viernes, 8 de junio de 2012

Somiedo, el paraíso encontrado en el paréntesis

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..Y al final surgió, sería lo que habría que responder al comentario de Paúl en la anterior entrada. La propuesta de Ángel de viajar a Somiedo llegaba en un momento de muchas dudas. Yo tenía claro que quería darme tiempo en lo del montañismo, que las ganas eran pocas. Pero Somiedo era un lugar que rondaba por mi cabeza desde hacía años, y ésta parecía la oportunidad idónea, en una de las mejores estaciones del año...

 



Sin embargo, la ilusión o el momento no eran los mejores posibles. Curiosamente, por error tuve la ocasión de comprobar lo que era renunciar a la idea, pues pensaba que Ángel se iba la semana anterior. Me costó bastante decidir que no; me ayudaron las malas previsiones meteorológicas (¡qué tema más psicológico, caramba!). Luego, la renuncia no me causó desasosiego alguno. Pero cuando supe que en realidad la propuesta era para la semana siguiente, sí que me sentí con más ganas.

 



El planteamiento era el ideal. Nada de ir a un lugar varias veces trillado. Al contrario, no sólo era nuevo sino que, como he dicho, llevaba años deseándolo -más entonces que ahora, eso sí-. Nada de terceras o cuartas opciones después de descartar otras mejores por la -una vez más- meteorología. Nada de excursiones de logística complicada, pesadas cargas a la espalda, o incertidumbres sobre dónde dormir o coger agua. Nada de grandes ambiciones, o de obsesión por añadir picos conquistados a listas que van siendo más frías cuanto más largas, y que además parecen más relacionadas con el carácter competitivo moderno urbano que con la sencillez añeja de la gente del campo. Simplemente, dejarse llevar por el descubrimiento de un nuevo paraíso.

 




Y desde luego que Somiedo es ese paraíso, ideal para olvidarse de ambiciones friquis y empaparse de sensaciones más sosegadas. La vertiente norte de la Cordillera Cantábrica siempre ofrece estos frondosos paisajes, tan idílicos que la contemplación sustituye a cualquier deseo de prisa o “récords”. Y es de esa manera que la única excursión verdaderamente montañera del viaje nos devuelve a las épocas del ritmo tranquilo y las muchas pausas, de pasar más tiempo descubriendo y saboreando que acumulando kilómetros de distancia o metros de desnivel para presumir. Así eran nuestras primeras excursiones por la Sierra de Guadarrama, y ese es en el fondo nuestro carácter; cuando hemos querido obsesionarnos con las marcas -y eso que no eran precisamente de primer nivel-, ha aparecido la rutina, entre otras causas.

 




Tampoco hay que negarlo, creo que hace años éste mismo lugar me habría sorprendido aun más. No puedo decir que de repente se me hayan abierto los sentidos y las emociones como en los primeros acercamientos a Ordesa o a Picos de Europa -tampoco son lugares exactamente comparables-, y eso significa que, en cualquier caso, lo del replanteo sigue siendo un hecho, por el momento. Ésto ha sido, me parece, un paraíso encontrado dentro de un paréntesis. Ya veremos lo que depara el futuro.

 





Más allá del paisaje natural, también hay en lugares como Somiedo más posibilidades de encontrar ejemplos de personalidades que sí han sabido escapar verdadera y plenamente. El carácter general de la gente ya es otro, resulta más abierto, nada desconfiado. Pero el ejemplo concreto de algunas de las personas gracias a las cuales, por cierto, hemos tenido el privilegio de cumplir un sueño con el que alguno ni si quiera habíamos soñado, es especialmente llamativo. Una vida tan alejada de lo convencional, tan conforme con la idea de vivir en aldeas tan poco pobladas, en algún caso siendo la única habitante durante el invierno, y todo ello hablando de personas jóvenes, de nuestra edad; Dedicando tantas horas a un trabajo tan duro, a la intemperie, en pro de la conservación de la naturaleza, y con la sonrisa puesta casi como una constante. Pero sonrisa sincera, de la de sonreír con toda la cara, salida de dentro, no para quedar bien. Y cuya felicidad consiste en su propio trabajo, en volver a encontrar de nuevo cada primavera a las osas y a sus oseznos. Y en transmitir a los demás lo que ese valor supone para las tierras en que viven, y a la larga para todos. De verdad, de chapeau, vosotros sí que habéis escapado.