miércoles, 30 de diciembre de 2015

Después de escuchar a unos y a otros...

Nada como unas elecciones de resultado incierto e insatisfactorio para todos justo al comienzo de las fiestas navideñas para despertar (si es que estaba dormido, que no) al demonio interno del desprecio al oponente en las tertulias familiares y de amigos. Parece que lo hubieran hecho aposta (que puede que sí, pero no sé si con esta intención concreta).

La verdad es que en mi caso sí que lo he percibido como un despertar de la crispación, porque los meses previos he procurado mantenerme al margen de todos esos debates sensacionalistas, o de cualquier influencia mediática claramente manipuladora (que en realidad lo son todas), y de hecho es algo que hago desde hace años. Es la única manera que tengo de sentir que juzgo las cosas lo menos condicionado posible. Eso por un lado, porque por el otro, cuando no puedo evitar estar en medio de una discusión, siempre me siento incómodo ante tanto convencimiento, por todas las partes. Siempre siento que si contradigo algo, o incluso si simplemente me quedo sin decir nada (que es lo que hago la mayoría de las veces), corro el riesgo de que me juzguen con la habitual ideología del “si no estás de acuerdo conmigo, estás contra mí”.

Bueno, pues tras haber escuchado a unos y a otros, llego a la conclusión de que, al final, por muy distintas que parezcan las cosas ahora, y a pesar de todo lo ocurrido en los últimos años, en el fondo todo sigue igual. Pueden surgir nuevos partidos, se les pueden poner nuevos nombres y colores, que seguiremos siempre divididos en bandos (sobre todo en dos bandos). Seguiremos siempre convencidos de que nuestra parte tiene razón y la otra está equivocada, que nosotros tenemos sentido crítico y los otros no piensan, que las maldades de los de enfrente son siempre más malas, etc. Y si borráramos de los discursos y debates de la gente las palabras identificativas de a quién defiende cada uno, probablemente no seríamos capaces de adivinarlo, porque en muchos aspectos ambos bandos utilizan argumentos muy parecidos, incluso para contradecir esto mismo que digo en este párrafo: “sí, todo huele mal, pero unos huelen peor que otros”, “sí, todos la cagan, pero unos más que otros”…: Efectivamente, los otros también argumentan eso mismo.

Me llama la atención que casi todo el mundo a mi alrededor siga encerrado en lo de siempre, igual de convencido que siempre (o más) de lo que siempre había pensado (o eso aparentan), mientras a mí me ocurre lo contrario: con los años cada vez tengo las ideas menos claras, cada vez creo menos en un bando concreto, cada vez veo más errores y aciertos en todas las partes, cada vez me siento menos cerrado en lo que antes creí.

Llámenme ingenuo, llámenme naif, pero cada vez tengo más claro que la verdadera solución sería acabar de una vez por todas con esa pelea de niños pequeños, en la que ya no se sabe quién empezó a insultar primero, y todas las partes perdieron la razón hace tiempo. Esa riña tribal que no conduce a ningún lado, como les ocurre a los protagonistas del Duelo a Garrotazos de Goya. Quizá es que ya se ha llegado tan lejos que ninguna de las partes sabe cómo retroceder, o simplemente ya no es posible avanzar hacia ningún sitio, con los pies enterrados en el suelo como en la citada obra pictórica. Quizá sea el complejo que produce reconocer los errores propios sin saber si la otra parte va a reconocer los suyos. Bueno, ¿errores propios? ¿qué errores propios? ¡Si la culpa es de los otros, faltaría más!

Por eso tampoco suelo hablar de estos temas en el blog. Y no es porque el blog no vaya de esto, porque para mí el escapismo no es mera evasión lúdica, es también ver las cosas de manera diferente a la acostumbrada. Y eso es lo que me gustaría, poder escapar a un lugar en el que dialogar sobre política fuese contrastar ideas de manera constructiva, por muy diferentes que éstas sean, vengan de la izquierda, de la derecha, o del partido que sea. Huir de tertulias endogámicas en las que la gente de la misma ideología se da la razón complacientemente mientras critica a los de la ideología contraria, o de debates encendidos entre personas de ideologías opuestas en los que el empecinamiento, el cabreo y el volumen de las voces va en aumento con el paso de los minutos.

Escapar a un lugar en el que opinar distinto, o escuchar opiniones distintas (incluso opuestas), produzca la satisfacción a todos de haber recibido el teóricamente positivo efecto de ampliar el conocimiento propio. Lo dicho, llámenme ingenuo.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Compartir la montaña




Ya hablé en cierta ocasión (hace mucho, en una entrada de la primera época del blog), de las diferencias que se perciben emocionalmente entre las excursiones en solitario y las que se hacen con amigos, sin la intención (ni la consecución) de decantarme por unas u otras, ya que ambas tienen sus ventajas.





De hecho, algunas de esas ventajas provienen de una supuesta desventaja. Por ejemplo, cuando vas por primera vez a un lugar en el que no has estado, o realizas una ruta nueva, en el caso de ir solo –y a pesar de la ventaja del privilegio de descubrirlo en solitario- echas de menos no poder compartir el “descubrimiento” con tus amigos; eso lleva, sin embargo, a que por un lado estés haciendo mentalmente presentes a tus amigos al imaginar cómo les estaría gustando a ellos estar ahí, y por otro a que te reserves la excursión para poder compartirla alguna vez en el futuro: “pues os tenéis que venir a subir por donde subí yo ese día…”.






Eso es lo que he vivido últimamente con la poco conocida ascensión a La Maliciosa por la Cuerda de los Asientos, y la conclusión es que puede haber pocas excusas mejores para hacer la misma excursión dos veces (o más, si no vienen todos tus amigos montañeros en la primera repetición…)




sábado, 5 de diciembre de 2015

…Ahí quería yo llegar (Cerro del Caloco)



No, a La Coruña no (ni a Villacastín ni a Adanero). A donde quería llegar, desde hace años, es a lo alto del Cerro del Caloco, que llevaba viendo de toda la vida desde la carretera N – VI, en diversos viajes.



No se puede decir que fuera un deseo de siempre, sino más bien una curiosidad surgida ya en mi época de esto de subir montañas. Antes no me habría fijado en el Caloco con esa idea, puede que ni me hubiera fijado más de dos segundos seguidos en él. Pero una vez que uno se acostumbra a mirar para arriba atraído por el juego de las ascensiones, cualquier elevación, por pequeña que sea, llama la atención.



Y, al igual que desde el coche me imaginaba muchas veces subiendo por ahí, en la definitiva culminación me imaginé cómo me habría visto alguien que desde un coche se hubiera fijado en mí, incluso yo mismo si pudiera desdoblarme. Y ahora, escribiendo esto, trato de imaginar qué sensación me producirá volver a pasar por la carretera y mirar al Caloco que antes era deseo y ahora es recuerdo, anécdota.


Y así de sencillas y básicas, incluso infantiles, son las aspiraciones de los montañeros.



Más fotos y descripción en Pirineos 3000.