domingo, 30 de noviembre de 2014

Desconexión total al sur del Tajo




Asumida la actual etapa de ligera indiferencia montañera (salvo alguna excepción de la que no quiero abusar), resulta que ese otro tipo de excursiones campestres que sólo llevo a cabo muy de vez en cuando, consistentes en recorrer terrenos más bien llanos o con escaso desnivel, me ha deparado recientemente mayores sensaciones de las que por lo general solía experimentar en ellas.




Esto ha tenido lugar cerca de Aranjuez, en los terrenos yesíferos que, inmediatamente al sur del Tajo, están casi copados por cultivos tanto de secano (olivares, viñedos, cereales) como de regadío. Allí, en los confines de Madrid y Toledo, a tramos en una provincia y a tramos en la otra –los límites son aquí especialmente caprichosos, conformando ese apéndice (por no llamarlo de otra manera) tan característico del sur de la Comunidad de Madrid-, allí, decía, encontré el ambiente adecuado para olvidarme de si lo que me gusta es la montaña, el aire libre, salir, no salir, o sencillamente no pensar en lo que me gusta, sino simplemente hacerlo.






Parece mentira que en un lugar tan aparentemente accesible llegue a tenerse una sensación de soledad y quietud tan absoluta en tanto panorama visible alrededor. A ello ayudó un cielo velado, no totalmente gris pero lejos de ser luminoso, y un ligero viento como casi único acompañante; que un 23 de noviembre no se tenga frío en camiseta con esas condiciones ya desubica; El silencio acaba por desorientar emocionalmente: No sabes exactamente lo que sientes, pero notas tu insignificancia, y sobre todo que te has desconectado de todo y del todo. Y no me hizo falta subir a ninguna cumbre.






Los colores otoñales del Jardín del Príncipe de Aranjuez y sus aledaños, así como el ruinoso pero evocador Castillo de Oreja, de origen musulmán, erigido en vistosa y altiva localización sobre los cortados que dominan la vega meridional del río, y acompañado de los restos de un curioso poblado, fueron los otros alicientes de un día que, como suele ocurrirme con este tipo de excursiones, previamente no prometía tanto (o eso o soy yo y mi demasiado moderado optimismo).








sábado, 22 de noviembre de 2014

Harold and the Barrels, amor a Genesis y al arte en general

Un par de cosas me habría gustado hacer respecto al concierto que presencié el viernes pasado (14 de noviembre) en Madrid, con el grupo Harold and The Barrels, tributando a los clásicos Genesis. Primera, haber conocido a Genesis muchos años antes (apenas hace 5 años) y haberles dedicado aún más tiempo en ese lustro, con lo que el apego y disfrute a las canciones habría sido superior (aunque no fue precisamente pequeño), y además habría podido memorizar mejor el repertorio.

La segunda es que me habría gustado sacar más tiempo para escribir esta reseña antes, conservando más las sensaciones de la velada. Todo ello con un claro objetivo: Elaborar ahora una crónica más amplia y detallada, a la altura de lo que pude presenciar, de lo que Harold and the Barrels ofrecieron y por tanto merecen. Si, de acuerdo, este es un blog que sólo leen cuatro gatos (pocos de mis amigos y dos más, por así decir), pero es que la proporción de reconocimiento que creo que esta banda de versiones recibe con respecto al nivel de calidad de su trabajo sería posiblemente comparable.

Interpretar en directo temazos de la dificultad de “Firth of Fifth” o “Supper´s Ready” y clavarlas de principio a fin, homenajeando con tal capacidad instrumental la etapa más artística, brillante y olvidada de una banda tan mítica, y hacerlo para audiencias como la de aquella noche, de alrededor de cien personas, es como para que todos los periodistas musicales de este país, sin recibir nada a cambio, perdieran una buena cantidad de su tiempo hablando de ellos, con el mismo amor al arte que ellos. Aunque no les leyera ni dios. (Tampoco sé si quedan muchos periodistas musicales capaces de hablar con autoridad de los Genesis de los 70). Así que yo, que no soy ni periodista musical, tendría que haber hecho justicia al respecto, que es lo que me habría gustado al escribir este post.

Pero claro, hablamos de rock progresivo de los años 70, y hablamos de un país llamado España. En fin, que lo de Harold and the Barrels es puro romanticismo, pero de dimensiones épicas. ¿A quién se le ocurre? Bueno, pues insisto en que el nivel de detalle con que está trabajado cada compás de las canciones, con toda la complejidad que implican temas como “The Musical Box”, “The Fountain of Salmacis”, “Watcher of the Skies”, “The Knife”, “The Battle of the Epic Forest” o “The Lamb Lies Down on Broadway” (con ese piano sobresaliente e incansable), con lujosos aderezos como el de la flauta, entiendo que implica tal cantidad de horas de ensayo -que supongo que difícilmente dan siquiera de comer-, que me parece que esta gente merece un monumento.

