jueves, 30 de junio de 2011

118, una escapada muy especial: La Serrota



La Serrota es una montaña con un significado especial para mí, más si cabe del que yo mismo le he dado, incluso hasta hace poco.

Todas las sierras y montañas que “conocí” (vagamente) en etapas anteriores de mi vida, previamente al hábito montañero, fueron pasando progresivamente, durante los últimos 12 ó 14 años, de ser meros escenarios de otras vivencias (no menos importantes o valiosas) a adquirir el total protagonismo. En eso no ha sido diferente de otras ocasiones.





Pero en el caso de La Serrota, la antigüedad de su telón de fondo en el teatro de mi vida es especialmente destacable, pues en sus faldas se encuentra un modesto pero bello pueblo abulense de apenas unos 100 habitantes, con un nombre tan rural que suele causar cierta hilaridad a los ajenos, como lo es el de Navacepedilla de Corneja, al que, desde que era bien pequeño, de donde proceden las imágenes difusas de los más lejanos recuerdos, de cuando seguramente aún no sabía leer ni escribir, siempre me llevaron mis padres, pues parte de mi familia es natural de allí. Siempre rememoro aquellos viajes al pueblo como algunos de los momentos más felices de diversas etapas de mi vida.





Pero, cosas de la vida, hasta este pasado fin de semana no conocía realmente bien el paisaje que circundaba esos recuerdos tan lejanos y no tan lejanos, de épocas tan diferentes. Ya eran varios los años que estaba deseando que el telón de fondo pasara a primera línea del escenario; ya miraba desde hacía tiempo con curiosidad hacia las alineaciones montañosas de la zona, mientras en las calles del pueblo, percibía cómo la felicidad de otras etapas, sencillamente se había quedado en aquellas etapas, y empezaba a resultarme difícil (o imposible) revivirla como entonces. Todo ello sin que haya dejado de agradarme seguir volviendo al pueblo alguna vez.





Dicho todo esto, que tan emotivo suena, una vez en plena faena excursionista, la propia vivencia meramente montañera en La Serrota, aparte de no ser tan diferente de las vividas en otras sierras, me ha resultado lo suficientemente capaz de ocupar el tiempo y los pensamientos como para no alcanzar un grado de reflexión demasiado profundo o sentimental en aquel sentido, salvo en momentos puntuales (eso sí, los justos para luego poder escribir esto).





Ha sido una excursión en la que el calor ha jugado un papel importante, así como la dificultad para encontrar agua durante la subida, y por lo tanto la necesidad de medir bien la que llevaba. En la bajada, con más posibilidades de hidratarme e incluso darme algún baño en alguna poza, sin embargo el calor fue aún mayor, a lo que se añadió un esforzado, tedioso y prolongado trayecto por terreno enmarañado de vegetación arbustiva. Acabé francamente hecho polvo, con cierta desgana incluso para comer o beber, aun teniendo bastante hambre y sed.





A eso se añadieron detalles como el interés geográfico por la zona, el reconocer con el mapa los pueblos del llano e inmenso Valle de Amblés (que con el calor parecía un desierto de horizonte indefinido), los cuales, hasta ahora, durante treinta años, había visto desde el coche, por esa carretera de dos rectas larguísimas que es la N-110 entre Ávila y Villatoro.







O el propio paisaje de La Serrota, plácido, inmenso, rechoncho, acogedor, como (y perdón por el estereotipo) la típica persona oronda y bonachona. Pero con sus matices, sus vistosos circos glaciares, sus eventuales afloramientos graníticos, sus enormes praderas, sus largas gargantas llenas de vida. Y su carácter aislado, su prominencia, tosca y alomada pero evidente, orgullosa en medio de esta región de Castilla, ejerciendo de hecho como una atalaya de sus vecinas la modesta Sierra de Ávila (ahora plantada su cuerda de aerogeneradores), la altiva Sierra de las Parameras, y la siempre espectacular Sierra de Gredos. Me gustó mucho su paisaje, superó con creces mis expectativas, tal vez influidas por lo poco que parece precisamente desde Gredos.





