viernes, 16 de junio de 2017

Tarde - noche (de luna casi llena) en La Pedriza








44 fotos de 2 minutos de exposición cada una (88 minutos)
Detalle: Luces de montañeros andando por Cuerda Larga.

jueves, 8 de junio de 2017

El ingenio de los pájaros (Jennifer Ackerman)


En tanto que ser humano, a uno lo han dotado justo con la inteligencia precisa para ver con claridad lo absolutamente inadecuada que resulta la inteligencia cuando se confronta con la realidad” (Albert Einstein)


Despertarse antes de tiempo supone en ocasiones una breve confusión hasta que sabemos dónde y cuándo estamos, lo que se acrecienta cuando no estamos durmiendo en casa. Alguna que otra de las muchas veces que he vivaqueado en el campo o en la montaña, al despertarme en medio de la oscuridad, la primera e instantánea referencia que ha evitado mi desorientación, antes si quiera de sufrirla, ha sido el canto de los pájaros.

Esa agradable música es más que la banda sonora de la naturaleza, forma parte inseparable del paisaje. Por eso tiene la fuerza simbólica para recordarle a uno dónde está sin darle tiempo a preguntárselo, como lo hace la recurrente melodía del despertador en casa.

Las aves son probablemente los animales más perceptibles cuando se está en el campo, sobre todo por sus trinos, gorjeos y reclamos, pero también porque muchas se dejan ver volando con frecuencia. No voy a decir que sea necesariamente mi tipo de animales favorito, pero es indudable que me parecen fascinantes. Hay una poesía implícita en sus cualidades, por la libertad que representa sus posibilidades superiores de desplazamiento, y por esa mencionada musicalidad que aportan al ambiente, sea campestre, rural o incluso urbano, entre otras características.

Es precisamente el elaborado canto imitador de una especie común y habitual en Madrid ciudad, el mirlo, una de las mayores razones de que desde hace mucho tiempo vea a las aves con una curiosidad especial. Curiosidad que muchos pájaros muestran con frecuencia cuando se acercan a uno, y que es otro de los aspectos que siempre me han llamado la atención: muchos dan la sensación de estar queriendo averiguar algo de ti. Tenía cierta noción de la inteligencia de algunas especies de cuervos apañándoselas para obtener alimento, observada en algún documental; conocía algo acerca de la capacidad de orientación de las palomas; me encantaba la destreza en la fabricación de nidos, los cortejos, el cuidado de crías o el almacenamiento de comida (los arrendajos y las semillas), y recordaba lo que ciertos loros pueden llegar a hacer si se les domestica, y a veces he imaginado algún tipo de traslación de esas habilidades a otras especies, de esas que se te quedan mirando y parecen estar pensando algo. Pero ignoraba no sólo hasta qué punto llega la capacidad cognitiva de alguna de las aves mencionadas, sino que efectivamente son más de los imaginables los ejemplos sorprendentes que hay sobre el tema. Quizá de ahí que siempre me hayan transmitido un aura como de misterio, en plan “estos bichos ocultan algo, se hacen los tontos pero no lo son”.

Es por eso que cuando tuve en mis manos el reciente libro de la divulgadora científica Jennifer Ackerman, “El ingenio de los pájaros”, aunque ni siquiera sabía de su existencia hasta ese mismo momento, decidí comprarlo para ver cuánta luz podía arrojar sobre mi curiosidad sin tener que recurrir a obras puramente técnicas. Ha sido todo un acierto, pues es posiblemente el ensayo sobre temas de naturaleza con el que más he disfrutado nunca, aunque con el permiso de “Gorilas en la niebla” de Dian Fossey.

