jueves, 27 de diciembre de 2012

Han vuelto las ganas


Y de la manera más inesperada, improvisada e incluso diría que quizás innecesaria, porque los últimos meses me sentía a gusto con esa nueva perspectiva de “montaña con moderación” a la que ya me había acostumbrado. Al final, ni paréntesis, ni replanteos ni gaitas: todo viene solo, sin buscarlo.

El caso es que llevo unas cuantas semanas experimentando una mayor motivación montañera, más bien desde el punto de vista deportivo, pero al final también en todos los demás sentidos. Tampoco quería precipitarme reflejándolo por aquí, por un lado por la posibilidad de que fuese una especie de “efecto gaseosa” (que aún podría serlo), y por otro, precisamente por el hecho de que parte de la gracia parece estar en darle valor a las excursiones en sí mismas, sin necesidad de justificarlas –al menos premeditadamente- con reportajes en Internet.

Los antecedentes son el, probablemente, mayor bajón de mi espíritu montañero desde que practico esta actividad, que se vio confirmado allá por mayo en pleno escenario agreste en Sierra Nevada; el consecuente y mencionado “pseudo – replanteo”; y el período llamado como “paréntesis” en el que he hecho excursiones mucho más espaciadas y huyendo de pretensiones y objetivos, y durante el cual he conseguido mayor satisfacción que los meses previos al “replanteo”, cuando aun practicaba montañismo con la frecuencia y ambición de todos los años anteriores. La posible culminación de esa “etapa de transición” fue el viaje al pirineo francés, que de hecho titulé como la posible salida del “paréntesis”. Pero lo cierto es que aun he tardado dos meses más en empezar a experimentar el verdadero cambio.

Éste ha llegado, como decía al principio, de una manera totalmente imprevisible. Es más, diría que todo me indicaba a priori que la primera excursión que luego me iba a dar estas nuevas sensaciones iba a carecer de interés para mí. El día anterior le iba a proponer a Iván una travesía por la sierra del Mondalindo, pero al llamarle él se adelantó con otra idea que a mí en principio no me satisfacía, subir desde Guadarrama a Abantos por su cuerda noreste y luego seguir por el cordal hasta el Puerto de la Cruz Verde. No me atraía en absoluto el cortafuegos que recorre esa cuerda, me parecía una excursión demasiado larga, etc. Mientras, a él le parecía repetitiva mi propuesta por volver a una zona cercana de la que habíamos estado un mes antes, cuando habíamos pateado por la Sierra de la Morcuera. Al final cedí, y me vi con las sensaciones previas al “replanteo”: Dispuesto a hacer una excursión que en realidad no me apetecía.





Al final resultó que fue Iván el que prefirió terminar la excursión a mitad del recorrido por él mismo propuesto, bajando a El Escorial desde el Puerto de Malagón, ya que no quería volver tarde a casa, mientras que yo, de repente, tenía ganas de seguir con la excursión que inicialmente me parecía demasiado larga: me sentía en forma, y me apetecía afrontar el recorrido algo cañero que aún quedaba por delante.



La sensación de satisfacción ante la autoexigencia de esfuerzo físico parecía de pronto un aliciente recuperado de antaño: La semana siguiente me fui a recorrer solo la zona con la que no había convencido a Iván la semana anterior: La sierra del Mondalindo desde Garganta de los Montes, a la que añadí por la tarde la subida a la Sierra de la Morcuera y bajada a Miraflores de la Sierra. De pronto esa idea de hacer una especie de segunda ascensión pequeña tras el mediodía, acumulando más desnivel del que habitualmente hacemos en Guadarrama, parecía tener su gracia. Puro deporte, sin más, y tampoco de un nivel “super machaca”, pero satisfactorio. Y con el añadido, fortalecedor del espíritu, de luchar aquel día contra el gélido viento.









