miércoles, 30 de diciembre de 2015

Después de escuchar a unos y a otros...

Nada como unas elecciones de resultado incierto e insatisfactorio para todos justo al comienzo de las fiestas navideñas para despertar (si es que estaba dormido, que no) al demonio interno del desprecio al oponente en las tertulias familiares y de amigos. Parece que lo hubieran hecho aposta (que puede que sí, pero no sé si con esta intención concreta).

La verdad es que en mi caso sí que lo he percibido como un despertar de la crispación, porque los meses previos he procurado mantenerme al margen de todos esos debates sensacionalistas, o de cualquier influencia mediática claramente manipuladora (que en realidad lo son todas), y de hecho es algo que hago desde hace años. Es la única manera que tengo de sentir que juzgo las cosas lo menos condicionado posible. Eso por un lado, porque por el otro, cuando no puedo evitar estar en medio de una discusión, siempre me siento incómodo ante tanto convencimiento, por todas las partes. Siempre siento que si contradigo algo, o incluso si simplemente me quedo sin decir nada (que es lo que hago la mayoría de las veces), corro el riesgo de que me juzguen con la habitual ideología del “si no estás de acuerdo conmigo, estás contra mí”.

Bueno, pues tras haber escuchado a unos y a otros, llego a la conclusión de que, al final, por muy distintas que parezcan las cosas ahora, y a pesar de todo lo ocurrido en los últimos años, en el fondo todo sigue igual. Pueden surgir nuevos partidos, se les pueden poner nuevos nombres y colores, que seguiremos siempre divididos en bandos (sobre todo en dos bandos). Seguiremos siempre convencidos de que nuestra parte tiene razón y la otra está equivocada, que nosotros tenemos sentido crítico y los otros no piensan, que las maldades de los de enfrente son siempre más malas, etc. Y si borráramos de los discursos y debates de la gente las palabras identificativas de a quién defiende cada uno, probablemente no seríamos capaces de adivinarlo, porque en muchos aspectos ambos bandos utilizan argumentos muy parecidos, incluso para contradecir esto mismo que digo en este párrafo: “sí, todo huele mal, pero unos huelen peor que otros”, “sí, todos la cagan, pero unos más que otros”…: Efectivamente, los otros también argumentan eso mismo.

Me llama la atención que casi todo el mundo a mi alrededor siga encerrado en lo de siempre, igual de convencido que siempre (o más) de lo que siempre había pensado (o eso aparentan), mientras a mí me ocurre lo contrario: con los años cada vez tengo las ideas menos claras, cada vez creo menos en un bando concreto, cada vez veo más errores y aciertos en todas las partes, cada vez me siento menos cerrado en lo que antes creí.

Llámenme ingenuo, llámenme naif, pero cada vez tengo más claro que la verdadera solución sería acabar de una vez por todas con esa pelea de niños pequeños, en la que ya no se sabe quién empezó a insultar primero, y todas las partes perdieron la razón hace tiempo. Esa riña tribal que no conduce a ningún lado, como les ocurre a los protagonistas del Duelo a Garrotazos de Goya. Quizá es que ya se ha llegado tan lejos que ninguna de las partes sabe cómo retroceder, o simplemente ya no es posible avanzar hacia ningún sitio, con los pies enterrados en el suelo como en la citada obra pictórica. Quizá sea el complejo que produce reconocer los errores propios sin saber si la otra parte va a reconocer los suyos. Bueno, ¿errores propios? ¿qué errores propios? ¡Si la culpa es de los otros, faltaría más!

Por eso tampoco suelo hablar de estos temas en el blog. Y no es porque el blog no vaya de esto, porque para mí el escapismo no es mera evasión lúdica, es también ver las cosas de manera diferente a la acostumbrada. Y eso es lo que me gustaría, poder escapar a un lugar en el que dialogar sobre política fuese contrastar ideas de manera constructiva, por muy diferentes que éstas sean, vengan de la izquierda, de la derecha, o del partido que sea. Huir de tertulias endogámicas en las que la gente de la misma ideología se da la razón complacientemente mientras critica a los de la ideología contraria, o de debates encendidos entre personas de ideologías opuestas en los que el empecinamiento, el cabreo y el volumen de las voces va en aumento con el paso de los minutos.

Escapar a un lugar en el que opinar distinto, o escuchar opiniones distintas (incluso opuestas), produzca la satisfacción a todos de haber recibido el teóricamente positivo efecto de ampliar el conocimiento propio. Lo dicho, llámenme ingenuo.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Compartir la montaña




Ya hablé en cierta ocasión (hace mucho, en una entrada de la primera época del blog), de las diferencias que se perciben emocionalmente entre las excursiones en solitario y las que se hacen con amigos, sin la intención (ni la consecución) de decantarme por unas u otras, ya que ambas tienen sus ventajas.





De hecho, algunas de esas ventajas provienen de una supuesta desventaja. Por ejemplo, cuando vas por primera vez a un lugar en el que no has estado, o realizas una ruta nueva, en el caso de ir solo –y a pesar de la ventaja del privilegio de descubrirlo en solitario- echas de menos no poder compartir el “descubrimiento” con tus amigos; eso lleva, sin embargo, a que por un lado estés haciendo mentalmente presentes a tus amigos al imaginar cómo les estaría gustando a ellos estar ahí, y por otro a que te reserves la excursión para poder compartirla alguna vez en el futuro: “pues os tenéis que venir a subir por donde subí yo ese día…”.






Eso es lo que he vivido últimamente con la poco conocida ascensión a La Maliciosa por la Cuerda de los Asientos, y la conclusión es que puede haber pocas excusas mejores para hacer la misma excursión dos veces (o más, si no vienen todos tus amigos montañeros en la primera repetición…)




sábado, 5 de diciembre de 2015

…Ahí quería yo llegar (Cerro del Caloco)



No, a La Coruña no (ni a Villacastín ni a Adanero). A donde quería llegar, desde hace años, es a lo alto del Cerro del Caloco, que llevaba viendo de toda la vida desde la carretera N – VI, en diversos viajes.



