martes, 7 de junio de 2011

116 (Cumplido): "Midnight in Paris" (Woody Allen)

Hay un tipo de escapismo sobre el que no recuerdo haber tratado en este blog, al menos detenidamente, que es el consistente en la evocación romántica de otras épocas, ese que puede derivar en el deseo de haber vivido en otro tiempo anterior al actual. “Todo tiempo pasado fue mejor”, se suele decir.

Evidentemente, yo no tengo ni la enésima parte del bagaje cultural / intelectual de Woody Allen, pero sí que he tenido etapas en las que me habría gustado vivir experiencias de otras épocas. Por ejemplo me ocurrió con el rock; habría querido asistir a la época dorada del hard rock y del rock progresivo, los años setenta: ver en directo a los primeros Queen, a los Genesis del 70 al 75, a los Jethro Tull del 70 al 77, a Led Zeppelín, a Deep Purple (Mark II y III), a Rainbow con Dio… También me habría gustado pertenecer al grupo de impulsores del montañismo en España, a los “descubridores” del Guadarrama, entre finales del XIX y principios del XX. Y también me pasa con la estética de la arquitectura: prefiero casi cualquier edificación del siglo XIX para atrás que la mayoría de lo que trajo el XX (va de retro, Le Corbusier), incluyendo edificios e infraestructuras; disfruto más caminando por casi cualquier casco antiguo que por barrios modernos, por muy vanguardistas y funcionales que sean.

“Midnight in Paris” trata el mismo tema pero con unos ejemplos más cultos y al mismo tiempo más universales (en general). Y la conclusión a la que nos lleva Allen es que ese rechazo a la época actual por anhelo a otra anterior, en realidad ha ocurrido en todas las épocas. Seguramente muchos rockeros de los setenta habrían preferido conocer a los Beatles o a Jimi Hendrix, y tal vez algún guadarramista clásico envidiase lo que 150 años antes había hecho Saussure en el Mont Blanc.

La conclusión podría parecer desesperante: Algunos nunca vamos a estar contentos con la época que nos ha tocado vivir. Bueno, pues la película de Allen parece llevar, por una vez, a una reflexión optimista. No se trata de desesperarse ante la imposibilidad de vivir en directo las cosas del pasado que admiramos, ni de agobiarse por aquello de la actualidad que no nos gusta; Se trata de disfrutar de lo que admiramos, ya sea del pasado o del presente (que también lo hay, y será admirado en el futuro), y de sobrellevar lo que no nos gusta pensando en los aspectos negativos del pasado de los que también nos hemos librado. Y, si acaso, trabajando para cambiar lo que no nos gusta por lo que sí nos gustaría, creando lo que otros admirarán en el futuro. En el presente se acumula todo lo bueno de todas las épocas pasadas, un bagaje cultural disfrutable en escapadas mentales casi tan inspiradoras como si fueran físicas.

Y en cuanto a la película, cuyo plan no reflejé antes por miedo a no saber qué decir aquí de una obra de Woody Allen (su contenido intelectual siempre supera con creces mi capacidad de análisis), me parece que es en sí misma la mejor escapada que nos ha ofrecido este cineasta en muchos años. Agradable, divertida, más ingeniosa de lo que últimamente nos tenía acostumbrados, con su habitual buen gusto visual, muy bien ambientada, con gran sentido del ritmo, y con otra valiosa escapada que es viajar a París (muy bien aprovechada y reflejada) desde la butaca.

Lo siento, no puedo evitar terminar esta entrada de otra manera:

“-Espero que no suceda en mi época – dijo Frodo.
-También yo lo espero – dijo Gandalf -, lo mismo que todos los que viven en este tiempo. Pero no depende de nosotros. Todo lo que podemos decidir es qué haremos con el tiempo que nos dieron.
” (J.R.R. Tolkien – El señor de los anillos).

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