viernes, 30 de septiembre de 2011

miércoles, 21 de septiembre de 2011

"Explorando" por La Pedriza





Esta vez no había plan, ni intención de reflejarlo luego aquí. La excusa era, simplemente, pasar una noche de vivac en la Sierra de Guadarrama, cosa que este verano aún estaba pendiente.



Luego, lo de menos fue el vivac, o la enésima ascensión al Yelmo, por ruta de aproximación y vía ya sobradamente conocidas. La gracia –no planeada- estuvo, otra vez más, en conocer nuevos rincones de ese laberinto granítico llamado La Pedriza. Un lugar en el que abundan pequeños lugares escondidos en relativamente poca superficie sobre el terreno. Probablemente hay más por conocer aquí que en todo el resto de la sierra, que es mucho más amplia.











No creo que merezca la pena hacer descripciones detalladas del itinerario, o poner un preciso track de GPS. No es que quiera ocultar el tesoro por miedo a su profanación, es que creo que hago un favor a quien esté viendo esto y tenga pensado hacer alguna “exploración” parecida por La Pedriza. Lo contrario sería como un spoiler, como contar el final de la historia o quitarle encanto al misterio. Simplemente daré una referencia toponímica: El Corral Ciego. Hay mapas sobradamente minuciosos para que cada uno haga el esfuerzo por si mismo. No es que sea terreno virgen, pero jugar a ello es una gozada.









miércoles, 7 de septiembre de 2011

Casi cumplido 123: Picos de Vallibierna e Hito Este del Perdiguero






Escribía Juanjo San Sebastián en su “Cita con la cumbre” acerca de los miedos antes de una expedición. Se cuestionaba por qué la sensación de mal presagio no llegaba a ser lo suficientemente convincente como para renunciar a viajes en los que, efectivamente, acababa ocurriendo algún accidente más o menos desgraciado. Y, sin dar una respuesta sólida –no es su estilo-, sí que consideraba una buena razón el hecho de no llegar a vivir limitado por los miedos.

La referencia anterior no pretende hacer una absurda comparación entre ascensiones estivales a tresmiles pirenaicos de muy baja dificultad con las épicas aventuras de los ochomilistas, ni mucho menos relacionarlo con las tragedias que allí se viven. Pero me viene muy bien, porque hace algunas entradas escribí en un comentario que ya había dejado de sentir miedo antes de mis viajes en solitario a, por ejemplo, el Pirineo. Y, claro, ahora me parto la caja de ese comentario, aunque maldita la gracia que me hizo la insomne noche anterior al viaje a Benasque.





Es verdad que llevaba una temporada tomándome con cierta indiferencia anímica lo de preparar viajes montañeros, lejos de las tensiones de mi primera ascensión solitaria en Pirineos, al Garmo Negro hace tres años. Supongo que tenía una indiferencia anímica general, como coraza a lo vivido, en todos los aspectos de mi vida, los últimos años. Y supongo que el volver a sentir cosas, entre ellas miedo, significa que tal vez estoy superando esa etapa, para lo bueno y para lo malo.





El hecho es que los días previos a este nuevo viaje, junto a tensiones personales del momento presente, se fue generando una cierta preocupación hacia cuestiones más o menos tontas de las excursiones: Cuándo dejaría de llover el viernes, cómo haría el viaje en función a eso, si me quedaría o no autobús a Vallibierna o a la Besurta en función a lo anterior, dónde dormiría en función a lo anterior, etc.







Y entre esas preocupaciones estaba también el “Paso del Caballo” entre las Tucas de Vallibierna y de las Culebras. No era suficiente con el hecho de haber planteado la subida por el lado que permitía hacer cima sin afrontar el paso. En cualquier caso, la dificultad estaría tentándome al otro lado de la cima, y tendría que decidir si lo pasaría o no, para poder hacer cima también en las Culebras y completar la ruta circular. Supongo que incluso aunque me hubiera propuesto previamente hacer la ruta de ida y vuelta, y ni mirar hacia el paso, ni planteármelo, aun así, por esas extrañas tonterías de la mente humana, me habría quitado igualmente el sueño. Porque, en cualquier caso, el paso estaba ahí.