No se puede decir que fuera un deseo de siempre, sino más bien una curiosidad surgida ya en mi época de esto de subir montañas. Antes no me habría fijado en el Caloco con esa idea, puede que ni me hubiera fijado más de dos segundos seguidos en él. Pero una vez que uno se acostumbra a mirar para arriba atraído por el juego de las ascensiones, cualquier elevación, por pequeña que sea, llama la atención.



Y, al igual que desde el coche me imaginaba muchas veces subiendo por ahí, en la definitiva culminación me imaginé cómo me habría visto alguien que desde un coche se hubiera fijado en mí, incluso yo mismo si pudiera desdoblarme. Y ahora, escribiendo esto, trato de imaginar qué sensación me producirá volver a pasar por la carretera y mirar al Caloco que antes era deseo y ahora es recuerdo, anécdota.


Y así de sencillas y básicas, incluso infantiles, son las aspiraciones de los montañeros.



Más fotos y descripción en Pirineos 3000.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Ascensiones cronometradas: Balance y perspectivas


Casi un año y un mes después de proponerme esta modalidad de montañismo nueva para mí, consistente en ir mejorando los tiempos de una ascensión determinada, repitiendo el itinerario cada vez más rápido, ha llegado el momento de hacer balance, y de plasmar una nueva idea, seguramente algo friqui, que me ha ido surgiendo a raíz de ello. Sin que ahora lo refleje como entonces, me siento un poco como cuando en los primeros tiempos de este blog hacía lo de los “planes de escapada”.

Tras este tiempo, he hecho un total de 7 excursiones con la citada premisa, en 3 itinerarios distintos. Al de la Maliciosa por el Arroyo de Tijerillas, cuyo primer tiento ya reflejé aquí en la misma entrada ya enlazada, y el cual he repetido otras dos veces más, he añadido otro a la Maliciosa pero por la Fuente de la Campanilla y Collado del Piornal con bajada a Matalpino (que he hecho dos veces en total) y otro a La Peñota desde Cercedilla (también dos veces).

En todos los casos he ido mejorando los tiempos, tanto en los tramos parciales como en el total, y en todos los casos el tiempo final me ha satisfecho bastante, superando mis mejores previsiones. Como ya dije en la entrada previa, no los voy a reflejar aquí, pues el objetivo no era presumir de ello, sino divertirme de una nueva manera.

Tras la última repetición de cada uno de los tres itinerarios, en principio creo que ninguno de ellos lo voy a intentar superar más, pues creo que probablemente excedería a mi límite de lo disfrutable, al menos  hoy por hoy. Además, en los tres casos hice la última repetición bajando más en carrera que andando, y aunque es algo que he llegado a disfrutar bastante en todas las ocasiones, por un lado lo veo difícil de superar, y por otro veo claramente un aumento del riesgo (de caída o de lesión) que no creo que valga la pena. De hecho, la última vez, que fue la segunda bajada de La Maliciosa a Matalpino, me llegué a torcer el tobillo, afortunadamente sin consecuencias graves salvo una pequeña hinchazón que he tenido dos o tres días. No me quiero exponer más a ello.

Y en relación a lo de correr, aquí viene una de las primeras reflexiones o conclusiones respecto a cosas que sugerí en la entrada de hace un año, que es la posibilidad de adentrarme en el trail-running. La verdad es que esas bajadas corriendo me han parecido muy disfrutables. No era algo absolutamente novedoso para mí, pero sí de la manera más continuada en que lo he hecho ahora, y me ha gustado, me ha parecido divertido. Sobre todo, la improvisación a la hora de situar cada paso en el mejor lugar posible para seguir controlando la estabilidad (una sensación parecida a los movimientos dinámicos y fluidos en la escalada –el famoso “baile” al que me referí en la entrada que escribí hace once días-), al tiempo que ves el terreno moviéndose a toda velocidad alrededor tuyo. Pero, debido a lo que ya he explicado en el anterior párrafo, creo que si en algún momento me dedicara más de lleno al trail-running (que sigo sin tenerlo claro), lo haría –al menos inicialmente- por terrenos menos inclinados y con menos irregularidades en el camino. También me quedaría por ver cómo es eso de hacer una ascensión de montaña corriendo, pues las partes de subida las he hecho siempre andando; sin parar y a buen ritmo, pero sin correr.

Lo anterior se me antoja complicado, al menos en subidas del desnivel e inclinación de las citadas, pues en la más rápida de las subidas (siempre la última), ya iba cerca del límite, y en el caso del primer itinerario a La Maliciosa (la tercera vez) incluso llegué a sentirme mal, y eso sin ir más allá de ir andando, con lo que correr me lo imagino aún más sufrido. Eso sí, menos peligroso que correr bajando, supongo.

En cualquier caso, en lo de las subidas sin paradas y a buen ritmo también he sacado un beneficio muy positivo: He aprendido un poco más a dosificar las fuerzas, a sincronizar la respiración, y a mantener el esfuerzo con tenacidad (otra vez la lección de la constancia, aprendida con la escalada). Esto me ayuda a afrontar mejor cualquiera de las otras ascensiones que sigo haciendo al estilo “clásico”, sin prisas vaya (que siguen siendo la inmensa mayoría, como también me propuse), y de hecho ahora tengo la sensación de que me cuestan mucho menos (sin exagerar, algunas me parecen paseos), y por tanto las disfruto más. Aunque siempre he pensado que me pegaba buenas pateadas, ahora lo relativizo y no me parecen para tanto: me da la sensación de que puedo hacer lo que me proponga (con sus límites, claro). No es que esté más en forma físicamente (aunque algo sí), es sobre todo que estoy mucho más en forma mentalmente. Como me pasa, de nuevo, con la escalada.

