miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cumplido plan 53: "Encuentros en la Tercera Fase" (1977)



Esta es la segunda película inolvidable de mi infancia que reviso en este blog, despues de "Con la Muerte en los Talones" . Al igual que con el clásico de Alfred Hitchcock, esta nueva reminiscencia o restrospectiva ha salido airosa del paso del tiempo (de mi tiempo, quiero decir), pero en este caso el cambio de perspectiva me ofrece aún más matices nuevos que con aquel. Si bien es cierto que esos matices, relacionados con el significado profundo de la película, seguramente configuran la magia que percibí en este film siendo un niño, aunque entonces no pudiera comprender o explicar lo que Steven Spielberg pretendía transmitir, escondido entre mucho simbolismo.

Yo soy bastante escéptico con todo lo relacionado con la anécdota que voy a contar a continuación, pero lo cierto es que siempre me resultó muy curioso saber que mi madre vio esta película en el cine cuando estaba embarazada de mí. Cuando nueve o diez años después vi el film en la televisión, me maravilló e impactó como nunca lo había hecho antes ninguna película. Aquel misterio constante, incialmente de tintes terroríficos, pero luego de deseo de ver nuevos avistamientos; esas nubes de tormenta que cobraban vida propia mientras unas luces fantásticas surgían como los relámpagos más espectaculares nunca vistos; las obsesiones de los protagonistas por la imágen mental de una montaña que nunca habían visto realmente; el descubrimento de dicha montaña (la Torre del Diablo) y su potente fuerza visual (otra duda medio "esotérica": ¿hasta qué punto pudo influirme para el futuro la nada técnica ascensión de las escenas finales?); y finalmente los preciosos e impresionantes encuentros finales, con el divertido diálogo musical de las inmortales cinco notas de John Williams. Quedé absolutamente fascinado. Recuerdo que pasé semanas haciendo montones de dibujitos de nubes, naves y Torres del Diablo (aunque supongo que no llegué a la obsesión de los personajes protagonistas). Y convertí a la Ciencia Ficción en mi género cinematográfico favorito para los siguientes (y muchos) años, y a Steven Spielberg en mi director predilecto.

La segunda vez que vi la película, ocho o diez años después, volvió a emocionarme. Más recientemente, me ha ido pareciendo que tiene sus fallos y debilidades, además de que ha envejecido sensiblemente, y no sólo por los efectos especiales. No obstante creo, y más aún tras ésta última revisión, que la magia latente en buena parte de su metraje sigue intacta, al menos para mí. Y más aún cuando resulta muy sencillo entender el mensaje principal que Spielberg quería expresar, cosa que hizo con un simbolismo que un niño no puede captar, aunque sí la fascinación por la magia. Y esto resulta muy paradógico.

La paradoja viene precisamente de que en la película se habla de la pérdida de la visión infantil de la vida, fundamentalmente. La familia de Roy Neary (Richard Dreyfuss) representa a la clase media americana, con una vida rutinaria y desprovista de ilusiones, en la que los niños no quieren ser niños sino adolescentes conformistas y materialistas, y los padres han perdido el control del trato entre todos. Sin embargo, el propio Roy es en realidad un soñador frustrado, un tipo cuya monótona vida ha reprimido sus ilusiones infantiles, pero no del todo; De hecho, aún cree que sus hijos deberían ir a ver el "Pinocho" de Walt Disney (símbolo de la magia infantil) antes que pasar el día en el parque de atracciones.

Por otro lado, está el niño Barry Guilder, que vive con su madre separada, y que, aún libre de prejuicios y de las ataduras de la vida adulta, parece ser el único personaje de la película que no teme en absoluto a los extraterrestres, a los que considera incluso sus amigos, mientras las personas maduras se muestran aterrorizadas ante sus apariciones. Parece ser que la vida adulta en las sociedades modernas enseña pues a sentir miedo a lo desconocido, frente a la confianza y la curiosidad de la ingenuidad infantil.



