lunes, 11 de abril de 2011

112: Hoces del Río Riaza



De nuevo un plan no planeado, y de nuevo senderismo "de tranqui", lejos de desniveles montañeros. Esta vez incluso tenía previemente pensado haber hecho alguna ascensión cañera por Guadarrama, para hacer frente a la baja forma y a los pequeños fracasos de excursiones anteriores, pero Raúl me llamó el propio sábado porque tenía pensado hacer esta excursión con Miriam, y cambié de plan, puesto que la Sierra va a seguir ahí para otras ocasiones.


Y de nuevo un río y unos cortados como protagonistas del paisaje, aunque esta vez muy distintos y más espectaculares que los de la entrada anterior. Estas hoces calizas erosionadas por el propio río Riaza tienen un aspecto tan llamativo que dan impresión de mayores desniveles de los que realmente tienen (apenas superan los 100 metros). Es curioso, uno intenta acordarse de los cientos de metros de los farallones de Ordesa, y cuesta hacerse a la idea de aquello estando aquí. Aunque supongo que parece más grandioso cuanto más tiempo se lleva sin ir a lugares como Picos de Europa o Pirineos. Bueno, no está mal tener una vaga sensación de aquello en una excursión de un día.


Lo cierto es que este lugar tiene menos fama que otros dos relativamente próximos, como son las Hoces del Duratón y el Cañón del Río Lobos, y tampoco es que tenga muchísimo que envidiarles. Aquí también pueden verse buitres leonados en gran número, junto a otras muchas aves. Ayer tuvimos la suerte de ver dos alimoches, por ejemplo.


El camino pasa por agradables encinares, junto a rodales de sabinas y algún enebro, pero en esta época lo que le da un color muy vistoso al lienzo general del entorno es la chopera de las orillas con sus hojas recientes, y que en alguna foto casi recuerda precisamente a un río mucho mayor, encajonado en las paredes calizas del valle.


Siempre se habla de los colores del otoño, pero la verdad es que cuando al principio de la primavera las hojas acaban de brotar, la vistosidad es parecida y la sensación anímica, contraria a la melancolía de los ocres.


Las ruinas de la ermita románica de el Casuar dan un toque nostálgico al lugar; casi apetece retrotraerse siglos atrás, cuando la humanidad vivía a otro ritmo.


Ese viaducto por el que el tren atraviesa o atravesaba (no me queda claro si aún funciona) las hoces, anima a jugar con el gran angular de la cámara. Pero me quedo con las inimitables obras de la naturaleza, como esos anfiteatros cargados de espectaculares contrafuertes. Si, dan ganas de decir que parece obra del hombre, típica idea vanidosa, porque en relidad es al revés -quién imita a quién-, y aún nos quedamos muy lejos...

1 comentario:

  1. Hola Alberto, muy guapas esas hoces, había oido sobre ellas, pero no las había visto así. Tengo que sacar tiempo para visitarlas.
    Un saludo.

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