sábado, 23 de febrero de 2013

Más excursiones para seguir haciendo ganas


Continúan las ganas. Ganas de hacer excursiones, y excursiones para seguir propiciando las ganas. Sin obsesión por salir todos los fines de semana, porque también se disfrutan las ganas de descansar algunos -como éste-, pero con esa autoexigencia que impide pararse a pensar si la motivación y los sentimientos son los mismos de otras etapas. Hay que salir, y punto.

De la otra parte están las montañas, que siguen sirviendo para descubrir que nunca se llegan a conocer todos los caminos (no al menos todavía), ni nunca hemos recorrido las suficientes veces los que ya conocíamos.

De esta manera, en la última excursión del año pasado entramos y salimos de La Pedriza por dos caminos distintos, pero evitando en ambos casos los masificados accesos interiores: Subimos desde la Hoya de San Blas al Collado de la Ventana, y a la vuelta bajamos por la cuerda Este de la Pedriza Anterior, de nuevo a la vertiente oriental de este macizo. Una excursión para disfrutar de este paraje incomparable de una forma que resulte lo menos rutinaria posible.



















A la semana siguiente, primera de este año, y por tercer fin de semana consecutivo (no recuerdo cuánto tiempo llevaba sin salir tan de seguido a la sierra), me fui solo a recorrer una zona también sobradamente conocida, y en este caso con apenas unos pocos caminos nuevos, pero de una forma que sí resultó novedosa: Completé la cuerda integral del Valle de la Fuenfría, empezando por Cercedilla, subiendo a La Peñota, y de ahí a Peña del Águila, Peña Bercial y Cerro Minguete, Puerto de la Fuenfría, Cerro Ventoso y Collado homónimo, el segundo de los Siete Picos, Pradera de Majalasna, Navarrulaque, y cerrando el círculo en Cercedilla.

La sensación de absoluta familiaridad del paisaje y rincones transitados contrastaba con la novedad del recorrido completo; parecía como sentarse a repasar todos los años previos mirando un álbum de fotos. Fue una especie de excursión de “Greatest Hits”. Por otro lado, y por tercera vez en este invierno, las nubes y neblinas del llano volvieron a ofrecerme estampas preciosas, casi fantásticas o irreales. Por cierto, dentro de esta etapa de “ambición deportiva”, ha sido el recorrido de mayor desnivel acumulado: 1.700 metros de subida más otros tantos de bajada. La satisfacción al llegar a casa era notable.













Luego vinieron dos fines de semana de descanso. En el segundo la razón fue meteorológica, y sí que llegué a comerme un poco el tarro sobre si me apetecía quedarme tantos días sin salir, o hasta qué punto me fastidiaba; Llegué a plantearme hacer una excursión por alguna zona menos montañosa, con menos riesgo de meterme en un marrón, como el Cerro Ecce Homo de Alcalá de Henares, para al menos no perder el ritmo, pero me pareció un poco forzado e insulso y al final renuncié. Luego no tenía claro si había hecho bien quedándome en casa; ha sido quizá el único momento de duda en esta etapa de tanta claridad en lo que me apetece.

Pero el fin de semana siguiente se disiparon las dudas, y nos fuimos a subir a La Maliciosa desde Matalpino por el Arroyo de la Gargantilla y la cara sureste de esta montaña. Una ruta que yo ya conocía (no así Iván), pero que nunca había recorrido con nieve. Desde luego, los contrafuertes sudorientales de La Maliciosa con el manto blanco resultan especialmente vistosos. Por fin el invierno parecía realmente un invierno, y los mares de nubes de las anteriores excursiones daban paso a las estampas glaciales.

Del lado del esfuerzo deportivo, hay que destacar dos enfrentamientos: Uno, contra la nieve blanda, abriendo huella. Otro, contra el fuerte viento, que en la cuerda se convirtió en violento. Junto a eso, la siempre reconfortante parada para calzarse los crampones en medio de un corredor, con vistoso ambiente, habiendo preparado con el piolet una plataforma con el tamaño justo como para sentirse, en medio de la pendiente, como en un islote desierto en medio de la marea alta. El disfrute de lo precario como si fuera confortable (en comparación con lo que nos rodea lo es), es uno de los mayores gozos del montañismo.

















Dos semanas más tarde volvió a repetirse la circunstancia de las condiciones poco favorables, en este caso en forma de niebla y frío. Subimos a Oso por los canchales nevados de su vertiente norte, no pudiendo ver más allá de 15 ó 20 metros la mayor parte del tiempo, durante los últimos 600 metros de desnivel (kilómetro y medio de distancia horizontal sobre el plano). La satisfacción vino del hecho de no llegar a desorientarnos en ningún momento, tirando de mapa y sobre todo brújula (de la de toda la vida, nada de GPS), hasta el punto de que nos propusimos trazar una línea norte – sur lo más directa posible a la misma cima, y lo clavamos absolutamente, llegando con toda precisión al vértice geodésico en lo alto de la alomada cumbre, que apareció en medio de la niebla justo enfrente nuestro, hacia donde íbamos, sin metro alguno de error.















Finalmente, el siguiente finde (o sea el pasado respecto del momento de publicar esta entrada), ocurrió, por primera vez después de muchos meses, que no pudimos cumplir con el objetivo propuesto. Quisimos subir a La Pinareja desde Revenga por el Pinar de la Acebeda, pero nos entretuvimos demasiado en una zona que no conocíamos, y luego la nieve blanda ralentizó nuestro ritmo; luego nos pareció que se había hecho demasiado tarde.