Cuando el adulto Roy Neary tiene los primeros contactos con extraterrestres, y superado el miedo inicial, aflora el niño que lleva reprimido en su interior. Entonces cobra sentido en él la magia que su gris vida había ido sepultando. Su vida familiar, ya de por sí desastrosa, queda totalmente de lado; esa realidad cotidiana es un obstáculo para el nuevo descubrimiento, aparte de que su mujer e hijos no tienen el corazón lo suficientemente abierto a lo desconocido, no están preparados para la llamada extraterrestre.

Pero mientras Roy se debate aún entre su cómoda vida convencional y sus nuevas fantasías obsesivas, se va degradando cada vez más. Es un ser desesperado entre dos mundos, entre la enorme maqueta de una montaña en su salón, y la apariencia feliz de las familias en el jardín tras la cortina de la ventana, mientras su aspecto es el de un soldado en plena batalla.

Finalmente, es a partir del descubrimiento de que esa misteriosa montaña de sus imaginaciones existe realmente (la hora final de metraje, que es la que me ha vuelto a emocionar), cuando Roy se embarca en la deseada escapada hacia la magia. Hay un diálogo que, metafóricamente, sintetiza muy bien el espíritu, cuando él y Jillian (la madre del niño Barry) se ven obligados a saltarse los controles con el coche para poder llegar a la Torre del Diablo: "Hay que romper las barreras", dice él. "Pues rómpelas", contesta ella.



Se habla de otros temas en el film. Al final, el debate sobre ufología y vida extraterrestre sólo es la excusa. También está la manipulación y ocultación de información a la gente por parte del poder, la alienación, o la mediocridad a la que se ven resiganadas las clases medias por creer en la falsa sociedad del bienestar. Todo, en definitiva, parece llevar a un mismo mensaje: el escapismo no es sino la búsqueda de un sentido vital perdido con la madurez. Me suena.

Lo explica muy bien el profesor de Guión Audiovisual Antonio Sánchez-Escalonilla en su libro "Steven Spielberg. Entre Ulises y Peter Pan": "Los extraterrestres de Encuentros en la Tercera Fase son súbditos del reino de la magia y de la fantasía, que llegan a la Tierra para devolver a los humanos la ilusión perdida por unos sueños que denominan imposibles."

martes, 29 de diciembre de 2009

Un vídeo para escapar.

A mi me ha emocionado, recordándome a mi mismo por los Picos de Europa, ahora desde estas nuevas perspectivas. Se lo recomiendo especialmente a los amigos con los que he compartido aquellos viajes. (Consejo: ponedlo en modo pantalla completa, en el panel de abajo del recuadro de youtube).

sábado, 26 de diciembre de 2009

Y el lunes, otra vez lo mismo...

...suerte que siempre nos quedará Mafalda.




viernes, 25 de diciembre de 2009

Plan 55: Monte Perdido (Louis Ramond)

  1. Lugar: En casa.
  2. Momento: Próximos días.
  3. Plan: No, no voy a subir al Monte Perdido próximamente -que yo sepa-. Qué más quisiera. Aunque no estará mal evocar su paisaje con la realización de este plan: la lectura de la narración de Louis Ramond de Carbonnières sobre su ascensión a esta célebre montaña pirenaica en agosto de 1802, la registrada como primera histórica a la misma. Ya me apetecía volver a leer algo de montañismo clásico.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Cumplido plan 54: Cramponeando por Peñalara.



ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.



Al final, ni fue un churro forzado, ni tampoco una ascensión especialmente memorable, pero desde luego nos salió entretenida. Y eso que previamente no empezamos bien.

El espíritu relajado y poco ambicioso del plan quedó acrecentado por dos fallos o imprevistos relacionados con el transporte. Yo había intuído que, con las pistas de esquí aún cerradas, el horario de autobuses no sería el de temporada de esquí (suena lógico, ¿no?), y fuimos a coger el de las nueve pensando que ese sería el primero, cuando lo había sido el de las ocho. El segundo inconveniente fue no llevar billetes más pequeños, porque no nos dejaron comprar el tiket (ya os vale, Larrea, o por eso o por la falta de avisos al respecto, o por ambas cosas). Tuvimos que salir aún media hora más tarde, una vez que cambiamos en una cafetería. La posible idea de, por ejemplo, subir practicamente al mediodía por un corredor de nieve no parecía muy sólida (nunca mejor dicho).



