miércoles, 30 de noviembre de 2011

Dos tonos muy distintos para lo que debería ser una misma esencia

La semana pasada estuve en dos conferencias de las Jornadas bbkLAND de Montaña y Aventura de Madrid. En una, el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón presentó un homenaje a Walter Bonnatti, insigne protagonista de la edad de oro del alpinismo fallecido este mismo año. En la otra, el escalador extremo Leo Houlding introdujo una película documental del alpinista Conrad Anker sobre la mítica aventura de George Mallory en el Everest.

La conferencia sobre Walter Bonatti me encantó. Tanto el documental proyectado como sobre todo las intervenciones de Martínez de Pisón lograron transmitirme perfectamente la sobriedad y el estilo romántico del montañismo clásico, que tan bien representó y llevó a su máximo esplendor el alpinista italiano. La de George Mallory, que en principio esperaba que tuviese el mismo tono puesto que éste personaje también me evoca esos valores, sin embargo me pareció que estaba conducida por otro camino totalmente disonante.

Las declaraciones de Bonatti en su documental hablaban de la huir de la competición, de cómo dos cordadas distintas (italiana y francesa) que se encontraban inesperadamente al pie de una vía inédita como el Pilar Central de Freney del Mont Blanc, en vez de discutir sobre cuál merecía subir primero, se juntaban en una única cordada fraterna y amistosa. Los escritos de Bonatti leídos por Pisón no hablaban de autobombo o presunción, narraban la magia de dos vivacs en alta montaña, para lograr transmitir al lector algo que es mérito de la naturaleza. Incluso uno de ellos, en el Mont Blanc, contaba con unas preciosas descripciones sobre las fantásticas sensaciones de la soledad y el silencio en medio de la claridad de la luna y la nieve, con unas palabras que prácticamente me transportaban a mi noche en Peñalara. La otra era igual de evocadora y contemplativa, y eso que tuvo lugar durante la durísima noche que pasó a más de 8.000 metros en el K2. Me parece grandioso que un alpinista tan sensacional y fuera de serie, en situaciones tan extremas, logre transmitir y dar el mismo valor a sensaciones que un aficionado de mínimo nivel como el que escribe ha percibido seis mil metros más abajo.

Por otro lado, George Mallory, el primer hombre que quiso conquistar el Everest, casi 30 años antes de su culminación oficial, y desapareció cerca de la cima sin saberse si la alcanzó o no, representa, en palabras del propio Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro en El sentimiento de la montaña, “el ideal perseguido, la lucha tenaz, el juego limpio, el más noble sentimiento montañero”. De entrada, que una conferencia sobre el mismo la introduzca alguien que presume de inspirarse en una de las películas más friquis del ya de por sí friqui James Bond para realizar una escalada extrema y un salto base en el Monte Asgard de la isla de Baffin, Canadá, me parece, sencillamente, que no pega ni con cola.

Leo Houlding participa en la reconstrucción de la ascensión al K2 que se narra en la película, The Wildest Dream. La expedición la dirige Conrad Anker, que fue quien encontró el cuerpo de Mallory en 1999. Tampoco es una buena noticia, habida cuenta de la polémica que suscitó en su día la manera en que fue tratado el hallazgo por el propio Anker. Los propios Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro, en el mismo libro antes citado, aluden al tono morboso de la situación, y mencionan la indignación al respecto de otro de los grandes, Chris Bonington. En el libro que hace poco leí y comente aquí de Joe Simpson, La llamada del silencio, se trata la polémica con más detenimiento, y en este caso se pone de voz denunciante la de Edmund Hillary, primer hombre que oficialmente conquistó el Everest.

Tampoco es que tenga yo suficiente conocimiento ni mucho menos autoridad para ponerme del lado de Bonington, Hillary y Simpson; no conozco más puntos de vista del tema. Pero lo cierto es que viendo la película The Wildest Dream tampoco me extrañaría demasiado que llevasen razón. No es que la película tenga tanto tono morboso como el que denuncia Joe Simpson en su libro, pero sí que hay imágenes breves aunque tristemente desagradables del cuerpo que representa la figura de quien fue un héroe para muchos, degradada como un cacho de carne. Pero, más allá de eso, que entiendo que está muy suavizado después de la polémica que se montó en su día (sobre todo si lo que explica Simpson es cierto), creo que la película tiene un tono superficialmente épico, como sacado de una superproducción de aventuras de Hollywood. Muchas imágenes espectaculares a vista de pájaro, sobrecarga de música apoteósica, frases y gestos propios de galán de cine, etc. También tiene aspectos positivos, pero se pierde al querer hacer un producto que hablando en plata, parece más para flipados que para espectadores inteligentes o que, sobre todo, amantes de la sobriedad del montañismo romántico. Demasiados fuegos artificiales. Demasiado presupuesto, innecesaria intervención de actores - estrella (Liam Neeson, Ralph Fiennes) para narrar y poner voces. Como si pretendieran competir en taquilla con productos del tipo de la saga Crepúsculo. Ridículo, y eso que, insisto, la película tiene sus cosas buenas. En fin, que no es el tono, creo yo.

En definitiva, escuchar a Eduardo Martínez de Pisón hablar sobre Walter Bonatti me pareció como ver a Woody Allen hablando de Ingmar Bergman, o a Spielberg sobre John Ford o Frank Kapra, o a Brian May sobre Jimmy Hendrix, o a John Williams sobre Richard Wagner, o a Antonio López sobre Velázquez, etc. Lo otro me pareció equivalente a si hubieran cogido a todos estos personajes y los hubieran metido a competir en un programa tipo "Tú si que vales"…

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