"Cuando camino no tengo edad, soy viejo como la tierra que piso, soy efímero como cada paso que doy".
Hay varias razones muy buenas para admirar a Julio Villar, y casi todas ellas quedan plasmadas en sus libros. Pero la que me gustaría empezar destacando es su humildad, sobre todo porque esa característica es la que hace posible que alguien escriba sobre todo lo que le rodea generalmente al margen de su propia presencia o participación, sea cual sea la grandeza o pequeñez de lo que observa (y tiende mucho más a lo segundo), y al mismo tiempo logre atrapar al lector en otra sensibilidad paralela hasta el punto de que lo que la gente habitualmente considera "importante", "popular" o "exitoso" parezca dejar de existir por momentos.
En una época en la que muchos de los deportistas más famosos y vitoreados no saben hablar más de una frase sin mencionarse a sí mismos, resulta chocante pensar que alguien que en los años 60 fue considerado uno de los pioneros del alpinismo difícil en España, escribiera dos libros y ninguno fuese sobre alpinismo; más todavía que aun siendo también dos hechos admirables o como mínimo llamativos (una vuelta al mundo en un velero de 7 metros de eslora y un viaje a pie en solitario desde San Sebastián a Tarragona), en sus páginas sólo describiera la poesía sencilla del mundo a su alrededor, sin atisbo alguno de heoricidades; y más todavía que, en la más reciente reedición del segundo de los libros, al añadir un nuevo escrito que recopila vivencias de toda su biografía, apenas incluya unas pocas páginas sobre el alpinismo... y de nuevo para contar, sobre todo, anécdotas paralelas ocurridas durante las expediciones: él preparado para afrontar el durísimo terreno del himalaya, pero sólo se preocupa por mostrarnos su admiración hacia la resistencia de un perro que se niega a entrar en la tienda de campaña a pesar de los 20 grados bajo cero ("ese es un perro de verdad, y no los de ciudad, tan mimados, tan tratados como si fueran niños...").
Viaje a pie no me ha llegado a impresionar, emocionar o calar tan hondo como esa delicia llamada ¡Eh Petrel!, pero me ha transmitido enormes dosis de mi sensación más deseada en estos momentos, la serenidad. Además, respecto de la afamada aventura a bordo del Mistral, aquí he saboreado la ventaja de sentirme más identificado con el tipo de experiencias narradas... Son tantos los detalles que, si no llevamos prisas cuando caminamos por el campo, todos nos paramos a contemplar hasta entrar en ese estado de relajación que sólo la naturaleza, los lugares deshabitados o los habituados al ritmo de otros tiempos pueden transmitir... y tan difícil expresarlo mediante la palabra... es milagroso que alguien lo consiga de forma tan sencilla y al mismo tiempo evocadora. Sólo encuentro comparación (asumiendo mi limitado bagaje) en Bájame una estrella, aunque los escenarios de Miriam García Pascual sean más épicos.
Encuentro familiaridad en algunas reflexiones de Julio sobre la noche en el campo, sobre la sensación privilegiada que aporta la luna llena en plena naturaleza, sabiendo cuánta gente ignora lo mágico de ese momento y la pena que sería estar en dicha ignorancia; o sobre cómo tras un tiempo, se incorpora a lo cotidiano el dormir en cualquier sitio, sin temer a la noche, como si se hubiera hecho todas las noches de la vida, aunque cada lugar sea nuevo, hasta el punto de sentirse como si no se fuera de ningún sitio. Comparto el apego por vivir en lugares bellos, sencillos y llenos de armonía, donde se se espera que cada cosa llegue en el momento oportuno, fuera de ritmos enloquecidos y artificiales. Lugares en los que los elementos de la naturaleza se desarrollan salvajes, y no ordenados en campos y huertos domésticos, que es la misma diferencia que hay entre ver a niños en el monte o en la calle y verlos en la escuela "¿Será que siento que la tierra es más mía cuando no es de nadie?".
Y luego están los pensamientos que surgen sobre sencilla filosofía vital, a veces escritos en forma de versos: "No se moleste / no insista / yo quiero tener / pocas cosas". Tan sencillos que podrían parecer sacados de una pared: "Seguían a un maestro / que decía: / Vive sin maestros. / Cuando él se fué... se perdieron". El choque con el "paisanaje", en simpáticas conversaciones: "- ¿A dónde vas?; Yo le señalé las montañas. - Pues andando no se come". Los prejuicios, los estereotipos, el utilitarismo: "...Lo que ganas cuando hablas, lo pierdes con esas melenas", "...Si eso fuera deporte..., y te pagaran..." Mucho más convincente resulta su perspectiva sobre lo convencional: "La televisión está encendida y emite sin cesar unos programas salidos del ombligo de la civilización ciudadana"... pues qué no habría pensado de la televisión actual, porque este libro se publicó por primera vez a mediados de los 80...
En Mar de nubes, entre esbozos biográficos diversos, se acaba por comprender por qué el escritor ha llegado a ser alguien tendente a embarcarse en tales aventuras y a transmitirlas de esa manera en sus obras: El ambiente de su niñez explica a la persona reflejada en sus libros. Un relato que muestra una síntesis de lo que es la vida, y aunque haya sido selectivo, crea esa sensación de reflejar, como dijo John Lennon, "lo que ocurre mientras estás haciendo planes", con la diferencia de que, al revés de lo que le ocurre a la mayoría, Julio Villar sí parecía centrarse en los hechos cuando los vivía, y no en los planes.
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