domingo, 15 de noviembre de 2015

Ascensiones cronometradas: Balance y perspectivas


Casi un año y un mes después de proponerme esta modalidad de montañismo nueva para mí, consistente en ir mejorando los tiempos de una ascensión determinada, repitiendo el itinerario cada vez más rápido, ha llegado el momento de hacer balance, y de plasmar una nueva idea, seguramente algo friqui, que me ha ido surgiendo a raíz de ello. Sin que ahora lo refleje como entonces, me siento un poco como cuando en los primeros tiempos de este blog hacía lo de los “planes de escapada”.

Tras este tiempo, he hecho un total de 7 excursiones con la citada premisa, en 3 itinerarios distintos. Al de la Maliciosa por el Arroyo de Tijerillas, cuyo primer tiento ya reflejé aquí en la misma entrada ya enlazada, y el cual he repetido otras dos veces más, he añadido otro a la Maliciosa pero por la Fuente de la Campanilla y Collado del Piornal con bajada a Matalpino (que he hecho dos veces en total) y otro a La Peñota desde Cercedilla (también dos veces).

En todos los casos he ido mejorando los tiempos, tanto en los tramos parciales como en el total, y en todos los casos el tiempo final me ha satisfecho bastante, superando mis mejores previsiones. Como ya dije en la entrada previa, no los voy a reflejar aquí, pues el objetivo no era presumir de ello, sino divertirme de una nueva manera.

Tras la última repetición de cada uno de los tres itinerarios, en principio creo que ninguno de ellos lo voy a intentar superar más, pues creo que probablemente excedería a mi límite de lo disfrutable, al menos  hoy por hoy. Además, en los tres casos hice la última repetición bajando más en carrera que andando, y aunque es algo que he llegado a disfrutar bastante en todas las ocasiones, por un lado lo veo difícil de superar, y por otro veo claramente un aumento del riesgo (de caída o de lesión) que no creo que valga la pena. De hecho, la última vez, que fue la segunda bajada de La Maliciosa a Matalpino, me llegué a torcer el tobillo, afortunadamente sin consecuencias graves salvo una pequeña hinchazón que he tenido dos o tres días. No me quiero exponer más a ello.

Y en relación a lo de correr, aquí viene una de las primeras reflexiones o conclusiones respecto a cosas que sugerí en la entrada de hace un año, que es la posibilidad de adentrarme en el trail-running. La verdad es que esas bajadas corriendo me han parecido muy disfrutables. No era algo absolutamente novedoso para mí, pero sí de la manera más continuada en que lo he hecho ahora, y me ha gustado, me ha parecido divertido. Sobre todo, la improvisación a la hora de situar cada paso en el mejor lugar posible para seguir controlando la estabilidad (una sensación parecida a los movimientos dinámicos y fluidos en la escalada –el famoso “baile” al que me referí en la entrada que escribí hace once días-), al tiempo que ves el terreno moviéndose a toda velocidad alrededor tuyo. Pero, debido a lo que ya he explicado en el anterior párrafo, creo que si en algún momento me dedicara más de lleno al trail-running (que sigo sin tenerlo claro), lo haría –al menos inicialmente- por terrenos menos inclinados y con menos irregularidades en el camino. También me quedaría por ver cómo es eso de hacer una ascensión de montaña corriendo, pues las partes de subida las he hecho siempre andando; sin parar y a buen ritmo, pero sin correr.

Lo anterior se me antoja complicado, al menos en subidas del desnivel e inclinación de las citadas, pues en la más rápida de las subidas (siempre la última), ya iba cerca del límite, y en el caso del primer itinerario a La Maliciosa (la tercera vez) incluso llegué a sentirme mal, y eso sin ir más allá de ir andando, con lo que correr me lo imagino aún más sufrido. Eso sí, menos peligroso que correr bajando, supongo.

En cualquier caso, en lo de las subidas sin paradas y a buen ritmo también he sacado un beneficio muy positivo: He aprendido un poco más a dosificar las fuerzas, a sincronizar la respiración, y a mantener el esfuerzo con tenacidad (otra vez la lección de la constancia, aprendida con la escalada). Esto me ayuda a afrontar mejor cualquiera de las otras ascensiones que sigo haciendo al estilo “clásico”, sin prisas vaya (que siguen siendo la inmensa mayoría, como también me propuse), y de hecho ahora tengo la sensación de que me cuestan mucho menos (sin exagerar, algunas me parecen paseos), y por tanto las disfruto más. Aunque siempre he pensado que me pegaba buenas pateadas, ahora lo relativizo y no me parecen para tanto: me da la sensación de que puedo hacer lo que me proponga (con sus límites, claro). No es que esté más en forma físicamente (aunque algo sí), es sobre todo que estoy mucho más en forma mentalmente. Como me pasa, de nuevo, con la escalada.

