domingo, 10 de abril de 2016

domingo, 3 de abril de 2016

Mientras haya Ilustres Ignorantes, habrá esperanza

Será culpa de mi escepticismo, pero no me gusta la televisión porque no me la creo. Todo me resulta falso, artificial, preparado, estilísticamente fuera de lugar (como las bandas sonoras épicas de fondo de concursos de cocineros, por ejemplo), cortado por el mismo patrón de lo sensacionalista, de lo supuestamente espectacular, de lo competitivo a toda costa, de lo polémico, de los contertulios enfrentados premeditadamente y, sobre todo y por encima de todo, basado en la premisa de tratar al espectador como si fuera un eterno niño, estimulándole la parte más simple de su psicología, con la certeza de que va a tragar con el juego una y otra vez.

No vería un problema en la idea de que todo esté preparado si no se jugara a intentar disimularlo. Es una sensación parecida a la de ver una actuación de un “mago mentalista”: El problema no es si realmente ha adivinado lo que pensaba el miembro del público elegido al azar o estaba confabulado con él previamente; el problema es que, en ambos casos, el resultado para el espectador es el mismo, luego no es necesario que sea un mentalista de verdad. Si no puedo verificar si lo ha adivinado de verdad, el resultado se convierte en indiferente (y de hecho ya sabes que no va a fallar). Así me resulta la televisión: indiferente.

Sin embargo, no creo que la televisión tenga que ser así per se. De hecho, esa es la gran desgracia, que se desaprovecha todo lo que podría ser. Aunque claro, desaprovecharse lo que se dice desaprovecharse, según para quién. Para los que eligen la programación, para los dueños de las cadenas, mejor aprovechada no puede estar, y esa búsqueda de la audiencia fácil y masiva es la que lleva a ese tipo de programas, luego habría que ver dónde está el origen del problema, si en las cadenas o en la gente. Quién es espejo de quién: ¿La televisión o la ciudadanía?

Y en medio de toda esa mediocridad propia de la búsqueda del éxito que cotiza en bolsa, resulta que aparece una de esas escasas excepciones que contradicen casi todas las reglas. Y digo casi porque, a diferencia de lo que muchos seguidores de Ilustres Ignorantes sostienen, yo no estoy seguro de que todo sea improvisado, de que no haya nada preparado; Una vez vi una grabación en directo de uno de los programas, y en algunos momentos me dio cierta sensación de réplica / contrarréplica que en los vídeos no se nota, porque no puedes mirar a los participantes que están escuchando. Sin embargo, en este caso no ocurre lo que con la actuación del mentalista, en este caso no es la veracidad del truco lo que importa, sino el resultado, la intención, y las formas. El sentido del humor (el bueno, el de verdad -preparado o no-) es otra cosa, no pretende ganar concursos, ni crear polémicas, ni alimentar el sensacionalismo. Es un desahogo, una verdadera válvula de escape, una pulsión humana que necesita ser estimulada con inteligencia, sin simplismos.

Así pues, mientras Ilustres Ignorantes siga existiendo (cosa que no se explican ni ellos mismos, ya sea en broma o no), al menos existirá un oasis para esas otras formas y maneras.