sábado, 6 de marzo de 2010

No cumplido plan 69, pero fue una gozada intentarlo.



ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. Tampoco es del todo recomendable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto (que nunca debe entenderse como una "guía"), y por tanto de sus consecuencias.



Dije hace dos entradas, acerca del plan 68, que prepararía aquí un post más detallado sobre esa misma ascensión a La Maliciosa por el tubo norte central de la Cuerda de las Buitreras. Sin embargo, lo cierto es que esta nueva excursión para intentar subir a Oso por su cara este ha provocado que ya no tenga frescas las sensaciones vividas el martes pasado, y la verdad es que no se me ocurre gran cosa que contar acerca de esa salida, o al menos no le veo la gracia de plasmar emociones no demasiado vivas ya. Así que de momento voy a reflejar lo último que he vivido, que ha sido ese intento del plan 69.



Hace poco comentaba en la entrada sobre la subida a Peña del Águila que el montañismo puede hacer disfrutar tanto por la propia actividad realizada como por la mera contemplación del paisaje y demás valores de la naturaleza. Lo cierto es que en el comentado plan del tubo norte de las Buitreras destacó más el primer aspecto pero con una destacable combinación de disfrute alpinístico y paisajístico; digamos que era una gozada usar la técnica deportiva como forma de interactuar con un terreno que ofrecía unas vistas tan espectaculares. En este intento de subida a Oso seguramente habría ocurrido algo parecido de haber podido llevarse a cabo, pero además había una marcha de aproximación a la base de la ascensión en sí que destacaba especialmente por la belleza del entorno.





El paraje de la Garganta del Espinar o del Río Moros es un lugar sencillamente precioso. Uno de esos sitios en los que te puedes perder andando kilómetros y kilómetros sin apenas ver gente, y eso siendo un terreno cómodo y agradable de media - baja montaña. A pesar de no ser un lugar totalmente salvaje (ni mucho menos, pues está gestionado forestalmente, con tratamientos selvícolas y demás), relamente crea una sensación de naturalidad y evasión francamente valiosa y muy disfrutable.







Pinares inmensos; praderas sucesivas en diversos claros del bosque, a cuál más grande, a cuál más bucólica; cursos de agua aquí y allá; todo tipo de avifauna cantando y revoloteando por doquier (y aún parece que estamos lejos de la primavera...); refugios libres en los que pasar noches idílicas; alguna casita perdida en medio de la espesura (ésta, cerrada con llave) que parece el capricho de un enamorado del bosque...







Probablemente, el paraje deshabitado -humanamente- más grande de la Sierra de Guadarrama. Tan gigantesca es su extensión, tan abiertas sus llanuras, y tan altos y abundantes sus pinares, que llega un momento en el que, tras muchos minutos de caminar, no es difícil perder el sentido de la orientación, pues no es frecuente aquí poder otear las montañas que encierran este valle: las crestas de la Sierra del Quintanar, la Mujer Muerta, y la alineación Montón de Trigo - Peñota - Puerto del León, cuyas cuerdas acunan tan fecunda fuente de vida, y desde las cuales hemos observado la Garganta en tantas ocasiones, subiendo desde otros lugares más populares. Cuando en algún momento asoman las cumbres de Oso o de Peña del Águila, puede uno volver a ubicarse en medio de tal paraíso de evasión.





Es la segunda vez que recorro este lugar, tras la ascensión a Oso del año pasado (entonces por la cara noroeste), reflejada aquí en el plan 16. Es difícil hacerse a la idea de que estos rincones que transito son los mismos que con tanto anhelo he observado desde lejos y deseado conocer en muchas ocasiones, como decía en el anterior párrafo, desde lo alto de La Peñota o de Montón de Trigo. Pero es lo de menos. Es una gozada. No hay pradera en la que no me apetezca parar a beber un poco de agua o comer algo de chocolate, mientras contemplo la perfección del paisaje, o mientras escucho el canto de algún mirlo, o el picoteo de algún pájaro carpintero, o el mismo sonido del caño de la fuente.





Así pues, voy disfrutando de una marcha de aproximación que, aunque sirve de acercamiento al objetivo de la ascensión, es en si misma un objetivo. Hasta el punto de que, estoy tan embelesado descubriendo nuevos rincones, o admirando las nuevas tonalidades que me ofrecen las eventuales salidas del sol tras las nubes, que estoy dispuesto a decirme a mi mismo que si al final se estropea el tiempo a la mañana siguiente -como era previsible- y tengo que renunciar a subir a Oso, no me importará; habrá merecido la pena venir. Y no es renunciar a cualquier cosa; éste plan ya se forjó en aquella ascensión del año pasado, y desde entonces he estado esperando a este invierno para que se dieran las condiciones más adecuadas para poder llevarlo a cabo...