Y más impresionante me resultó aún su soledad. No me crucé con nadie, ni vi a nadie desde lejos, desde que estuve a un par de kilómetros del pueblo de Villatoro, hasta que llegué al puerto del mismo nombre al día siguiente, donde cogí el autobús de regreso. En pleno fin de semana. Nunca antes había visto a grupos tan numerosos de vacas, rondando el centenar, huyendo aterrorizadas de mí cuando aún estaba a más de cien metros de ellas. No es montaña de rutas de senderismo, no hay pinturas de GR´s ni PR´s, no hay carteles indicadores; no tiene ese tamiz de falsedad que impone la moda montañera, que desvirtúa en parte la verdad de lo que es la montaña; sí tiene, desde luego, un importante componente ganadero, que en cualquier caso no deja de ser también escapista en relación a la vida moderna. Me imaginaba esta misma sierra situada, por ejemplo, cincuenta kilómetros al sur de Madrid capital, desvirtuada por chalets, pistas de esquí, carreteras y demás, y al mismo tiempo me imaginaba el Guadarrama ubicado en el mismo lugar donde está La Serrota, convertido en una sierra tan olvidada por las muchedumbres como ésta… Qué lástima…









Hubo más detalles. Una pelea, en pleno vuelo, entre dos grandes rapaces y otras dos aves de menor tamaño, con el aliciente de que las rapaces me parecieron ni más ni menos que águilas reales y pude fotografiarlas; y, en caso de no serlo, la duda que me apuntaba Ángel viendo las fotos de que pudieran ser imperiales aún es más golosa… O las ruinas de la Ermita del Santo o de San Martín de la Serrota, sobre la que hay documentación desde el siglo XVI y alguna graciosa anécdota (en el enlace de arriba a la Wikipedia se habla un poco de ello), y sobre la que un tío y un primo míos hicieron un estudio, y que con mucha ilusión he conocido por mí mismo.













Y, finalmente, la vista de Navacepedilla desde una nueva perspectiva, desde arriba, desde muy lejos, desde esas altas laderas que durante toda mi vida había visto desde abajo, desde el pueblo. Muy metafórico, dentro del contexto del paso de los años.





Pero, finalmente, otro detalle ha acabado acudiendo a mi cabeza, mientras iba reuniendo ideas sobre cómo plasmar esta escapada. Y, sin ser lo que mejor percibo, porque supongo que en este mundo vivimos cegados por circunstancias más superficiales o a veces por el contrario sentimentaloides que las realmente importantes, probablemente se trata de lo más crucial de todo. Más allá del valor de los recuerdos de la infancia, y más allá también de que la montaña nos hace sentir vivos: Sería necio por mi parte no reconocer hasta qué punto La Serrota es, de hecho, parte de la razón de mi existir. Si algunos de mis antepasados, y no tan lejanos (hasta abuelos en sus primeros años), vivieron del sustento físico y natural que les aportaba ésta sierra, porque incontestablemente el pueblo vivía de La Serrota y la Sierra de Villafranca, sus laderas y ríos y arroyos, y sus pastos, yo estoy aquí, existo, gracias a La Serrota. De nuevo suena grandilocuente, sí. Pero, en este caso, es que es una evidencia.

Supongo que de ahí viene el sentimiento de amor a la tierra, tan perdido, diluido, o distorsionado en el artificial marco de las ciudades.