Ackerman desmenuza en el libro una serie de temáticas relacionadas con las capacidades cognitivas de las aves, recopilando toda una serie de estudios de diversos científicos especializados en diferentes tipos de aves. Lo hace dentro del mencionado tono divulgativo, pero con una minuciosidad y un rigor que hacen honor a los biólogos, ornitólogos y demás profesionales cuyo trabajo le ha servido de base. Al mismo tiempo, nunca deja lugar  a un posible estilo espeso derivado de lo anterior, porque está narrado de forma muy amena; el contenido ya me ha enganchado por si mismo, pero la mayoría de los pasajes tienen una literatura agradable e incluso emocionante, y en ocasiones (aunque no muchas) deja lugar para algunas escenas evocadoras y poéticas. Tampoco hay concesión alguna a la simpleza o el sensacionalismo, cosa que he agradecido enormemente: Alerta de las objeciones y puesta en duda de aquellas investigaciones que aún no se pueden considerar concluyentes, o que tal vez aparentan algo que no es; advierte de la facilidad para antropizar a los animales, o de confundir cognición con instinto. No es nunca una muestra de pseudociencia, vaya.

Al discurrir por las páginas del libro, se va descubriendo la complejidad de las habilidades halladas por los científicos en la aves hasta el momento, y el estudio de las causas y posibles consecuencias o implicaciones de que estos animales hayan llegado a desarrollarlas hasta esos niveles, realmente asombrosos en muchos casos (y desconocidos hasta hace relativamente poco): Cascanueces que llegan a esconder hasta treinta mil semillas en diferentes ubicaciones de un área de docenas de kilómetros cuadrados, y meses después recuerdan las localizaciones exactas; pájaros que incluso recuerdan cuánto tiempo lleva escondido cada tipo de alimento en cada sitio y acuden al lugar correspondiente en el momento adecuado en función de su grado de “caducidad” (comienzo de su descomposición); o que cambian dichas ubicaciones si han sido sorprendidos por otros en el momento de ocultar la comida, e incluso llegan a hacer creer a otros que han dejado algo cuando en realidad sólo simulaban tal acto… Respecto a los mencionados cantos, ejemplos como el del El cezontle y el cuitlacoche, que pueden almacenar entre 200 y 2.000 melodías diferentes en un cerebro miles de veces más pequeño que el humano. Especies con habilidades sociales, capaces de engañar, manipular, escuchar a hurtadillas, hacer regalos; consolarse con “besos” cuando un congénere ha fracasado en alguna actividad, reto o pelea; chantajear a sus parejas; alertar del peligro con un variado y preciso lenguaje de cantos que incluye concretar la cercanía y el tipo y tamaño del enemigo; convocar a testigos para presenciar el cadáver de otro congénere, e incluso hacer un equivalente a nuestro duelo por los difuntos. Creadores y constructores de herramientas (con ramitas que doblan, recortan y dan forma de gancho) para obtener alimento, que van perfeccionando, y que para una misma especie son de formas propias de cada área geográfica (¿cultura?); Diseñadores de complicados “jardines” con elementos de formas y colores específicos, para atraer a sus parejas junto a bailes y cantos, cuya calidad determinará a quién elige la hembra (¿arte?).

La mayoría de lo expuesto en el anterior párrafo es el fruto de largos estudios en el tiempo, así que es difícil de mostrar aquí, pero también existe algún caso de experimento que se puede visualizar en algún vídeo, a los que las notas del libro invitan a visitar en Internet indicando el enlace. Como ejemplo, aquí tenemos a un Cuervo de Nueva Caledonia que es capaz de resolver en menos de 3 minutos un puzzle de 8 pasos para obtener alimento, lo que implica observación, capacidad de uso de “metaherramientas” (herramientas para conseguir otras herramientas), planificación y memorización del objetivo final mientras se resuelven los pasos previos:


A partir de casos como este, y como los expuestos hace dos párrafos, viene otra parte tanto o más interesante: La investigación del por qué o cómo ha llegado cada ave a desarrollar esas capacidades, porque además es en esa parte donde se puede vislumbrar si se trata de cognición o simple instinto, al ver que hay ejemplares que resuelven los desafíos y otros no. El hecho es que, en el ejemplo de los cuervos, se comprueba que las condiciones de cantidad de alimento y facilidad de acceso al mismo determinan que haya agrupaciones de una misma especie que aprendan a fabricar herramientas y otras que no lo necesitan: Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la necesidad de habilidades cognitivas. Y hay excepciones aún más asombrosas: Si un cuervo tiene tanta disponibilidad de alimento que le sobra tiempo, puede llegar a sentir la necesidad de aprender a fabricar herramientas para no aburrirse. En el “cómo llega a aprender” suele haber una observación previa, de un progenitor o un adulto fabricando esa herramienta delante del ejemplar joven. Y también está la capacidad de “guardar” la herramienta para no tener que volver a fabricarla, para poder usarla en posteriores ocasiones. Todo ello recuerda a necesidades y actitudes humanas, por eso es difícil no antropizar los hechos observados por los científicos.