Por otro lado estaba el famoso frío siberiano de este fin de semana. El caso es que estábamos dudando entre cara norte de Cuerda Larga (umbrosa, fría) o la solana de Peñalara (me temía yo la famosa inversión térmica): La primera suponía no pararse más de cinco minutos pero contar probablemente con nieve dura, y la segunda podía suponer calorazo por radiación, por la mencionada inversión, y por la mucha ropa para evitar el, de todas formas, frío imperante, además de la posibilidad de nieve en malas condiciones.



Bueno, al final yo creo que fue por vaguería, o por la inercia de ese caracter "pachorro" con el que íbamos en parte, quizá también aumentado por la rutina de estar "donde siempre" (ya he dicho en varias ocasiones que a mí me influye mucho la novedad o no del lugar o ruta); la cuestión es que al final nos dirigirnos a lo que más cerca teníamos, que era Peñalara.



Todavía sin las cosas claras, nos propusimos echar un vistazo a algún corredor que viéramos como asequible a nuestro nivel (la cantidad de nieve parecía más que suficiente), y fuimos a la zona entre las dos cimas de Dos Hermanas (de nuevo la más crecana posible). En efecto, la temperatura era "inesperadamente" suave, y no tardamos en empezar a pasar calor por la ropa y el esfuerzo. Incluso parados y ya con menos abrigo puesto estábamos agusto, mientras el país entero se pelaba de frío en las "bajuras".



Bueno, pues temiendo que los corredores tuvieran la nieve ya demasiado blandurria, he aquí que encontramos una ladera de ligera exposición norte y aún en sombra gracias a los afloramientos rocosos que la flanqueaban, en la cara este de la Hermana Menor. Esa era nuestra oportunidad, porque además tenía buena pinta: bonito y aparentemente asequible corredor.



Efectivamente la nieve estaba en general en buenas condiciones (por momentos muy buenas), la pendiente era asequible, la vía era bonita y de vistoso panorama, y con poco esfuerzo y cierta sorpresa estábamos volviendo a cramponear por un corredor después de muchos meses. Cierto es que hubo algo de tensión por mi parte, en algún momento en que la nieve más superficial resultaba inestable y algo resbaladiza sobre las capas inferiores, y me sentí inseguro, pero en cualquier caso salió una ruta y una excursión razonablemente bien aprovachada.



Es curioso que en otros momentos o temporadas anteriores solía tener un carácter más ambicioso en eso de hacer cima. En este caso, desde la tranquilidad con que nos tomamos el día, no me picaba el gusanillo de subir a Peñalara por una vía curiosa ni por la normal, y me pareció suficientemente satisfactorio haber hecho este corredor si subir más allá de Dos Hermanas. ¿Para qué más, si ya está muy visto lo de arriba, y no nos va a aportar nada nuevo? Carecía de importancia el no engordar más la lista de subidas a esta montaña, cima de Guadarrama, cosa que en otra época habría dado por hecho: ¿Estar en Dos Hermanas y no subir a Peñalara? ¿Pero qué es eso? Supongo que se van valorando otros aspectos de la montaña a medida que se van acumulando experiencias. Y eso hace cambiar el caracter, añadiendo la posibilidad de no ir siempre con el mismo tipo de apetencias o prioridades.



Quizá esta excursión la recordemos durante algún tiempo como la que, con menor esfuerzo, mejor vía de ascensión nos proporcionó. Luego algo de memorable, o de especial, sí que tendrá.



Descripción técnica de la ascensión

sábado, 19 de diciembre de 2009

Plan 54: Reencuentro con la nieve en Guadarrama.