La conclusión general y final, en relación a lo que me planteé hace un año, es que efectivamente, como decía entonces en el mismo título de la entrada, una nueva forma de disfrutar de la montaña me ha ayudado a volver a tener ganas y motivación; no sólo para estas excursiones cronometradas, sino para todas en general. Se demuestra una vez más que hay que renovarse o, como dicen hasta aburrir los motivadores (vaya paradoja), reinventarse. Lo  bueno es que por el camino he llegado a sentir lo que tantas veces años atrás, como me ha ocurrido este verano y, mejor aún, tras ese punto culminante no he sentido ningún bajón de ganas en absoluto. Si bien, tal y como decía en la entrada de hace un año, tras el Mont Blanc sí vino un nuevo bajón, ahora no lo ha habido aún. Al mismo tiempo, la mejor lección aprendida de ese último bajón, que es la de no frustrarme por el hecho de renunciar a alguna excursión (por mal tiempo u otros imprevistos) sigue funcionándome: Ilusionarme sin llegar a ser esclavo de dicha ilusión.

Sin embargo, también tengo que reconocer que el disfrute de la novedad, en la última de las 7 excursiones cronometradas ya no estaba presente con la intensidad de las primeras, como lo describí en la entrada de hace un año, lo cual es lógico. Así que tocará, más tarde o más temprano, volver a renovarse, y por eso ahora viene lo de la idea “friqui” para el futuro, lo del “plan de escapada XXL”. Por un lado, tendré que idear más itinerarios de éstos para ser cronometrados en más de una ocasión (pero ahora evitando lo de correr en las bajadas); hasta ahora he hecho rutas de medio día, que me permitían llevar menos peso en cuanto a comida y demás, pero puede que prolongarlo a itinerarios más largos, de un día entero, sea un interesante paso más allá. También probar otras condiciones, pues hasta ahora lo he hecho con temperaturas suaves y sin nieve, evitando así llevar más peso de ropa y material en la mochila, así como el tener que estar poniéndome y quitándome las cosas; sería otra perspectiva interesante, tanto en nuevos itinerarios como en los que ya he hecho (obviamente no puedo esperar tardar lo mismo, aunque también sería curioso comparar los tiempos); lo malo es que esas condiciones invernales también son muy cambiantes ente ellas mismas (más o menos superficie nevada, diferentes estados del manto, etc.).

Pero, y aquí viene la verdadera “fricada”, el plan que me he propuesto a raíz de este relativo dominio de las ascensiones (y en especial a La Maliciosa), es precisamente hacer más de una ascensión a La Maliciosa (o más tarde a otras montañas) en el mismo día. Creo que podría hacer hasta tres (de cierta enjundia en cuanto a desnivel) sin que se me hiciese de noche: Saliendo del pueblo de Navacerrada, la primera sería por el itinerario original de estas ascensiones cronometradas (la Barranca y Arroyo de Tijerillas), bajando por el mismo sitio a La Barranca, para hacer la segunda por la Fuente de la Campanilla y Collado del Piornal, bajar luego al Collado de las Vacas y un poco más en dirección Matalpino, y subir la tercera por alguna de las canales de la cara sur o sureste. Todo ello, desde luego, a menor ritmo que en las excursiones cronometradas, para ir dosificando, pero sin parar y aprovechando precisamente, una vez más, la lección aprendida de la constancia en el esfuerzo, ahora por terreno bastante más conocido. Ya iremos viendo y planeándolo (para la próxima primavera, que ahora la luz ya dura muy poco).

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Aprendiendo a andar… por las paredes

Tengo pendiente desde hace tiempo dedicar unas líneas a ciertas reflexiones que me han ido surgiendo desde que he convertido la escalada en un hábito, pero hasta ahora no lo he hecho por no saber exactamente cómo plasmarlo, y de hecho aún no sé si lo tengo claro. Como eso último en realidad no tiene por qué ser necesariamente un inconveniente, y en cualquier caso quería hacerlo ya, pues aquí va.

Digo que he convertido la escalada en un hábito, y ahí está buena parte del meollo de la cuestión. Cualquiera que se haya dedicado a un cierto nivel a alguna modalidad de escalada, sabe perfectamente que este es un deporte que no se puede dejar ni tan siquiera un mes, si no se quiere tener que emplear bastante más tiempo que ese mes en volver a tener la forma e incluso la técnica que se había llegado a alcanzar antes de dejarlo. Eso suena a sacrificio y a ser esclavo de algo, pero yo nunca lo he sentido así, ya que por un lado lleva aparejada una satisfacción casi permanente por la constante mejora que se experimenta, y por otro, pasado un tiempo, uno empieza a valorar la lección que esa constancia te aporta. Es el deporte más agradecido que personalmente he conocido (me refiero a actividad clasificable exclusivamente como deporte: el montañismo para mí es mucho más), y de algún modo recuerda a lo del “partido a partido” que de manera tan manoseada hemos escuchado a ciertos (o cierto) personajes del mundo del deporte de masas: es aplicable a la vida.

Previsión de disfrute es igual a entrega deseada; esfuerzo, insistencia y paciencia en la repetición de esas entregas deseadas no llega a ser sacrificio ni esclavitud, sino que es una rutina de distracción que a cambio se traduce con el tiempo en sentirte alguien nuevo, alguien que, en general, ha aprendido a tomarse las cosas de otra manera. Voy dos o tres veces a la semana a escalar porque realmente me gusta, porque disfruto sintiendo que estoy desarrollando un instinto que de alguna manera me pedía el cuerpo. Como aprender a andar, pero ahora por las paredes. Y en eso consiste la vida, en seguir aprendiendo a andar por terrenos distintos de los que conocías antes, aunque a priori pudieras creer que no serías capaz.

