domingo, 2 de septiembre de 2012

Ahí sigue el Picu Urriellu, símbolo de una pasión inexplicable pero inevitable




Sus espectaculares dimensiones y su elegante belleza altiva son sólo una parte de la razón de su irresistible poder de atracción. La otra es la irrefrenable curiosidad y la ambición humana. Porque la belleza, al fin y al cabo, está en los ojos de quien la mira. Pero así lleva más de un siglo, llamando la atención de propios y extraños.



¿Y antes? Antes era parte del decorado, el telón de fondo de un escenario de duras labores ancestrales basadas en la tierra. Pequeños pueblos y aldeas de pastores, ajenos a sus verticales paredes calizas, que sólo recorrían aquellos senderos, también espectaculares y a veces difíciles, incluso mortales, que les exigía la necesidad: los que llevaban a las majadas, o a las cuevas donde guardar los quesos artesanales, o las colmenas donde se desarrollaba la miel, o las minas de carbón. Una vida ahora añorada, pero de la que entonces la mayoría deseaban escapar, si es que tenían alguna noción de que más allá existía la posibilidad de vivir mejor.



Y entonces se fijaron en aquellas montañas los que ya vivían mejor; los que, venidos de fuera, disponían del tiempo libre para apreciar en esas escarpadas formaciones una belleza que en realidad es casual, o más bien causal, mero efecto de procesos orogénicos milenarios. Y decidieron que la conquista de aquellas cumbres aparentemente imposibles era, más que un deseo emocional, casi una obligación patriótica. Nació la conquista de lo inútil, que directa e indirectamente tantas satisfacciones ha aportado a los amantes de las montañas a posteriori.



De repente, aquellos pastores de Bulnes, Camarmeña, Sotres o Caín, miraron a sus montañas de otra manera. Ya no sólo las querían por ser su sustento, sino porque podían hallar en ellas otra forma de vida. Nació así el concepto de los guías locales de montaña. Un trabajo mucho más satisfactorio y agradecido, del que obtendrían reconocimiento imperecedero: Personas que nunca habrían salido del anonimato de haber sido humildes poseedores de rebaños, ahora ocupan páginas de libros de montañismo, y tienen placas y monumentos dedicados aquí y allá.



Este verano he vuelto a acercarme al atractivo monolito, esta vez en una excursión más de senderismo tirando a turismo que en las ocasiones anteriores. Esta vez no existió la magia de la niebla ocultando su figura hasta el momento de estar a sus pies, con el posterior descubrimiento impresionante in situ, ni la sensación de aventura en largas travesías con poca gente con la que cruzarnos, sino que vimos el Naranjo desde el primer momento, cambiando la panorámica a medida que nos acercábamos -lo cual también tiene su atractivo, pero no magia-, y además formábamos parte de una romería de curiosos. Desde luego, las sensaciones no son las mismas, ni de lejos. Ya lo he dicho más veces: Es llamativo hasta qué punto puede cambiar la percepción en un mismo escenario, por mítico que éste sea, si la obra interpretada es distinta.



Lo interesante en esta ocasión ha sido acompañar el viaje de la lectura del libro “Las historias del naranjo de Bulnes” de Francisco Ballesteros Villar, para captar el significado histórico de la relación entre el hombre y El Picu, y mirar de otra manera su figura desde los distintos miradores de alrededor. Un libro muy interesante y muy bien escrito, quizá no especialmente emocionante debido a la abrumadora acumulación de datos, nombres de protagonistas y sus familiares, pero que sin duda aporta perspectivas reveladoras que ayudan a aceptar - ya que no a comprender del todo, a ojos de los ajenos al alpinismo- el por qué de una pasión tan inexplicable y al mismo tiempo tan inevitable, tan definitoria del carácter del ser humano en el que nos hemos ido convirtiendo, con todo lo positivo y todo lo negativo que eso implica.



Y mientras tanto, El Picu sigue ahí. Si pudiera pensar, seguramente no sabría explicarse el por qué de tantos miles de años ignorado, y de repente en apenas cien verse jalonado de seguros que marcan sus decenas de vías, huellas de la ambición de un ser que antes se ocupaba de otras cosas...





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