  1. Momento: Mañana.
  2. Lugar: Sierra de Guadarrama.
  3. Plan: No está definido. Cogeremos el primer autobús a Navacerrada - Cotos, y elegiremos una ruta que nos permita disfrutar de la mayor cantidad de nieve posible. Según esto, lo más probable es que subamos o a Peñalara o a Cuerda Larga, pero otras opciones no son descartables (dependiendo de la nieve que vayamos viendo desde la carretera). El tipo de actividad y posibles rutas de ascensión en cada caso tampoco están claras; por si acaso, llevamos crampones y piolet. En estos casos, o te sale un churro forzado, o de repente te encuentras con una excursión muy disfrutable. Ya veremos...

jueves, 17 de diciembre de 2009

Amor al arte

Tomo una frase que me gustó mucho de un muy buen post del blog de mi amigo Paúl, que a su vez "fusiló" (como él dice) de otro blog, Mangas Verdes, acerca de la polémica actual sobre la propiedad intelectual. El tema se las trae, y la frase, como las otras y muy variadas aportaciones de todo tipo de personajes referentes del mundo del arte y la cultura, da mucho que pensar al respecto. Pero el sentido que yo le extraigo (y que no deja de estar relacionado con el tema que tratan), va más allá de opiniones, ideologías, negocios, o formas / tecnologías de difusión: es el profundo sentimiento de que hay determinadas cosas en la vida que no pertenecen a nadie, y al mismo tiempo pertenecen a todos; y entre ellas está lo que siente un artista al expresar su inspiración: si de verdad ama el arte, simplemente se siente un mensajero:

“Debería haber un gran almacén de arte en el mundo al que el artista pudiera llevar sus obras y desde el cual el mundo pudiera tomar lo que necesitara”.
Ludwig van Beethoven

martes, 15 de diciembre de 2009

Esto es tocar

Estos son Dixie Dregs. Sin palabras. Y nunca mejor dicho porque, como en este vídeo, casi toda su música es instrumental. Ellos tampoco tienen nada que decir. Ni falta que les hace.



Steve Morse: guitarra. Andy West: bajo. Rod Morgenstein: batería. Mark Parrish: teclados. Allen Sloan: violín.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Plan 53: "Encuentros en la Tercera Fase" (Steven Spielberg)

  1. Momento: Próximamente.
  2. Lugar: En casa.
  3. Plan: Siguiendo con la idea ("Hergest Ridge", Mike Oldfield) de recuperar propuestas que me hice a mi mismo en los primeros planes del blog y que hasta ahora no había cumplido, retomo mi interés por revisar películas que me marcaron en mi infancia, tal y como manifesté en "Con la Muerte en los Talones" (Alfred Hitchcock).

jueves, 10 de diciembre de 2009

Cumplido plan 52 (B): Perdiguera.

ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. Tampoco es del todo recomendable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.



Efectivamente, tal y como sospechaba escribiendo la anterior entrada preparatoria del plan, la niebla hizo honor a las previsiones y me impidió ver La Najarra desde Miraflores. Por lo tanto, y ante el riesgo de hacer todo el esfuerzo de subir para luego llevarme una esperable desilusión por escasez de nieve, opté por la idea B de subir a la máxima altitud de la Sierra de la Morcuera, vecina de la montaña descartada. Pero tengo que reconocer que en parte me hacía más ilusión, y casi estaba deseando ver poca nieve en La Najarra porque, como siempre, me apetecía más hacer un recorrido nuevo, pisar terreno inédito para mí (aunque ya hubiese subido al Perdiguera por otro itinerario).



Y a la larga acerté con la elección. No sólo porque, una vez que pude ver La Najarra emergiendo del mar de nubes, comprobé que efectivamente habría pisado poca nieve con el plan A, como sospechaba. Sobre todo acerté por lo dicho, porque resulta gratificante cómo un itinerario diseñado por caminos no conocidos acaba resultando muchas veces más atractivo que las rutas habituales (la filosofía de aquella entrada, Los caminos alternativos de la montaña...)



