viernes, 13 de abril de 2018

Noche estrellada (Isabel Suppé, 2011)

Es curioso que haya vuelto a recuperar, al menos puntualmente, el interés por un libro que narra una experiencia extrema real en alta montaña, tras el paréntesis con las novelas catalogadas de ficción de David Torres (Nanga Parbat) y de Pati Blasco (Andando la vida) mediante esta obra de Isabel Suppé, porque en la misma hay una introducción con reflexiones de la autora acerca de la ambigüedad de la separación entre los géneros o etiquetas “ficción” e “historia real”, al menos en la literatura alpina. Y un buen ejemplo está en que el mencionado libro de Pati Blasco, que en teoría está en la otra catalogación, resulta igualmente palpable como real, merced a lo mucho que tomó también ella de autobiográfico. Y es que, salvo excepciones (admirables y meritorias) como la del propio David Torres, me parece que debe ser muy difícil y extraño ser capaz de escribir un buen texto de montaña si no se ha vivido la experiencia montañera; ya lo explica el verso de Lamartine en la cabecera de este mismo blog. El cómo se plasme o se exprese, cómo se modifique o “adorne” para dar lugar a la obra, ya es cuestión de estilo y de género, supongo.

Lo segundo que me ha parecido curiosamente casual, además de agradable,  es que una de las personas presentes en la experiencia narrada por Suppé, que de hecho es quien prologa con brillo y afecto el texto, es Eider Elizegui, autora del último libro que había leído sobre montaña, Mi montaña, en este caso también “real” (aunque sin el mismo tipo de experiencia “aventurera” o “al límite” de una escalada) y también cargado de poética y lírica “novelesca”. Eso me ha hecho sentir más cercana y palpable la historia leída, casi como si fuera una especie de “continuación” o “spin-off” pero de vidas y experiencias verdaderas, en la que a uno de los personajes ya lo conocía.

La verdad es que Noche estrellada es uno de los libros (de cualquier género literario) que más he llegado a disfrutar - en su mayor parte - últimamente. Me ha encantado ese entrañable primer capítulo biográfico sobre –entre otras cosas- la influencia de los abuelos de Isabel en su amor por la montaña. Me han sobrecogido los dos siguientes capítulos, los propiamente centrados en la dramática aventura de la lucha por la supervivencia tras el accidente en el Ala Izquierda del Condoriri, en los Andes, donde la autora logra transmitir además su rechazo a captar la atención morbosa sobre este tipo de sucesos y se centra en algo más delicado y humano que no por ello resta dureza a los hechos. Y en el resto he seguido viendo meritorios momentos a la hora de tratar sin censura las sensaciones anímicamente claustrofóbicas de hospital, aderezadas con algo de ironía hacia ciertas situaciones surrealistas o hipócritamente incómodas, pero ya es una parte del libro que he recibido con menos intensidad, con cierta sensación de “final alargado”, a pesar de la enseñanza de lucha por parte de la protagonista, que por otra parte no es mostrada con el más mínimo atisbo de “modo autoayuda” ni mucho menos “auto homenaje heroico”. Sobre todo, se nota la misma pasión por escribir de la que también habla en el propio libro como otra fuerza motivadora, ya que en su poético y reflexivo estilo se muestra su interés por plasmar algo que va mucho más allá de lo ocurrido. De ahí la confusión de géneros (“ficción” o “historia real”).