Como ya he mencionado, existen varias modalidades de escalada; todas ellas aportan algo. Aunque me hace ilusión salir a escalar a la roca natural (al tiempo que me produce respeto), en cualquier caso desarrollo habilidades físicas y mentales en los rocódromos, que es donde estoy casi siempre, sobre todo haciendo boulder, pero también vías verticales con cuerda. Me gusta sobre todo hacer travesías, aguantar en la pared el máximo tiempo posible, aprender a resolver con tranquilidad los pasos más difíciles. Me gustan también los bloques cortos, pero esa explosividad y brevedad me atrae menos. No comparto – aunque respeto – lo de los ánimos eufóricos, lo del “¡vamos bicho!”, y todo eso. No es porque me parezca mal, es porque la escalada a mí me aporta tranquilidad y serenidad, que es el estado en el que mejor resuelvo las secuencias, y esa es la parte que más siento que me está enseñando a ver la vida de otra manera. En cualquier caso, esa es parte de la gracia de la escalada: ofrece muchas opciones, para que cada uno la sienta como quiera, para que cada uno sea uno mismo, y luego además se pueda aprender de otros compartiendo; creo que casi hay una forma de escalar para cada persona.

Me dejo muchas cosas, y otras las he tocado sólo por encima (ya dije que no tenía claro si sabría expresarlo). El propio aprendizaje, al menos como yo lo he experimentado, es un proceso progresivo aparentemente interminable: no dejo de sorprenderme con cada cosa nueva que soy capaz de hacer, con cada mejora cada vez que vuelvo a cada rocódromo y paso por donde antes no era capaz, y sobre todo con la fluidez de los movimientos y de las ideas para resolver problemas. Hasta ahora, casi todos (o todos) los deportes practicados en mi vida me llevaban a un punto desde el cual ya no sentía una mejora; podía seguir jugando pero ya no iba a más; comparar eso con la escalada es –en mi caso- como comparar el crecimiento físico de las personas con el de los árboles.

Es una gozada sentir la armonía de los movimientos, de las secuencias de posturas, del uso de tu propio peso y equilibrio para desplazarte, del ritmo; a menudo hay quien lo compara con bailar, aunque yo no puedo hacerme a la idea pues esto último nunca fue lo mío (ni por calidad ni mucho menos por disfrute). Y la concentración a la que te lleva el ir pensando (muchas veces improvisando) los pasos es una verdadera escapada; es un juego mucho más intelectual y creativo de lo que uno se imagina antes de empezar a practicarlo.

También me gusta el hecho de que no necesito ganar a nadie para sentir que he ganado. También existe la escalada competitiva, pero, al igual que lo que dije antes acerca de la euforia y los bloques breves y explosivos, me interesa menos. Igualmente, la sensación de derrota no existe; en todo caso, existe el día en el que se aprende de aquello que no sale. Tampoco es un deporte que practique para estar en forma, sino que me mantengo en forma para poder practicarlo (aunque en realidad esto se retroalimenta): No disfruto del resultado, sino del camino para llegar a él. Una vez más, importa andar más que la meta.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Regreso al pasado con The Musical Box

Mientras la muchachada friqui mundial, espoleada por unos medios de comunicación hechos a imagen y semejanza de nuestra eterna adolescencia (el opio del siglo XXI, el más efectivo por venir incluido sin necesidad de administrarse) celebra una fecha presuntamente fundamental para la historia de la ciencia ficción (como si la primera vez que vimos “Regreso al futuro II” -o incluso la segunda, o la tercera, o...- nos hubiéramos fijado en el día exacto y lo hubiéramos apuntado inmediatamente como algo crucial), yo aún saboreo lo que la noche anterior ha sido para mí un auténtico viaje al pasado, en concreto a los irrepetibles años 70.

Mi objeto de deseo no era un almanaque deportivo, sino una auténtica caja de música, la que toma el título de una de las composiciones fundamentales de los verdaderos Genesis (los de Peter Gabriel, por supuesto) para nombrar a la considerada como mejor banda tributo al mítico grupo de rock progresivo. Este objeto de deseo no recopilaba los resultados de los partidos de la segunda mitad del siglo 20, sino un conjunto de temas inolvidables creados desde la más brillante imaginación en los primeros años de mi década favorita, musicalmente hablando.

Y es que los canadienses The Musical Box, aparte de ser unos músicos de sobresaliente nivel técnico, encabezados por un Denis Gagné que ofrece una interpretación increíblemente creíble de Peter Gabriel tanto en lo vocal como en lo visual, llevan a cabo una réplica tan exacta de los Genesis de aquella época, que inevitablemente te trasladan hasta la misma. A ello ayudaban los decorados, las luces, la escenografía, el vestuario y disfraces, las proyecciones de diapositivas, e incluso los propios instrumentos y amplificadores o al menos su estética (salvo alguna licencia como las pedaleras de los clones de Steve Hackett y Mike Rutherford), todo ello extraído directamente de la gira de “Seiling England By the Pound”, de 1973, que es la que reproducen en su actual gira.

El viaje no sólo es en el tiempo, claro, porque viajar al prog de los 70, máxime en el caso de una de las bandas más evasivas de entonces, es hacerlo en todas las dimensiones a la vez, incluidas las no registradas por la ciencia. Ver al ¿falso? Peter Gabriel con sus marcianas caracterizaciones, representando el surrealismo de manera tan asombrosa, mientras los acordes oníricos se funden con las todavía lisérgicas luces de la bola de espejos girando, es adentrarse en algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados ahora, incluso aunque se sea seguidor habitual del rock progresivo actual.