La conclusión general y final, en relación a lo que me planteé hace un año, es que efectivamente, como decía entonces en el mismo título de la entrada, una nueva forma de disfrutar de la montaña me ha ayudado a volver a tener ganas y motivación; no sólo para estas excursiones cronometradas, sino para todas en general. Se demuestra una vez más que hay que renovarse o, como dicen hasta aburrir los motivadores (vaya paradoja), reinventarse. Lo  bueno es que por el camino he llegado a sentir lo que tantas veces años atrás, como me ha ocurrido este verano y, mejor aún, tras ese punto culminante no he sentido ningún bajón de ganas en absoluto. Si bien, tal y como decía en la entrada de hace un año, tras el Mont Blanc sí vino un nuevo bajón, ahora no lo ha habido aún. Al mismo tiempo, la mejor lección aprendida de ese último bajón, que es la de no frustrarme por el hecho de renunciar a alguna excursión (por mal tiempo u otros imprevistos) sigue funcionándome: Ilusionarme sin llegar a ser esclavo de dicha ilusión.

Sin embargo, también tengo que reconocer que el disfrute de la novedad, en la última de las 7 excursiones cronometradas ya no estaba presente con la intensidad de las primeras, como lo describí en la entrada de hace un año, lo cual es lógico. Así que tocará, más tarde o más temprano, volver a renovarse, y por eso ahora viene lo de la idea “friqui” para el futuro, lo del “plan de escapada XXL”. Por un lado, tendré que idear más itinerarios de éstos para ser cronometrados en más de una ocasión (pero ahora evitando lo de correr en las bajadas); hasta ahora he hecho rutas de medio día, que me permitían llevar menos peso en cuanto a comida y demás, pero puede que prolongarlo a itinerarios más largos, de un día entero, sea un interesante paso más allá. También probar otras condiciones, pues hasta ahora lo he hecho con temperaturas suaves y sin nieve, evitando así llevar más peso de ropa y material en la mochila, así como el tener que estar poniéndome y quitándome las cosas; sería otra perspectiva interesante, tanto en nuevos itinerarios como en los que ya he hecho (obviamente no puedo esperar tardar lo mismo, aunque también sería curioso comparar los tiempos); lo malo es que esas condiciones invernales también son muy cambiantes ente ellas mismas (más o menos superficie nevada, diferentes estados del manto, etc.).

Pero, y aquí viene la verdadera “fricada”, el plan que me he propuesto a raíz de este relativo dominio de las ascensiones (y en especial a La Maliciosa), es precisamente hacer más de una ascensión a La Maliciosa (o más tarde a otras montañas) en el mismo día. Creo que podría hacer hasta tres (de cierta enjundia en cuanto a desnivel) sin que se me hiciese de noche: Saliendo del pueblo de Navacerrada, la primera sería por el itinerario original de estas ascensiones cronometradas (la Barranca y Arroyo de Tijerillas), bajando por el mismo sitio a La Barranca, para hacer la segunda por la Fuente de la Campanilla y Collado del Piornal, bajar luego al Collado de las Vacas y un poco más en dirección Matalpino, y subir la tercera por alguna de las canales de la cara sur o sureste. Todo ello, desde luego, a menor ritmo que en las excursiones cronometradas, para ir dosificando, pero sin parar y aprovechando precisamente, una vez más, la lección aprendida de la constancia en el esfuerzo, ahora por terreno bastante más conocido. Ya iremos viendo y planeándolo (para la próxima primavera, que ahora la luz ya dura muy poco).

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Aprendiendo a andar… por las paredes

Tengo pendiente desde hace tiempo dedicar unas líneas a ciertas reflexiones que me han ido surgiendo desde que he convertido la escalada en un hábito, pero hasta ahora no lo he hecho por no saber exactamente cómo plasmarlo, y de hecho aún no sé si lo tengo claro. Como eso último en realidad no tiene por qué ser necesariamente un inconveniente, y en cualquier caso quería hacerlo ya, pues aquí va.

