jueves, 10 de marzo de 2016

Otras reflexiones interesantes de Woody por Allen

Me refiero al libro así titulado, con entrevistas al cineasta norteamericano por el también director sueco Stig Björkman, del que ya saqué algún extracto en una entrada anterior. Ya aviso que no son reflexiones precisamente optimistas.

La primera trata sobre esa especie de poder espiritual o trascendente del arte, pero que a efectos prácticos no hace que la vida física se convierta en trascendente:

“(…) el arte es la religión de los intelectuales. Algunos artistas creen que el arte va a salvarlos, que su arte les va a hacer inmortales, que seguirán viviendo a través de su arte (…) Es un nivel que aporta una gran emoción, estímulo y satisfacción a las personas sensibles y cultas. Pero no salva al artista”.

Precisamente respecto a su propia fe religiosa, responde lo siguiente en otro momento del libro, cuando Björkman le pregunta si aquella es como la del ciudadano medio:

¡Peor! Como mucho, creo que el universo es indiferente. ¡Como mucho!

(…) el universo es banal. Y porque es banal, es malvado. No es diabólicamente malvado. Es malvado en su banalidad. (…) Si vas por la calle y ves gente sin hogar, hambrientos, y te muestras indiferente ante ellos, de algún modo estás siendo malvado. Para mí la indiferencia equivale a la maldad”.

Sobre el éxito y la riqueza. Es quizá algo obvia, pero no por ello sobra; eso sí, aclarando –si es que hace falta- que en el contexto del libro lo expresa como una queja:

No es suficiente tener un buen corazón y grandes aspiraciones. En la sociedad el éxito se cotiza. (…) Son los triunfadores los que se cotizan. Y los triunfadores significan fama, dinero y éxito material”.

Una sobre lo irreal de los mundos falsos creados, también en relación a las creencias religiosas:

“(…) nos creamos un mundo falso y nosotros existimos dentro de ese mundo. A un nivel inferior se puede ver en el deporte. Por ejemplo, crean un mundo de fútbol. Te pierdes en ese mundo y te preocupan cosas sin sentido. Quién marca más tantos, etcétera. Y la gente se queda atrapada. Y otros sacan un montón de dinero, miles de personas lo ven, pensando que es muy importante quién gane. Pero, la verdad es que si te paras a pensarlo un momento, carece completamente de importancia quién gane. No significa nada”.

Resulta llamativo pararse a pensar en la cantidad de esos mundos falsos que se crean, y en todos pasa eso mismo que dice Allen: Carece de importancia para nuestras vidas qué le pase a los personajes de una serie de TV a la que estemos enganchados, quién gane este o aquel concurso, cuántas pantallas pasemos de cierto videojuego, cuántas montañas o de qué altura subamos, qué publiquemos o dejemos de publicar en nuestros blogs (y más con una temática como la de éste), etc. Pero todo ello procura satisfacción, como el arte a los intelectuales, o la fe a los creyentes (y salvando las distancias).

Y por último, y en relación a lo anterior, también ocurre que a veces la propia realidad se manifiesta como mera convención, lo que la hace parecer tan irreal como los mundos falsos, o al menos resulta difícil distinguir lo auténtico de lo inventado:

“ (…) una vez que sales a la calle a la noche tienes la sensación de que se ha acabado la civilización. Las tiendas están cerradas, todo está oscuro y la sensación es distinta. Comienzas a darte cuenta de que la ciudad es tan sólo una convención del hombre y que te viene dada, y que en donde realmente vives es en el planeta. Eres algo salvaje en la naturaleza y toda la civilización que te protege y que te permite comprender algo la vida es obra del hombre y te viene dada”.

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