viernes, 25 de noviembre de 2011

Cumplido 126, La llamada del silencio (Joe Simpson)

Más allá del atractivo estilo narrativo de Joe Simpson, que engancha por su sinceridad y tono directo, pero alternando lo sencillo y mundano (incluidas divertidas anécdotas) con lo poético y emocionante, y también con lo sombrío; más allá de lo espectacular de algunas de las experiencias narradas, y de la fuerza que tienen por el hecho de ser hechos reales; más allá de lo mítico e histórico de los escenarios naturales en que aquellas tienen lugar, “La llamada del silencio” es un libro muy interesante desde el punto de vista de la psicología de un alpinista que ya no siente la misma pasión que antes por la alta montaña. Por lo tanto, es más complejo que aquello que decía en el plan preparatorio acerca de los miedos, aunque ese es uno de los ingredientes fundamentales.

A riesgo de resultar pesado en mi insistencia de llevar cualquier tema a la filosofía de este blog, me atrevería a decir que este libro es la historia -verídica- de alguien que empieza a necesitar escapar del que a lo largo de su vida se había convertido en su marco de escapismo. La razón es que a la pasión que había sentido y puesto en ello hasta hacía poco tiempo, le estaba sustituyendo ahora una importante sensación de inseguridad, de fragilidad, de que el trágico final que habían vivido varios compañeros y amigos suyos, tarde o temprano podría acabar tocándole a él mismo. En contra de lo que cabría esperar, de poco le servía ahora la experiencia acumulada , las dificultades superadas, las situaciones extremas de las que se había salvado –en algún caso, como en el Siula Grande (léase o véase Tocando el vacío), por los pelos-. No era cierto eso de que los miedos se superan totalmente con la experiencia; puede ocurrir exactamente lo contrario.

Es curioso lo que yo mismo reflexionaba sobre mis propios miedos antes y durante la ascensión a los Picos de Vallibierna, salvando las insalvables distancias entre el montañismo de mínima dificultad para aficionados y el alpinismo extremo de élite –en cualquier caso, cada uno es cada uno en su propio nivel-. Me creía yo muy seguro de haberme vuelto más impermeable a la incertidumbre ante los riesgos (insisto, pudiendo parecer ridículo llamar riesgo a lo de Vallibierna, que sí podría serlo). Porque de esas noches de insomnio y preocupación trata el libro, entre otras cosas, y me vuelvo a sentir identificado al comprobar que incluso a los fuera de serie puede no servirles, para estar tranquilos y seguros, el haber aprendido a gestionar riesgos exageradamente mayores durante años.

También lo mencionaba Juanjo San Sebastián en Cita con la cumbre: ¿Cuándo los miedos son inadecuados y cuándo, si hubieran sido tomados como un presagio, habrían evitado algún drama? A priori no se puede saber. Aunque una posible conclusión coincide en ambos alpinistas-escritores: También es un riesgo que los miedos acaben dominando tu vida; que te llegues a preocupar más por cómo no morir que por cómo vivir. Pero claro, siendo alpinista de élite, encontrando tu mayor pasión vital en un marco tan sumamente peligroso, esto es un problema.

Al margen de todas estas cuestiones, hay un par de detalles más que me han llamado la atención, uno con más agrado que otro. El que me deja cierta sensación contradictoria tiene que ver con la duda de si leer historias con descripciones trágicas reales tiene más valor por lo humano o más vulgaridad por lo morboso. Afortunadamente, no es lo segundo el tono en que escribe Simpson, pero los sucesos ahí están, y son parte de las emociones que transmite el libro.

Más amable (pero mucho más) es la visión romántica que transmite el autor acerca del montañismo, sobre todo desde un punto de vista histórico. Simpson siente que escalar el Eiger da sentido a su vida gracias a lo que le transmitieron los pioneros de su conquista, no sólo los que la lograron, sino los que fracasaron con resultado trágico. Por supuesto, los segundos aportan aun más elementos de temor al asunto, pero también, entre todos, ayudan a recopilar un gran conjunto de conocimientos de errores y aciertos a lo largo de la historia de la escalada de la Norwand o cara norte, que al final constituyen una guía casi perfecta. Al mismo tiempo, es un homenaje emocionado a todos ellos. Esto, en mi opinión, confiere un carácter cultural y casi diría que artístico a una escalada tan mítica. Una obra que se planifica o compone con los prismáticos, que luego se interpreta sobre la pared, y que después da lugar a literatura, para que futuros artistas traten de perfeccionar la obra y vuelvan a plasmarlo en nuevos libros. Finalmente, quienes amamos la montaña pero nunca llegaremos a esos niveles, podemos disfrutar y emocionarnos con ese tipo de literatura, sintiéndola con más viveza que las mejores novelas de aventuras, por llevar el ingrediente de la verdad, del hecho real, y por tener lugar en el marco en el que, con muchísima menor dificultad y riesgo pero tal vez comparable pasión, disfrutamos también in situ, con algunas situaciones que nos pueden resultar familiares, y otras que podemos tratar de imaginar. También, es como estudiar la historia de una ciudad, o monumento, etc. antes (o después, en mi caso con el Eiger) de visitarlo.

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