De Oso |
ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados, ni tampoco es del todo aconsejable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.
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Desde hace tiempo me cuestiono acerca de las ventajas e inconvenientes del montañismo en solitario, más allá de aspectos técnicos y cuestiones de seguridad (cada uno es mayorcito para saber lo que debe hacer, y libre para elegirlo, entiendo). Me interesa aquí lo referente al disfrute emocional de este tipo de actividades. ¿Disfruto más de la montaña en solitario o en compañía? (Doy por entendido que me refiero a una buena compañía, evidentemente: no hace falta recordar ahora uno de esos refranes que considero acertados -ya que hay muchos que discuto-).
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En esta ocasión pude experimentar ambas sensaciones, ambos puntos de vista, y gracias a ello puedo tener mejor referencia para explicarme. Tampoco es la primera vez que hago una travesía montañera dividida en una parte en solitario y otra con compañía, y de hecho lo he vivido en rutas más largas y de más días, con lo que la experiencia fue más completa. Pero para muestra ha servido el botón.
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La experiencia en solitario tiene que ver con aquello de "buscarse a uno mismo", y pocos lugares mejores que la montaña para ello (más aún si, como en mi caso, este ambiente es en el que más agusto me siento, o más cercano a sentirme "yo mismo"). La libertad de elegir tu propia ruta, sin discutirlo con nadie (salvo contigo mismo, que no es poco). La sensación de enfrentamiento directo entre tú y la naturaleza, tú y la montaña, pero no entendido sólo como superación de obstáculos, sino sobre todo como captación de sensaciones, como si la montaña te hablara, o te entregase todos sus valores y bellezas para tu emotivo disfrute. La percepción de uno mismo como insignificante al lado de tanta grandeza, pero al mismo tiempo como partícipe de todo ello, como un elemento más del medio que nos da la vida desde nuestros orígenes, como una especie de regreso casi instintivo a lo que antaño fuimos (quizá un nostálgico sentimiento de búsqueda del ser natural que abandonamos por el humano o social).
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Y al margen de filosofía (que probablemente pueda resultar barata a quien no haya vivido experiencias similares, o a quien no tenga sensibilidad para captarla habiéndolas vivido), están las sensaciones meramente psicológicas. Las que no se pueden explicar con palabras, pero que dan lugar a esas parrafadas poéticas. A la vista de un perfecto ser (humano) normal, un tipo con una mochila caminando solitario por el bosque en dirección contraria a la de la civilización mientras se va haciendo de noche podría parecer un loco. Pero yo me siento más cuerdo, más lúcido y más coherente con lo que soy y lo que busco en ese tipo de momentos. Y lo cierto es que no siento miedo, ni desamparo. De hecho, siento mucho menos esas sensaciones que en bastantes situaciones propias de la civilización o de la sociedad. Porque sé lo que voy a hacer, puesto que lo he elegido, nadie me lo va a impedir, y sé lo que me espera, y cómo apañármelas. Toda la frase anterior es justo lo contrario que en las mencionadas situaciones sociales. Y para mí, la sensación de pasar en solitario una noche de vivac en la montaña (como en esta ocasión, con la sobrecogedora silueta oscura de Oso y Montón de Trigo acunándome) es mejor que cualquier ventaja de la vida social.
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Y en solitario se capta todo mucho mejor. Los paisajes, los sonidos de la naturaleza, los silencios, los propios pensamientos... Es el ritmo vital que te pide el cuerpo, unido al que te exigen las condiciones naturales. Nada es artificial. Todo tiene absoluto sentido. Nada está perturbado por el absurdo humano, en niguna de sus múltiples versiones e intensidades. Sólamente uno mismo puede ser un verdadero obstáculo en ese sentido. Y no es que sea fácil discutir con uno mismo (en otras excursiones reflejadas en este blog ya me ocurrió), pero está en las manos de uno mismo coger las riendas. Y cuando se logra se puede disfrutar de todo lo demás libremente.
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¿Y en (buena) compañía? En fin, la buena compañía es tan necesaria para la felicidad como los momentos de soledad. Cuando puedes contar con personas que comparten afinidades contigo, para poder disfrutar juntos de las mismas sensaciones, sólo puedes sentirte privilegiado. Hay ocasiones en las que no poder compartir un buen momento con alguien resulta ser una sensación incompleta. Como cuando piensas "qué pena que Fulanito no esté aquí". No le faltaba razón a Cristopher McCandless (Alexander Supertramp, en realidad), el joven norteamericano que inspiró al libro y película "Hacia Rutas Salvajes", cuando dijo aquello de "La felicidad no es real si no es compartida". Al final, seguramente llega un momento en que, si sigues viviendo en solitario todas las sensaciones dichas en los anteriores párrafos, difícilmente puedes seguir adelante. Entre el Collado de Tirobarra y Montón de Trigo encontré finalmente el complemento perfecto a la experiencia solitaria previa, al unirme a Isa y Ángel para poder disfrutar del mejor medio para forjar la amistad; y lo es en todos sus aspectos, los más afables y los más duros. Al igual que hay que buscar el equilibrio al discutir con uno mismo, hay que hacer lo propio con los amigos. Y la montaña obliga a enfrentarse a situaciones y retos que, bien resueltos (o en su defecto bien reflexionados a posteriori), te convierten, creo, en mejor amigo.
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¿Con cuál de las dos opciones de ir a la montaña me quedo? Pues la respuesta es bien simple e irresoluble: Necesito de ambas, pues ambas son diferentes y positivas. No es mejor una que otra, son situaciones y sensaciones de difícil compararción. Sencillamente, creo que se complementan. Además existen varias combinaciones de lo mismo, dos de ellas básicas: empezar en solitario y acabar acompañado, y viceversa. Ambas las he vivido, y también ambas son difícilmente elegibles, pues ambas tienen su sensación propia. Pero en realidad nunca estás sólo en la montaña, pues la montaña, o la naturaleza, es una compañía en sí misma. Mucho más que determinadas multitudes de la gran ciudad.
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Descripción técnica de la ruta.
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