viernes, 5 de mayo de 2017

Andando la vida (Pati Blasco, 2006)

Para ellos su amor por la escalada y los viajes y esa búsqueda del arte a su manera no era una huida de la realidad sino sus mejores aliados para dar sentido a la anarquía de la existencia”.

Alentado por la buena impresión que tuve de la reciente lectura de Nanga Parbat, la novela de David Torres, decidí adentrarme más en la literatura de ficción ambientada en la montaña, dejando atrás la narrativa de actividades alpinistas estricta y explícitamente reales, que hacía tiempo que habían dejado de llamarme la atención. Para no alejarme demasiado de la primera referencia, me animé con otra ganadora del Premio Desnivel, la primera obra de la escaladora vallisoletana Pati Blasco, y no me arrepiento en absoluto porque el disfrute ha sido si cabe mayor.

Una de las conclusiones en común con el otro libro antes comentado es que la montaña vuelve a ser escenario, posiblemente inmejorable pero escenario en cualquier caso, de una historia cuyo protagonismo está en las personas, en sus relaciones, y en su forma de afrontar la vida o si acaso de tratar de entenderla para tal vez poder afrontarla. En Andando la vida es si cabe bastante más patente todavía: Lo menos importante, con diferencia, es si los personajes alcanzan o no la cima del K2, o las vicisitudes propiamente montañeras para intentar lograrlo. En otras obras puede ser también una excusa pero teniendo un peso potente en la narrativa y en las emociones transmitidas; aquí es lo de menos en todos los sentidos. Lo que ocurre es que esa filosofía de vida errante está perfectamente plasmada y caracterizada en los viajes de escalada y de alpinismo, tal y como explica la cita extraída al principio de esta entrada, pero probablemente también encajaría en otro tipo de ambientes bohemios. Eso y que, al fin y al cabo, la novela tiene mucho de eso que se suele llamar autobiográfico, y de hecho por lo que sé está construida a partir de un diario de la escritora en una expedición al techo del Karakórum.

Así pues, el libro habla de esa “anarquía de la existencia” a la que hace referencia la cita, narrando vivencias que cualquiera absolutamente alejado del mundo de la montaña y la escalada entendería o como mínimo encontraría interesantes. Y es ahí donde la prosa sencilla pero efectiva y cálida de Pati Blasco me ha ganado por completo. Para empezar, en la presentación de familiares, amistades y amores de la protagonista (que se hace llamar Julia pero parece ser un alter – ego de la escritora), con una cercanía, una autenticidad y una vivacidad que deslumbran, que dotan de enorme credibilidad a la historia, y que inundan de positivismo y buen rollo esos capítulos. Me encanta y comparto por completo su idea de la verdadera amistad elegida, frente al círculo de conocidos que viene dado por las relaciones en entornos cotidianos.Y en segundo lugar, en el desarrollo de las relaciones humanas con el paso del tiempo, de cómo los hechos que jalonan la vida van revelando cosas antes inimaginables y ahora difíciles de afrontar, y finalmente cómo el juicio que se hace de ello y de sus protagonistas también está sujeto a cambios dependiendo de lo que uno mismo vaya viviendo. Todo esto que así contado, sin más explicaciones porque sería destripar la historia y porque en cualquier caso el post sería interminable, puede sonar confuso, conforma ese desorden vital quizá comparable al de un laberinto de grietas en un glaciar, con la consiguiente metáfora en la dificultad de moverse por un lugar así, de andar la tortuosa vida, más aún partiendo de la ingenuidad inicial, de no haber practicado antes las técnicas de encordamiento y demás (si es que para la vida existen dichas técnicas).

En cualquier caso, me quedo con esa transmisión de emociones y de formas de entender la vida que Pati Blasco lanza desde su alma desnuda con honestidad y generosidad, en un estilo que me ha traído recuerdos, al menos en la sensación recibida por mí, del merecidamente renombrado libro de Miriam García Pascual (por cierto citada por Blasco en el suyo) Bájame una estrella, o incluso del memorable ¡Eh, petrel! de Julio Villar (que también por cierto prologa Andando la vida). Obras todas que, cada una a su manera –quizá la de Blasco es la menos técnicamente poética y la más directa de las tres- están impregnadas de una sensibilidad (libre de sensiblería) que se echa de menos en estos tiempos.

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