También hay otro tipo de estudios paralelos a cada una de estas observaciones: Por un lado, el de la forma y el tamaño de los cerebros: Se comprueba que las comunidades de aves que se han visto en la necesidad de aprender alguna de las habilidades cognitivas, tienen una masa encefálica más desarrollada que las que no. En algunos casos sí se puede determinar que el desarrollo de la habilidad ha llevado al aumento del tamaño, pero en otros casos queda la famosa duda del huevo y la gallina: ¿Hizo el cerebro “grande” más inteligente al animal, o hizo su uso de la inteligencia que su cerebro aumentase? Por otro lado, está el estudio de la actividad neuronal, comprobando qué partes del cerebro entraban en funcionamiento en según qué situaciones o tareas: El equivalente a nuestro hipocampo en el cerebro era la parte más activa en las aves con cognición geoespacial, como las palomas mensajeras: otro paralelismo con nuestro cerebro, pues es el hipocampo lo que usamos cuando tratamos de orientarnos para llegar a un lugar.

Finalmente, todos estos estudios, aparte de demostrarnos que sobre la inteligencia animal en realidad sabíamos muy poco y aún nos queda mucho por saber (pero al menos ya no nos conformamos con la clásica, perezosa y atropocéntrica actitud de achacarlo todo a su instinto y punto), hace replantearse a los científicos el propio concepto de inteligencia, incluso aplicado al ser humano (sobre el cual por cierto también queda bastante por saber)…

…y es aquí donde se llega a la cita de Einstein que encabeza esta entrada, y que aparece en el libro en el momento oportuno, como forma de plantearnos: ¿Para qué la inteligencia? Resulta que, algunos de los estudios realizados sobre algunas especies especialmente inteligentes durante décadas y varias generaciones de una misma especie, parecen indicar que, a largo plazo, el desarrollo de una cognición ha acabado por ser contraproducente para la estabilidad de algunas de esas aves, cuando han cambiado las condiciones que las llevaron a convertirse en inteligentes (disponibilidad de alimento, climatología, etc.). Aquí aparece el concepto de inteligencia adaptativa. Una frase elocuente (quizá no del todo precisa) indica que lo importante para salir adelante no es ser el más fuerte o el más inteligente, sino el que mejor se adapta a los cambios.

Para desarrollar el ejemplo o ejemplos que explican esto último en el libro necesitaría alguna entrada más del blog; vale más la pena leer el libro. Pero a mí se me ocurre un par de posibles paralelismos con el ser humano (ya que hace un par de párrafos mencioné dicha comparación), y no están mal como forma de cerrar esta entrada: Por un lado, la tecnología, de la que pondré un ejemplo concreto: Está comprobado que el uso del GPS en el coche desactiva el uso del hipocampo de nuestro cerebro, que sí tenemos activado cuando no llevamos dicho dispositivo. Por otro lado, el comentadísimo calentamiento global: El uso de nuestra inteligencia nos ha llevado a un grado de desarrollo industrial cuya influencia en el medioambiente, si los estudios científicos están en lo cierto, parece que podría derivar en un cambio climático dramático para nuestra existencia, tema de sobra conocido por todos (tanto si se quiere creer como si no).

En el futuro, ¿nos habremos adaptado a los cambios, o habremos cambiado del todo la lógica cognitiva por la ambición (si no lo hemos hecho ya)? ¿Estamos usando la inteligencia para problemas a largo plazo, además de a corto o medio? ¿O estamos improvisando? Quien sabe si estas y otras respuestas podrían encontrarse o inspirarse en el estudio del ingenio de los pájaros, que como todo estudio científico está muy lejos de haber concluido. El libro de Jennifer Ackerman parece intachable (esta entrada comete el error de poner demasiados ejemplos pero no bien explicados), pero es un obra que sólo refleja una parte de un viaje o de un proyecto. Quedan muchas posibles páginas por escribir.