Y eso que la mencionada niebla al principio ejerció un poco de aguafiestas. Las nubes bajas cubrían (aunque variando con el tiempo y en cada zona) un espesor altitudinal de unos 300 ó 400 metros, desde más o menos los 1.250 - 1.400 (unos 100 por encima de Miraflores y Bustarviejo) hasta los aproximadamente 1.600 ó 1.700 (unos 200 por debajo de la cima). Así pues, la excursión consistió en meterme en la niebla subiendo, salir por encima de las nubes llegando arriba, volver a entrar bajando, y volver a salir llegando a Bustarviejo. Y en el inicio me fastidió un poco, porque aunque creo que andar por el campo con niebla resulta entre misterioso y singularmente agradable y bucólico (por ejemplo en un bosque), en el caso de subir por una cresta, como era este caso, te pierdes sus esperables y constantes vistas panorámicas.



Sin embargo, ese fastidio inicial quedó luego justificado, cuando superé esa misma niebla dejándola por debajo, convirtiéndose en un espectacular y al mismo tiempo relajante manto blanco algodonoso, sobre el cual emergían las montañas (incluída La Najarra) como islotes inhóspitos. El propio entorno general de Guadarrama parecía el de una cordillera aislada en tierras remotas, gracias a que el monstruo de la gran ciudad y los numerosos y mega urbanizados pueblos quedaban tapados por el mencionado manto (aunque ojalá también fueran las nubes buenos aislantes acústicos...)





Por otro lado, qué buen partido se le saca a la afición a la fotografía en días como éste. La sierra estaba decorada para la ocasión; la austeridad de estas montañas en un soleado día de verano no tiene comparación con lo que las pinceladas de la nieve (aunque fuera más bien poca) y el abrazo de las nubes a las laderas logran sacarle de provecho estético.



Tras contemplar las vistas con detenimiento tan curioso como embelesado, comenzó esa parte de toda ascensión montañera cuyo disfrute depende tánto de cómo se plantee: la bajada. Se puede caer en el error de asociar el descenso al anticlímax (por analogía con el clímax de la cumbre), y convertir la bajada en una mera necesidad inevitable, incluso en un aburrimiento a veces tedioso. Esto suele ocurrir cuando se baja "por donde siempre", o simplemente por el mismo camino de la subida. Pero si se plantea la bajada como otro nuevo descubrimiento, como una nueva búsqueda de rincones por conocer, entonces puede ser tan disfrutable como el ascenso. Y así fue en esta excursión. Los prados y pinares de la loma norte de la Sierra de la Morcuera, incluyendo el Abedular de Canencia, invitaban al paseo por parajes nuevos. Aun habiendo estado por esta zona otras veces, siempre quedan rincones por conocer, y así pude comprobarlo y disfrutarlo, sobre todo en la agradable pradera en la que me paré a comer.





El ciclo siguió completándose cuando me metí de nuevo en la niebla llegando al Puerto de Canencia, pero en este caso si que tuvo ese caracter positivo del que hablé al principio, con el bonito juego de luces que la bruma provocaba resaltando los rayos del sol que se colaban entre los pinos. Además, añadió la escasa visibilidad un componente "aventurero", al tener que buscar y luego seguir una senda que no había recorrido nunca, sin contar con referencias visuales del paisaje general. No hubo problema, y en cualquier caso fue entretenido.



Lo que más me disgustó del día fue cruzarme con motoristas de trial, otra manera muy distinta de entender el disfrute en el campo. Se introducen elementos tan antinaturales y poco discretos como la huella de las rodadas en el suelo, los humos y olores, aveces el vertido de líquidos, y sobre todo el ruido, con lo que se debe entender que la sensibilidad de estos aficionados a esos aspectos del medio natural debe ser más bien escasa. ¿Se habrán parado alguna vez a escuchar el silencio de ciertos parajes de alta montaña? ¿Se habrán preguntado hasta qué punto introducen la fealdad donde habitualmente reina la belleza? ¿Percibirán alguna vez la plenitud que se siente cuando en vez de querer alterar lo que te rodea te impregnas de su armonía al sentirte parte de ello? Es otro ejemplo más del ostracismo al que se condena a ese valor llamado respeto. De todas formas, lo mejor que se puede hacer para sacar algo positivo de observar este tipo de actitudes, es mirarse a uno mismo, porque todo lo que hacemos es mejorable.