Y eso también hay que decirlo, el estar sentado en una localidad relativamente alejada del escenario (aun siendo muy bien visible), viendo a The Musical Box casi haciendo honor a su nombre, como metidos en la caja del escenario, con esas características tan alejadas de lo actualmente convencional, casi me daba la sensación de estar viendo una especie de ventana al pasado, como en el cine, sin mucho de eso que ahora se da en llamar “experiencia inmersiva”, y que suena tan “guay” como todo en la tecnología actual (vaticinada o no por la película de Robert Zemeckis). Disfruté del concierto, pero la calidad incontestable con la que estaban tocado piezas tan monumentales como “Firth of Fifth”, “Cinema Show” (qué bien traído el nombre en este punto de la entrada), “Supper´s Ready”, o la homónima del grupo, no llegaba a mis emociones con la misma fuerza que, sin ir más lejos, el concierto de la banda tributo a Genesis española, Harold and the Barrels de hace un año. En otras palabras, y sin irme por las ramas (espacio - temporales), no me acabé de meter del todo en el concierto, o no al menos todo lo que estaba mereciendo la ocasión, objetivamente. También puede ser cosa de cómo me pillara el día, que con Genesis me ocurre que cuando quiero prestarles atención me impresionan menos, pero cuando los tengo puestos de fondo mientras hago algo me acabo distrayendo de la actividad principal con sus genialidades coloristas (con los teclados de Peter Banks normalmente a la cabeza en ese sentido).

En cualquier caso, como quiera que ver en directo a The Musical Box es prácticamente como estar viendo a Genesis en si mismos, sin exagerar, para lo que sí me sirvió la experiencia es para darme cuenta de lo difícil (casi imposible) que es hacerse a la idea de lo que tuvo que ser presenciar algo así hace más de 40 años, incluso aunque entonces se pudiera estar más acostumbrado al estilo. Si ahora impresiona, entonces tenía que alucinarse en todos los colores. En palabras de Ian Anderson, líder de los también míticos Jethro Tull, “nos dieron una lección a todos los que entonces creíamos que hacíamos algo original sobre el escenario”.

Así pues, cuando salí del Teatro Nuevo Apolo de Madrid, aunque me dirigiera a una muy cercana y visible estación del metro, casi necesité cerciorarme de que no tenía que buscar el DeLorean que podía haberme llevado hasta las dos anteriores horas de mi vida...

martes, 29 de septiembre de 2015

Sierra Nevada, Valle de Estós y El Cancho: Reconstruida la isla del montañismo



A riesgo de resultar repetitivo en la temática “Inside Out”, me veo obligado a revisar las conclusiones a las que llegué tras en la entrada sobre el Midi d`Ossau, ya que las experiencias montañeras vividas durante el pasado mes de agosto me han llevado a otro punto de vista, bastante más positivo si cabe que el reflejado entonces. Dije que las emociones parecían estar más contenidas… ¡pues toma ración de nuevos recuerdos, no sé si esenciales, pero sí imborrables!


Sierra Nevada




En Sierra Nevada me reencontré con las viejas excursiones tipo travesía de gran desnivel y kilometraje, de varios días, con macutón a la espalda, y paisajes montañosos verdaderamente imponentes, a un nivel que diría que no experimentaba desde hacia tres años, cuando conocí los circos de Oulettes de Gaube y Gavarnie. No es que las emociones se manifestaran a lo grande, pero por un lado me sentí con ganas de andar, de ascender, de alcanzar nuevos tresmiles; y por otro me volvió a absorber y evadir la grandeza de un paraje de dimensiones impresionantes como las caras norte de La Alcazaba y El Mulhacén, cuando están tan cerca que parece que se te van a caer encima. Era algo que también llevaba tiempo sin percibir como en esta ocasión, pero de momento sin alcanzar el éxtasis contemplativo.





Era una ruta añorada desde hacía muchos años, tantos como los que pasaron desde la primera vez que subí a la cima de la Península Ibérica en 2003, y quise recorrer aquel valle que se veía desde arriba hasta la idílica Laguna de la Mosca. Sin duda ha formado parte esencial  de este final del proceso de reconstrucción de la isla del montañismo, y es curioso que la última vez que estuve en Sierra Nevada fue la que dio lugar al famoso replanteo o paréntesis, del que tanto he hablado por aquí, y cuyos efectos sobre mi afición a la montaña, aunque con altibajos, podrían parecerse lejanamente a la paralización de las islas y confusión de las emociones en la película de Pixar.






Descripción en Pirineos 3000



Valle de Estós




En este nuevo viaje al Pirineo es donde mejor se ha manifestado la metáfora con Inside Out. Nuevamente ha sido un periplo montañero con ganas de esfuerzo deportivo y resultados satisfactorios, acompañados del disfrute de un paisaje embriagador, tan bonito y bucólico por su vida y color como espectacular por sus altivos desniveles.






Pero sobre todo ha sido, como decía, el lugar donde he recibido otra verdadera lección emocional, saboreando un momento inolvidable. Esto tuvo lugar durante el objetivo principal del viaje, quitarme la espina del intento fallido de ascensión al Perdiguero, cuatro años antes. Al llegar al Collado Ubago, donde conecté con la ruta que hice entonces, y reconocer de nuevo el maravilloso paisaje del Valle de Literola, registrado en mi memoria en aquel día de tanto esfuerzo aparentemente infructuoso, el recuerdo (tal vez esencial) activó mis emociones de una manera que no sentía en la montaña desde la Ascensión al Mont Blanc, pero además con una intensidad multiplicada, y una posibilidad de desahogo absoluta, sin ningún tipo de pudor, al estar completamente solo en ese momento. Felicidad de la de verdad, de la que hace llorar a moco tendido mientras te es imposible borrar la sonrisa que tienes dibujada en la cara. Ya sabía que esta vez sí iba a llegar a la cima del Perdiguero, pero eso era lo de menos, pues también sabía que el momento culminante era ese, aunque aún me quedaran 500 metros de ascensión, que en cualquier caso hice, para comprobar que efectivamente la cumbre fue más anecdótica que emocionante. No siempre la recompensa está arriba del todo, pero hay que tener el objetivo de alcanzar la cima para poder pasar por todos los lugares que te pueden hacer sentir algo especial. En cualquier caso, eso de que Alegría estaba como agazapada últimamente, como dije en la entrada del Midi d´Ossau, se borró de un plumazo en ese momento del Collado Ubago.






