martes, 9 de octubre de 2012

Dersu Uzala (Akira Kurosawa, 1975)


“¿Cómo pueden los hombres sentarse en el interior de una caja?”.


Desde que leí nombrar hace relativamente poco esta película como una de las grandes obras cinematográficas acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, obviamente me propuse la idea de visionarla y también de hacer alguna modesta mención de la misma en este blog. Lo primero ya lo he hecho; con respecto a lo segundo tengo, como es lógico, alguna dificultad más.

Sobre todo, y es algo que ya me había pasado anteriormente con Akira Kurosawa, me da cierta rabia no tener la capacidad para terminar de sentir o captar las emociones provenientes de una cultura en principio tan alejada de la occidental como es la de un japonés que rueda una película ambientada cerca de la frontera oriental entre China y Rusia. O eso me ha parecido, porque podría ser que los sentimientos de la cultura oriental precisamente tengan más que ver con la serenidad y con la carencia de euforia emocional que sí trata de hacernos sentir el cine occidental. La cuestión es que, habiéndome gustado su mensaje y cómo está rodada, tampoco es que me haya entusiasmado plenamente, la verdad. Será la falta de costumbre, o el exceso de la misma hacia el cine “a la americana”, supongo.

La película está basada en la historia real vivida por el explorador y cartógrafo ruso Vladímir Arséniev a principios del siglo XX, que él mismo reflejó en un libro, y que cuenta sus aventuras recorriendo la región fronteriza entre Rusia y China marcada por el Río Ussuri, con el objeto de topografiarla para el ejército ruso. El tema central de la historia, que da nombre tanto al libro como a la película, es el excepcional ser humano que Arséniev conoció allí, un cazador de la etnia china de los Hezhen, también llamada Nanai o Goldi, llamado obviamente Dersu Uzala.

Uzala es otro ejemplo del personaje cuya vida está completamente alejada de la civilización, y por tanto apegada a la naturaleza. Conoce todos sus secretos, confiere entidad humana a todos sus seres, vivos y no vivos, incluyendo el sol y la luna, es un ser puro, generoso incluso con quienes no va a llegar a conocer, acaba por resultar irresistiblemente entrañable para todo el que entabla amistad con él, y no es capaz de adaptarse a vivir en una ciudad, encerrado en una casa que él ve como una simple caja.

Así pues, la historia tiene todos los elementos para pensar que la experiencia real vivida por Arséniev al conocer a Uzala y convertirse en su amigo debió ser extraordinaria. Y tal vez el libro (que antes o después buscaré) refleje de forma más evocativa y detallada aquellas aventuras. La película transmite bien la idea, está muy bien hecha y me ha resultado interesante y agradable de ver. Si hay algo que me ha gustado especialmente es el realismo tan creíble que transmite en los aspectos formales, como la fotografía, los escenarios, las caracterizaciones, indumentarias y maquillajes, y las interpretaciones; es casi un documental, en el que los austeros alimentos que comen a veces los personajes prácticamente se saborean como si tuviéramos la misma hambre que ellos, por no hablar del frío o de la fatiga. Se me ocurren pocos reproches en ese sentido; Ni siquiera tengo claro que mi problema con la película esté en el ritmo lento de la misma, pues me parece el tipo de narrativa adecuado a la historia que cuenta: las cosas en la naturaleza ocurren de manera habitualmente tranquila, con tempos que no entienden del estrés de la ciudad; otra cosa es que, habituados a que el cine occidental, incluso para películas de similar ambiente y temática, sí recurra a más juegos efectistas para provocar emoción, olvidemos que en realidad, en medio del campo, lo que reina –normalmente- es la serenidad; serenidad que seguramente está en concordancia, además, con la cultura oriental. Pero es que los occidentales no paramos quietos ni el campo, no nos detenemos a escuchar a la naturaleza (como sugirió Víctor Hugo); estamos más preocupados por disfrutar de las actividades que hemos ido a realizar allí, y de hacer los mejores tiempos posibles en nuestras rutas de senderismo y montañismo, por ejemplo.

Así pues, tal vez es esa serenidad de emociones que he experimentado la que realmente aspira a transmitir la película, pero cuando uno la compara con otros momentos conmovedores vividos viendo cine, no es capaz de valorarla como quizá lo haría un oriental, o un occidental acostumbrado al cine oriental. Lo cierto es que, en general, no recuerdo emocionarme especialmente cuando contemplo una puesta de sol desde una montaña –salvo ocasiones de gran espectacularidad porque hay muchas nubes, por ejemplo-, pero en aquellos otros casos no hecho de menos tal emoción, porque es la serenidad del momento lo que realmente le da valor a unos instantes que, en cualquier caso, son irrepetibles. Sin embargo, cuando uno ve cine occidental, lo que está habituado a esperar es a sentir algo parecido a lo que produce por ejemplo el momento de hacer cima en una montaña muy anhelada y trabajada, una especie de euforia relativa. También hay otro hecho, y es que historias similares nos las han contado en diversas ocasiones en la historia del cine, desde la perspectiva occidental, y muchas de ellas en películas posteriores y tal vez deudoras de ésta, y quizá haya llegado tarde al momento de mi vida en que Dersu Uzala podría haberme marcado.

Lo cierto es que el otro aspecto de la historia, quizá el más importante, el que tiene que ver con una amistad entre seres de muy diferente condición pero de similar pureza de corazón, y con otros detalles de trasfondo humano, resultándome bonito y entrañable, tampoco ha llegado a conmoverme demasiado, y aquí sí que tengo que sentirme decepcionado, no sé si más conmigo mismo o con la película. Buena parte del guión, que no tiene grandes alardes pero tampoco muchas sutilezas, me deja una sensación de cierta sencillez, de obviedad, incluso por momentos de sucesos previsibles; o tal vez, simplemente, de aspectos que, al igual que he dicho antes, ya me han impresionado previamente en obras disfrutadas con anterioridad, cinematográficas o literarias, sin ser por tanto la culpa de la película sino del orden que ésta ha ocupado en mi -sin embargo- más bien escasa cultura.

En cualquier caso, si lees este blog porque te sientes identificado con las ideas que en él se reflejan habitualmente, creo que te merece la pena ver Dersu Uzala, puesto que al fin y al cabo se trata de un clásico del cine hablándonos de buena parte de esas mismas ideas, y por lo tanto se puede considerar imprescindible en este marco. Como imprescindible me parecía cumplir con el segundo objetivo explicado en el primer párrafo de esta entrada y, mal que bien, ya lo he hecho.

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