viernes, 26 de febrero de 2016

Belleza de la fealdad




La calima que hace unos días arrastró el viento del sur sobre la Península Ibérica, que supuso un episodio mucho más intenso de lo normal en nuestras latitudes de este fenómeno atmosférico de polvo o arena en suspensión, convirtió el ambiente de la Sierra de Guadarrama en turbio y poco favorecedor, tanto para la vista como para la fotografía…

…O tal vez no, porque con el ángulo adecuado, y normalmente mirando hacia el sol o con algún tipo de contraluz, sí que se podía obtener alguna imagen al menos curiosa. Es la paradoja de sacar partido a aquello que en principio parece haber estropeado el día.




Y no es la única sorpresa. También parecía, hasta hace pocas semanas, que este invierno iba a echarse a perder casi del todo, en lo que a nieve se refiere. Afortunadamente, nunca es tarde…



viernes, 19 de febrero de 2016

Mal de Altura, Everest 1996 y la huidiza objetividad

Prácticamente dos décadas después de la tragedia que se produjo durante las expediciones comerciales de primavera de 1996 a la cima del mundo, poco debe quedar por hablar acerca de la polémica que se generó, de los distintos puntos de vista sobre lo que pasó, y de los dos libros que se escribieron sobre aquello: “Mal de Altura” de Jon Krakauer y “Everest 1996” de Anatoli Bukreev y G. Weston DeWalt. Por eso, aunque hace poco he terminado el segundo de ellos, no veo necesario a estas alturas hacer una exhaustiva comparación de ambos (por eso, y porque el primero lo leí hace ya demasiado, y la distancia difumina demasiados detalles).

Para lo que sí me sirve reflexionar sobre las diferencias -que recuerdo- entre ambos libros es para aquello por lo que precisamente quise leer los dos: Para ver si era posible encontrar más convincente o veraz uno u otro, o -más difícil todavía- para comprobar si tal vez no tenían por qué contradecirse sino más bien mostrar dos perspectivas de una misma cosa, que es lo que uno desearía ser capaz de resolver con la misma exactitud que un problema de matemáticas (pero de resultado único, que con los sistemas de ecuaciones ya se sabe…).

Y es que con los años me siento cada vez más frustrado por la incapacidad para dar con la objetividad, con la verdad aséptica, hasta el punto de que ya no sé si ésta existe. Hace años tenía muchas cosas mucho más claras (y posiblemente estaba más equivocado en la mayoría de ellas), pero el exceso de ruido, de simplicidad y de tendenciosidad de los medios de información me ha convertido en un escéptico por puro acto defensivo. Llevo mucho tiempo proponiéndome leer las mismas noticias (dos o tres diarias) en periódicos distintos, pero luego nunca lo hago, por falta de tiempo o de dedicación. En cualquier caso, dudo que hacer eso me ayudara a acercarme más a la verdad (no creo que sea como obtener un gris de hacer la media entre el blanco y el negro); en todo caso creo que me mostraría mejor las mentiras, en el mejor de los casos. Lo que probablemente me ocurriría es que aún estaría más confuso que con un único punto de vista.

Creo que con los libros de Krakauer y Bukreev me ha ocurrido que nuevamente la verdad aséptica sigue siendo inalcanzable, y menos aún cuando se ven dos perspectivas. Y eso a pesar de que (o precisamente por culpa de que) creo sinceramente que ambas obras están tratadas con mucha mejor intención y trabajo de estudio que el que suele mostrar la prensa española en otros temas. En líneas generales, las escenas comunes narradas por ambos autores presentes en los dramáticos sucesos de 1996 en el Everest son coincidentes, más allá de detalles concretos que como dije antes no alcanzo a recordar; la diferencia está en la interpretación que cada uno hace acerca de las razones de lo ocurrido, sobre todo en base a las motivaciones de ciertas decisiones tomadas por unos u otros. Lo que habría pasado si se hubieran tomado otras decisiones, posiblemente nadie lo sabe. Es pura especulación, lo que por un lado es respetable como opinión, y por otro -precisamente por ello- no debería, creo yo, tomarse como arma arrojadiza o reproche, por ninguna de las partes (ni de quien expresa esa opinión ni de quien no está de acuerdo con ella).

Se habló de que “Mal de Altura” fue muy injusto con el guía Anatoli Bukreev. Recuerdo el libro de Krakauer caracterizado por una calidad literaria muy superior, lo que lo hacía emocionante y absorbente, y es posible que eso induzca al lector a sufrir una especie de “canto de sirenas” embaucador. Sin embargo, también recuerdo que mostraba muchos puntos de vista, muchas perspectivas de distintos participantes de las expediciones, y razonamientos diversos, no una única verdad. Cierto que en un momento dado comparaba las primeras acciones de rescate de Bukreev en el Collado Sur con las de los sherpas ensalzando a los segundos, sin luego elogiar por igual que el ruso también subió una última vez a intentar salvar a su compañero Scott Fischer; ese es quizá el único momento en el que tuve la sensación de que a Krakauer se le notaba una injusta tendenciosidad; por lo demás, no dejaba de reconocer que Bukreev también había ejecutado unos rescates muy meritorios y valerosos; el resto, en todo caso, me parecían opiniones acerca de decisiones que el propio Krakauer no acabó de compartir, y en las que seguramente podía estar más equivocado que el ruso debido a su menor experiencia, pero con las que no parecía estar diciendo al lector “esta boca es mía”. No creo que el estadounidense quisiera etiquetar a Bukreev como al “malo” del libro, como se ha dicho. Otra cosa, totalmente comprensible, es que el ruso no encontrase justo o exacto el tratamiento de Krakauer.

