viernes, 16 de enero de 2015

Al asalto del Khili-Khili (W.E. Bowman, 1956)


Dos de las temáticas literarias con las que más he disfrutado desde hace años son el alpinismo y el humor, pero desconocía que ambas se hubieran fusionado alguna vez en un libro hasta que tuve noticia de esta novela de los años 50. Lógicamente, no tuve más remedio que proponerme su lectura, y la verdad es que, más que por el interés en sí hacia esos dos géneros, creo que el haberla leído ahora ha resultado adecuado sobre todo por el hecho de que actualmente me tomo el montañismo de manera bastante menos apasionada que antes, lo que ayuda a entrar con mucho más agrado en su tono satírico.

Aunque la verdad es que, más que como una parodia de las viejas expediciones al Himalaya para conquistar sus cimas más altas (que también), el libro me ha perecido que destaca por su surrealismo, por su humor absurdo. La historia relata -con cierta burla hacia el tono heroico habitual en algunos libros de alpinismo- la conquista de una cima imaginada por el autor, de nada menos que 13.300 metros de altitud, en una expedición en la que los porteadores y sherpas escalan sin dificultad alguna, mientras que los propios alpinistas muestran una torpeza que raya el patetismo.

En general me ha parecido bastante entretenido, y con tres o cuatro momentos concretos de verdadera carcajada (literalmente), logrando recrear mentalmente unas desternillantes imágenes esperpénticas, como ocurre tanto en el capítulo de la caída sucesiva de los miembros de la expedición a una grieta del glaciar y su posterior rescate, como en el de la desastrosamente torpe noche que pasan dos de ellos en una tienda de campaña de un campo de altura. Tampoco tienen desperdicio los alpinistas escalando lo más rápido posible, no por lograr hacer cima, sino por huir del espantoso cocinero de la expedición. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto leyendo, hasta el punto de tener que parar de leer. También es cierto que hacia los capítulos del final, para mi gusto la novela va perdiendo gracia, e incluso llega a resultar sosa por momentos.

Ahora tengo una duda: Si colocar este libro junto a los de alpinismo, o bien al lado de los de Woody Allen y Eduardo Mendoza. No anda muy alejado del estilo de los relatos humorísticos del cineasta, ni tampoco de “Sin noticias de Gurb”.