Finalmente, me vi enfrentado al paso, por cierto habiéndome quedado solo del todo (otros montañeros fueron desapareciendo mientras yo comía en la cima del Vallibierna), y en ese momento se volvieron a acumular todos mis miedos. Es un filo rocoso de muy baja dificultad técnica (I+), pero con una exposición impresionante, y una caída de muchos cientos de metros a ambos lados. El Puente de Mahoma del Aneto da, creo yo, bastante menos miedo (no es lo mismo medio metro de anchura de cresta que apenas un palmo). Estaba pasándolo francamente mal ante la idea de intentarlo. Y, sobre todo, si el miedo llegaba a bloquearme del todo a mitad del paso, ¿qué iba a hacer?





Así pues, por muy fácil que fuera, y por mucho que lo haga todo el mundo, creí que lo mejor era darse la vuelta. Es posible que a veces llamemos presagio simplemente a un miedo que acaba afectándonos de tal manera que su sugestión puede inducirnos a desgraciadas consecuencias (y aquí si que en absoluto pretendo compararlo con los casos de los que habla Juanjo San Sebastián).







Afortunadamente, existe una alternativa al paso, a la que también le tenía cierto miedo previamente, pero que in situ no me resultó ni tensa ni difícil. De esa manera, flanqueando el paso por una especie de balcón en su lado sur, con trepada posterior, hice cima también en el Culebras y pude completar la ruta circular. No pude evitar la euforia en la segunda cima. No me importaba no haberme atrevido con el Paso del Caballo, de hecho me alegraba de haber rectificado a tiempo, y aun así de haber podido completar la ruta circular. Además, me acababa de quitar un peso de encima; todas las preocupaciones de los días anteriores habían quedado en eso, en preocupaciones. Ya estaba; eso era todo.

Supongo que hay que saber afrontar los miedos sin dar por hecho que sólo hay una manera satisfactoria de superarlos. La famosa frase de “en la vida hay que probarlo todo”, yo me la tomo con más que con prudencia, y eso no implica dejar de vivir cosas (sin que eso signifique que lo sepa aplicar siempre, o que en algunas cosas de hecho no me pase aplicándolo…)





En cuanto al Perdiguero, fue otro tipo de experiencia, relacionada más con el sufrimiento, la constancia, y la renuncia. El cansancio acumulado por las pocas horas de sueño de las noches previas y la ascensión del día anterior me llevó a subir con un estado físico muy justito. Me lo tuve que tomar con toda la calma posible, en cuanto a ritmo y pausas, pero dentro de que subir al Perdiguero por Literota es una ruta bastante larga y de gran desnivel, en la que no hay que dejar que se vaya el tiempo.









Finalmente, después de más de 1500 metros de desnivel, me quedé en el Hito Este del Perdiguero, a sólo 50 de la cumbre, con una fatiga y sensación de malestar físico general que me impidieron afrontar esos últimos metros que tenía frente a mis narices, mientras veía a la gente en la cima, y a los grupos ir y venir de la misma.



Aquí no tuve ocasión de sentirme mal ni bien anímicamente. Razón por la cual me daba igual no terminar la ascensión. Pero al final de la excursión estuve razonablemente satisfecho del esfuerzo realizado, de no haberlo llevado, creo, a un límite extremo, y de ver cómo me fui recuperando según bajaba. Y, qué narices, de lo bonito que es el Pirineo. Ya disfrutaré la cima, tal vez, en otra ocasión en la que me encuentre mejor.













Por cierto, a ver si en un futuro procuro mejorar el tipo de alimento que me llevo a la montaña en estas excursiones de varios días, porque resulta muy duro comer latas de conservas cuando tienes sensación de náusea…











Descripciones en Pirineos 3000:

Pico de Vallibierna.

Tuca de Culebres.

