sábado, 12 de enero de 2013

El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad, 1899)


"La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo -que llega demasiado tarde- y una cosecha de remordimientos inextinguibles".


Esta cita, extraída de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, me sirvió de excusa hace ya cuatro años para escribir la primera entrada que llevó la etiqueta literatura en este blog. No la saqué directamente del propio libro de Conrad, si no de El sentimiento de la montaña, de Eduardo Matínez de Pisón y Sebastián Álvaro, que estaba leyendo entonces, y sobre el que escribí varias entradas aquí (1, 2, 3, 4 y 5). En el contexto de este libro, y de los comentarios que de la obra de Conrad se hacen en él, yo imaginé ingenuamente que la frase correspondía a las habituales sensaciones de quien regresa de una idílica escapada por rincones apartados de la civilización y se vuelve a chocar con las vulgaridades con que ésta última queda representada habitualmente. Nada más lejos de la realidad, porque Conrad, que efectivamente critica de manera feroz muchas consecuencias de la civilización, tampoco representa aquí nada romántico acerca de la huída de la misma, al contrario.

Es muy difícil afrontar un comentario acerca de este libro, entre otras muchas razones porque la misma obra es un comentario constante, una larga y profunda reflexión acerca de la propia historia que narra y el pesimista descubrimiento de la condición humana que aquella revela. Lo único que puedo modestamente intentar es dar algunos apuntes en relación al contexto de éste blog. El protagonista Marlow, una especie de marinero mercenario, aunque inicialmente seducido por lo exótico, no viaja a África en la época de sus primeras y  románticas exploraciones, sino cuando el continente que antaño representara el misterio y la aventura se había convertido ya en un escenario del atroz imperialismo europeo. Conrad ataca la hipocresía de la sociedad y el progreso con el sarcasmo de “misión civilizadora” para calificar aquella vil rapiña. Por lo tanto, pocas conclusiones edificantes se pueden sacar aquí, en lo que a escapismo optimista se refiere.

El personaje de Kurtz al que Marlow busca, jefe de una explotación de marfil confinado en lo más recóndito del Río Congo, es prácticamente la antítesis del ideal de escapista al que podemos estar acostumbrados. El pirineísta Henry Russell, aun mostrando sus ciertas dosis de misantropía en Recuerdos de un montañero, transmite una serie de sentimientos plenos y satisfactorios, y su libro saca aspectos positivos del interior del ser humano. El relato de Marlow – Conrad nos lleva sin embargo a donde el título del libro nos indica.

Tras leer este libro, y sintetizando las ideas expresadas a lo largo del tiempo en ¿Viviendo o escapando?, podría dividir, a groso modo, las reacciones del ser humano ante la civilización o la falta de ella en cuatro extremos: 1, el que se siente plenamente satisfecho en la sociedad civilizada; 2, el que odia la civilización (viviendo o no en ella); 3, el que no soporta lo salvaje; y 4, el que lo añora por encima de todo (viviendo en mayor o menor medida en ello). Tano Kurtz como finalmente también Marlow son, al mismo tiempo, de los tipos 2 y 3: Han huido de la civilización de la que estaban hartos, y se han encontrado con que en lo salvaje también han hallado el mismo interior oscuro del ser humano, aunque sea en otro medio, que incluso lo enfatiza aun más, al haberse encontrado con su verdadero y decepcionante yo, más verdadero y auténtico al no poderse disimular con los eufemismos y falsos buenos modales de la vida en sociedad. Francamente pesimista. En un punto intermedio entre Henry Russell y Marlow/Kurtz/Conrad podría estar Chris McCandless, que, tal y como cuenta John Krakauer en Hacias rutas salvajes, a veces parecía encontrar satisfacción y plenitud en su huída de la sociedad, pero en otras ocasiones chocaba de nuevo con la parte cruda y agria de la vida y del ser humano.

No deja de chocarme que E. M. de Pisón y S. Álvaro eligieran esta obra como representación cultural de la relación entre el ideal de la aventura y el sentimiento de la montaña. Los protagonistas buscan resolver una especie de misterio, una especie de búsqueda interior revelada a través de un viaje, como en el alpinismo, sí, pero las consecuencias no podían ser más pesimistas, en este caso. Seguramente haya obras más neutrales, que muestren tanto la parte positiva como la negativa. Por lo demás, es cierto que el escenario natural acaba siendo un protagonista más, con su papel influyente en el ánimo del viajero.

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