Digo que he convertido la escalada en un hábito, y ahí está buena parte del meollo de la cuestión. Cualquiera que se haya dedicado a un cierto nivel a alguna modalidad de escalada, sabe perfectamente que este es un deporte que no se puede dejar ni tan siquiera un mes, si no se quiere tener que emplear bastante más tiempo que ese mes en volver a tener la forma e incluso la técnica que se había llegado a alcanzar antes de dejarlo. Eso suena a sacrificio y a ser esclavo de algo, pero yo nunca lo he sentido así, ya que por un lado lleva aparejada una satisfacción casi permanente por la constante mejora que se experimenta, y por otro, pasado un tiempo, uno empieza a valorar la lección que esa constancia te aporta. Es el deporte más agradecido que personalmente he conocido (me refiero a actividad clasificable exclusivamente como deporte: el montañismo para mí es mucho más), y de algún modo recuerda a lo del “partido a partido” que de manera tan manoseada hemos escuchado a ciertos (o cierto) personajes del mundo del deporte de masas: es aplicable a la vida.

Previsión de disfrute es igual a entrega deseada; esfuerzo, insistencia y paciencia en la repetición de esas entregas deseadas no llega a ser sacrificio ni esclavitud, sino que es una rutina de distracción que a cambio se traduce con el tiempo en sentirte alguien nuevo, alguien que, en general, ha aprendido a tomarse las cosas de otra manera. Voy dos o tres veces a la semana a escalar porque realmente me gusta, porque disfruto sintiendo que estoy desarrollando un instinto que de alguna manera me pedía el cuerpo. Como aprender a andar, pero ahora por las paredes. Y en eso consiste la vida, en seguir aprendiendo a andar por terrenos distintos de los que conocías antes, aunque a priori pudieras creer que no serías capaz.

Como ya he mencionado, existen varias modalidades de escalada; todas ellas aportan algo. Aunque me hace ilusión salir a escalar a la roca natural (al tiempo que me produce respeto), en cualquier caso desarrollo habilidades físicas y mentales en los rocódromos, que es donde estoy casi siempre, sobre todo haciendo boulder, pero también vías verticales con cuerda. Me gusta sobre todo hacer travesías, aguantar en la pared el máximo tiempo posible, aprender a resolver con tranquilidad los pasos más difíciles. Me gustan también los bloques cortos, pero esa explosividad y brevedad me atrae menos. No comparto – aunque respeto – lo de los ánimos eufóricos, lo del “¡vamos bicho!”, y todo eso. No es porque me parezca mal, es porque la escalada a mí me aporta tranquilidad y serenidad, que es el estado en el que mejor resuelvo las secuencias, y esa es la parte que más siento que me está enseñando a ver la vida de otra manera. En cualquier caso, esa es parte de la gracia de la escalada: ofrece muchas opciones, para que cada uno la sienta como quiera, para que cada uno sea uno mismo, y luego además se pueda aprender de otros compartiendo; creo que casi hay una forma de escalar para cada persona.

Me dejo muchas cosas, y otras las he tocado sólo por encima (ya dije que no tenía claro si sabría expresarlo). El propio aprendizaje, al menos como yo lo he experimentado, es un proceso progresivo aparentemente interminable: no dejo de sorprenderme con cada cosa nueva que soy capaz de hacer, con cada mejora cada vez que vuelvo a cada rocódromo y paso por donde antes no era capaz, y sobre todo con la fluidez de los movimientos y de las ideas para resolver problemas. Hasta ahora, casi todos (o todos) los deportes practicados en mi vida me llevaban a un punto desde el cual ya no sentía una mejora; podía seguir jugando pero ya no iba a más; comparar eso con la escalada es –en mi caso- como comparar el crecimiento físico de las personas con el de los árboles.

Es una gozada sentir la armonía de los movimientos, de las secuencias de posturas, del uso de tu propio peso y equilibrio para desplazarte, del ritmo; a menudo hay quien lo compara con bailar, aunque yo no puedo hacerme a la idea pues esto último nunca fue lo mío (ni por calidad ni mucho menos por disfrute). Y la concentración a la que te lleva el ir pensando (muchas veces improvisando) los pasos es una verdadera escapada; es un juego mucho más intelectual y creativo de lo que uno se imagina antes de empezar a practicarlo.

También me gusta el hecho de que no necesito ganar a nadie para sentir que he ganado. También existe la escalada competitiva, pero, al igual que lo que dije antes acerca de la euforia y los bloques breves y explosivos, me interesa menos. Igualmente, la sensación de derrota no existe; en todo caso, existe el día en el que se aprende de aquello que no sale. Tampoco es un deporte que practique para estar en forma, sino que me mantengo en forma para poder practicarlo (aunque en realidad esto se retroalimenta): No disfruto del resultado, sino del camino para llegar a él. Una vez más, importa andar más que la meta.