lunes, 6 de agosto de 2012

Vivac en Hoyo Cerrado. Y no hace falta más




Bueno, sí, vale. Hace falta que sea una noche apacible, tener un buen saco de dormir, y algo de comer. Pero nada más. No hace falta un somier, ni un cómodo colchón, ni un frigorífico donde guardar la cena y el desayuno, ni un televisor, ni un ordenador ni dispositivo con conexión a Internet, ni ningún otro tipo de lujo, comodidad ni entretenimiento.




Porque a mí no sólo me resulta difícil aburrirme en un lugar como Hoyo Cerrado, en el Valle del Lozoya, Sierra de Guadarrama, sino que incluso diría que ni siquiera necesito divertirme. Conocer y contemplar todos los rincones de este pequeño y solitario valle de origen glaciar, es algo más cercano a la serenidad que a la actividad, y llena cualquier alma no ya sensible, sino simplemente sensitiva.




Tampoco hace falta ambición montañera, acumular innecesariamente kilómetros o metros de desnivel de los que presumir, ni apuntar nuevas cumbres en frías listas. Si se completa el recorrido hasta la cima del Nevero, que más que una ascensión es un paseo, es por los alicientes que conlleva: La puesta de sol desde lo alto de la cuerda de los Montes Carpetanos, el regreso bajo la siempre sugerente y misteriosa luz de la luna -más en estos lugares-, y sobre todo la sensación de que volver para dormir a la pradera donde he dejado el material de vivac tiene cierto regusto de regresar a casa. Pero a la mejor casa posible, a la naturaleza acogedora que es Hoyo Cerrado una noche de verano.

Y no hace falta más.