miércoles, 1 de febrero de 2012

Cumplido 130: Ommadawn (1975)



Antes de nada, una auto-corrección. Y es que me parece un error considerar, como muchos han hecho y yo imité en la anterior entrada, que los tres primeros discos de Mike Oldfield supongan una trilogía. En todo caso, hay un primer trabajo (“Tubular Bells”) compuesto varios años antes cuando el músico era un desconocido quinceañero que tuvo que sudar mucho esfuerzo para lograr editar el disco, y otros dos posteriores trabajados bajo otras circunstancias bien distintas del primero, pero bien similares entre sí: La reclusión del británico en una mansión rural, en un período de serias dificultades psicológicas debidas a la carga que para él supuso el inesperado y rotundo éxito de su debut, en lo que puede decirse que fue una escapada del mundanal ruido. Por lo tanto, yo más bien diría que “Ommadawn” es si acaso la segunda parte de “Hergest Ridge”; dos obras evasivas de inspiración rural, mucho más relajadas e introspectivas, además de uniformes, que el aluvión de ideas más variadas, cambiantes, dinámicas y rockeras de su más afamado título.

Así pues, “Ommadawn” en general es también, como su predecesor, un disco tranquilo y sin pretensiones de complejidad tipo mosaico: No supone excesivos giros o alardes, y su disfrute requiere atención para captar todas sus sutilezas, lo que no impide que también haya dos o tres momentos más o menos vistosos. Es ideal para evocar, para transportar a paisajes mentales. Para escapar, vaya.

La primera parte (antigua “cara A” en los ya desfasados vinilos, que tanto han determinado la estructura de las obras de rock progresivo y sinfónico, incluso llegada la época del CD) comienza con una melodía (que a la larga será el tema principal) de cierta inspiración oriental y de sensación introspectiva sombría, que alcanza una especial belleza cuando es interpretada en su segunda estrofa con guitarras clásicas; separando dichas estrofas, un par de secciones aún más sombrías y de cierto toque psicodélico, con un bajo dominante, que no tengo claro si me provocan un desasosiego necesario para realzar las otras partes, o sencillamente no acaban de gustarme; con músicos como Oldfield es normal que pasen estas cosas.

Al final de la segunda sección “desasosegante”, poco después de los cuatro minutos, aparecen las primeras sensaciones optimistas –pero aún relajadas y conservando cierto toque del misterio y surrealismo previo-, los primeros acordes mayores, tal vez la evocación de los primeros rayos de sol asomando entre las anteriores nubes, y cayendo sobre el prado mojado tras la sombría lluvia del comienzo. A los seis minutos el optimismo relajado entra en una breve pero intensa y emotiva introducción, aún con ritmo tranquilo, pero ya con más fuerza sonora (primeras guitarras eléctricas incluidas) y sensación de familiaridad musical (vamos, que ya no suena en absoluto raro o psicodélico); todo indica que hemos superado el mal trago psicológico que evocaba el inicio, que hemos salido del pozo, y que de hecho estamos a punto de entrar en la alegría, que es exactamente a lo que nos llevaba la introducción: A los siete minutos, una alegre danza folk nos da a entender que han brotado las flores en el prado; una sección de dinamismo contenido pero preciosista, instrumentalmente muy bien construida y acompañada, y en la que se emplea una melodía en tonos mayores ejecutada por la flauta, que cuando minutos más tarde ejecute –más o menos modificada- la guitarra eléctrica, lo hará en tonos menores, creando la sensación opuesta.

Pero de momento parece que la vida sigue sonriéndonos en la campiña británica, y aunque la danza folk ha terminado poco después de los ocho minutos, la siguiente sección mantiene el optimismo con ritmo más lento, evocando la armonía de la naturaleza (algunos instrumentos de viento parecen silbar como pajarillos); lo sorprendente aquí es que la melodía está basada en lo que durante los cuatro primeros minutos era sombrío, es decir el tema principal de Ommadawn; increíble cómo Oldfield le da una vuelta tan rotunda a una misma idea; ¿si hay alguna metáfora en ello? Tal vez: Woody Allen nos quiso explicar lo mismo en “Melinda y Melinda”: Hay veces que lo dramático o lo amable de una situación depende de nuestra manera de verlo: Sin el sombrío ambiente lluvioso de antes, difícilmente habrían llegado a brotar las flores una vez que salió el sol; Sin el contraste con la psicodelia y el desasosiego inicial, el optimismo posterior habría estado probablemente vacío.

Muy poco antes de los diez minutos llega otra de las pocas partes de vocación espectacular: el positivismo continúa, el ritmo se anima ligeramente, y la guitarra eléctrica se desata en una de las más inolvidables muestras de virtuosismo de Oldfield en toda su carrera: Es un punteo preciosista y elegante, pero también vertiginoso, y esto último vuelve a introducir un cierto elemento de duda, la sensación de que la belleza se está empezando a desbocar, y tal vez no pueda durar mucho más…

No tardamos mucho en comprobarlo; Llegados los once minutos, la melodía principal vuelve a aparecer en su manifestación pesimista, pero ahora acompañada por un ritmo en parte evocador de ritmos africanos, en parte de marcha fúnebre. Dura poco, apenas medio minuto más tarde la guitarra eléctrica cierra la sección recuperando los punteos desbocados, pero quizá sin convencer ya en su intención optimista. Entramos así, a los doce minutos, en un breve interludio ambiental, sin ritmo, que parece, más que un lugar sombrío o triste, una especie de purgatorio o tierra de nadie; la sensación no es ni optimista ni pesimista, es neutra, como si estuviéramos perdidos o desubicados; tal vez ha caído la noche y es difícil saber qué tiempo va a hacer en lo sucesivo.