De hecho, en el libro de Bukreev y De Walt también se vierten bastantes opiniones acerca de decisiones ajenas, no sólo se habla de hechos objetivos. Es más, me parece que, con todo el respeto y cariño que muestra el ruso hacia su compañero de expedición Scott Fischer, no deja por ello de cuestionarse ciertas decisiones de éste último, y de hecho irónicamente trasluce más posibles errores del americano que los que Krakauer me parece que insinuaba de Bukreev en Mal de Altura, lo cual –insisto- no me parece mal, e incluso creo que es una muestra de que no tiene por qué ser algo injusto, siempre que se trate desde un buen trabajo de estudio, un razonamiento elaborado, y, sobre todo, el respeto. Todo el mundo puede equivocarse: En sus decisiones, en sus opiniones acerca de las decisiones de otros, y en las réplicas a las opiniones de otros. También podría considerarse injusto el hecho de que en “Everest 1996” se critique un error del artículo preliminar de Krakauer en la identificación de un alpinista durante un suceso concreto del descenso, y no se mencione que luego en el posterior libro “Mal de Altura” el propio Krakauer ya rectificaba ese error (el libro del americano es anterior al del ruso).

De todas formas, este libro de Anatoli Bukreev y G. Weston DeWalt, aun teniendo menor calidad literaria que el de Jon Krakauer, me ha parecido igualmente muy interesante y absorbente y, como he dicho antes, muy bien intencionado. Lo que no sabría decir, como también he manifestado antes, cuál de los dos está más cerca de la verdad. Tal vez lo estén ambos, sin darse cuenta. Lo que sería deseable es que, en el intento por buscar esa verdad, y aunque haya puntos difícilmente reconciliables, las distintas partes encontraran más luz y no más confusión. Si eso ya es difícil cuando se hace el esfuerzo de escuchar y respetar, se convierte en imposible cuando de forma premeditada no se quiere estar de acuerdo. Por eso creo que desgraciadamente sirve de poco leer dos o tres periódicos distintos en España.

Por cierto, puedo confirmar que, al lado de toda la información que dan estos dos libros, la película basada en los mismos hechos no es más que un buen tráiler con spoilers.

sábado, 13 de febrero de 2016

Star Wars, Iron Maiden, y la nostalgia

Se dice desde hace tiempo (desde hace tanto que ya es una doble paradoja) que lo retro está de moda. Pero si hay algo que está en plena actualización es todo aquello de lo que disfrutamos quienes fuimos niños y/o adolescentes en los años 80 y parte de los 90.

Posiblemente la razón sea que la mayoría de los actuales creadores son tan niños grandes como lo somos la mayoría de la sociedad; entre eso y la apología del friquismo, la nostalgia y el remake de lo infantil están servidos. Eso sí, a los superhéroes hay que tratarlos en serio y con realismo, que para eso somos adultos: No queremos creer en los Reyes Magos, pero Batman no puede por menos que merecer un profundo estudio sociológico.

Hay dos ejemplos en los últimos meses (digamos el último medio año) que tocan especialmente mi fibra sensible: La última película de Star Wars y el último disco de Iron Maiden.

Con respecto a la película de Star Wars, son muchos los que la están despedazando por su gran similitud con la trilogía original, pero esto a mí me parece un sinsentido: la razón de ser de que se sigan haciendo películas de Star Wars es la nostalgia, y sin similitud con las originales no hay nostalgia que funcione. La cosa resulta más sangrante después de años de enfurecidas críticas hacia las precuelas (Episodios I, II y III) precisamente por sus defectos de fidelidad a las antiguas. ¿En qué quedamos?

Yo iría más allá: Creo que las posibles copias del Episodio VII a los episodios IV, V y VI son más de tipo estético o superficial. Lo que más puede dar el cante (esto es, el plano digital escondido por un robot y la enésima Estrella de la Muerte), no dejan de ser los habituales Macguffin de la trama, es decir, aquellos elementos que hacen avanzar la historia sin ser lo trascendental de la misma.

Y todavía voy más allá: Si hay algo verdaderamente importante en el argumento que me recuerda a películas anteriores de Star Wars, no es a los antiguas, sino a la más actual de las precuelas: El personaje de Kylo Ren al Anakin de “La Venganza de los Sith” (2005).