Los dos días restantes del viaje, ya con la mencionada isla del montañismo conscientemente reactivada, me llevaron a sensaciones más relajadas pero en cualquier caso más entusiastas que la mayoría de las de los últimos meses (y años) en la montaña. De nuevo como en Sierra Nevada, estaba con ganas de conquistar, no cimas ni trofeos, sino recuerdos, imágenes, satisfacciones por ver que sigo teniendo capacidad para lograr lo que me propongo y disfrutar lo que la naturaleza nos ofrece. El día de los Picos de Clarabide y Gías en plan deportivo, sumando más tresmiles que nunca en un solo día, y el del regreso a Benasque necesitando parar cada dos por tres a empaparme de las bellezas del Valle de Estós, porque el cuerpo me pedía, como un niño, disfrutar de cada salto de agua que iba encontrando en el tramo de las Gorges Galantes. Una sensación de perder la noción del tiempo, alcanzando el mencionado éxtasis contemplativo, que hacía mucho que no me ocurría.






Descripciones en Pirineos 3000:

Perdiguero.

Clarabide y Gías.


El Cancho




En comparación con todo lo vivido durante el mes previo, desde el Midi d`Ossau, El Cancho parecía a priori un objetivo de menor relevancia, pero al mismo tiempo tenía su motivación en el hecho de ser mi tercer intento a esta montaña más o menos olvidada de Gredos. Posiblemente la ilusión previa habría sido mayor sin los éxitos inmediatamente anteriores haciendo sombra, aunque también estaba el hecho de sentirme, ahora sí, nuevamente “on fire” en el ánimo montañero, el cual no habría sido el mismo sin el Midi, Sierra Nevada y el Valle de Estós (paradoja). Por otro lado, el recuerdo (esencial o no) en este caso del primer intento me retrotraía a vivencias personales que sí son, seguro, básicas de aquella época de mi vida y para el resto de la misma, en lo que se refiere a mi familia.




El desarrollo de esta ascensión estuvo nuevamente caracterizado por una estrategia montañera basada en un ritmo de marcha perseverante, deportivo, huyendo de la pachorra, tomando el objetivo de hacer cima como un reto que había que cumplir sí o sí, aunque por la marcha pudieran surgir apetencias más contemplativas. Ya en la bajada me lo pude plantear de otra manera. Y aunque a la tercera fue la vencida, tampoco me lo tomé en plan triunfal ni mucho menos. Disfruté más de lo vistoso y salvaje del entorno, más de lo que esperaba, y de la sobrecogedora soledad en mucha distancia a la redonda.




En la cima, quise buscar la emoción esta vez con la ayuda de la música; tras varias canciones que no surtieron efecto, la encontré cuando mis pensamientos, de nuevo centrados en cuestiones familiares y en etapas de mi pasado, quedaron fundidos con la preciosa balada “Dante´s Prayer” de Loreena McKennit, haciendo que en este caso apareciera Tristeza manejando los resortes de mi mente. Y mientras Loreena insistía con la frase final “Please remember me”, yo pensaba ¿cómo voy a olvidarte, si eres mi pasado, y sin ti no puedo explicarme lo que soy? Sin ti no estaría ahora aquí arriba, contemplando este último paisaje de mi agosto de 2015.



Y sí, como en la película, necesitaba también esas lágrimas de Tristeza, tanto como las de Alegría en el Collado Ubago.

Descripción en Pirineos 3000.



¿Y ahora…?

Porque claro, por muy reconstruida que parezca que está de nuevo la isla, con sus nuevas y actuales características, de la misma manera que se ha vuelto a levantar puede volver a caer. También parecía que tras el Mont Blanc estaba de nuevo motivado, pero precisamente la dificultad de superar algo así volvía todo lo posterior demasiado modesto. Y nunca falta el riesgo de una mala experiencia psicológica puntual, muy de Inside Out, como fue algún momento de Semana Santa de 2005 en Aigüestortes…

De momento, mi idea es agarrarme a lo que creo que ha impulsado silenciosamente que estos viajes de este verano hayan dado tantos frutos anímicos, y que no es otra cosa que la constancia. La constancia en la búsqueda de la exigencia física en excursiones, que ya tuvo un primer capítulo en diciembre de 2012, germen de la motivación para el Mont Blanc, y que más tarde ha dado lugar a esas ascensiones “contra el cronómetro” que, en contra de lo que nunca habría pensado, me están resultando muy entretenidas, y caldo de cultivo para proponerme proyectos un tanto firquis, pero en cualquier caso atractivos y activadores del ánimo (posiblemente hablaré de ello por aquí en algún momento). De momento ya he disfrutado de dos excursiones en septiembre siguiendo esa dinámica, en La Maliciosa y La Covacha, y el cumplir con lo planeado y sentirme tan bien físicamente me sigue impulsando a ir a por más. Paralelamente, lo experimentado en cuanto a crecimiento y aprendizaje con la escalada en los últimos tres años es otra metáfora de esa misma constancia (también tengo pendiente hablar de ello).



Al final, partido a partido, se acaban logrando cosas. Y eso vale para todo, para la vida misma. Pero nunca si no hay algo más que la simple anécdota de “tocar el hito de la cima”. Hay que subir, pero con el objetivo de sentir.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Everest (Baltasar Kormákur)

Desde que leí “Mal de altura” de John Krakauer tengo pendiente dedicarle una entrada, pero también es verdad que lo quise dejar pospuesto a la lectura del otro libro que se escribió acerca de los hecho acaecidos en el Everest en Mayo de 1996, “Everest 1996” de Anatoli Bukreev. Ahora que iba a estrenarse la película basada en la misma historia real, había pensado incluso que la entrada podría haber conjugado las tres obras en un mismo post, pero vista la película, creo que esta va a aportar poco o nada, argumentalmente, a lo que seguramente ofrecen los libros (desde luego ya lo sé en el caso del de Krakauer), así que haré un no muy extenso comentario acerca del film, una vez visto.