Habiendo llegado al Refugio de las Tabladillas (que es el siguiente al de esta foto) con algo de tiempo de luz solar de sobra, considero que de momento todo está saliendo perfecto. Me sobra tiempo para recorrer algo de lo que me queda de pista forestal hasta el incio de la ascensión, así que podré ver cómo es y está la cosa, y calcular cuánto tardaré mañana en llegar a dicho inicio, para decidir la hora de levantarme. También me sobra tiempo para preparar todo lo necesario, cenar, y que las horas de sueño sean las deseables aun madrugando mucho. He disfrutado muchísimo a lo largo de la tarde, y estoy disfrutando con la "gestión" de la ascensión de mañana, mirando el mapa a la luz del frontal. Las nubes se están despejando; sólo pediría unas doce horas más hasta que empiece a llegar el nuevo frente anunciado para mañana. Lo dicho, todo parece demasiado perfecto. La inevitable tendencia supersticiosa de todo ser humano (porque la tiene incluso quien más la niega) me hace temer que se acabará fastidiando, para equilibrar la balanza del disfrute. En cualquier caso, cuando me acuesto, entrando en calor en el saco (de poco ha servido un hoguera inútil debido a la humedad de la leña), soy feliz pensando que mañana puede ser una bonita ascensión. Solitario en medio de un kilométrico valle (no tengo ni cobertura en el móvil), espero al despertador.





A ls 5:30 suena el despertador. Nada más salir fuera, ya está completamente cubierto. Así lo atestigua no sólo la ausencia de estrellas, sino el reflejo sobre las propias nubes de la luz de los pueblos y ciudades que rodean -por fuera- este valle. Bueno, no pasa nada. Veo perfectamente toda la cresta de las montañas; Mientras sean nubes altas, no hay problema. Decido recoger las cosas y desayunar, y al salir de nuevo fuera, ya con la mochila "de ataque" a los hombros, está cayendo una ligera nevada. Bueno, no pasa nada. Mientras sólo sea una nevada, y así de floja, no hay problema. Además, voy a darle tiempo, mientras subo por la pista hasta su final, para que tal vez se arregle un poquillo, o al menos pare un rato.



Según voy subiendo, la nevada va aumentando, y en el suelo me voy encontrando con la nieve que ya había caído anteriormente, cada vez más abundante e incómoda. El terreno estaba más para subir con raquetas. La cosa ya sí que tiene mala pinta; No es que no lo supiera antes, lo que pasa es que no quería reconocerlo tan pronto. En medio de la cansina y lenta caminata, recupero la cobertura del teléfono, y me informo por un SMS de una cuestión desafortunada ocurrida el día anterior ya tarde, y que aunque no viene a cuento no deja de tener cierta relación, y mi preocupación aumenta. En fin, supersticioso o no, parecía acertar antes de acostarme al pensar que se acabaría fastidiando, que se equilibraría la balanza con imperfecciones varias. La guinda del pastel, la señal de que las condiciones no son las adecuadas para subir, la pone la niebla: las nubes están bajando, y ya no se ven las cimas.



Llego finalmente al lugar donde termina la pista forestal, ya al pie de Oso y La Pinareja, con la absoluta certeza de que voy a renunciar, y además compruebo que la aproximación a la base de las palas de nieve no ha terminado; aún queda salir del bosque por una pequeña senda marcada por hitos. Era más largo de lo que imaginaba, y aún se hacía más largo con ese estado tan blando de la nieve. No había duda: a volver.





Bueno, por momentos parecía que iba a comerme mis propios pensamientos del día anterior, cuando me dije a mi mismo que sólo con ese gran paseo por los pinares de la Garganta ya no me importaba tener que renunciar a subir a Oso si finalmente se estropeaba. Pero también es cierto que me lo tomé con bastante relajación. No me sentí tan frustrado como en el primer intento del año pasado a La Covacha, por ejemplo.







Lo dicho, regreso por similar camino al de la tarde anterior, ahora bajo una constante pero leve e incluso agradable lluvia, volviendo a disfrutar de los detalles y matices que ofrece un lugar como éste. Lo demás lo dicen las fotos por si mismas...





























Como cabe la posibilidad de que alguien haga algún chiste en los comentarios acerca del título de la entrada, ya lo hago yo (a costa de cargarme lo romántico - poético que me ha quedado el resto):

Me queda pendiente el 69... ¿alguien se anima...?

4 comentarios:

  1. Preciosas fotos.

    También es muy animante ver que una no es la única que no cumple sus metas en la montaña.

    :-)

    Estela

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  2. Por cierto, que ayer no me presenté, pero soy la misma persona que el día anterior había dejado el siguiente comentario:

    Anónimo dijo...
    Hola,

    He llegado a este blog de casualidad y me ha gustado mucho.
    ¡Enhorabuena por las fotos y por la filosofía del blog!

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  3. Comtessa: Espero que lo del verde no lo digas por la última frase de la entrada... es broma ;)

    Estela: Bienvenida y muchas gracias. Ya he visto en tu blog por qué dices lo de las metas no conseguidas en montaña. No te preocupes, que las montañas seguirán ahí para futuros intentos. Eso sí, con paciencia, cuidado y ganas de aprender.

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