Por último, hacía tiempo que una actividad por montaña no me parecía lo suficientemente novedosa y destacable como para hacer una descripción técnica de la misma, y de nuevo he vuelto a comprobar lo mucho que disfruto con ello; me parece un tipo de tarea muy entretenida el hecho de calcular, sintetizar y plasmar la excursión realizada por un itinerario antes no descrito por nadie, en la idea de que las explicaciones puedan atraer a otros a realizarla y ser lo más útiles posibles en tal caso. Y lo de hacerlo sin ánimo de lucro y con total libertad de elección de cuándo y cómo quiero hacerlo, aún me parece más disfrutable. Ahí va:

Descripción técnica de la ascensión

lunes, 7 de diciembre de 2009

Plan 52: A elejir en el momento: O La Najarra o Perdiguera.

  1. Momento: Mañana.
  2. Lugar: Sierra de Guadarrama. Punto de partida Miraflores de la Sierra.
  3. Objetivos / Planes: A: Subida a la Najarra. Alguno de estos tres días de "puente" quería haber subido a pisar la nieve caída en la sierra, pero evitando zonas de gran aglomeración (Navacerrada, Cotos, etc.) y que, teniéndolas además muy vistas, prefiero dejarlas para cuando las condiciones de la nieve permitan actividades más ambiciosas; al mismo tiempo, prefería no demasiada lejanía y cierta flexibilidad de horarios de transporte público; todo esto reducía mucho las posibles opciones, y quizá la mejor era (por altitud) La Najarra desde Miraflores. Ahora que parece que se ha ido buena parte de la nieve, es probable que lo cambie por el plan B: Subida al Perdiguera (Sierra de la Morcuera). Lo decidiré una vez en Miraflores, a la vista (si me lo permite la niebla) de la nieve que quede en La Najarra, y si es muy poca optaré por el B, pues conozco menos esta zona.
  4. Rutas: A: La más probable sería subir de Miraflores al Puerto de la Morcuera por el Cordel del Puerto o bien por el paralelo y cercano PR 11, y del puerto a la cima de La Najarra por la cuerda; una posible (pero poco probable) variante sería subir directamente por la cara este, pasando por el risco de Cuatro Calles. Para la bajada, o bien volver por el camino del puerto antes dicho (más lógico habiendo subido por Cuatro Calles), o bien bajar por las sendas al sureste de La Najarra (Monteaguirre) desde Cuatro Calles (idóneo habiendo subido por el puerto). B: Subida al Perdiguera por la Cuerda de la Vaqueriza (al norte de Miraflores, coincidiendo con su límite municipal con Bustarviejo). Tres posibles bajadas: Si voy bien de tiempo, fuerzas y ganas, bajar por la vertiente norte hasta el GR 10.1, y seguirlo hacia el este, por el Puerto de Canencia, hasta Bustarviejo. Si voy algo peor, seguir la cuerda hacia el oeste, al Puerto de la Morcuera, para bajar a Miraflores por el Cordal del Puerto o el PR 11. Si voy mal, bajar por la cuerda oeste del Arroyo del Gargantón (la siguiente a occidente de la de subida), y de ahí directo a Miraflores.

