jueves, 3 de diciembre de 2009

Cumplido plan 49: "Hergest Ridge"



Desde que hace ya casi un año llevara a cabo el primer plan musical (y de cualquier tipo) de este blog (Tubular Bells), ninguno de los posteriores discos reflejados aquí ha tenido tan dificil la clasificación bajo un estilo concreto como el presente "Hergest Ridge" (1974), segundo álbum de Mike Oldfield, salvo que sea tan generalista como para denominarlo simplemente Rock, y aun así estaría alejado de ser orientativo. Esa es una de las grandezas de ésta primera época del músico británico, por mucho que se tratara -equivocadamente- de llamar Rock Progresivo o New Age: simplemente es música, nada menos que el resultado de que un artista componga libre de prejuicios y etiquetas, tratando de expresar sus emociones utilizando instrumentos y métodos de grabación que podían ser más o menos alejados -o no- de la ortodoxia, más o menos experimentales, pero sin mayor pretensión que crear de la nada. Y esa esencia es la ideal para crear música evasiva, evocadora, escapista.

Reconozco que prefiero la archiconocida obra predecesora. Este segundo disco de Oldfield me resulta menos sorprendente, menos emotivo. Aunque paradójicamente ese caracter más austero en apariencia es quizá lo que le da un encanto especial. Tiene menos partes diferenciadas que su primer disco, hay por tanto menos cambios y sorpresas, y el tono predominante es mucho más relajado. Pero por un lado esa tranquilidad lleva a momentos francamente evasivos y etéreos, y por otro ayuda a que los pocos momentos de subidón resulten especialmente destacados, con un tono más solemne o apoteósico. Pero es que además la sencillez o austeridad es aparente. Es cierto que hay momentos casi monocordes, pero hay otros pasajes en los que una melodía aparentemente sencilla está siendo acompañada por una sucesión de multitud de acordes en cambios de tono fuera de lo convencional. Instrumentalmente está trabajadísimo al detalle, pero con pocos alardes de técnica o virtuosismo; todo está al servicio del sonido general. Y estilísticamente, lo dicho: inclasificable. Sólo se puede hablar de lo que evoca en la mayor parte del tiempo: campo, ambiente rural, espacios abiertos. Eso sí, mejor que como disco para viajar sin moverse, creo que funciona como acompañamiento de viajes, bien sea en el equipo de música del coche (si es posible, en carreteras secundarias de, por ejemplo, el norte de la península), bien sea caminando.

El misterioso inicio monótono del álbum, sin cambio de acorde, y con una leve acumulación de instrumentos, dura dos minutos, a pesar de lo cual no se hace difícil salvo quizá en las primeras escuchas del disco. A los 2:40 aparece un ligerísimo ritmo marcado por unas muy simples pero resultonas triadas de guitarras. La paz lo inunda todo, el optimismo moderado nos llama a pesar de la tranquilidad del ritmo. Los acordes cambian constantemente; no es fácil ponerse a improvisar aquí punteos con la guitarra a pesar de lo que podría parecer. La intensidad instrumental va ganando enteros y alcanza un punto de emotividad importante muy poco antes de los seis minutos. Y se llega hasta los 7:40 (cinco minutos con la misma idea, y no sobra nada), cuando se alcanza el primer subidón sonoro; breve e igualmente lento, pero con carácter épico y algo sombrío. Después de los ocho minuos se introduce otra nueva parte relajada, que desde los 8:40 a los 12:50 pasa por ser una de las partes más bonitas de la obra, con una preciosa combinación de guitarra acústica e instrumentos de viento (oboes y trompeta), a los que al final se une una guitarra eléctrica. Vuelve después la parte épica de antes, de nuevo durante apenas medio minuto, para introducir una sección algo más rítmica (pero igualmente tranquila) dominada con gran preponderancia inicial por un bajo que dibuja una línea melódica sugerente, misteriosa y algo sombría. A eso de los 15 minutos la misma idea rítmica e instrumental pasa a ser más optimista melódicamente, sin perder el tono enigmático, y añadiéndose el concurso de una guitarra eléctrica protagonista; un pasaje realmente mágico. La misma melodía, a partir de los 18 minutos, pasa a quedar únicamente interpretada por sonido ambiental y coros épicos, en un final absolutamente celestial para esta primera parte del disco, en la que no falta la participación de las propias campanas tubulares cuando se llega al clímax melódico. Más de 21 minutos de música durante la que apenas hemos marcado discretamente algún leve ritmo con los pies, pues apenas lo hay, pero, si ya hemos cogido el suficiente apego a la obra (tras las primeras y esforzadas escuchas), nos habrá resultado suficientemente entretenido, y habremos viajado al universo Oldfield con plácido resultado.