Inmediatamente comienza la sección final de la primera parte, que durante sus cerca de siete minutos nos va a llevar por una construcción musical magistral. Está marcada por ritmos de tambores africanos, con un medio tempo instrumentado y ambientado de manera alucinante, creando una verdadera sensación de viaje. La intensidad del ritmo de los tambores se va acentuando (sin cambiar el tempo), los coros aportan una gran fuerza al conjunto, y los instrumentos se van sumando muy al gusto del estilo de Oldfield (parecido al final de la primera parte de “Tubular Bells”), mientras las diferentes melodías de las partes anteriores se suceden en nuevas versiones o en breves apuntes e incluso amagos, con especial dominio del tema inicial y principal; hay algún momento que evoca amabilidad o al menos falta de tristeza, pero en general más bien parece que las flores se han marchitado o que los frutos ya se han acabado. El tema adquiere cotas épicas, lo que nos advierte que no sólo estamos mucho más cerca del pesimismo inicial que del optimismo posterior, sino que además hay cierto tono apocalíptico. La primera parte se cierra con el único sonido de los tambores en fade-out, apagándose hasta sobrepasar los 19 minutos.

El comienzo de la segunda parte es lento, triste aunque con un toque de indefinición que pronto se acentúa en casi psicodélico merced a unas poco convencionales sucesiones de acordes, y sobre todo la construcción instrumental vuelve a crearnos sensación de desasosiego, gracias a una técnica que recuerda a la “tormenta eléctrica” de “Hergest Ridge”, con mezcla hasta la saturación de guitarras eléctricas. La cosa se intensifica a los tres minutos y medio, con la aportación añadida de unas viejas conocidas, las campanas tubulares. Ya que me he metido en el jardín de hacer de todo esto una subjetiva metáfora (seguramente empalagosa), aquí podría decirse que la verde pradera del principio está ahora agostada o incluso, si fuera un cultivo, ha entrado en barbecho.

Pero no todo está perdido. A los cinco minutos, una lenta melodía acústica, melancólica pero esperanzada, nos trae ecos de ambiente rural: aquí la cosa va más allá de la metáfora pues la evocación es evidente, más aún cuando aparece la gaita. (Lentamente, parece que se pone en marcha de nuevo el trabajo en el campo). Por otro lado, hay que decirlo, es una parte bellísima, muy emotiva. Y, en contraste con ella, resulta igual de sobrecogedora, a los diez minutos, la entrada de otra parte más triste. Aunque ésta va dando lugar poco a poco a la aparición del optimismo que ya sí va a ser definitivo (el trabajo dando sus frutos). Esto se confirma poco antes de los doce minutos, cuando comienza la última sección de Ommadawn, la más dinámica y a medio camino del rock y la música celta, un colofón festivo muy adecuado, con cierta similitud con el final de “Tubular Bells” (al final va a resultar que sí era tal vez adecuado incluir éste en una trilogía, al menos en algunos aspectos).

Tras haber finalizado Ommadawn propiamente dicha, pero sin cambiar de corte en el CD, a los catorce minutos aparece una especie de epílogo, una lenta pero alegre canción prácticamente infantil, “On Horseback”, que siempre ha estado ligada a la obra en sí, inseparable de ella (los primeros años que tuve “Ommadawn” grabado en cinta de hecho la consideraba una sección más de la segunda parte). La letra narra la amistad entre un niño y su mascota medio fantástica, una especie de pequeño caballo o pony, y sus aventuras cabalgando a través de las praderas. De nuevo, todo muy rural.

Siempre tengo la sensación (de hecho constatada matemáticamente) de que Ommadawn es un disco corto, sobre todo en comparación con sus dos predecesores y otras muchas obras instrumentales de Oldfield. Supongo que no tenía nada más que añadir, y lo cierto es que, salvo la ligera perplejidad que personalmente me provocan esos momentos psicodélicos antes mencionados, no creo que le sobre nada, y quizá tampoco le falte. Como por otro lado lo que el músico quería transmitir es tan indefinible e interpretable –como ocurre con toda creación sin letra-, tampoco se puede juzgar esto a la ligera. Pero sí que es verdad que, en comparación, creo que los otros dos discos anteriores me llenan más, me dejan más saciado –sin atiborrarme- (lo siento por los muchos que piensan que este tercer disco es la obra maestra del “tito Mike”). Y también puede ser que, en el momento de cumplir las dos escapadas previas (véanse abajo) estaba posiblemente en mejor disposición de disfrutarlas mejor, como de hecho así fue. Pero, en cualquier caso, “Ommadawn” me parece una maravilla, una pequeña gran joya, difícilmente imaginable en la actualidad. Muchas cosas han cambiado cuando pienso que en los 70 este tipo de discos se vendían como churros…

Plan de Escapada 1: "Tubular Bells".

Plan de Escapada 49: "Hergest Ridge".

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