Dos semanas después me salió una excursión aún más atractiva, ya con más valor que el meramente deportivo, cuando me propuse subir a La Maliciosa por su cuerda sur o de Los Asientos, un recorrido al que tenía ganas desde hacía unos tres años, y cuya última perspectiva había tenido precisamente desde Abantos en la ruta tres semanas anterior. Parte del encanto consistía en que no estaba seguro de su accesibilidad, por las fincas privadas y cotos de caza de la cara sur de esta montaña, por el denso matorral de la zona que ya me impidió otra ascensión años atrás por una zona cercana, y por la posible escabrosidad de los propios Asientos, zona rocosa que desconocía.





Al final, todo esto fue superado sin demasiada dificultad, y disfruté de un itinerario nuevo para mí a esta cima tan conocida –la que más veces he subido-, con un valor paisajístico bastante destacable, y conociendo un pequeño rincón del Guadarrama del que ignoraba que fuese a ser tan vistoso. Y, nuevamente, añadí desnivel y necesidad de esfuerzo a la excursión al obligarme a bajar al Valle de la Barranca para luego subir al Puerto de Navacerrada. Al término de la excursión me sentía más que contento; ya tenía bastante claro que las ganas habían vuelto. Incluso escribí descripción para Pirineos 3000, por la relativa originalidad del recorrido.





Pero es que incluso parece que he abandonado el tedio a las excursiones excesivamente típicas; Hace tres semanas hemos hecho algo tan popular y recurrente como Cuerda Larga, y el cumplir con el recorrido desde el Puerto de Navacerrada hasta el de La Morcuera, que en ese sentido no lo habíamos completado nunca a pesar de los varios intentos –y a mí ya me había llegado a aburrir la idea-, me ha vuelto a resultar satisfactorio; nuevamente la ambición deportiva cumplida me deja una buena impresión.







Finalmente, en la última excursión que hemos hecho, subiendo al Pico de Casillas desde El Tiemblo y atravesando a la cara sur de éste inicio de Gredos para bajar a Santa María del Tiétar, y nuevamente con buena distancia, desnivel y ritmo, se ha vuelto a manifestar también el aprecio por la belleza de las montañas de aspecto sereno, y los ambientes adornados por la niebla, los mares de nubes y la luz especial de ésta época del año: Los sentidos y su fuerza emotiva parecen también recuperados, y especialmente la vista lo agradece como el objetivo de nuestras cámaras de fotos.

















Y la cosa no queda en las excursiones. También como llegado por casualidad, me veo de nuevo escalando por los rocódromos, y aunque el primer día me quedé contrariado por mi lógico bajo estado de forma, tres o cuatro veces más ya me han animado definitivamente a recuperar la actividad (a ver si ahora la llevo más adelante, que tampoco es que llegara precisamente lejos…). Entre tanto, un libro y un punto de vista que quizá me ha inculcado la idea de la ambición o la autoexigencia como manera de recuperar lo que en otro tiempo sentía: la “Crónica alpina de España. Siglo XX” de César Pérez de Tudela, alguien que, con sus defectos y sus virtudes, con todo lo que se le pueda reprochar o no, desde luego transmite, por encima de todo, el espíritu del vitalismo. Sean cuales sean las motivaciones, la dinámica es clara, y de momento me apetece: Entrenar, salir al monte, volver a entrenar, volver a salir, e insistir. Como el Atleti este año (quizá de ahí venga parte de la influencia). A ver cuánto me (nos) dura.

Al final creo que todo es cuestión de algo que escribí con motivo de la excursión del Callejón de los Lobos, cuando estaba ya cayendo en el tedio anterior al replanteo: Volver a tomar la montaña como un juego, quitarle trascendencia. Al ir relativamente ligero por esos paisajes, se disfruta de manera especial de su contemplación, porque uno añora poder pararse más tiempo a saborearlos, y en realidad el deseo es más intenso que la satisfacción, la mayoría de las veces: Paladear sin empalagarse.

1 comentario:

  1. Como me han gustado estas últimas fotos de las vallas. A mi me suele incomodar bastante caminar junto a ellas, pero me has descubierto la belleza que también esconden. Gracias.

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