los Hoyos de Pinilla (pero que ahora ya tampoco me son “desconocidos”). Por no hablar de las diferencias estacionales: Vivaquear en verano a la luz de las estrellas en alguna pradera de Hoyamoros seguirá siendo un anhelo hasta que lo haga, porque ahora guardo su recuerdo nevado. Como ya dije, las montañas son inagotables.
Excursión descrita en Pirineos 3000.
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