sábado, 13 de febrero de 2016

Star Wars, Iron Maiden, y la nostalgia

Se dice desde hace tiempo (desde hace tanto que ya es una doble paradoja) que lo retro está de moda. Pero si hay algo que está en plena actualización es todo aquello de lo que disfrutamos quienes fuimos niños y/o adolescentes en los años 80 y parte de los 90.

Posiblemente la razón sea que la mayoría de los actuales creadores son tan niños grandes como lo somos la mayoría de la sociedad; entre eso y la apología del friquismo, la nostalgia y el remake de lo infantil están servidos. Eso sí, a los superhéroes hay que tratarlos en serio y con realismo, que para eso somos adultos: No queremos creer en los Reyes Magos, pero Batman no puede por menos que merecer un profundo estudio sociológico.

Hay dos ejemplos en los últimos meses (digamos el último medio año) que tocan especialmente mi fibra sensible: La última película de Star Wars y el último disco de Iron Maiden.

Con respecto a la película de Star Wars, son muchos los que la están despedazando por su gran similitud con la trilogía original, pero esto a mí me parece un sinsentido: la razón de ser de que se sigan haciendo películas de Star Wars es la nostalgia, y sin similitud con las originales no hay nostalgia que funcione. La cosa resulta más sangrante después de años de enfurecidas críticas hacia las precuelas (Episodios I, II y III) precisamente por sus defectos de fidelidad a las antiguas. ¿En qué quedamos?

Yo iría más allá: Creo que las posibles copias del Episodio VII a los episodios IV, V y VI son más de tipo estético o superficial. Lo que más puede dar el cante (esto es, el plano digital escondido por un robot y la enésima Estrella de la Muerte), no dejan de ser los habituales Macguffin de la trama, es decir, aquellos elementos que hacen avanzar la historia sin ser lo trascendental de la misma.

Y todavía voy más allá: Si hay algo verdaderamente importante en el argumento que me recuerda a películas anteriores de Star Wars, no es a los antiguas, sino a la más actual de las precuelas: El personaje de Kylo Ren al Anakin de “La Venganza de los Sith” (2005).

Finn es un soldado imperial con dilema moral y que acaba desertando: Idea original y novedosa dentro de la saga, que funciona muy bien. Por otro lado han comparado a Rey con Luke, pero Rey no vive con sus tíos en una granja, sino que es una superviviente solitaria, que de hecho ya se la puede considerar aventurera antes de entrar en acción en la trama (al contrario que Luke), a pesar del poco reputado oficio de chatarrera. Es verdad que desconoce inicialmente (como Luke) su sensibilidad a La Fuerza, pero es que además ya sabe usarla sin saberlo previamente, y tiene una personalidad mucho más decidida que la de Luke, aún sintiendo miedos más intensos que él hacia lo desconocido.

Finn y Rey son dos personajazos, frescos e interesantes, que no veo en absoluto copiados a nadie anterior de la saga. Los cambios en los personajes antiguos son igual de interesantes y coherentes, demostrativos de madurez, lo cual pone la imprescindible pincelada de color otoñal: La nostalgia también es amarga, ya que aunque se conserve el carisma (caso de Han Solo) nada sigue siendo exactamente igual: El propio Solo ya no tiene la socarronería del escepticismo burlón hacia La Fuerza.

Y a partir de ahí, es una película de Star Wars en toda regla, que es lo que cabría esperar cuando vas a ver una película de Star Wars. Funciona estupendamente no sólo porque esté muy bien hecha y por su ritmo trepidante, sino porque recupera la esencia, lo genuino, al contrario que las pretensiones de las precuelas: Es cine de entretenimiento, no es Tolstoi. Pero tampoco me resulta un remake, porque ya he probado a ver los episodios IV al VI después del VII, y luego he repetido el VII, y lo siento pero no me parece igual, no es la misma película. Es el mismo universo, la misma saga, es lógico y coherente que haya similitudes, es inevitable que las haya. Se comprende que para muchos pueda resultar más de lo mismo, pero es que sólo podía ser así, o no ser. Mucho mayores habrían sido las críticas si se hubiera alejado de lo que se esperaba. Es como si vas a ver a Iron Maiden en directo y te quejas de que siempre toquen las mismas, aunque no haya dos conciertos iguales…

Y precisamente con el último disco de Iron Maiden pasa algo parecido: “The Book of Souls” es el trabajo otoñal de los británicos que más se parece a su época dorada de los 80, y sería poco comprensible que a quienes más les gusta este grupo pudiera desagradarles ese planteamiento. Yo reconozco que veo mayor mérito, creatividad y elaboración en discos anteriores como “Dance of Death” (2003) o “A Matter of Death and Life” (2006) (al contrario que en el precedente “The Final Frontier”, 2010, algo más flojo), y en líneas generales aquellos me parecen discos objetivamente mejores que el último, pero para animarme, para sentir ese subidón de adrenalina Heavy Metal que hace 20 años era frecuente en mi vida, cada vez me apetece más escuchar éste.

Y si, también hay copias o autoplagios por doquier; si me pongo a escuchar “Phantom of the Opera” (1980), de repente me arranco a tararear un solo de “The Red and the Black” de este nuevo álbum, por poner un ejemplo. Y no me importa, al contrario, encantado. Otra cosa es que todos sus discos desde aquella época hubieran sido así, más o menos como AC/DC, que no es el caso (a pesar de que siempre han mantenido un sello de identidad).

Y tres cuartos de lo mismo con respecto a la portada: ¿Ha copiado Mark Wilkinson a Derek Riggs? Bueno, sencillamente ha dibujado al mismo personaje que aquel hiciera famoso (porque no podía ser de otra manera), le ha aportado una estética propia y fresca a pesar de los idénticos rasgos, y ha logrado el Eddie más auténtico, convincente y sobrecogedor que se ha visto en una carátula de Iron Maiden desde hace unos 30 años. De hecho, una de las 3 ó 4 mejores portadas de la historia del grupo, para mi gusto. Nuevamente, funciona por su sencillez, por ir a la esencia, a lo genuino, por no tratar de inventar pretenciosamente.

No obstante, tanto en el caso de Star Wars como en el de Iron Maiden, como en el de cualquier revisión de viejas glorias, hay un punto común, que es la definición misma de la nostalgia: Nada vuelve a ser exactamente igual, porque no es lo mismo rememorar que revivir (lo segundo en realidad es imposible): se saborea pero no alimenta igual, no deja el mismo poso, porque de hecho el poso ya estaba.

Lo anterior ocurre incluso viendo ahora las viejas películas, como “El Imperio Contraataca” (1980) o escuchando los viejos discos, como “Peace of Mind” (1983) o “Powerslave” (1984): Ya nunca será igual que las primeras veces. No es mejor ni peor, es distinto. O, como mínimo, es distinto al recuerdo que se tiene de lo que fue. Como jugando con el emulador del viejo ordenador, o como volviendo al lugar en el que se vivió el primer campamento de verano.

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