domingo, 7 de febrero de 2010

NO cumplido plan 63... pero la excursión no estuvo mal.



Arroyo de la Saúca, Alameda del Valle, Pinilla del Valle y Embalse de Pinilla

Decía en la anterior entrada, preparatoria del plan, que el cambio en la ruta podía deberse a las dificultades técnicas que pudiera encontrarme en este desconocido terreno... Pero no contaba con la meteorología, que me disuadió incluso de llegar a las hoyas glaciares de Peñacabra. Si ya estaba un poco fastidiado de que las previsiones agoreras de las anteriores semanas me dejaran en casa -cuando en algún caso luego no hizo tan malo-, este día sin embargo ocurrió lo contrario: si bien no llegó a llover, las nubes -arriba cerrada niebla- fueron más abundantes y duraderas de lo que pronosticaban...



La ruta pensada inicialmente (ver entrada anterior) me hacía mucha ilusión. Hacía tres semanas que no salía al monte, un mes que no subía a una altura más o menos importante, mes y medio que no recorría algún tramo montañero novedoso, y cuatro meses que un itinerario de montaña no era totalmente nuevo para mí en todo su recorrido. Y ya se pierde en la memoria la última vez que hice una ruta completamente nueva por Guadarrama. Por otro lado, estaban los alicientes de la ruta en sí: un nuevo dosmil, tres circos glaciares que he visto muchas veces desde lejos, pero en los que no he estado nunca... Por lo tanto, había ganas.



Desde que me puse en marcha en Alameda del Valle, aparte de observar la abundante y mencionada nubosidad que tapaba los Montes Carpetanos, comencé a sufrir un fuerte viento que soplaba del nornoroeste, practicamente en dirección opuesta a mi avance. La ilusión incial empezaba a desvanecerse. Me gustaba la zona, pero en esas condiciones no era completamente disfrutable.



Por otro lado, yo seguía con la esperanza de que, tal y como pronosticaba la AEMET, aquello se fuera despejando a lo largo del día -aunque, la verdad, no tenía pinta de ello-. Así pues, me tomé con calma la subida junto al Arroyo de la Saúca (que aparece dos fotos arriba), dándole tiempo al tiempo (nunca mejor dicho), y de paso aprovechando para disfrutar con calma del bonito paraje.



Así, tras salir del vistoso y agradable robledal de melojos de la fotos anteriores, el vallecito del arroyo se estrechó y curvó, ocultándose de la vista general del Valle del Lozoya, entrando en una insospechada zona escondida de Guadarrama. Una joya por descubrir, donde por ejemplo abundaban los rodales de acebos, adornando y convirtiendo en original el paisaje (dentro de lo que es ésta sierra), gracias a la combinación de orografía y vegetación; ciertamente, llevaba mucho tiempo sin sorprenderme tanto por Guadarrama en ese sentido, y creo que es un paraje probablemente único en ésta zona.





Hubo un momento en que se mezclaba dentro de mí el sentimiento de rabia al ver que el tiempo no mejoraba y cada vez tenía más cerca la niebla, con el de agrado por la sorpresa de la zona. Sin embargo, en general llegué a una sensación de satisfacción con la excursión.







Lo más alto que llegué fue a Peña Gudilla (1571 metros), una pequeña y bucólica llanura empradizada con turberas. Por allí había un precario pero aprovechable y providencial chozo pastoril, en el que pude comer tranquilamente sin sufrir el aún molesto viento. Fueron los últimos minutos que le di a la niebla para que se acabara de abrir. Finalmente, a la vista de que no mejoraba (como era de esperar), decidí dar por conlcuído el recorrido. No era buena idea meterse en una hoya glaciar desconocida por mí, y tratar de subir a su cuerda sin visibilidad.







Bajé desde Peña Gudilla no por donde había venido sino por la continuación de la senda al este, que me llevó a la vertiente contraria (oriental) del Arroyo de la Saúca -ahora muchos más metros por encima de su cauce-, y pude recorrer nuevos parajes, en los que disfruté sobre todo de las praderas pastoriles que me fui encontrando.









Ya regresando a Alameda del Valle, entre fresnedas, fui pensando en cómo aprovechar el largo tiempo que me quedaba hasta coger el único autobús de vuelta. Había más lugares que me quedaban por conocer del Valle del Lozoya, y alguno de ellos, en mente desde hacía tiempo, en principio no solía llamarme la atención como para hacer una excursión pensando exclusivamente en ello. Éste era el día.







Recorrí por vía pecuaria los dos kilómetros que desde Alameda me separaban del Embalse de Pinilla. Una vez allí, decidí bordear el embalse por su orilla suroriental para llegar al pueblo de Lozoya.



Éste paseo por la orilla del Embalse de Pinilla contenía dos de las curiosidades que hacía tiempo que quería conocer. Principalmente, los curiosos afloramientos calizos que sugen aquí, en medio de la silícea Sierra de Guadarrama, y, relacionado con ello, las excavaciones paleo - arqueológicas que se han hecho en uno de ellos.



Vista la curiosidad, el día habría quedado redondo -más o menos- si hubiera logrado completar mi intención de llegar a Lozoya. Pero he aquí que me encontré con la segunda renuncia en contra de mi voluntad: a mitad de camino, una valla me cerraba el paso, persuadiéndome de darme la vuelta un cartel del Canal de Isabel II anunciando que la zona estaba vigilada; como estoy "al día" de los equipos de vigilancia en instalaciones del Canal de Isabel II, era consciente de que era recomendable darme la vuelta... Así pues, volví por donde había venido, hasta finalizar el doblemente interrumpido e improvisado día -aunque ya de noche- en Pinilla del Valle (que en ésta última foto se ve a la izquierda, con Lozoya al fondo).

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