Pero la segunda parte o cara B es más animada y espectacular. En ella están los momentos más intensos y rockeros. Aun así, comienza con otro lento y acústico tema marcado por agradable punteo de guitarra y con teclados de fondo ambiental; la bonita melodía sigue en la línea del cambio de tono frecuente, hasta el punto de que se entremezcla constantemente la sensación melancólica con la optimista. A eso de los dos minutos Mike Oldfield muestra los mayores alardes guitarrísticos del disco. Sublime y precioso. A los 2:30 la misma idea del tema inicial adquiere ritmo de rasgueo acústico más bajo poderoso; es, de momento, la parte más animada de lo que va de obra (incluída la cara A), y el efecto es ciertamente revitalizador del ánimo; es un precioso pasaje de ligera evocación rural festiva; al final aparecen las voces para redondear el conjunto. A los 5:30 se relaja el ambiente, aparecen unas mandolinas, y antes de los 6 minutos se entra en, quizá, la sección que menos me convence de todo el disco; un bajo trata de emular las triadas guitarrísticas que había en la cara A entre los minutos 2:40 y 7:40, pero el resultado es más soso, con una pretenciosa intención tal vez mística o psicodélica. A eso de los 8 minutos se intensifica el sonido en otra parte épica lenta. El siguiente minuto da protagonismo al ritmo marcado por un insistente y monónoto teclado, y ocurre una sensación muy curiosa (al menos a mí me la da): parece que el teclista pierde el ritmo con frecuencia, y no acabo de tener claro si es un efecto engañoso o realmente ocurre, en cuyo caso supongo que está hecho aposta, porque resulta que no acaba de quedar mal (el resto de la instrumentacón -aquí muy escueta- conecta bien).

Párrafo aparte merece el, probablemente, tema estelar de "Hergest Ride". A los 9:30 minutos estalla la potencia rockera con la cariñosamente denominada "Tormenta eléctrica". Aquí Olfield tuvo la lúcida idea de inventarse una orquesta sinfónica en la que la sección de cuerda, en vez de por violines, violas, vilonchelos y demás, estuviera formada por unas treinta guitarras eléctricas. ¿Que cuál fue el resultado? Compruébalo tú mismo:



El momento más intenso y apoteósico del disco. Es cierto que melódicamente es de lo más simple del mismo (puede llegar a resultar repetitivo en algunos momentos), pero no cabe duda que es una extravagancia instrumental de auténtico lujo; de esas cosas que sólo se le pueden ocurrir a alguien como Oldfield. Ojo que no es precisamente representativo del tono general de "Hergest Ridge", y de hecho supone un vistoso contraste en medio de la paz del resto del álbum. Aprovecho para confesaros una fantasía: pagaría la entrada más cara de mi vida sólo por ver en directo una buena representación de este tema con treinta guitarras eléctricas reales.

Tras los 15:30 finaliza la tempestad y vuelve la calma, en un final más propio y carcaterístico de la esencia evasiva, ambiental y evocadora de la obra. Así se llega a los casi 19 minutos en los que acaba esta segunda parte de "Hergest Ridge". Para que quede constancia del estilo imperante del álbum (probablemente confundido por el vídeo de arriba), enlazo éste otro con un resumen de toda la obra:




Bueno, ahora ya solo me queda cumplir, según lo que dije en aquella entrada del plan 1, con el tercer disco de Oldfield, para muchos el mejor: "Ommadawn".

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