Era importante ver qué tal nos tomábamos la primera renuncia en medio de esta etapa autoexigente, y se puede decir que fue con toda naturalidad, sin trauma alguno, como debe de ser, y como muestra de que tras la etapa de bajón de hace un año y la posterior del “replanteo”, he vuelto a dar con la clave para disfrutar de esto sin que sea una obsesión. Si hemos podido reírnos de esta última excursión poniéndole el apelativo cariñoso de “fracaso absoluto”, es que la cosa va bien. Por otro lado, disfrutamos de otro paraje que desconocíamos, y eso de nuevo vuelve a engrandecer para nosotros a una Sierra de Guadarrama que llevamos tantos años recorriendo y aún sigue deparándonos sorpresas.







La idea sigue siendo hacer excursiones por el hecho de su propio disfrute. No me planteo si las voy a narrar aquí o en Pirineos 3000. Pero por otro lado, el espíritu autoexigente también se traslada a lo demás, y de alguna manera no quiero perder la costumbre de escribir en el blog; incluso desearía volver a aumentar también el ritmo en él, darle más vidilla. Por eso me parece que merece la pena, al fin y al cabo, contar todo esto, porque también retroalimenta esas mismas ganas. Pero claro, cuanto más me autoexijo en todo, menos tiempo me sobra para el resto, y de hecho ya dedico demasiadas horas de trabajo en Internet, muchísimas más que cuando empecé con el blog, cuando entonces escribir en Internet sí que era más una distracción que ahora. Por otro lado están las otras ambiciones deportivas, que también me ocupan bastante tiempo, tanto el ir a correr como escalar. Pero sobre la segunda igual escribo algún día alguna entrada aparte… ahora no tengo tiempo, que me voy a escalar…

lunes, 18 de febrero de 2013

Mi canción favorita para ir a correr


De los dieciséis años que llevo saliendo a correr, sólo durante el último año y medio me ha dado por hacerlo escuchando música, y desde luego que noto una gran diferencia de motivación. Antes llegaba un momento, al cabo de muchos meses seguidos, que ya corría aburrido y algo hastiado, y se me quitaban las ganas de ir. Ahora ya casi no me canso ni cuando llega la época de calor (aunque aun así suelo parar en verano).

Pero lo cierto es que también hay una gran diferencia según los grupos o músicos que vaya escuchando. Hay unos cuantos que me motivan especialmente, y otros que apenas me sirven de hilo de fondo. Pero lo que nunca habría sospechado antes es cuál me iba a resultar, sin duda, la pieza más motivante e idónea para el ejercicio, con diferencia, de todas (por el momento): Close to the Edge de los clásicos del rock progresivo Yes. Una composición seguramente poco ortodoxa como acompañamiento para el deporte, por su complejidad y su ambiente entre etéreo y psicodélico.

Lo curioso es que al principio me resultaba difícil dar con canciones cuyo compás fuese más o menos adecuado para seguir con la cadencia de carrera, e incluso me fastidiaba en parte porque antes era el propio sonido de los pasos y la respiración lo que retroalimentaba mi ritmo, y ahora la música me despistaba en parte (luego me he ido acostumbrando). Y lo increíble es que, en medio de ese pequeño caos inicial, la canción que resultó tener el ritmo absolutamente perfecto fue el Close to the Edge de Yes (1972). No un simple 2:4; no un sencillo tema sin cambios de ritmo; no una canción de pop rock de tres minutos y medio; ni siquiera un enérgico tema de heavy metal, no: Una monumental suite cercana a los 20 minutos, dividida en varias partes, y con tempos complejos.



Cuando la composición llega a los casi cuatro minutos y comienza el riff del tema principal, el ritmo, aunque está basado en un compás complejo, típicamente progresivo, la sencilla cadencia del “un, dos, un dos” de mis pasos al correr se coordina a la perfección. El hecho de que sea una especie de simbiosis entre dos compases, uno sencillísimo y otro compuesto, le da a uno la sensación de estar corriendo a dos ritmos al mismo tiempo; es algo muy difícil de explicar, aunque quizá la gente a la que le gusta bailar llegue a sentir algo parecido en ocasiones (pero dudo que alguien baile con esta música). El caso es que la sensación de armonía con el mundo es tal que -efectivamente, ahí quería llegar- más que correr tengo la sensación de estar evadiéndome de todo. Es alucinante.

Luego llega la maravillosa y etérea parte lenta a los 8:30, y aquí ya no estoy en el parque, ni estoy corriendo, aunque físicamente sí sea así. Cuando a los 12:11 aparece el sobrecogedor órgano de iglesia interpretado por Rick Wakeman procuro buscar el espacio más abierto del parque para mirar al cielo y flipar, y cuando luego a los 13:55 ese mismo órgano da paso al apoteósico sintetizador moog que abre la parte más épica, espectacular y alucinante del tema, siento que podría seguir corriendo el resto de mi vida sin parar. Luego, sin darme cuenta, he aumentado el ritmo de carrera considerablemente, mientras a los 15 minutos el teclado Hammond interpreta un gran solo sobre el tempo principal, que ha vuelto para dar paso de nuevo a la canción central.

Cuando el irrepetible temazo ha terminado, lo tengo claro: Esto no ha sido deporte, ha sido una escapada en toda regla.

domingo, 10 de febrero de 2013

Rock progrevasivo


"Quiero irme - la huida" (Asfalto, 1978)