Finn es un soldado imperial con dilema moral y que acaba desertando: Idea original y novedosa dentro de la saga, que funciona muy bien. Por otro lado han comparado a Rey con Luke, pero Rey no vive con sus tíos en una granja, sino que es una superviviente solitaria, que de hecho ya se la puede considerar aventurera antes de entrar en acción en la trama (al contrario que Luke), a pesar del poco reputado oficio de chatarrera. Es verdad que desconoce inicialmente (como Luke) su sensibilidad a La Fuerza, pero es que además ya sabe usarla sin saberlo previamente, y tiene una personalidad mucho más decidida que la de Luke, aún sintiendo miedos más intensos que él hacia lo desconocido.

Finn y Rey son dos personajazos, frescos e interesantes, que no veo en absoluto copiados a nadie anterior de la saga. Los cambios en los personajes antiguos son igual de interesantes y coherentes, demostrativos de madurez, lo cual pone la imprescindible pincelada de color otoñal: La nostalgia también es amarga, ya que aunque se conserve el carisma (caso de Han Solo) nada sigue siendo exactamente igual: El propio Solo ya no tiene la socarronería del escepticismo burlón hacia La Fuerza.

Y a partir de ahí, es una película de Star Wars en toda regla, que es lo que cabría esperar cuando vas a ver una película de Star Wars. Funciona estupendamente no sólo porque esté muy bien hecha y por su ritmo trepidante, sino porque recupera la esencia, lo genuino, al contrario que las pretensiones de las precuelas: Es cine de entretenimiento, no es Tolstoi. Pero tampoco me resulta un remake, porque ya he probado a ver los episodios IV al VI después del VII, y luego he repetido el VII, y lo siento pero no me parece igual, no es la misma película. Es el mismo universo, la misma saga, es lógico y coherente que haya similitudes, es inevitable que las haya. Se comprende que para muchos pueda resultar más de lo mismo, pero es que sólo podía ser así, o no ser. Mucho mayores habrían sido las críticas si se hubiera alejado de lo que se esperaba. Es como si vas a ver a Iron Maiden en directo y te quejas de que siempre toquen las mismas, aunque no haya dos conciertos iguales…

Y precisamente con el último disco de Iron Maiden pasa algo parecido: “The Book of Souls” es el trabajo otoñal de los británicos que más se parece a su época dorada de los 80, y sería poco comprensible que a quienes más les gusta este grupo pudiera desagradarles ese planteamiento. Yo reconozco que veo mayor mérito, creatividad y elaboración en discos anteriores como “Dance of Death” (2003) o “A Matter of Death and Life” (2006) (al contrario que en el precedente “The Final Frontier”, 2010, algo más flojo), y en líneas generales aquellos me parecen discos objetivamente mejores que el último, pero para animarme, para sentir ese subidón de adrenalina Heavy Metal que hace 20 años era frecuente en mi vida, cada vez me apetece más escuchar éste.

Y si, también hay copias o autoplagios por doquier; si me pongo a escuchar “Phantom of the Opera” (1980), de repente me arranco a tararear un solo de “The Red and the Black” de este nuevo álbum, por poner un ejemplo. Y no me importa, al contrario, encantado. Otra cosa es que todos sus discos desde aquella época hubieran sido así, más o menos como AC/DC, que no es el caso (a pesar de que siempre han mantenido un sello de identidad).

Y tres cuartos de lo mismo con respecto a la portada: ¿Ha copiado Mark Wilkinson a Derek Riggs? Bueno, sencillamente ha dibujado al mismo personaje que aquel hiciera famoso (porque no podía ser de otra manera), le ha aportado una estética propia y fresca a pesar de los idénticos rasgos, y ha logrado el Eddie más auténtico, convincente y sobrecogedor que se ha visto en una carátula de Iron Maiden desde hace unos 30 años. De hecho, una de las 3 ó 4 mejores portadas de la historia del grupo, para mi gusto. Nuevamente, funciona por su sencillez, por ir a la esencia, a lo genuino, por no tratar de inventar pretenciosamente.

No obstante, tanto en el caso de Star Wars como en el de Iron Maiden, como en el de cualquier revisión de viejas glorias, hay un punto común, que es la definición misma de la nostalgia: Nada vuelve a ser exactamente igual, porque no es lo mismo rememorar que revivir (lo segundo en realidad es imposible): se saborea pero no alimenta igual, no deja el mismo poso, porque de hecho el poso ya estaba.

Lo anterior ocurre incluso viendo ahora las viejas películas, como “El Imperio Contraataca” (1980) o escuchando los viejos discos, como “Peace of Mind” (1983) o “Powerslave” (1984): Ya nunca será igual que las primeras veces. No es mejor ni peor, es distinto. O, como mínimo, es distinto al recuerdo que se tiene de lo que fue. Como jugando con el emulador del viejo ordenador, o como volviendo al lugar en el que se vivió el primer campamento de verano.