Como se puede ver, el único plan seguro es que voy a la Sierra, y a Miraflores de la misma... Mucho lío, sí, pero a eso le llamo yo senderismo libre e improvisado (dentro de un orden).

jueves, 3 de diciembre de 2009

Cumplido plan 49: "Hergest Ridge"



Desde que hace ya casi un año llevara a cabo el primer plan musical (y de cualquier tipo) de este blog (Tubular Bells), ninguno de los posteriores discos reflejados aquí ha tenido tan dificil la clasificación bajo un estilo concreto como el presente "Hergest Ridge" (1974), segundo álbum de Mike Oldfield, salvo que sea tan generalista como para denominarlo simplemente Rock, y aun así estaría alejado de ser orientativo. Esa es una de las grandezas de ésta primera época del músico británico, por mucho que se tratara -equivocadamente- de llamar Rock Progresivo o New Age: simplemente es música, nada menos que el resultado de que un artista componga libre de prejuicios y etiquetas, tratando de expresar sus emociones utilizando instrumentos y métodos de grabación que podían ser más o menos alejados -o no- de la ortodoxia, más o menos experimentales, pero sin mayor pretensión que crear de la nada. Y esa esencia es la ideal para crear música evasiva, evocadora, escapista.

Reconozco que prefiero la archiconocida obra predecesora. Este segundo disco de Oldfield me resulta menos sorprendente, menos emotivo. Aunque paradójicamente ese caracter más austero en apariencia es quizá lo que le da un encanto especial. Tiene menos partes diferenciadas que su primer disco, hay por tanto menos cambios y sorpresas, y el tono predominante es mucho más relajado. Pero por un lado esa tranquilidad lleva a momentos francamente evasivos y etéreos, y por otro ayuda a que los pocos momentos de subidón resulten especialmente destacados, con un tono más solemne o apoteósico. Pero es que además la sencillez o austeridad es aparente. Es cierto que hay momentos casi monocordes, pero hay otros pasajes en los que una melodía aparentemente sencilla está siendo acompañada por una sucesión de multitud de acordes en cambios de tono fuera de lo convencional. Instrumentalmente está trabajadísimo al detalle, pero con pocos alardes de técnica o virtuosismo; todo está al servicio del sonido general. Y estilísticamente, lo dicho: inclasificable. Sólo se puede hablar de lo que evoca en la mayor parte del tiempo: campo, ambiente rural, espacios abiertos. Eso sí, mejor que como disco para viajar sin moverse, creo que funciona como acompañamiento de viajes, bien sea en el equipo de música del coche (si es posible, en carreteras secundarias de, por ejemplo, el norte de la península), bien sea caminando.

El misterioso inicio monótono del álbum, sin cambio de acorde, y con una leve acumulación de instrumentos, dura dos minutos, a pesar de lo cual no se hace difícil salvo quizá en las primeras escuchas del disco. A los 2:40 aparece un ligerísimo ritmo marcado por unas muy simples pero resultonas triadas de guitarras. La paz lo inunda todo, el optimismo moderado nos llama a pesar de la tranquilidad del ritmo. Los acordes cambian constantemente; no es fácil ponerse a improvisar aquí punteos con la guitarra a pesar de lo que podría parecer. La intensidad instrumental va ganando enteros y alcanza un punto de emotividad importante muy poco antes de los seis minutos. Y se llega hasta los 7:40 (cinco minutos con la misma idea, y no sobra nada), cuando se alcanza el primer subidón sonoro; breve e igualmente lento, pero con carácter épico y algo sombrío. Después de los ocho minuos se introduce otra nueva parte relajada, que desde los 8:40 a los 12:50 pasa por ser una de las partes más bonitas de la obra, con una preciosa combinación de guitarra acústica e instrumentos de viento (oboes y trompeta), a los que al final se une una guitarra eléctrica. Vuelve después la parte épica de antes, de nuevo durante apenas medio minuto, para introducir una sección algo más rítmica (pero igualmente tranquila) dominada con gran preponderancia inicial por un bajo que dibuja una línea melódica sugerente, misteriosa y algo sombría. A eso de los 15 minutos la misma idea rítmica e instrumental pasa a ser más optimista melódicamente, sin perder el tono enigmático, y añadiéndose el concurso de una guitarra eléctrica protagonista; un pasaje realmente mágico. La misma melodía, a partir de los 18 minutos, pasa a quedar únicamente interpretada por sonido ambiental y coros épicos, en un final absolutamente celestial para esta primera parte del disco, en la que no falta la participación de las propias campanas tubulares cuando se llega al clímax melódico. Más de 21 minutos de música durante la que apenas hemos marcado discretamente algún leve ritmo con los pies, pues apenas lo hay, pero, si ya hemos cogido el suficiente apego a la obra (tras las primeras y esforzadas escuchas), nos habrá resultado suficientemente entretenido, y habremos viajado al universo Oldfield con plácido resultado.

