sábado, 11 de mayo de 2013

…Y todavía faltaba Gredos…




En relación al anterior post, el título de este nuevo alude en primer lugar –y como es obvio- a que, a pesar de lo productivo de la temporada invernal, aún no había salido de Guadarrama. Pero eso es lo de menos. Lo que realmente me faltaba, no ya este año, sino en toda mi vida, era acceder a la base misma del Circo de Gredos en invierno, junto a la superficie casi totalmente helada de su Laguna Grande, y hacer algún tipo de ascensión desde allí.

Esta deuda, a la que seguramente he dejado pasar demasiado tiempo, tiene su justificación en lo pronunciado e imponente de casi todas las canales de nieve que se forman en este paraje, unido al nivel de experiencia invernal de quien escribe. Curiosamente, he ido a saldarla en una excursión en la que he tenido que viajar solo. Esto, unido a los muchos meses que llevaba sin salir a vivaquear en solitario, me quitó bastante sueño durante las noches previas. Y ello a pesar de haberme propuesto hacer lo más sencillo posible, renunciando de hecho a subir a alguna cima.

Luego, y como siempre, la propia excursión ha vuelto a restar importancia a las preocupaciones. Y si bien la sensación de magia sigue sin ser la que sentía en otras épocas, el disfrute de un lugar como éste en invierno es inevitable. Habría que estar ciego, o insensible. Es como si en medio del Sistema Central hubieran colocado un rincón del nivel de grandeza de Pirineos o Picos de Europa.







Por otro lado está el largo acceso a través de la propia Garganta de Gredos, desde la localidad abulense de Navalperal de Tormes. Así como el año pasado volví a repetir la aproximación que nueve años antes había hecho por la contigua Garganta del Pinar, en esta ocasión volvía a transitar por segunda vez a través de su valle glaciar paralelo, que también había recorrido por primera vez en aquel viaje de 2003, sólo que entonces de bajada (y con prisas).

Esta manera paulatina y paciente de acercarse al Circo prometido tiene un sabor de apreciación de la distancia y de la dimensión, así como de la transformación del paisaje, que se desvanece completamente si se cambia por el habitual acceso desde la Plataforma de Gredos. Por ganar en comodidad, no sabemos lo que nos perdemos.



Subiendo por la Garganta de Gredos se van apreciando diversos gradientes altitudinales: La morfología, cada vez más rocosa y tortuosa, resultado de la acción del hielo de hace miles de años; la vegetación, en constante proceso de miniaturización; la simplificación de los colores, desde el mosaico primaveral hasta el bicolor de roca y nieve invernal; y el más antinatural de todos: el comportamiento cada vez más confiado de las cabras, a medida que te acercas al lugar más visitado por el hombre de todo el valle, que paradójicamente es el más alejado en este itinerario.



Pero, abstrayéndote de esa última idea, y viendo las paredes nevadas cada vez más cerca, como telón de fondo fantástico que con la acumulación de los pasos uno espera convertir en escenario real que pisar física y finalmente, uno se siente en una especie de expedición por territorio ignoto, por que es difícil llegar a cruzarse con alguien a lo largo de sus cerca de 15 kilómetros de recorrido.







Cuando tras el madrugón del segundo día llegas junto a la Laguna Grande, casi en el momento en el que el sol va a empezar a dorar tímidamente los escarpes hasta ahora blanquinegros de Los Tres Hermanitos y del Cuchillar de las Navajas, no puedes evitar sentirte privilegiado de estar en ese lugar y en ese instante.



A partir de ahí, la subida por una pala sencilla de la Hoya del Ameal para ganar altura no hace sino acrecentar la espectacularidad de las vistas. También se siente uno agradecido al hecho de que sea accesible, incluso con  nieve, la cresta que une el Cerro de los Huertos con el Risco Negro, no sólo por el hecho de poder contemplar también la belleza de La Galana sobre el abismo de El Gargantón, sobre el que cae a plomo la pared desde cuyo alto contemplo en solitario tan impresionante panorama, sino porque es una gozada poder moverse con tanta facilidad por un ambiente tan escarpado, aparentemente inaccesible visto desde lejos. Está claro que el amante de la dificultad sólo se conformará con vías mucho más complicadas, pero a mí esas accesibilidades naturales, en un lugar así, me parecen un regalo. Por otro lado, no hizo falta cima para sentir; Asomarse al otro lado en esa cresta para ver La Galana fue suficiente, y equivalente.







Como para restar perfección a una excursión que parecía haber salido inmejorablemente, luego hubo que darse prisa (pero mucha más que 10 años antes) para llegar a tiempo al único autobús de vuelta en Navalperal, añadiendo el factor estrés, al límite mismo del tiempo, y corriendo en varios tramos de bajada del final, con el macutón a la espalda. Los más de cien metros de desnivel de subida final por carretera al pueblo desde el puente que cruza el Río Tormes fueron de auténtica contrarreloj. Y cuando creí que había llegado físicamente bien (cansado y en pleno subidón de pulsaciones, pero entero), ya montado en el autobús empecé a sentirme bastante mal: Primero mareo y náuseas, luego respiración progresivamente más intensa, después se me dormían los antebrazos, empezaba a notar el mismo cosquilleo en los pies… Al parecer, experimenté una hiperventilación debido a un bajón de azúcar por el sobreesfuerzo… Luego me fui recuperando y quedó en un susto, pero susto importante, porque nunca antes me había ocurrido… incluso llegué a pensar, en medio del acceso, que había bebido agua en mal estado…

… En definitiva, que esa experiencia final restó algo de poesía a un fin de semana que de otra manera sólo habría recordado por la belleza de un paraje maravilloso. También, de alguna manera, vino a cerrar el ciclo de “preocupación previa – disfrute del momento – vuelta a los sustos”, casi como justificando las anteriores noches medio insomnes (que, dicho sea de paso, supongo que algo debieron influir en lo que me pasó, por falta de descanso).





Sea lo que sea, creo que es un buen colofón para un estupendo invierno en el Sistema Central, el mejor aprovechado que recuerdo. El veraniego Circo de Gredos de casi todos mis primeros años se ha mostrado ante mí con un aspecto de gala que hasta ahora sólo conocía desde miradores (magníficos, eso sí), como Cabeza Nevada. Supongo (y espero) que habrá futuras incursiones aún más atrevidas.















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