Y encima toda esta historia da que pensar con respecto a conciertos cuyas entradas cuestan más del doble (y bastante más, y no incluyen consumición), por parte de bandas que sí viven (y algunas de ellas muy bien) de eso de la música, pero a las que suele costarles dar con un sonido perfecto (a veces ni de lejos) en directo (que si son profesionales se supone que no tendría que ser problema). Por que en el concierto de Harold and the Barrels, desde el primer segundo de la introducción, con esa versión instrumental de “Behind the Lines”, previa al atractivo y en su día exitoso “Turn it On Again” (Phill Collins ya partía el bacalao), la calidad acústica fue impecable, con esa batería sonando en perfecto estéreo… No escuchaba algo comparable desde el concierto de Yes, y para mencionar algo superior en ese sentido me tengo que remontar al de Norah Jones (ambos creo que tienen razones de sobra para sonar a ese nivel, claro). Considerando que hubo un momento, en los inicios de la megalómana y extraordinaria “Supper´s Ready” (este amor al arte raya la locura), en los que había 7 instrumentos sonando al mismo tiempo y se podían distinguir individualmente todos: Tres guitarras, bajo, batería, teclado y flauta…

Habría que destacar a todo el grupo, sin duda, pero me quedo especialmente con tres de ellos. Hay dos clásicos del rock español, que en el momento de estar allí no reconocí… El bajista, que me pareció trazar durante toda la noche unas líneas melódicas espectaculares (y qué bien se oía, contundente pero sin machacar al resto ni mucho menos, como debe ser con este instrumento), es José Ramón “Guny” Pérez, que en su día formase parte de una gran (y más conocida) banda, relacionada con el género, como es Asfalto (más conocida por su “rock urbano”, pero que tuvo –y tiene- sus delirios progresivos –y benditos delirios-). El otro podría parecer mucho menos relacionado en el estilo; se trata de Fernando Sánchez de Obús, pero el hecho es que tiene un nivelazo de batería progresivo tremendo.

El tercero es el artífice del temerario proyecto, el teclista Carlos Pastor. Me pareció que tanto con sonido piano como de teclado electrónico es un auténtico virtuoso, que sacó ese sonido mágico que define la esencia más cercana del prog a la equívoca etiqueta de “rock sinfónico”. Pero, más allá de eso, me gustaría destacar cuál es su filosofía, cuál es la razón (o sinrazón) de atreverse a tal conquista de lo inútil, reflejada en esta entrevista en Portal Esquizofrenia (bien traído el nombre de la web), de la que extraigo el quid de la cuestión:

No hay dinero ni reconocimiento de masas. Hacemos esto por el simple placer de salir juntos a un escenario, bordar esos acordes que nos parecen maravillosos, y sentirnos reyes disfrutando los unos de los otros. Alguno de mis compañeros incluso ha renunciado a ofertas mucho más lucrativas por estar en el proyecto y puede que para mí sea económicamente una apuesta ruinosa. Lo único que puede salvarnos de la quema es que, en el fondo, lo hacemos por puro amor al arte, pasándolo como niños sin otra perspectiva que la de hacer algo que sabemos que es bueno y salvaguardar nuestros egos por haber estado en ello. Al lado de eso el dinero no tiene ningún valor. Cómo disfrutamos y nos reímos y nos apreciamos y nos respetamos… Yo creo que eso es el verdadero éxito”.

Lo dicho, como una cabra. Pero bendita (y nunca suficientemente agradecida) locura.

No olvidaré el éxtasis vivido con los gloriosos teclados de “Firth of Fifth”. Pero sobre todo, no olvidaré nunca la emocionante “Supper´s Ready”, cuya sección “Apocalypse in 9/8” me pareció el mejor momento de todo el concierto, con ese ritmo envolvente y evasivo, que me invitó a cerrar los ojos y a imaginar delante de mi a los verdaderos Banks, Hackett, Collins, Gabriel y Rutherford. Soberbio. Sólo eché de menos “Cinema Show”, pero como ya la versionaron nada menos que The Flower Kings la última vez que estuvieron por aquí, no voy a quejarme mucho.