En resumidas cuentas ya lo he dicho: Los hechos narrados en “Everest” de Baltasar Kormákur no dicen nada que no se supiera ya. La película es visualmente espectacular, más o menos emotiva, y no cae en excesos sensacionalistas, que es lo que aparentaba el tráiler, y todo eso se agradece. Pero el trasfondo de la historia reclamaba algo más de “chicha”. Entiendo que, dada la polémica que generaron en su día tanto los sucesos como el propio libro de Krakauer, tal vez los realizadores no se han atrevido a afrontar más de cara el drama y sus interpretaciones, limitándose a una exposición bastante aséptica. Pero eso último tal vez también habría sido posible sin dejar de lado una visión algo más profunda, más humana y racional de los hechos. A mi juicio queda un tanto plana en cuanto al guión, casi tipo documental, exceptuando algunos detalles.

Junto a todo ello, las frases sobre enfrentarse a la montaña y no a los otros montañeros, o sobre las razones emocionales que llevan a una pasión tan arriesgada, resultan estar más que repetidas a estas alturas. Para el aficionado al alpinismo que acuda al cine no habrá ninguna aportación que no haya leído antes en muchos libros (o mejor, sentido por sí mismo), y para el aficionado al cine pero neófito en montañismo, más allá de ver una decente película de acción, probablemente la sensación será la que ya tiene gracias al tratamiento mediático de este mundo: Que todo lo que tiene que ver con el alpinismo parece estar única y exclusivamente relacionado con los accidentes mortales. No me imagino cuánta gente iría a las playas si sólo se hablara de los que se ahogan en las mismas (este verano es la primera vez que se recoge el dato, y han sido unos 150 en España), o qué pasaría si en vez de anuncios de coches se pusieran imágenes de accidentes mortales en carretera…

Al final, los montañeros siempre echaremos en falta películas que traten la parte amable de la montaña, y que realmente trasladen el sentimiento que lleva a explorarlas, junto con las sensaciones que se viven arriba, y que más allá del logro de su conquista (que tampoco difiere en exceso de otras historias típicas sobre el éxito), conlleva una interiorización que pocos directores de cine deben ser capaces de plasmar, y sobre todo muy pocos estudios deben estar dispuestos a financiar. Si no hay muerte, no hay de lo que hablar.

Sobre el trasfondo de la historia real, espero poder escribir por aquí alguna vez, cuando como he dicho haya leído el libro de Bukreev, pero puede que para entonces también tenga que revisar el de Krakauer…

sábado, 19 de septiembre de 2015

Inside Out: ¿escapar de la nostalgia o hacia ella?

Dije que dedicaría un post al último título de la factoría Pixar, ya que es una de las películas que más me han tocado la fibra en muchos años, pero que antes la vería por segunda vez. Ahora que ya había cumplido con esto, no sabía qué expresar exactamente ni cómo, sobre todo sin repetir lo obvio o lo que ya se ha dicho en múltiples medios, pero en el fondo había una manera interesante y sincera –por mi parte- de tratarlo, en la que además el título de la entrada quedaba niquelado con el del blog (y no es postureo, salió así de forma natural, lo juro).

Tras el primer visionado de Inside Out, la sensación es que prevalece el asombro ante el poder narrativo de la cinta; cómo consigue tratar un tema tan complejo como la psicología de manera que resulte liviano, didáctico, divertido, emocionante, fantástico e incluso épico, mezclando tantos conceptos y sin decaer jamás en el ritmo, a pesar de sus muy diferentes facetas y tempos. Por supuesto que los detalles más intimistas también calan, y mucho, pero como una más de todas esas características.

Sin embargo, la segunda vez la película me pareció menos complicada; en contra de lo que esperaba, no encontré muchos más detalles de los que percibí mes y medio antes. Volvió a parecerme una genialidad narrativa, porque volví a disfrutarla de principio a fin sin que decayera la emoción, pero ya sin el asombro ante lo aparentemente increíble que resulta el desarrollo del planteamiento la primera vez. Sin embargo, esto no fue una decepción, porque abrió paso a lo que creo que convierte a esta película en una obra maestra, y que esta segunda vez se manifestó con mayor poderío si cabe que la primera: Su capacidad incomparable para definir el sentimiento de la nostalgia.

Y es precisamente en este aspecto donde encuentro la materia para conectar el sentimiento de la película con el del blog. El planteamiento de Inside Out lleva a la necesidad de afrontar esa nostalgia, de no huir de ella, para poder pasar la página de nuestra vida anterior e irrecuperable y seguir adelante, lo que de entrada es contrario a lo mucho que nos han hablado siempre acerca de sonreír siempre y sin más ante los malos momentos. Y sin negar en absoluto esa valiosa auto – terapia de asumir la tristeza (válida a cualquier edad, por cierto), se produce aquí la (otra) paradoja: la de la posibilidad amarga pero reconfortante de quedarse anclado a ese pasado, a esa nostalgia que nos da pena pero que sigue pareciéndonos preferible a posibles presentes más vacíos o decepcionantes, insuficientes para tener ganas de seguir. Porque en definitiva hace falta sentir para seguir, ya sea esa emoción positiva o negativa.

