miércoles, 14 de julio de 2010

Eslabones autobiográficos

El primer recuerdo que tengo de ver un partido de fútbol es de 1983: El histórico 12 a 1 de España a Malta. No recuerdo el partido en sí (apenas tenía cinco años), pero sí la llamada diaria de mi madre desde la oficina: "¿Cómo van?" "Cinco a uno" (respondí yo) "Buah, qué poco, vaya mantas" "¿Poco? ¡Si les estamos dando una paliza!"; Yo desconocia que la selección necesitaba once goles de diferencia para adelantar a -precisamente- Holanda en la clasificación y poder jugar la Eurocopa del año siguiente, y de hecho creo que no lo supe ni entendí hasta varios años después; curioso que hasta mi madre supiera más que yo de fútbol por aquel entonces...

Pero se cumplió el objetivo, y en la Eurocopa de 1984 llegamos a la final. Aquí se comenzaron a forjar, supongo, mis traumas futboleros. Tampoco recuerdo el partido, pero sí que, tras el segundo gol de Francia, se me quedó grabada la pesimista frase de mi padre: "¿Dos goles a Francia? Esto ya no lo remontamos."; en medio de la ingenuidad y el optimismo infantil, una sentencia paterna como esa sentaba cátedra, y efectivamente mi padre lo sabía porque acertó.

El primer mundial que recuerdo es el de México 86. No olvido mi primera indignación arbitral: el golazo de Míchel a Brasil que no vio el árbitro. Ni la primera eliminatoria de cuartos frustrada, ante Bélgica en los penaltis, hasta las tres de la mañana con mi padre delante de la tele.

A partí de ahí vendría, una y otra vez, la repetición de la misma historia: Toca perder. En cuartos o en octavos. En aquellos años desprovistos de dramas personales serios, una de las pocas frustraciones eran esas derrotas futboleras. En Italia 90 contra Yugoslavia en octavos. En EEUU 94 contra Italia en cuartos, partido especialmente dramático... Siempre pasaba lo mismo, era imposible, aun jugando mejor que el rival. Una frustración tras otra. No es de extrañar que, tras conocer el fútbol con la selección, me sintiese luego identificado con el Atleti a nivel de clubes. La tensísima eliminación frente a Inglaterra en la Eurocopa de 1996, el robo arbitral contra Corea en el Mundial de 2002...

En el mundial de 2006 ya había pasado el punto de inflexión de mi interés (decreciente) hacia el fútbol: La eliminación ante Francia me la perdí: estaba con Iván por Ordesa, y nos enteramos del resultado al preguntárselo precisamente a un francés muy cerca de la frontera entre ambos países, a la altura de la Brecha de Rolando. La vida ya no podía ser tan ingenua, y la importancia relativa del fútbol y sus sinsabores medraba. Además, la montaña ya me aportaba muchísimo más.

Sin embargo, la Eurocopa de 2008 llegó justo a tiempo, al límite. Era quizá la última vez que podía disfrutar de un evento futbolero de la selección sin entenderlo como una evasión de los problemas mayores, sino por su propio interés. Y, más que la final contra Alemania, el partido que me sentó como la psicoterapia, como el fin del trauma de las viejas eliminaciones, fue el de cuartos contra Italia. Aún reconocía en mí al chaval tantas veces antes derrotado, sintiendo que por primera vez ocurría lo imposible: El que botaba como un loco en la cama con el último penalti de Fábregas era el mismo de México 86, o Italia 90, EEUU 94, o la eurocopa del 96: se acababa de cumplir lo que había esperado en aquellas ocasiones anteriores.

Pero este mundial de Sudáfrica 2010 que tantísima alegría ha aportado a todo el mundo (y con razón) ya ha llegado demasiado tarde para aquel chaval que fui. El que soy ahora también se ha alegrado, sobre todo, del épico partido contra Holanda en la final. Pero no he reconocido en mí al mismo que, en la misma habitación, también junto a su padre, se quedó hasta las tres de la mañana 24 años antes viendo la eliminación ante Bélgica. No sé qué parte de culpa tengo, o si es inevitable que la vida te cambie hasta no reconocerte. Ahora era la victoria de la distracción, de no pensar en los verdaderos problemas, de sentir una vaga felicidad por unos minutos; Y se ha agradecido. Pero aquel chaval ingenuo, definitivamente, nunca vio ganar un mundial.