Ya le comenté a Ángel (que lamenté que no viniera, por lo que se perdió y por no poder comentar ni luego recordar con nadie el pedazo de concierto que presencié) que nunca había visto antes a un grupo que no conociera previamente y que me gustara tanto… Claro, hay trampa, porque la mayoría de ellos son grupos de los que no conoces las canciones… Pero se puede encontrar la excepción en otro grupo de versiones, en concreto Momo, tributo nada menos que a Queen. También me parecieron buenísimos las dos primeras veces que les vi (aquí la segunda), pero ni el nivel técnico me parece tan dificultoso ni -vuelvo a lo mismo- hablamos de un grupo versionando canciones para público minoritario. En cualquier caso, todas las bandas tributo coinciden en algo: El aprecio al grupo original les lleva a tomarse muy en serio la calidad interpretativa de las versiones: Todas las bandas “clon” que he visto me han parecido de un nivel enorme (supongo que si ellos mismos no se vieran como tal, no se atreverían a presentarse ante los seguidores de los grupos originales). Amor al arte.

Me habría gustado contar con una segunda oportunidad respecto de este repertorio, para dedicar más tiempo a Genesis y poder corear más canciones, como sí supe recordar en el estribillo de “The Carpet Crawler”, pero parece ser que van a renovar el set-list para futuras ocasiones (¿tirarán de más temas de los 80 y 90, para aspirar a más público –que ganado se lo tienen, la verdad-…?).

De momento la siguiente oportunidad será, el mes que viene, con otra banda similar liderada también por Carlos Pastor (sí, definitivamente está de psiquiátrico), con algunos más que asimismo coinciden, llamada Rock Confónico, y que versionan a diversas bandas progresivas de los 70 (pero muuuuuy, locos…). Sólo oír hablar de Yes, Camel, Jethro Tull, ELP, Focus, Gentle Giant, Mike Oldfield, los propios Genesis, etc., interpretados por esta gente en un mismo concierto, y se me eriza el vello…

viernes, 14 de noviembre de 2014

Annapurna, primer ochomil (Maurice Herzog, 1953)

Al margen de que hace algún tiempo que la literatura de montaña, aunque me sigue gustando, ya no me impresiona tanto como en las primeras lecturas (quizá en consonancia con lo que me pasa con la propia práctica del montañismo), creo que con Annapurna primer ochomil me ha ocurrido algo más sencillo: Ya me sabía la historia.

Tampoco sé si eso es un motivo realmente definitivo de que no me haya resultado una lectura al nivel de lo mítico del título, porque lo mismo podría decir de cuando leí Tocando el vacío de Joe Simpson (antes había visto el también impresionante documental), y sin embargo se trata del libro que seguramente más me ha impactado nunca, incluyendo todos los géneros literarios. Aquí tal vez hay que añadir la otra razón apuntada: La obra de Simpson sí está más o menos entre las primeras que leí sobre alpinismo, en pleno auge de mi apego a ese tipo de literatura.

Sin embargo, creo que hay que reconocer algo más, sin ánimo de echar por tierra -desde mi modesta posición de mero aficionado- a uno de los clásicos de la historia del montañismo. Si bien considero a Joe Simpson a alguien con un enorme talento como escritor, me parece que Maurice Herzog no deja constancia en su libro sobre la primera ascensión histórica al Annapurna de una gran brillantez con la pluma. Es algo que me parece haber leído a Iñaki Ochoa de Olza, no sé si en el foro de Sistema central o en su libro Bajo los cielos de Asia, aunque creo que con palabras más rotundas.

Yo no llegaría a ser tan categórico como Iñaki; Creo que Annapurna primer ochomil no está mal escrito, ni mucho menos, pero tampoco es una gran obra literaria, no a la altura de la legendaria aventura que narra, para mi gusto. También es cierto que por un lado se trata de la “ópera prima” de Herzog en la literatura, y que por otro esto tuvo lugar con el agravante de tener que escribirlo al dictado, pues estaba en el hospital precisamente recuperándose de sus graves lesiones en la propia ascensión.

En cualquier caso, es cierto que la narrativa del libro, aunque resulta interesante y ágil, en general es algo prosaica, lo que contrasta con algunos momentos dramáticos de la trama, que son tratados de forma más teatral de la cuenta; creo que, paradójicamente, en esas partes habría funcionado mejor la naturalidad.

No obstante, tampoco quiero que parezca que el libro no me ha gustado (no es así en absoluto), al haberme puesto a hablar principalmente de lo negativo. Otra cosa es que la idealización que tenía de la historia que ya conocía sobre ésta “epopeya alpina” estuviera por encima de la más extensa de sus plasmaciones sobre el papel. No siempre ampliar lo conocido lo mejora.