De ahí que a veces se pueda llegar a dudar si es del presente de lo que queremos o necesitamos escapar, o bien del pasado. No siempre estamos satisfechos de ser lo que somos, o de en qué se ha convertido nuestra vida con el paso de los años (sobre todo si teníamos otras expectativas), pero tampoco sabemos hacia dónde regresar, ni cómo volver a un estado del que nuestros recuerdos se han convertido en difusos, grises, e incluso se desvanecen como ceniza amontonados en el fondo del almacén de la memoria borrada. Todo lo que se desmorona hacia ese pozo a lo largo de la película me produce un poderosísimo sentimiento de pérdida de la inocencia, de demolición de la infancia, que todos hemos vivido, y que es representado en pantalla y transmitido con una convicción increíble. Inevitable, pero siempre triste.

Al final, la salida a este dilema anímico creo que está en una idea tan cierta como lo dicho hasta ahora, y además muy simple: Lo que nos producirá nostalgia en el futuro será lo que vivamos en el presente, así que mejor aprovecharlo ahora que cuando ya sea inalcanzable más adelante (y sin pensar tampoco mucho en ello, porque podría llevar a otro tipo de nostalgia peor: la que se proyecta hacia el futuro…)

Conclusión: En este caso, mejor vivir que escapar (pero sin olvidar del todo, ojo).

sábado, 1 de agosto de 2015

Midi d`Ossau, una experiencia Inside Out





En el montañismo, son Atracción y Deseo las emociones con las que arranca toda futura ascensión, las chispas que activan los motores del compromiso y el esfuerzo que hay que hacer para llegar a la cima. En el caso del Midi d`Ossau, es el ejemplo perfecto de montaña que por su belleza y altivez pone automáticamente en marcha esos sentimientos a cualquier amante de lo inhóspito.



Luego, durante la ascensión, pueden entrar en juego otras emociones. Alegría llega a estar presente a veces, pero en mi caso más bien he experimentado casi siempre un tipo de sentimiento más sereno; quizá éxtasis contemplativo suene demasiado rimbombante, así que lo dejaré en el nombre de la emoción protagonista. Y es curioso, porque muchas veces esa serenidad contemplativa en una mezcla muy bien avenida de Alegría y Tristeza: Al mismo tiempo que se siente felicidad ante tanta belleza, también se siente melancolía al percibir que hemos renunciado a vivir en esos ambientes naturales para cambiarlos por otros, que normalmente nos resultan más fríos e incluso llegan a activar con frecuencia a Ira.



Y sobre todo está Miedo. En cuántas ocasiones habrá hecho difícil esta emoción la propia activación de la chispa que decía en el primer párrafo, como si los motores estuvieran gripados, y la misma preparación previa de una actividad montañera ha estado condicionada e incluso en algún caso echada a perder. Por no hablar de cuando Miedo aparece en la propia realización de la ascensión. Entonces sí que te puedes olvidar de Alegría y del éxtasis contemplativo; lo único que quieres es salir cuanto antes de ahí. Eso sí, cuando sales, si además haces cima, puedes llegar a sentir un tipo de felicidad o satisfacción que roza la euforia.




Pero, como vengo comentando desde hace tiempo en el blog, mis emociones en la montaña –y seguramente en la vida en general- no parecen las mismas que hasta hace algunos años. La ascensión al Midi d`Ossau ha venido a confirmarme y aclararme esto un poco mejor. Y con la ayuda de esa maravillosa lección emocional que es la película Inside Out (y a la que me gustaría dedicar una entrada completa cuando la haya visto al menos por segunda vez), creo que me resulta especialmente fácil explicarlo (si es que lo he entendido bien).




La conclusión es que, en mi caso, Alegría y Miedo han aprendido a llevarse bien, para lo cual ambas han tenido que ceder un poco. Ni la alegría es tan intensa como antes, ni el miedo tampoco. Supongo que además habría que sumar a ello Atracción y Deseo, que se lo toman también con más calma. Y la consecuencia es que, en caso de que el motor no se active, o no me lleve a la cima, no hay tanta decepción, y por lo tanto Tristeza o Ira son bastante más soportables, o incluso apenas se notan.





Traducción: Hace años seguramente me habría asustado más durante las trepadas de las chimeneas del Midi (ahora sólo me ha ocurrido en la noche previa). Pero también me habría emocionado mucho más ante el extraordinario mar de nubes que contemplamos a sus pies, o al hacer cima.




Por supuesto, es verdad que los recuerdos de muchas ascensiones del pasado tienen un carácter emocional modificado. Ahora recuerdo con cariño o con humor ocasiones en las que lo pasé mal, como en los primeros intentos fracasados al Almanzor por la Garganta de Chilla, en Aigüestortes con nieve en pésimas condiciones, antes de vivaquear en pleno canchal junto al glaciar del Aneto, o bajando en plena niebla por las palas de nieve del Moncayo con el susto en el cuerpo de haber visto resbalar a unos amigos. Pero por otro lado también me produce melancolía saber que la emoción exultante de hacer primeras cimas en Guadarrama me resulta ya casi irrecuperable.




Volviendo al Midi d`Ossau, algo me dice que el mayor recuerdo durante el futuro lo voy a tener desde la perspectiva en la que antes se activaban Atracción y Deseo, o sea desde abajo y desde cierta distancia, que es desde donde más destaca esta montaña de belleza imponente, carácter aislado y arrogancia vertical. Si vuelvo a nuevos rincones y cimas del Valle de Tena, desde donde tantas veces contemplé la inconfundible figura del Midi, cogiéndole cariño y ganas en la misma proporción durante varios años, supongo que a partir de ahora me transmitirá otras emociones, lo miraré de otra forma, será un recuerdo modificado por el hecho –y el trance psicológico- de haberme atrevido a hacer cima (y haberla hecho).






Eso sí, como cierre añadiré, respecto de aquello que suelen decirnos quienes no entienden nuestra afición por el montañismo y las alturas (“¿No os importa el peligro?”, etc.). A mí sí me importa el peligro. Y sobre todo, el peligro de dejar de hacer lo que me gusta por Miedo.



Descripción en Pirineos 3000.