Pero la segunda parte o cara B es más animada y espectacular. En ella están los momentos más intensos y rockeros. Aun así, comienza con otro lento y acústico tema marcado por agradable punteo de guitarra y con teclados de fondo ambiental; la bonita melodía sigue en la línea del cambio de tono frecuente, hasta el punto de que se entremezcla constantemente la sensación melancólica con la optimista. A eso de los dos minutos Mike Oldfield muestra los mayores alardes guitarrísticos del disco. Sublime y precioso. A los 2:30 la misma idea del tema inicial adquiere ritmo de rasgueo acústico más bajo poderoso; es, de momento, la parte más animada de lo que va de obra (incluída la cara A), y el efecto es ciertamente revitalizador del ánimo; es un precioso pasaje de ligera evocación rural festiva; al final aparecen las voces para redondear el conjunto. A los 5:30 se relaja el ambiente, aparecen unas mandolinas, y antes de los 6 minutos se entra en, quizá, la sección que menos me convence de todo el disco; un bajo trata de emular las triadas guitarrísticas que había en la cara A entre los minutos 2:40 y 7:40, pero el resultado es más soso, con una pretenciosa intención tal vez mística o psicodélica. A eso de los 8 minutos se intensifica el sonido en otra parte épica lenta. El siguiente minuto da protagonismo al ritmo marcado por un insistente y monónoto teclado, y ocurre una sensación muy curiosa (al menos a mí me la da): parece que el teclista pierde el ritmo con frecuencia, y no acabo de tener claro si es un efecto engañoso o realmente ocurre, en cuyo caso supongo que está hecho aposta, porque resulta que no acaba de quedar mal (el resto de la instrumentacón -aquí muy escueta- conecta bien).

Párrafo aparte merece el, probablemente, tema estelar de "Hergest Ride". A los 9:30 minutos estalla la potencia rockera con la cariñosamente denominada "Tormenta eléctrica". Aquí Olfield tuvo la lúcida idea de inventarse una orquesta sinfónica en la que la sección de cuerda, en vez de por violines, violas, vilonchelos y demás, estuviera formada por unas treinta guitarras eléctricas. ¿Que cuál fue el resultado? Compruébalo tú mismo:



El momento más intenso y apoteósico del disco. Es cierto que melódicamente es de lo más simple del mismo (puede llegar a resultar repetitivo en algunos momentos), pero no cabe duda que es una extravagancia instrumental de auténtico lujo; de esas cosas que sólo se le pueden ocurrir a alguien como Oldfield. Ojo que no es precisamente representativo del tono general de "Hergest Ridge", y de hecho supone un vistoso contraste en medio de la paz del resto del álbum. Aprovecho para confesaros una fantasía: pagaría la entrada más cara de mi vida sólo por ver en directo una buena representación de este tema con treinta guitarras eléctricas reales.

Tras los 15:30 finaliza la tempestad y vuelve la calma, en un final más propio y carcaterístico de la esencia evasiva, ambiental y evocadora de la obra. Así se llega a los casi 19 minutos en los que acaba esta segunda parte de "Hergest Ridge". Para que quede constancia del estilo imperante del álbum (probablemente confundido por el vídeo de arriba), enlazo éste otro con un resumen de toda la obra:




Bueno, ahora ya solo me queda cumplir, según lo que dije en aquella entrada del plan 1, con el tercer disco de Oldfield, para muchos el mejor: "Ommadawn".