5 comentarios:

  1. Leo esta entrada y pienso que casi podría haberla escrito yo mismo. Uno de mis primeros recuerdos futbolísticos es el España Malta, mi mundial favorito el de México, en la eurocopa disfruté más de los cuartos de final contra Italia, que de la final contra Alemania y cierto que con este mundial he disfrutado y mucho pero no lo he vivido como viví todas las anteriores andanzas de la selección, tal vez sea la edad, tal vez sea que no soporto la importancia que se da al fútbol y como se utiliza para hacernos olvidar decretazos, paro,despidos,mareas negras,injusticias, etc. El caso es que creo que tampoco el chaval aquel que fui tampoco vió ganar un mundial.

    ResponderEliminar
  2. Al hilo de lo que comentas, esta mañana he leído una carta de un lector al 20 Minutos, quizá algo radical o irrespetuosa en las formas, y también algo simplista al denostar el fútbol como juego y el derecho a la diversión de la gente, pero que por lo demás dice verdades como puños. Como no logro encontrarla en la web del 20 minutos, lo transcribo (casi entero):

    La religión es el opio del pueblo. El fútbol es la droga más poderosa. ¿Puede creerse que millones de personas salgan a la calle (y darían su vida) por y para un equipo deportivo porque un señor le ha dado una patada a una pelota? Me cuesta creer que nos vayan a quitar la negociación colectiva (...), que nos rebajen los míseros sueldos (...) y que nadie se mueva, y para estos ritos tribales se movilice toda una nación. Nunca saldrán por un descubrimiento científico que salve miles de vidas.

    Es una muestra de nuestro primitivismo, y de lo fácil que lo tienen los ricos y poderosos para salirse con la suya. Quítale la carne y dale un hueso, te lamerá la mano. Y, además, si no te pones la camiseta y berreas desenfrenado, ya no eres un miembro útil de la nación. Eres un antisocial, un separatista o un resentido. Cada día tengo más claro que estamos involucionando. Quizá dentro de poco volveremos a ser caníbales y a celebrar nuestros ritos tribales a golpes del fémur de nuestros enemigos. ¡Felicidades, señores poderosos!

    Francisco Marchal Martos.

    ResponderEliminar
  3. Creo que fue Parménides el que dijo que nunca vemos dos veces el mismo río. Y es que todo es cambio, o eso decía el jodío griego.

    Sin estar del todo de acuerdo, una cosa hay que tener clara: no siempre somos la misma persona. Las experiencias que vivimos nos hacen cambiar, y eso es estar vivo. Tú no eres ese chaval ingenuo, es verdad, pero sin ese chaval ingenuo tú no estarías aquí.

    Y, hombre, mejor que la gente se alegre por un mundial de fútbol que porque al vecino le han bajado el sueldo más que a mí, ¿no?

    ResponderEliminar
  4. Me has convencido bastante, Paúl. Lo que no quita que produzca amarga nostalgia ese cambio; sobre todo, al recordar cuando soñabas en aquellos años con España ganando un Mundial... pero ahora la realidad no es igual que aquel sueño (y eso, supongo, es trasladable a todo).

    Y, si, a eso me refería con el simplismo de la carta, a que no explica acertadamente el fondo de la cuestión: el sistema tiene sus estudiados resortes para distraernos, para que volquemos nuestro interés y energía en aquello que no perjudica a dicho sistema, mientras el sistema nos perjudica a nosotros (en favor de quienes manejan dicho sistema). Ahora se está diciendo que los jugadores de la selección son un ejemplo para la juventud... ¿Toda la juventud espera ganar 600.000 euros de prima por hacer lo mejor posible su trabajo...?

    ResponderEliminar
  5. La verdad que la carta puede parecer simplista, pero dice verdades como puños y si no ¿cuantos hemos salido a la calle, por ejemplo, para manifestarnos contra el decretazo?. Esto es lo que se llama pan y circo, mientras hay fútbol se olvida todo lo demás, claro que así nos luce el pelo, y que conste que soy un madridista al que le gusta el fútbol más que comer con las manos.

    ResponderEliminar