jueves, 24 de diciembre de 2020

Recuerdos (buenos) de 2020

 

Navacepedilla de Corneja, Ávila

Quién me iba a decir todo lo que iba a ocurrir en mi entorno tras empezar a escribir en este blog hace 12 años.

Quién nos iba a decir lo que iba a pasar este año.

Quién me iba a decir que la respuesta a la pregunta del blog la encontraría precisamente en lo peor de este año.

Quién me iba a decir que sentiría algo de culpa al reconocer que 2020 ha sido uno de los mejores años de mi vida.


Los Infiernos, Panticosa, Pirineo aragonés






Trentino - Alto Adigio, Italia













Gredos






Lekeitio - Ea, Bizcaia





Sierra Nevada





Serranía de Cuenca





Besiberris, Vall de Boí, Pirineo catalán













martes, 7 de julio de 2020

El Guadarrama al final del túnel



Objetivo enfocado, diafragma bien abierto... Esta es la luz que anhelaba.




Era el paseo más largo en tres meses. La distancia más lejana de casa en todo ese tiempo. Curiosamente, no parecía una liberación, o que hubiera sido el mayor período en un área tan restringida en toda la vida, ni había una banda sonora épica sonando en el interior. Parecía otro paseo más, como si no hubiera habido una pausa, como si no hubiera pasado nada. Pero la puesta de sol desde ese parque famoso por sus vistas de la capital y de la sierra sí me pareció la mejor que había visto nunca; “objetivamente” era la mejor, pero posiblemente me lo habría parecido aunque hubiera sido mucho más anodina o rutinaria, como en ocasiones anteriores.





Ese mismo fin de semana volvió el montañismo. El sábado iba con prisa, quería recorrer toda la cuerda de ambas Machotas, y tenía que hacerlo relativamente rápido porque luego iba a comer con los amigos en La Herrería. Pero sólo el paseo de aproximación de la mañana por la Calzada de las Merinas, en medio de una preciosa primavera tardía, me embargó de tal emoción por las sensaciones recuperadas, que preferí saborear aquello a costa de recortar parte de la ruta planeada: Hacía años que no me sentía así de pleno en una excursión de montaña. Luego, la impagable recuperación del contacto (a distancia de seguridad) con los amigos.






El fin de semana perfecto se completó el domingo con una nueva ascensión a mi montaña más conocida, La Maliciosa.



Y dos fines de semana después, explorando por la cara sur de Siete Picos,  pude confirmar que la luz estaba expuesta de manera perfecta, con la apertura de diafragma que no había sabido encontrar durante el año pasado, aunque antes pareciera que iba por el buen camino, antes de que el obturador se quedase temporalmente cerrado.





Al otro lado del túnel hay otro paisaje, pero sobre todo otro observador. O el mismo pero con otra perspectiva. La panorámica resulta fascinante y atractiva, sobre todo porque parece haber desaparecido el peor de los obstáculos: el miedo. Con esa premisa, son muchas más las posibles fotografías futuras, y todavía muchísimas más las ganas de hacerlas. Vale la pena seguir.





viernes, 1 de mayo de 2020

Vivir es escapar. Escapar es vivir


…Pero sin confundir escapar con huir.

Porque huir me parece más un gerundio. Y escapar me suena mejor en participio:

Si huyes siempre estás huyendo. Si has escapado has vivido.

Se huye de. Se escapa hacia.

Malo cuando “de” es la parte de la vida que no te gusta, que te aprisiona, que no te hace sentir vivo, los “medios” o “herramientas” para vivir cuya cantidad según Thoreau reducían en proporción directa las oportunidades de vivir. Porque sin embargo hay que aceptar que hay que vivir esa parte de la vida, porque es inevitable en mayor o menor medida, porque es un peaje que toca pagar para poder seguir viviendo el viaje. Mejor no sentir que hay que huir de ello.

Peor cuando “de” es uno mismo, sus miedos, sus inseguridades, sus pérdidas, sus duelos, su desorientación en escenarios no vividos antes, su hastío, su sensación de fracaso, su falta de amor propio, su sentimiento de culpa, sus arrepentimientos, su autocompasión… Estar encerrado en uno mismo es mucho peor que estarlo físicamente. No hay peor confinamiento que el de la mente… Pero ni se puede ni se debe huir de ella, tampoco.

La solución es escapar hacia la vida. La solución es encontrarse con el interior de uno mismo que nos ha permitido recorrer la parte del viaje que sí nos gustó (o que recordamos que nos gustó).

La solución es permitir a la mente encontrar su libertad. Porque es en la mente donde empieza y termina la libertad de una persona. Si la mente no ha escapado, no hay diferencia entre ser físicamente libre o estar confinado. Si la mente por fin ha logrado escapar, el fin del encierro (o la desescalada) es un nuevo deseo, y ese deseo es sinónimo de vivir, se cumpla cuando se cumpla de forma efectiva, sea cual sea el tiempo o la distancia que quedan.

No es verdad que sea en los peores momentos cuando surge la creatividad; no al menos para mí. El peor momento de mi vida ha sido mi mayor laguna, mi mayor espacio vacío. Todo este tiempo sin entradas en este blog es un espejo de esa laguna. La mente embotada, la mente confinada. No reconocerse a uno mismo. No reconocer los escenarios de mi vida. Convertir los buenos recuerdos en recuerdos amargos. Destruir todas las islas de “Inside Out”. No poder decir si quiera aquello de “que me quiten lo bailao”, porque “lo bailao” ha perdido su valor y su sentido, no ha servido para nada si al final me ha llevado a ese pozo en el que me he hundido. “Lo bailao” es incluso la razón, el culpable, de mi caída. Confundí un camino por desorientación, y me perdí, llegué a un callejón sin salida. Me enrisqué, me metí en un brete.

La diferencia entre la tristeza y la depresión es que la segunda parece que no se va a acabar nunca. Que ya siempre va a ser así. Que ya siempre voy a ser así. No se ve ningún atisbo de luz al final del túnel si el túnel no tiene final. Más bien parece que va a ir a peor, cada vez más oscuro, cada vez más estrecho, cada vez más confinado…

…Y sin embargo se acaba. Se sale del túnel. No sabes cómo, pero se sale. Se encuentra el camino, u otro camino, una “nueva normalidad”. O muchos otros caminos. Y ya no hay miedo a volver a perderse, no hay miedo a la confusión. Porque lo que en el túnel parecía haber sido una confusión de nuevo parece que fue un posible camino acertado, uno de tantos, pero sobre todo el que te dijo el corazón en aquel momento. Porque los buenos recuerdos vuelven a ser buenos. Porque las islas vuelven a estar ahí. Se ha escapado.  Y se sigue viviendo. Y escapando… aunque sea un gerundio




… Qué fácil es decirlo (escribirlo) a toro pasado…