Si después de todo esto, alguna vez olvido, o no sé expresar, mis motivos para ser amante de las montañas, es que he perdido el juicio, creo.

viernes, 24 de junio de 2011

118: La Serrota

1. Lugar: Sierra de la Serrota, las Parameras de Ávila.
2. Momento: Mañana sábado y el domingo.
3. Plan: Ascensión a la Serrota desde Villatoro. Desde este pueblo, pista de tierra al sur, luego desvío para subir por la ladera Este de la montaña al Collado del Picote, y de ahí seguir por la cuerda septentrional de la Serrota, al sur-sureste hasta la cima, pasando por el Cerro de Valdehierro, Peña Pajarita, etc. Vivac preferentemente en la cumbre o aledaños. Posible exploración (si hay tiempo, fuerzas y ganas) de la zona culminal, incluyendo el Cerro del Santo y el Canto de la Oración (interés histórico relacionado con mi querido -y minúsculo- pueblo de Navacepedilla de Corneja, de donde es parte de mi familia). Bajada de nuevo al pueblo de Villatoro, seguramente por el mismo trayecto, aunque no descarto la posibilidad de variante por el Puerto de Villatoro, por la cuerda oeste del Cerro de Valdehierro.

jueves, 16 de junio de 2011

Cumplida escapada 117: Los Galayos por el Espaldar



Los Galayos es una de las zonas más espectaculares del Sistema Central; uno de esos parajes de montaña que impresionan por su grandeza. Ésta ruta en concerto tiene muchos alicientes, ya que permite disfrutar de diferentes perspectivas de las dos vertientes de la formación granítica, supone una ascensión bastante desnivelada, esforzada y montañera, incluído el tránsito por una vistosa canal y una entretenida trepada final, se accede a puntos realmente imponentes de los Galayos, se transita por entre algunas de sus agujas en su parte más elevada y con buen ambiente, y ofrece constrastes bastante llamativos.





Así pues, en esta ocasión la excursión es tan entretenida que, más que sacar reflexiones profundas o poéticas, uno sencillamente se lo pasa muy bien y está distraído con frecuencia. Por otro lado, las imágenes ya aportan más estética que las que puedan conseguirse con las palabras, así que en este caso voy a dejar que aquellas hablen por sí mismas, al margen de algún que otro comentario puntual. Para tener una descripción más detallada de la excursión, visitar la descripción en Pirineos 3000.



La subida por la Canal Reseca:

















Llegamos arriba y nos asomamos a la vertiente contraria: La Canal del Gran Galayo:



Vemos el Torreón, y a sus conquistadores:









Pero nosotros tenemos entre manos una conquista más modesta, aunque de mayor altitud: El Gran Galayo, cuya trepada por la normal es moderadamente larga y entretenida; algo de tensión también pasamos...





Mientras, la estrecha cima del Torreón se saturaba...



Se nota que estamos en una de las zonas míticas de la escalada en España...



Nosotros, tras hacer cima y destrepar, proseguimos por la vistosa Trocha Palomo, uno de esos estrechos caminos de inverosímil recorrido si te lo tienes que imaginar desde lejos:

















Llegamos a Los Pelaos, un bonito collado empradizado junto a la cima de La Mira, cuya placidez contrasta con la violencia del granito puntiagudo y vertiginoso dejado atrás. Es el lugar perfecto para dormir, y así lo haremos, como en alguna ocasión hace ya años. Hago una foto al agua con obturación lenta aprovechando la escasa luz, y esta vez sin ayuda de iluminación artificial:



Por la noche, aprovechando la luna casi llena, subo a la Mira, donde hago otra foto de exposición aún más prolongada y, ahora sí, iluminando la torre de la cima con la linterna; queda curiosa:



Por la mañana, las vistas y fotos de rigor al Circo de Gredos:



Como dije, Los Pelaos es un paraje que contrasta con el resto de la excursión. Es como si tras la tempestad hubiera llegado la calma:







...Pero tras la calma vuelve a llegar la tempestad, aunque ahora vista desde lejos y luego desde su base: La vertiente occidental de Los Galayos, que no por haberla visitado y contemplado varias veces deja de parecerme la más espectacular:











Y así, finalizamos la ruta por una bajada realmente agotadora para las piernas, pero con el aliciente de los Galayos para nuestros ojos.