lunes, 18 de febrero de 2013

Mi canción favorita para ir a correr


De los dieciséis años que llevo saliendo a correr, sólo durante el último año y medio me ha dado por hacerlo escuchando música, y desde luego que noto una gran diferencia de motivación. Antes llegaba un momento, al cabo de muchos meses seguidos, que ya corría aburrido y algo hastiado, y se me quitaban las ganas de ir. Ahora ya casi no me canso ni cuando llega la época de calor (aunque aun así suelo parar en verano).

Pero lo cierto es que también hay una gran diferencia según los grupos o músicos que vaya escuchando. Hay unos cuantos que me motivan especialmente, y otros que apenas me sirven de hilo de fondo. Pero lo que nunca habría sospechado antes es cuál me iba a resultar, sin duda, la pieza más motivante e idónea para el ejercicio, con diferencia, de todas (por el momento): Close to the Edge de los clásicos del rock progresivo Yes. Una composición seguramente poco ortodoxa como acompañamiento para el deporte, por su complejidad y su ambiente entre etéreo y psicodélico.

Lo curioso es que al principio me resultaba difícil dar con canciones cuyo compás fuese más o menos adecuado para seguir con la cadencia de carrera, e incluso me fastidiaba en parte porque antes era el propio sonido de los pasos y la respiración lo que retroalimentaba mi ritmo, y ahora la música me despistaba en parte (luego me he ido acostumbrando). Y lo increíble es que, en medio de ese pequeño caos inicial, la canción que resultó tener el ritmo absolutamente perfecto fue el Close to the Edge de Yes (1972). No un simple 2:4; no un sencillo tema sin cambios de ritmo; no una canción de pop rock de tres minutos y medio; ni siquiera un enérgico tema de heavy metal, no: Una monumental suite cercana a los 20 minutos, dividida en varias partes, y con tempos complejos.



Cuando la composición llega a los casi cuatro minutos y comienza el riff del tema principal, el ritmo, aunque está basado en un compás complejo, típicamente progresivo, la sencilla cadencia del “un, dos, un dos” de mis pasos al correr se coordina a la perfección. El hecho de que sea una especie de simbiosis entre dos compases, uno sencillísimo y otro compuesto, le da a uno la sensación de estar corriendo a dos ritmos al mismo tiempo; es algo muy difícil de explicar, aunque quizá la gente a la que le gusta bailar llegue a sentir algo parecido en ocasiones (pero dudo que alguien baile con esta música). El caso es que la sensación de armonía con el mundo es tal que -efectivamente, ahí quería llegar- más que correr tengo la sensación de estar evadiéndome de todo. Es alucinante.

Luego llega la maravillosa y etérea parte lenta a los 8:30, y aquí ya no estoy en el parque, ni estoy corriendo, aunque físicamente sí sea así. Cuando a los 12:11 aparece el sobrecogedor órgano de iglesia interpretado por Rick Wakeman procuro buscar el espacio más abierto del parque para mirar al cielo y flipar, y cuando luego a los 13:55 ese mismo órgano da paso al apoteósico sintetizador moog que abre la parte más épica, espectacular y alucinante del tema, siento que podría seguir corriendo el resto de mi vida sin parar. Luego, sin darme cuenta, he aumentado el ritmo de carrera considerablemente, mientras a los 15 minutos el teclado Hammond interpreta un gran solo sobre el tempo principal, que ha vuelto para dar paso de nuevo a la canción central.

Cuando el irrepetible temazo ha terminado, lo tengo claro: Esto no ha sido deporte, ha sido una escapada en toda regla.

1 comentario:

  1. Yo también salgo a correr y hacerlo escuchando música es imprescindible para mí... así que probaré con esta canción. ¡Saludos!

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