miércoles, 1 de mayo de 2013

Estampas invernales, y algunas primaverales, de una temporada propicia y bien aprovechada



Los dos tercios finales de este invierno y las primeras semanas de primavera han sido verdaderamente pródigos en nieve en la Sierra de Guadarrama. Parece como si estas montañas se hubieran querido vestir con sus mejores galas para su nombramiento como Parque Nacional, al margen de si este reconocimiento le hace honor o no en cuanto a los detalles de su documento final.

Creo que esta vez casi se puede decir que he aprovechado más que aceptablemente las oportunidades que han propiciado las condiciones. No sé si en cuanto a calidad de las actividades realizadas (que tampoco han estado nada mal), pero sí como mínimo en cuanto a cantidad, si bien siempre parece que inviernos así acaban dando la sensación de que uno se ha dejado en el plato más de lo que ha comido. Por un lado, porque para que caiga tanto es inevitable que haya muchos fines de semana imposibles de aprovechar, precisamente por la que está cayendo. Y segundo, porque luego quedan pocas ocasiones para muchas posibles cosas que hacer, y las salidas se concentran en un tiempo reducido, creando además la sensación de rutina (aunque en este caso aceptada con ganas por mi actual etapa basada en la constancia deportiva).





Lo que sí viene bien de vivir años como éste, al menos desde mi perspectiva general (es decir, sin tener en cuenta esa actitud deportiva de ahora), es que te das cuenta de que hacer mucho más no te produce una mayor satisfacción –al menos a mí-. En otros años propicios, como hace tres o cuatro temporadas, me daba rabia no haber podido hacer más con todo lo que había caído. Este año he aprovechado prácticamente todos los fines de semana y festivos adecuados que se han dado, y me satisface desde esa perspectiva deportiva, pero no me ha hecho más feliz. Una sola excursión en aquellos inviernos de 2008-09 o 09-10, viendo nieve como nunca antes había contemplado en el Valle de la Fuenfría, ya bastaba para dejarme una sensación plena de disfrute, además de un recuerdo imborrable; en realidad no hacía falta más.

Sea lo que sea, ha sido indudablemente un buen invierno, del que no olvidaré la subida a Siete Picos por la canal suroeste al séptimo pico, ascensión pocas veces realizable en buenas condiciones de nieve –de hecho, no fueron totalmente óptimas-, y que curiosamente pude disfrutar tras una serie de circunstancias, descartes y casualidades: No pude ir con Isa y Ángel a Picos de Europa en Semana Santa por el mal tiempo; sólo quedó el Jueves Santo como día de meteorología medio aceptable en Guadarrama; y me limité a la zona de Cercedilla para poder ir en tren y evitar el posible atasco de la operación salida, además de descartar Cotos por lo tarde de la hora y la esperable masificación. Al final, me vi haciendo una de las ascensiones invernales en solitario que más me han impresionado y satisfecho en mi vida, en un lugar que, como digo, pocos años es así de aprovechable.





Pero dejando a un lado el estado de ánimo de cada etapa de la vida, o lo que el cuerpo pide en cada momento, sigue siendo cierto que al final las mayores satisfacciones del montañismo las proporciona descubrir nuevas estampas, nuevas imágenes de paisajes y, en definitiva, pararse a percibir todo lo que esa naturaleza tan especial tiene que decirnos. Por lo tanto, si el Guadarrama se ha querido vestir de gala para su ascenso en su nivel de protección, no creo que sea con la intención de que nos lo pasemos lo mejor posible en sentido lúdico -que en parte también-, si no sobre todo para que entendamos el valor profundo de todo lo que nos ofrece, a nosotros y a las generaciones futuras.

























No hay comentarios:

Publicar un comentario