En el contexto de 1950, y al margen de lo que supuso ante la opinión pública la conquista de la primera montaña de más de 8.000 metros, ésta aventura tiene un encanto muy especial. Ya el propio acercamiento a la base de la misma es una exploración en toda regla, recorriendo durante días un terreno desconocido, mal topografiado, etc. Nada que ver con las expediciones actuales (y desde hace algunas décadas) que se acercan a los campamentos base incluso en helicóptero. La descripción detallada de toda la logística de las operaciones (que sí es un punto fuerte y bien plasmado del libro) resulta de un interés enorme, en comparación con lo que ocurre actualmente. Los días del ataque definitivo tienen un romanticismo que es difícil encontrar en libros como Mal de altura (que literariamente sin embargo me parece bastante superior) de Jon Krakauer (1).

De cualquier manera, el libro es recomendable para cualquier aficionado a la literatura de montaña (supongo que más aún si no se conoce previamente la historia). Es razonablemente entretenido, y va ganando interés a medida que avanza. Otro de los aspectos que he disfrutado especialmente es el hecho de conocer a parte de sus protagonistas, de haber leído sobre ellos o incluso los propios libros escritos por ellos mismos en el caso de Lionel Terray y Gaston Rebuffat (también escritores notablemente mejores que Herzog), lo que hace que la lectura de este libro incluyera cierta simpatía por mi parte hacia éstos personajes.

De hecho, personalmente me quedo con la descripción que Terray hizo de la misma expedición en su también antológico libro Los conquistadores de lo inútil: Más resumida en términos generales, aunque detallando mucho más aspectos de los pueblos y culturas de Nepal y el Tíbet, de los sherpas, etc., y sobre todo más efectiva en captar la esencia auténtica (o creíble) de lo que pasó en la propia conquista.

Incluso diría que lo que ya había leído aún antes en libros sobre crónicas históricas (Historia del alpinismo de Agustín Faus y sobre todo El Sentimiento de la Montaña de Eduardo Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro) me llegó a impresionar mucho más, especialmente (como es sabido por quien conoce la historia) en el épico descenso del Annapurna, una huida hacia la vida en toda regla. Incluso siendo breves resúmenes de lo que ahora me ha aportado la obra completa de Herzog, aquellos “spoilers” fueron sin embargo pequeñas lecturas muy intensas.


(1): Tengo pendiente tratar en este blog el libro Mal de altura de Jon Krakauer, pero aún no lo he hecho porque me gustaría hacer una entrada conjunta con el libro de Anatoli Boukreev sobre la misma trágica expedición al Everest en 1996 (aún tengo pendiente leer éste último).

jueves, 6 de noviembre de 2014

Stefani Joanne Angelina Germanotta escapa de sí misma

Las listas populares del Spotify me resultan tan cansinas como cualquier radio fórmula, pero, también como en esas emisoras, hay canciones que se llevan la palma, más por insistentes que por malas.

Hace unos días, en la oficina, aguanté una de esas listas puesta por uno de los compañeros hasta que apareció por enésima vez la cantinela repetitiva del “Bad Romance” de los coj… ¿La solución? Como suelo hacer en esos casos, ponerme los casos y escuchar mi propia música…

¿Y con qué lo contrarresto esta vez? De repente, una bombilla se encendió en mi cabeza. ¿Y por qué no con algo que no muestre inquina hacia la diva autora del jitazo antes mencionado? Es decir, con algo en lo que ha participado ella misma: Recordé que la señorita Stefani Joanne Angelina Germanotta había grabado recientemente un disco de jazz nada menos que con Tony Bennett…

…Pues vaya gozada de disco, oigan. No es que yo sea un oyente habitual de este tipo de música, ni que el disco sea muy innovador ni especialmente original (son todo versiones), pero resulta que la chica tiene (como ya me parecía) un talentazo enorme para la música, y canta de maravilla. Una lástima que esté tan desaprovechada en pos del éxito comercial; o bien lástima que para lograr ahora ese éxito haya que recurrir a ese electro-pop tan imitativo y poco imaginativo que triunfa actualmente; una pena que no hayan cundido más ejemplos como el de Amy Winehouse (sí, tampoco me parecía nada mala) o Adele.

En cualquier caso, con este disco la amiga Stefani podría haber pasado de merecer el nombre artístico que usa habitualmente, basado en el título de uno de los éxitos más comerciales y menos brillantes artísticamente de Queen, a merecer casi el de Lady Bohemian, o (más apropiado por el estilo) Lady Melancholy.