Hito Este del Perdiguero.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Cumplido 125: "Super 8" (J.J. Abrams)

Aunque no sea una película que me haya marcado como lo hacían los films dirigidos o producidos por Spielberg en los setenta y ochenta, en muchos de los cuales por cierto se inspira éste, "Super 8" no me ha decepcionado en absoluto. Supongo que haría falta volver a ser un niño para volver a sentir hasta aquel punto ese influjo mágico de aquellas películas, pero ésta nueva producción del "rey midas" de Hollywood tiene todos los ingredientes, y sobre todo el estilo y el tono, de aquel cine. No es un intento forzado de imitar obras anteriores con resultado artificial y sin personalidad propia, como "Indiana Jones 4". "Super 8" tiene fuerza y brillo por sí misma; parece rescatada de aquella época; parece como estar viendo una vieja película de Spielberg que aún no habías visto -gran error si no la hubieran ambientado en los 70-. Una gozada, vaya.

Es cierto que la parte fantástica de la película no me ha provocado la emoción que recuerdo de las primeras veces que veía, por ejemplo, "Encuentros en la tercera fase". Tanto si mi edad tiene más o menos que ver en ello, creo que esto se debe a que el tono simpático y divertido con el que son presentados los personajes adolescentes de la película tiene mucha más fuerza. Ese buen rollo entre infantil y juvenil, ese espíritu de iniciativa y aventura, el buen sentido del humor, así cómo las difíciles experiencias de esas edades -tratadas con ternura pero no empalagosidad- tienen más fuerza que los sucesos extraordinarios que dan lugar a la acción; todo lo que los chavales representan y dan vida por sí mismos es argumento suficiente para disfrutar de la película; el resto es, como dice uno de los protagonistas, "valor añadido". También influirá que lo otro lo tenemos muy visto, tanto si es al encantador estilo misterioso de aquellos años, como si es con el actual cine de ciencia ficción al que ya estamos acostumbrados, en el que unos efectos especiales perfeccionistas nos lo dan todo hecho, quitándole valor a la imaginación.

Así pues, aquella premisa que tan bien funcionaba en películas como "E.T.", de colocar a personajes corrientes ante situaciones extraordinarias, no es que ahora me llame menos la atención; es que me parece tan disfrutable el hecho mismo de ver a los chavales tratando de rodar su primera película: eso es tan interesante y sobre todo divertido, o más, que los propios hechos extraordinarios. Y sobre todo desde el protagonismo de quien aún es demasiado joven como para haber perdido la ilusión, o el sentido de la magia o de la fantasía. Y que eso funcione (aunque dependerá del espectador) en una época en que el público es tan escéptico ya que el cine tiene que ser tan creíble y realista que hasta Batman necesita ser explicado como si fuera un personaje real, me parece que tiene un gran mérito. O eso, o esta película sólo nos va a gustar a los nostálgicos de aquella época.

Me ha encantado la parte autobiográfica, metacinematográfica, que tiene la película. Hablamos de un film que rememora el estilo que hizo famoso a Spielberg entre los 70 y los 80, y en el cual los protagonistas hacen lo mismo que el propio Spielberg entre finales de los 50 y principios de los 60: Coger su cámara de Super 8, reunir a sus hermanas y amigos, y rodar películas de aficionados. Es todo un autohomenaje, que al mismo tiempo es un agradecimiento al mundo del cine y a todo lo que le ha dado, y que casi parece cerrar un ciclo, aunque el cineasta siga con proyectos de ciencia ficción y fantasía.

Spielberg se ha pasado toda la vida tratando de utilizar el cine para escapar de la rutina, de la gris cotidianeidad, a través del cine fantástico y de ciencia ficción. Tras ser capaz de enfrentarse también a dramas humanos de gran calado y madurez, parece que en el otoño de su vida sigue necesitando revisitar ese escapismo, y sigue guardando dentro a un niño que se sigue expresando muy bien. Yo no puedo por menos que agradecérselo.

viernes, 2 de septiembre de 2011

125: Súper 8

La película que -en teoría- simboliza el tipo de cine que fue mi favorito durante mi infancia y adolescencia, por lo tanto con una clara vocación escapista. ¿Cómo me la iba a perder?