miércoles, 25 de septiembre de 2013

El último y moribundo vestigio de la temporada invernal tan propicia y bien aprovechada


Ha aguantado hasta el mismo comienzo del otoño, cosa que no ocurría en Guadarrama, según dicen, desde hacía unos 40 años. Es todo lo que quedaba, el domingo pasado, de uno de los inviernos más copiosos en mucho tiempo, y aquel en el que más actividades con nieve he hecho nunca.



Cualquier montaña resulta ser dos montañas muy distintas con y sin nieve. Y los recuerdos de lo vivido en ambas condiciones, algo difíciles de evocar desde la perspectiva contraria. Salvando las distancias, es algo parecido a lo del paso del tiempo, y lo de la hojarasca de la memoria, que comentaba en la entrada sobre el Moncayo. Pero en este caso apenas han pasado unos meses, la diferencia es real y física, y efectivamente parecen dos lugares diferentes.

Si en el Moncayo el vestigio de los recuerdos era un lugar aparentemente intacto con respecto a 27 años antes, en la visita del fin de semana pasado a Peñalara el símbolo de lo que hubo y vivimos meses atrás era ese nevero moribundo. Una infinitesimal minucia en comparación con el magnífico aspecto que ha llegado a presentar la Sierra en este 2013, y que difícilmente olvidaremos (aunque ojala futuros inviernos lo lograran), pero cuya heroica constancia es de hecho otra consecuencia de lo mismo.

Otra vez, sabemos que estamos en el mismo escenario de las excursiones invernales de la pasada temporada, pero cuesta asumirlo viendo el ambiente estival imperante. Sólo los restos de ese ventisquero nos lo recuerda. Nos recuerda eso, y que este año el deshielo ha durando muchos meses. Las últimas gotas caían hacia el inexorable final: Las últimas horas después de multitud de semanas. Aunque mayor puede ser la impresión en el caso de algunos glaciares del Pirineo: Quién sabe cuántos años les quedarán, después de tantos milenios…

No hay comentarios:

Publicar un comentario